Esa joven era mi tía

Mis sentimientos por mi tía no eran lo que se podía considerar afectos de parentesco.

Regresaba a casa después de mi jornada laboral cuando después de entrar en el portal de mi casa me dispuse a tomar el ascensor. Encontré a una chica joven que lo estaba esperando teniendo a ambos lados de su cuerpo sendas maletas.

-Buenas tardes –le dije por cortesía.

-Buenas tardes –contestó la chica con una leve sonrisa.

Llegó el ascensor y gentilmente abrí la puerta e invité a la joven a entrar ayudándole a pasar una de sus maletas.

-Muchas gracias -aludió ante mi gesto.

-¿A que piso va? –pregunté.

-Al quinto, por favor.

Era el mismo rellano donde yo vivía por lo que me dije: “no está nada mal la nueva vecinita”

-El trayecto lo hicimos sin mediar palabra pero yo no dejé de observar a hurtadillas la figura de la chica. La encontré encantadora. Ella por su parte, no alzó la cabeza y su mirada se perdía en el contorno de sus maletas.

Llegamos al quinto, empujé la puerta y le ayudé a sacar una de sus maletas, volvió a darme las gracias y mi sorpresa no tardó en llegar. La puerta de mi piso se abrió y mi madre salió todo eufórica extendiendo sus brazos. En verdad que nos queríamos mucho, pero tal recibimiento no había recibido a no ser que volviera de algún viaje, hecho que no era el de ese momento.

El abrazo y los besos iban dirigidos a mi acompañante del ascensor.

-¡Hija mía que alegría verte de nuevo!

Yo era un espectador de piedra ante la acogida de mi madre a la desconocida. Mi madre se separó de ella diciendo:

-Déjame verte…, estás monísima. No se el tiempo que hace que no te veía.

Seguía presenciando la escena sin moverme hasta que reaccioné cuando mi madre me increpó:

-No te quedes ahí como un pasmarote y entra en casa las maletas de tu tía Verónica.

Acabáramos, ni por lo más remoto hubiera imaginado que se trataba de la hermana de mi madre. No la veía desde hacía al menos diez años y el recuerdo que tenía de ella era muy vago. Sí que sabía, porque mi madre lo repetía con asiduidad, que tenía los mismos años que yo y la casualidad había hecho que naciésemos el mismo día.

Hija tardía de mi abuelo, casado en segundas nupcias, vivía en el pueblo que era el mismo del de mi madre, pero en el que yo hacía muchísimo tiempo que no me acercaba.

Teniendo en mente el comienzo de mi historia me había olvidado presentarme: mi nombre es Germán, tenía en esos momentos 26 años, era empleado de una entidad bancaria y seguía viviendo con mis padres hasta que decidiera independizarme.

Mi vida trascurría de forma placentera, el trabajo lo llevaba bien y en el aspecto amoroso salía con una chica, que sin llegar a decir que éramos novios, llevaba con ella casi un año. Nuestra relación era buena y aunque sexualmente nuestros cuerpos ya se habían unido, todavía no nos habíamos planteado vivir juntos o por lo menos yo no se lo había propuesto.

Volviendo a mí historia, después de reconocer quien era la vecinita que yo me había inventado y salir de mi asombro, la saludé como corresponde con dos besos en la mejilla. Mi madre enseguida la acaparó para llenarle de preguntas y yo me fui a mi habitación.

Salvo un primer momento, en que la figura de mi flamante tía (me parecía incomprensible ese tratamiento) ocupó parte de mi pensamiento, enseguida me dediqué a lo mío. Había quedado con Raquel, la chica con la que yo salía y  tenía que ducharme y cambiarme de ropa.

Iba a disponerme a salir pero antes pasé por el salón para despedirme. Allí estaban las dos hermanas junto a mi padre, que hacía poco había llegado, charlando entre ellos.

-¿Te vas Germán? –preguntó mi madre.

-Sí, me esperan –respondí.

-Antes de que te vayas y como te has escondido enseguida en tu habitación, no te lo he dicho: tu tía viene a pasar con nosotros sus vacaciones de verano que tiene como maestra y quiero que en estos dos meses que estará aquí, la atiendas como se merece. Sobre todo donde no la puedo llevar yo, me refiero a esos lugares que frecuentáis los jóvenes.

