Es lesbiana! (9)

Le di un largo beso en los labios y, sin poder evitarlo, ella me puso contra la puerta.

Me tomó de la mano, sin decir más, y me llevó hasta el colchón. Me aventó a la cama y se montó en mí. Continuó besándome y esta vez fui yo quien la tocaba. En un rápido movimiento metí mi mano bajo sus pantalones y sentí su sexo, primero la toqué sobre su ropa interior, para después tocar su sexo desnudo. Sentí su clítoris y moví mis dedos como los movería conmigo. Lo estaba disfrutando, las dos lo hacíamos. Me acerqué a su boca y le comí los labios. Ella estaba en el éxtasis, cuando mi teléfono comenzó a vibrar. Lo intente ignorar, pero fue tanto la insistencia que tuvimos que detenernos un momento. Eran llamadas y mensajes de Leo, preguntando en donde estaba.

Pamela se quitó de encima de mí y se sentó a un lado de la cama mientras yo le devolvía la llama a Leo.

  • ¿Hola? –dije en cuanto Leo tomó la llamada.

  • Cristi, ¿en dónde estás? –preguntó con fuerza.

  • Con Pamela –respondí, y dirigí mi mirada hacia ella. Ella me miró atentamente sin mucha expresión en su rostro.

  • ¿Y qué haces con ella? –preguntó Leo después de unos segundos.

  • E…ella se sentía mal –respondí dudando un poco– y la acompañé a recostarse un rato. ¿Vienes por mí? –pregunté luego de un momento.

  • ¿En dónde estás?

  • En una de las habitaciones de arriba, no sé en cuál.

  • Llego en quince minutos, salí a comprar cigarrillos y la fila está larga.

  • Aquí te espero –dije por último.

Miré con temor a Pamela y me estiré para darle un beso. Ella se alejó y me miró con furia.

  • Pamela, yo…

No me dejó terminar de hablar cuando me besó. Ni siquiera vi venir su movimiento, sólo sé que me besaba profundamente y yo no me podía resistir. Comenzó a acariciar mi lengua con la suya y en ese momento el tiempo me dejó de importar, pues a mí sólo me interesaba el sabor de sus labios y la sensación de sus manos sobre mi piel. La atraje por los hombros y ella volvió a quedar sobre mí. Bajó por mi barbilla dándome húmedos besos hasta llegar a mi cuello. Y fue en ese momento cuando todo perdió sentido, Pamela metió su mano bajo mis pantaloncillos y con uno de sus dedos hizo presión sobre mi clítoris, para después pasar la punta de su dedo sobre mi sexo. Sentí un líquido salir de mi interior y jadeé, pero sin más la sentí apartarse de mí mientras yo despertaba de mi ensueño. La miré y descubrí en sus ojos el mismo enfado de hace unos minutos.

  • ¿Qué pasa? –pregunté débilmente mientras me reincorporaba.

  • Tu novio no tarda en llegar, escuché que dijo que en quince minutos.

Asentí. Me acomodé la ropa con lentitud y en cuanto hube levantado la mirada, Pamela ya estaba de pie.

  • Bien, pues yo voy bajando –dijo–. Te veo allá.

Caminó hacia la puerta mientras yo la seguía con la mirada.

  • Por cierto –habló desde la puerta sin darme la cara–,  ¿le puedes decir a Leo que ya me sentía mejor y que por eso me tuve que ir?

  • ¿Ya te vas? –pregunté con prisa.

  • Voy a la fiesta –respondió riendo, y dándose la vuelta para mirarme–. Y tienes algo en el cuello, deberías checarte en el espejo– sonrió por último y salió de la habitación.

¿Algo en el cuello? Me levanté con prisa y caminé al tocador de esa habitación, me miré al espejo y tenía una gruesa línea morada en la parte derecha del cuello.

  • Puta, me dejaste marcada.

Me pasé la mano con angustia por el cabello y corrí a buscar algo que me cubriera. Encontré entre un montón de ropa una bufanda negra y me rodeé el cuello con ella. Tomé mi teléfono que estaba sobre la cama y salí de la habitación. Yo me iba. Caminé con prisa hacia las escaleras y, cuando las iba comenzar a bajar, vi que Leo venía subiendo. Actúa rápido. Actúa rápido. Comencé a bajar las escaleras y, cuando él levantó la vista, me lancé a sus brazos.

