Esa eras tú
Un encuentro en un puerto, dos personas que cruzan sus estelas. ¿contarás lo que pasó?
Esa eras tú
Maniobramos ya de noche cerrada hasta un amarre cerca de los bares y la vida nocturna del puerto, los alumnos ayudaron con los largos de popa y la codera de proa, y en cuanto estuvo firme el velero bajamos a tierra dejándolo todo desordenado. Muchas horas de navegación nos empujaban alegres hacia una cerveza bien fría en uno de los locales junto a los barcos.
Como siempre el grupo variopinto de alumnos de navegación incluía desde recién jubilados que querían pasar en el mar parte de sus nuevas vidas a estudiantes de último año de universidad, y entre medias ejecutivos equipados de Helly-Hansen (la ropa náutica más cara) de la cabeza a los pies o electricistas aficionados a la pesca. Todos sin distinción entramos ruidosos en la terraza movimos mesas, agrupamos taburetes y conseguimos nuestras cervezas.
Los brindis y las bromas no fueron igual que siempre para mí. Nada más entra te vi y sólo pude dedicar una pequeña parte de mi cerebro a sonreír con mis labios y a seguir a medias las conversaciones y los chistes. Mi celebro estaba ocupado en espiarte, en disfrutar de tu imagen y empeoró cuando noté que empezabas a curiosear nuestra mesa, ¿quién o quienes habrían captado tu atención?. Evalué mis posibilidades y no quedé con buena nota: Es verdad que, debajo de los veinte kilos de más todavía quedaban los restos del jugador de rugby universitario (2ª, 1er saltador), era el más alto del grupo y la vida en el mar y la genética me producían un precioso moreno doradito. Llevaba años sin preocuparme de mi aspecto, los cortes de pelo y arreglos de mi barba los marcaba la climatología y el trabajo, y ahora, en plena temporada usaba ambos como protector solar con mis irreductibles rizos tomando decisiones por su cuenta. La ropa no mejoraba el panorama: el polo con los logos de la escuela, un pantalón corto lleno de bolsillos y con refuerzos cosidos en el culo y mis náuticos favoritos, arrugados, manchados de salitre y hace tiempo adaptados a mis pies. Siempre he tenido ese aspecto de ogro (quizá de ogro bueno), y los ogros sólo ligan con princesas en las películas de Disney. Pero ese pensamiento no me distrajo ni un minuto de mi obligación de empaparme de tu imagen.
La VHF portatil me avisó de que el marinero ya estaba en la oficina y podía ir a hacer el papeleo de entrada en el puerto. Con la carpeta de los papeles en una mano y la emisora en la otra pasé junto a vuestra mesa y me sorprendí sintiendo como me seguías con la mirada. ¿¡Estoy entre los finalistas!?.
A mi vuelta volví a notar tus ojos, mi intranquilidad y mi deseo subieron una octava. Con una segunda cerveza empecé a organizar a la tripulación: turnos de duchas, cálculos de derrota para el día siguiente, horario de la luna, salida del sol, resolver dudas sobre maniobras… Con mis gafitas de présbita en la punta de la nariz cambié mi aspecto de ogro por el de profesor mientras buscaba datos en la tablet del barco y les pedía que hiciesen las operaciones con las calculadoras de sus móviles. Finalmente establecimos la salida para las 05:30 horas del día siguiente. Los del primer turno de duchas volvían ya aseados y los del segundo turno desaparecieron. La mesa fue cambiando poco a poco con los “limpitos” que volvían y se organizaban camino de los bares de copas, mientras yo fingía que consultaba la previsión meteorológica, fingía que participaba en sus conversaciones y planes, fingía que me interesaba cualquier cosa que no fueras tú.
Ese era yo.
Sentada en el taburete alto era imposible no ver esas piernas morenas que empezaban en unas sandalias de tacones altísimos y se perdían bajo un vestido corto de verano inmaculadamente blanco, aunque tú no las considerabas tus mejores armas y, desde que nos viste, te erguiste en tu asiento y empezaste a encontrar escusas para llevarte la mano a tu pelazoy realzar el protagonismo de un par de preciosas tetas de tamaño perfecto. No eras alta y el vestido, cerrado hasta el cuello y que parecía dejar la espalda al aire, te destacaba unos hombros suaves y de un precioso tono de piel. El interés se convirtió en lujuria cuando te descubrí escrutando a nuestro grupo con unos ojos que no ocultaban un interés que a ti misma te asustaba. Perdiéndome en tus ojos reparé en tu cara afilada, tu nariz fina y con personalidad y en esa boca un poco dentona que recordaba a la Verdú, una pura promesa de placeres infinitos.
No estabas en el típico grupo de amigos, las diferencias de edad y las relaciones entre vosotros hacían pensar en una familia extensa con padres, hermanos, cuñadas, primos… Las miradas asesinas al hombre que tenías al lado y las sonrisas a todos los demás le marcaban como tu marido y en plena discusión de pareja, el parecido de él con la pareja mayor los convertían en tus suegros, una mujer con pinta de loba, alegre y expansiva parecía hermana de tu marido y el color de tu piel y tus rasgos que delataban lejanos antepasados guaraníes te catalogaban como el mejor recuerdo que tu marido se trajo de algún viaje por Paraguay, Brasil o Argentina.
Esa eras tú
Tus suegros se levantaron y otra pareja se ofreció a llevarlos, tu marido les acompañó al coche, no sin cruzar reproches contigo antes. Y todo cambió: sorprendí a tu cuñada con los ojos fijos en el culo de mi estudiante de cuarto de económicas y el ejecutivo empezó a sonreíros e hizo un comentario amable de mesa a mesa.
Cuando volví de la ducha, convertido casi en ser humano, tu marido había vuelto y conservaba su cara de palo en un rincón, con el coqueteo y la charleta de mesa a mesa os habían informado de quienes éramos y que hacíamos allí y alguno esgrimía las pocas horas que nos quedaban para arrastraros a tomar unas copas con nosotros. Mi plan era aprovechar estas horas para dormir y estar fresco en las prácticas del día siguiente, pero una fuerza superior a mí me llevó a sacar una sonrisa de verdad y preguntar ¿Os están molestando mis chicos?…
…
A las cinco y media de la mañana arranqué el motor del velero, mientras veía a la luna, que nos había acompañado estas horas, casi llena, acariciar la sierra. Un alumno con más ganas de aprender que de dormir me ayudó en la maniobra y comunicó al puerto nuestra salida por VHF. En la bocana izamos velas y las ajustamos para poner rumbo alejándonos de la costa, y ya sin luna, encendimos el RADAR ajustándolo a corta distancia para localizar boyas y artes de pesca.
A las 06:30 Venus salía por horizonte brillante y sereno, ya estábamos lejos de la costa y clareaba por levante. Pusimos rumbo a pasar a dos millas del cabo que debíamos doblar para volver a nuestro puerto base. Fuera de zona de pesca y con el cielo iluminándose, apagué el radar, conecté el piloto automático y mandé a dormir a mi alumno. Yo haría la primera guardia, siempre me ha gustado la guardia del amanecer. Me recosté en el banco junto a la rueda del timón y, con un ojo en la derrota, me abandoné a recordar las últimas horas en un torbellino de sensaciones que no conseguí ordenar. El sol tocó el horizonte a las 07:12 como estaba previsto y sentí que me fundía con él, con mi mano dentro de los pantalones.
Creo que solo tú podrías contar lo que sucedió.