-Ahora tengo prisa porque voy a llegar tarde, pero lo tendré en cuenta.

A partir de ese día me convertí en el cicerone nocturno de mi tía. Normalmente nos acompañaba a Raquel y a mí en nuestros paseos. Le llevábamos a los sitios que nosotros solíamos frecuentar y a otros que no concurríamos mucho pero por deferencia a ella visitábamos.

Verónica, me resultaba difícil el tratamiento de tía, era alegre y de fácil conversación por lo que resultaba muy agradable su compañía. Puedo decir que más me agradaba a mí que a Raquel, que aunque en principio no la menospreciaba, tampoco tiraba cohetes en favor de ella. Yo no daba importancia a este hecho, quizá porque  no me daba cuenta que estaba embelesado con Verónica. Su belleza y su porte dejaban en entredicho a Raquel, que aunque era digna de admirar, al lado de Verónica quedaba un poco empequeñecida.

No se como describir a Verónica porque todo en ella era digno de admirar. Su pequeña melena de pelo castaño, cubría  una cabecita bien compuesta por unos ojos verdes, nariz respingona y unos labios carnosos pero sin exagerar. A esto se le unía un cuerpo espectacular que quitaba el hipo. Resumiendo, un bombón de mujer.

¿Cómo podía ser que esa mujer no pudiera estar a mi alcance por el mero hecho de decir que era mi tía…? En principio no me quedaba otro remedio que asumir el hecho y comportarme con ella como algo vedado para mí, aunque me resistía a creer que no pudiera tener acceso a ese fruto.

Un día estábamos dando un paseo por el centro de la ciudad solamente Verónica y yo. Raquel por cuestiones de trabajo no nos pudo acompañar. Al pasar junto a un cine en el que estrenaban una película que por lo visto quería ver Verónica, me solicitó si no me importaba entrar a verla y no tuve ningún inconveniente. Era más bien una película romántica con alguna secuencia de terror. En una de las escenas, se alteró el proceder cauto de Verónica. Surgiendo la secuencia de terror su cabeza se refugió en mi hombro abrazándose a mi cuello. Para nada me importunó su actitud, al revés, tener su cara cerca de la mía me produjo una sensación confortable que iba más allá del afecto entre tía y sobrino. Duró unos momentos y cuando su cara se apartó de mi hombro me dio un corto beso en la mejilla, volvió a colocarse en su posición normal, pero su mano se desplazó hacía la mía agarrándola fuertemente no apartándola en el resto de la película.

Mi interés por Verónica se iba incrementando y si tenía alguna duda de lo que me atraía, quedó resuelta el día que precipitadamente entré en el baño y la encontré desnuda. Acababa de salir de la ducha y se mostraba tal como su madre la trajo al mundo, a diferencia que en ese momento mostraba un soberbio cuerpo digno de una diosa. Enseguida se refugió detrás de una toalla pero en la retina de mis ojos quedó clavada la magistral silueta que había observado. Con un “perdón” desaparecí del baño, pero lo que no desapareció de mí mente fue su imagen. ¡Vaya mujer! me dije.

Durante los días siguientes no hubo ningún atisbo de acercamiento entre Verónica y yo más allá de agarrarme del brazo cuando no estaba presente Raquel, pero presentía que entre nosotros existía una química especial que iba más allá de nuestro parentesco.

Algo me debía suceder porque dedicaba más tiempo durante el día en pensar en Verónica que en Raquel.

También algo debía intuir Raquel, porque se puso un poco reticente en que nuestras salidas continuaran siendo de tres personas. Mi insistencia, diciendo que me veía obligado a ser cortes con la hermana de mi madre, le hacían de mala gana aceptar.

Un día estando los tres juntos, Raquel propuso que el viernes fuéramos a cenar y alegando que ninguno al día siguiente tenía que trabajar, muy bien podíamos ir después a bailar. Para que no fuéramos un trío, dijo que  vendría juntamente con nosotros un compañero de su trabajo con el que tenía mucha amistad, al que le debía algún favor y le quería invitar. Me pareció una maniobra de Raquel pero no me quedaba más alternativa que aceptar.

Llegó el viernes y nos encontramos con el compañero de Raquel en el restaurante. Su aspecto no era nada desdeñable. Tenía buen porte, más o menos de mi edad, alto, moreno y con aires de ligón de discoteca.