  • Amor –dije–, no tardaste.

  • Si tardé más de media hora, Cristi –respondió. Me separó de su cuerpo y me miró a los ojos.

  • ¿Qué pasa? –pregunté.

  • No te he visto prácticamente en toda la noche, no sé si quiera con quién has estado, y siento que no te importa estar conmigo. Dime si realmente quieres estar conmigo –preguntó con prisa.

  • Claro que sí, Leo –respondí, y le di un beso en la mejilla.

Mentirosa. Me acomodé la bufanda, tomé a Leo de la mano y lo llevé hacia abajo.

  • ¿Tienes de beber todavía, Leo? –pregunté. El efecto del alcohol ya casi lo había asimilado y necesitaba sentirme animada una vez más.

  • Sí, recién trajeron vodka –respondió–. Vamos.

  • ¿Y cigarrillos?

Leo me tendió la caja de cigarrillos y yo tomé uno, nos detuvimos un momento mientras él buscaba encendedor en sus bolsillos. Leo encontró el encendedor, yo me puse el cigarrillo entre los labios, acercó el fuego, y entre la flama y la punta del cigarrillo vi a Pamela con una tipa. Succioné del cigarrillo y solté el humo sin poder apartar la vista de ellas. Carajo.

  • ¿Vamos? –preguntó Leo, mirando hacia donde yo miraba–. Pensé que Pamela se sentía mal –comentó mirándome.

  • Pues ya no –respondí secamente.

Me di la vuelta y comencé a caminar. Leo me tomó del brazo y dijo que por allá no era. Suspiré y me dejé guiar. Pasamos a un lado de Pamela y, con toda la intención, empujé con el hombro a la tipa. Ella no dijo nada, pero Pamela me alcanzó a tomar del brazo y me forzó a mirarla directo a la cara. Yo esperaba que me dijera algo, pero sólo me miró unos segundos hasta soltarme y darme la espalda para continuar platicando.

Me acerqué a Leo que me observaba atentamente.

  • Lo siento –le dije–, no me gusta que se acerquen a mi amiga.

Rió dudoso, pero no dijo más.

Me enredé con más fuerza la bufanda en el cuello, le di una calada más a mi tabaco, tomé la mano de mi novio y entrelacé nuestros dedos. Comenzamos a caminar y me pregunté si la seguridad que sentía estando con Leo, o la misma que ya había sentido con mi antiguo novio Joaquín, la llegaría a sentir con Pamela. ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?

Sacudí la cabeza y lancé la colilla de mi cigarrillo al piso. Llegamos con los amigos de Leo y allí estaba Alfonsina tomada de la mano de Carmen. Entonces era definitivo, habían vuelto. Leo tomó del piso un paquete de vasos rojos y me dio uno, me sirvió un buen tanto de vodka con un poco de jugo, después él se sirvió la misma ración. Le di un trago profundo a mi bebida y las miré a ellas. Carmen notó mi mirada y me ofreció una sonrisa, yo traté de devolvérsela, pero sólo pude curvar ligeramente los labios. Dirigí mi mirada a Alfonsina e igual me miraba. Le hice un gesto de desprecio y miré con insolencia para otro lado.

  • Entonces qué vamos a desayunar mañana –preguntó un amigo de Leo.

  • Alfonsina decide –dijo Carmen alegremente.

Suspiré y me acerqué al oído de Leo.

  • ¿Ya volvieron? –le susurré.

  • Sí –respondió suavecito y con una sonrisa.

Vaya, qué fatal, pensé.

  • ¿Me das otro cigarrillo, Leo? –pedí.

Leo me ofreció la cajetilla y tomé uno. Mientras él buscaba su encendedor, uno de los amigos de Leo me ofreció fuego, entonces estiré mi cuerpo y para cuando regresé a mi posición inicial, Alfonsina me miraba el cuello. Estaba por darle otra calada a mi cigarrillo cuando recordé las marcas de Pamela. Me ahogué con el humo y comencé a toser. Con prisa aclaré mi garganta y me volví a apretar la bufanda al cuello. Le di un segundo trago a mi bebida y me la terminé.