Nada más efectuar las presentaciones su atención se centró en Verónica. No era para menos, vestía una falda ajustada que contorneaban sus perfectas curvas y una blusa escotada que permitía entrever el nacimiento de unos pechos no excesivamente grandes, pero que en Verónica lucían  y resaltaban extraordinariamente.

El interés que el compañero de Raquel, de nombre  Roberto, exteriorizaba sobre Verónica, a Raquel le parecía excelente. No lo era tanto para mí, me sentía incomodo ante tanta excesiva atención. Se la comía con la mirada y me estaban entrando ganas de coger a Verónica y largarnos de allí. ¿Eran celos…? No entendía que me pasaba. A pesar de que yo quería eludir completamente el parentesco, no dejaba de ser la hermana de mi madre con lo que nos unían unos lazos que debería respetar.

Si Raquel había preparado ese encuentro para desviar mi atención sobre mi tía, el efecto causado en mí había sido todo lo contrario. Por otra parte, en Verónica me parecía ver que la compañía del compañero de Raquel no le desagradaba y eso aumentaba mi inquietud.

Dejamos el restaurante y nos dirigimos a una discoteca. Maldita la gana que tenía, pero no me iba a poner en evidencia delante de todos y accedí a continuar con el planteamiento que había elaborado Raquel.

Dentro de la discoteca, nos colocamos en una mesa y nos dispusimos a pedir algo de beber. Una vez teníamos las bebidas encima de la mesa Raquel nos animó a salir a bailar. Yo no soy demasiado amigo de los bailes pero tampoco un aguafiestas, así que acepté la proposición de Raquel al ver que aceptaban Verónica y Roberto.

Sonaba una música movida que invitaba a bailar suelto y así lo hicimos los cuatro, hasta que empezó a sonar música lenta y enseguida se precipitó Raquel a mí para bailar juntos. Rafael hizo lo propio con Verónica. Yo no les perdía ojo. En un momento observé que dejaban de bailar y en ese momento les perdí de vista. Tenía ganas de saber la causa de porqué habían dejado de bailar y que estaban haciendo, pero Raquel me lo impedía. Cuando comenzó a sonar música movida, dejamos de bailar y nos dirigimos a la mesa donde se encontraba solamente Roberto.

-¿Y Verónica? –le pregunté.

-Se ha marchado.

-¿Cómo que se ha marchado?

-Me ha dicho que no se encontraba bien y que se iba a casa.

-¿Pero como la has dejado marcharse? –increpé a Roberto.

Roberto un poco mosqueado me reprendió.

-¡Oye!, ya es mayorcita. Además me he brindado a acompañarla y se ha negado. Esa chica es un poco esquiva. Simplemente me ha dicho que le disculpéis y sigamos divirtiéndonos sin ella y sin mediar más se ha largado.

-Me tengo que ir en su busca –manifesté

-¿Porqué te va a ir? –soltó Raquel para seguir diciendo: -me da la impresión que te preocupas más de tu tía que de mí.

-¿Qué estas diciendo? –le recriminé

-Lo que oyes.

-Me parece una solemne tontería.

-Pues a mí no y a la vista está. Creo que lo mejor es que no me hagas participe de tus salidas con ella y cuando dejes de interesarte tanto por tu tía, vuelvas a verme.

No quise seguir la discusión y salí precipitadamente de la discoteca por ver si lograba alcanzarla. No llegué a verla y no teniendo ganas de entrar de nuevo en la discoteca me dirigí a casa.

Cuando entre en el piso, mi madre no se había ido a dormir todavía y nada más verme me reprendió:

-¿Qué ha pasado?... ¿Cómo es que no has venido junto a tu tía?

-Se ha marchado de la discoteca sin avisarme. Al parecer no se encontraba bien.

-No me ha dicho que no se encontrase bien, simplemente me ha dicho que tenía ganas de acostarse. Ha tomado un vaso de leche fría y se ha marchado a su habitación sin más… A ver…, yo te estaba esperando para decirte que mañana tu padre y yo nos vamos pronto y estaremos fuera todo el día con unos amigos, espero que te portes bien con tu tía.

Esa noche no logré conciliar el sueño. Mi mente intentaba descifrar que le había podido pasar a Verónica para marcharse de la discoteca sin avisarme. ¿Pudiera ser que Ricardo intentara propasarse y ella le hubiera parado los pies…? Pudiera ser, porque Ricardo la definió como una chica esquiva. Pero por otra parte tampoco parecía lógico ya que permanecieron poco tiempo juntos fuera de mi vista.

Mi pensamiento se perdía en suposiciones, pero donde más incidía era en mi pasión hacia Verónica. Raquel tenía razón, estaba muy metido en la piel de Verónica. Mis sentimientos por ella no eran nada parentescos. Intentaba justificar que solo era hermana de mi madre por parte de padre, con lo que el lazo consanguíneo era menor. Llegué a reflexionar que nuestro parentesco no era algo insalvable y bien pudiera saltarse si ella me aceptaba.

Avanzaba la noche y seguía dándole vueltas. Su rostro y su cuerpo lo tenía grabado a fuego en mi mente. Anhelaba acariciar ese cuerpo. La deseaba como no había deseado nunca a otra persona. Pensé que no pasaría del día siguiente en saber que sentía Verónica  por mí. Estaba convencido y quería creer, que a ella tampoco yo le era indiferente.

Cuando me levanté al día siguiente, mi primera intención fue ir en busca de Verónica. No la encontré en la cocina ni tampoco estaba en el baño así que me dirigí a su habitación. Llamé a la puerta y sonó la voz de Verónica diciendo “adelante”. Me dispuse a abrir la puerta y mi sorpresa fue cuando vi que Verónica estaba haciendo las maletas.

-Ah, eres tú –dijo Verónica al verme.

-¿Qué estás haciendo? –pregunté aunque era palpable su proceder.

-Ya ves, estoy haciendo las maletas.

-¿Y eso?

-Ya he finalizado mi veraneo y regreso a mi pueblo.

-Eso no es verdad… todavía te faltan días para que acabes las vacaciones –le repuse sabiendo que todavía no finalizaba su periodo vacacional.

-Si que es verdad que todavía faltan algunos días, pero prefiero marcharme ya.

Me acerqué a ella y agarrándole por los hombros y mirándola fijamente a los ojos le dije:

-Verónica…, dime sinceramente a que vienen estas prisas. ¿No estas a gusto con nosotros?

Se quiso zafar de mí queriendo retirarse pero no la dejé.

-Déjame Germán. No me lo pongas más difícil.

Verla tan cerca no me pude reprimir y le propiné un beso en los labios que ella recibió sin esperar. Se separó rápidamente, me mi miró a los ojos y preguntó.

-¿Porqué haces esto?

-¿Tú porqué crees? –le respondí

-No lo sé pero no deberías hacerlo, soy tu tía.

-¿De verdad crees que puedo pensar que eres mi tía?

-Que piensas si no que soy.

-Pienso que eres una mujer maravillosa y que estoy loco por ti.

-No me digas eso. Tienes a tu novia Raquel.

-Y si te digo que he renunciado a ella por ti.

-Por favor Germán no te burles de mí.

No podía más, veía en ella cierto nerviosismo que para mí se trasformaba en deseo, me acerqué a ella la abracé y mis labios se unieron a los de ella en un apasionado beso. Esta vez no me rehusó y su boca se entreabrió para que nuestras lenguas se enzarzaran en una placentera lucha, mientras sus brazos se atenazaron a mi cuerpo.

-¿De verdad me quieres Germán? – me dijo una vez nos separamos para respirar.

-¿Lo dudas?... Te quiero como no he querido nunca a nadie. Pero también quiero que me digas que sientes por mí.

-¿Que qué siento…?

-Claro… Dime que tú también me quieres.

Se quedó mirándome fijamente como queriendo saber si mis ojos confirmaban lo que decían mis palabras para después decirme:

-No sabes bien lo que te quiero. Estoy enamorada de ti creo que desde el día que me ayudaste a meter las maletas en el ascensor.

-¿Porqué no me lo has dicho antes?

-Porque había dos motivos: el primero y más importante porque soy la hermana de tu madre…

-Bueno, eres medio hermana y no creo que sea ningún impedimento para querernos… ¿y el segundo?

-Porque pertenecías a Raquel y verte junto a ella en sus brazos no podía soportarlo.

-¿Por eso te marchaste ayer de la discoteca?

-¿Por qué te crees si no?

-Creía que el compañero de Raquel se hubiera propasado contigo y por eso saliste de estampida.

-¿Ese…? Es un tonto engreído que no se atrevería a tocarme ni un pelo. Menuda soy yo para eso.

-¿Y yo que soy…? Lo digo para saber a que atenerme y poder defenderme –le dije sonriendo al ver la cara de enfado que había puesto cuando se refería al compañero de Raquel.

-¿Tú…?, lo que eres es un tonto que me has hecho sufrir muchísimo y si dejes de quererme, te las vas a ver conmigo.

Fue la chispa que faltaba para que la cogiera en brazos y la tendiese con suavidad en la cama.

-No sigas Germán, están tus padres y no me gustaría que nos vieran así –repuso cuando estaba recostada en la cama.

-No te preocupes que no están y no vendrán en todo el día. Además mi madre me dijo ayer cuando regresé a casa, que me portase hoy bien contigo y quiero obedecerle dándote lo mejor de mí.

Esta vez no hizo falta que yo me inclinase a ella. Me cogió con ambas manos mi cara para acercar sus labios  a los míos y después pasar sus brazos sobre mi espalda para abrazarme.

Comenzamos en ese momento a amarnos con desesperación. Nos liberamos de la ropa y nuestros cuerpos desnudos se fusionaron formando una única masa corpórea. Mi boca succionaba todos los poros de su cuerpo mientras Verónica no dejaba de acariciarme llenando de suspiros y jadeos todo nuestro alrededor.

Era algo maravilloso recorrer su tez suave desde la cabeza a los pies. Esos ojos verdes relucientes cuya mirada penetraba en mí como algo puro lleno de amor, me producían escalofríos. Los bese tiernamente al igual que besé esa boca jugosa, su cuello, sus pechos turgentes que balanceaban al compás de su respiración, su plano vientre, hasta llegar a su pelvis. En ese momento las manos de  Verónica me detuvieron alzándome la cara mientras decía:

-Germán mi vida, antes que sigas quiero decirte algo.

Puse mi rostro junto al de ella, me dio un efusivo beso para después poner sus manos en las mías agarrándolas fuertemente, mientras sus labios susurraron:

-Germán mi vida… he de confesarte una cosa…

Me cogió de sorpresa el misterio que podían encerrar sus palabras y no la dejé seguir.

-Si es algo del pasado no quiero saberlo. Lo único que me importa es que a partir de ahora seamos totalmente el uno para el otro.

Siguió mirándome y de nuevo me obsequió con un beso para después sonriendo decirme:

-Cariño eres un sol, aunque no tengo nada que ocultarte de mi pasado. Lo que quiero confesarte es que mi cuerpo no ha sido de nadie hasta ahora… Soy virgen.

-¿Como? –me quedé estupefacto.

-¿No te parece bien? –preguntó Verónica

-Mi amor, no es que no me parezca bien, pero me has  desconcertado. No esperaba que una mujer como tú no hubiera tenido relaciones sexuales.

-No es que no haya tenido proposiciones, pero mi cuerpo esta reservado para el hombre que se una a mí para siempre.

-Si me aceptas yo soy ese hombre, aunque no quiero que pierdas tu virginidad, si ahora no lo crees conveniente. También puedo esperar.

Se estrecho fuertemente a mí y al oído me susurró:

-Eres el hombre que he estado aguardando y no quiero que esperes para hacerme totalmente tuya.

Me entraron nuevos bríos. Ese impresionante cuerpo me pertenecía y encima iba a ser el primero en explorar.

Los besos se repitieron y mi incursión en su cuerpo no se paró en la pelvis, sino que siguió hasta que mi boca se posó en sus labios vaginales para que mi legua buscase su clítoris. Quería que mi entrega a ella fuera lo más placentera posible y no precipitarme hasta ver que ella estuviera lo suficiente excitada. Deseaba poseerla pero sin que sufriese en absoluto.

Inicié con mi boca húmeda acompañada de la lengua,  círculos alrededor del clítoris para después estimularlo directamente. Mi lengua no se quedaba solo en su clítoris sino que seguía movimientos a lo largo de su vagina. Verónica comenzó a excitarse y ayudada de sus nalgas, empujaba su vulva contra mi boca hasta que sus jadeos y gemidos dieron paso a un grito que salió de su boca inesperadamente ante el enorme orgasmo que tuvo. No hacía falta oír el grito para percibir el alcance de su orgasmo, su vagina desprendía tal cantidad de flujo que inundó completamente mi boca.

-¡Ay mi amor…! Esto es el cielo –decía Verónica entre jadeos.

Verónica estaba excitadísima y yo tampoco le iba a la zaga. Me puse a su altura y comencé a besarla con ternura para acabar nuestras lenguas  enlazadas hasta que nos faltó la respiración.

-¿Quieres que siga? –le pregunte para ver si estaba convencida de lo que yo estaba deseando, pero siempre con su consentimiento.

-Eres mi vida, mi cielo, mi tesoro ¿Cómo no voy a querer que sigas?

-Te puedo hacer un poco de daño –le maticé.

-No te preocupes que lo soportaré todo con tal de hacerte feliz.

-Si estás tan segura, espera un momento que voy a por  preservativos a mi habitación.

-No no. Me gustaría tenerte dentro de mí sin ninguna protección.

-Mi amor, a mi no me importa pero podrías quedar embarazada.

-Si a ti no te importa a mí me harías la mujer más dichosa de mundo.

No hicieron falta más palabras, volvimos a besarnos y mi miembro alterado deseando desahogarse, se aproximó a su vagina. Como si fuera un ritual, hice que mi pene diese unos movimientos alrededor de su vagina  bañándose en el flujo acumulado en su vulva. Después centré mi aparato genital en su vagina y comencé a penetrarla con suma suavidad. Hubo un momento que ella emitió un pequeño gemido que me hizo parar pero ella me imploró:

-No pares mi vida…, sigue por lo que más quieras…

Continué con la misma suavidad hasta que mi pene se introdujo en lo más fondo de su vagina para después comenzar a desplazarse en todo su recorrido. Fueron unos movimientos suaves hasta que Verónica empujando con sus nalgas hacía arriba, motivaron  que mi pene se desplazara con mayor rapidez a lo largo de su conducto vaginal. Dos gritos casi al unísono se escucharon en la habitación. El orgasmo que se nos produjo a ambos fue tremendo. Mi pene inundó de semen toda su cavidad vaginal al mismo tiempo que de ella se desprendía una cantidad inmensa de flujo acompañada de un poco de sangre, prueba de la rotura de su himen.

Sudorosos y con la respiración completamente alterada, nos extendimos en la cama después de besarnos.

-Si hay un cielo no puede ser mejor que esto –manifestó Verónica.

-¿Te ha gustado? –le pregunté por decir algo pues la expresión su cara lo decía todo.

-¿Qué si me ha gustado…? Me has transportado a la gloria.

-¿No te he hecho daño?

-Un poco pero era un dolor muy placentero… No sabes cuanto te quiero... Tenía miedo, pero me has poseído de tal manera que no esperaba fuera así. Te quiero tener siempre dentro de mí… Eres todo lo que deseo de este mundo.

Se inclinó hacia mí y comenzó besándome en los labios. No paró allí y aunque se notaba completamente inexperta en estos lances, su boca fue desplazándose por todo mi cuerpo hasta llegar a mi pene imponentemente erecto que aguardaba ser absorbido.

Alucinante, genial, extraordinario, maravilloso, imponente. No se que más palabras utilizar para describir los momentos que pase con Verónica. Puedo manifestar, que los dos seguimos en la actualidad disfrutando con inmenso placer de nuestros cuerpos amen de todo lo demás.

Han pasado ya dos años. Conseguimos casarnos por lo civil y nuestra vida es una autentica felicidad. Tenemos una niña encantadora y Verónica está de nuevo embarazada a poco tiempo de que venga otro fruto de nuestro amor.

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Estimado lector, si antes has leído alguno de mis relatos, habrás comprobado que la temática no difiere mucho de los anteriores. Es la línea que me he propuesto seguir en esta sección. Si alguien desea algo más sucio o con excesivo morbo, hay otros autores que le pueden satisfacer. Yo me doy por satisfecho si para algunos lectores les resulta entretenido este tipo de relatos. Espero vuestros comentarios. Gracias.