  • ¿Me sirves otra? –pedí a Leo, tosiendo todavía un poco y mirando de reojo a Alfonsina.

Los demás se terminaron su bebida casi al mismo tiempo y Leo nos rellenó el vaso a todos, menos a Alfonsina, porque decía que ella no quería beber tanto.

  • Vamos, es por ti que estamos aquí –exclamó alguien.

  • Sí, Alfonsina –dije riendo–. Mira, yo te sirvo.

Alfonsina me miró y yo le quité la botella a Leo.

  • Tú me dices –le dije, mirándola a los ojos.

Serví lo de diez segundos de vodka en su vaso y un poco de jugo.

  • A ver, dime si te gusta.

Alfonsina le dio un trago y sus labios quedaron rojos por la bebida. Asintió sin mirarme y volvió la cara a Carmen para sonreírle.

  • ¿Sabes hacer el submarino, Alfonsina? –hablé para tener su atención.

Los demás comenzaron a reír y a decir que eso era para niños.

  • Claro que no –exclamé riendo–. ¿Sabes hacerlo Alfonsina?

Alfonsina sonrió. No al aire, no a alguien más, me sonrió a mí.

  • Si sí lo sé hacer, ¿me respondes una pregunta? –dijo, con su misma sonrisa. Entonces entendí que ésa no era una sonrisa amistosa.

  • Pero no en público –dije, tratando de reír.

  • Bien.

Alfonsina me quitó el cigarrillo de las manos, fumo de él, luego le dio un trago a su bebida y soltó el humo para finalizar. Vaya, pero qué idiota soy, eso fue muy fácil, mejor le debí pedir que hiciera aros con el humo del cigarrillo.

  • Eso fue muy fácil, amor –comentó Leo.

  • Ya veo que sí.

  • Yo también juego –dijo Carmen, sonriendo.

Me comenzaba a molestar la sonrisa tan expresiva de Carmen que robaba toda la atención de Alfonsina.

  • Bien, que beses a Alfonsina ahora –dije, sin pensarlo.

Los demás exclamaron que sí, que lo hiciera. De un momento a otro el escándalo y las risas inundaban el aire. Carmen alzó los hombros restándole importancia y se colocó delante de Alfonsina.

  • Hey, pero no me den la espalda, no las veo –dije.

Las dos se colocaron de manera que las pudiera observar, Carmen tomó la cara de Alfonsina entre sus manos y se acercó a sus labios. En el momento en que Alfonsina ladeó su cara para recibir mejor ese beso, me terminé el resto de mi bebida. Su beso transcurría lentamente entre mi incomodidad y mi discordia emocional. Me debatía entre recordar los ardientes besos de Pamela o concentrarme en ese beso e imaginar que era yo quien besaba a Alfonsina, porque, con un carajo, era eso lo que yo quería.

Cuando su beso terminó yo ya estaba fumando otro cigarrillo. Carmen me miró y sonrió, indicando que había hecho lo que yo había pedido. Asentí.

  • Bien, mi turno –dijo Carmen–. Confiesa si te alguien de aquí aparte de Leo.

  • No –respondí automáticamente.

Carmen me miró inquisitivamente y yo me mantuve tan firme como puede estarlo toda persona ebria:

  • Bueno, sí –confesé.

  • ¿Quién? –preguntó de vuelta Carmen.

  • Ah, ah –apunté con el dedo–, esa es otra pregunta.

Continuamos jugando con los demás a preguntar y ordenar a quien quisiéramos, hasta que dieron cerca de las cuatro de la mañana y nos dimos cuenta de que la casa prácticamente estaba vacía.

Me salí del círculo que habíamos formado y comencé a caminar buscando a Pamela. Mis pasos falseaban, pero no me importaba, yo estaba necia a encontrarla. Iba caminando sin sentido cuando llegó Leo por detrás y me tomó por la cintura, apretándome contra su cuerpo. Me di la vuelta sin pensar en nada y lo besé con mucha pasión. No sé cuánto tiempo pasó, sólo sé que alguien me tomó del hombro jalándome para separarme de Leo. Desconcertada miré a la persona y se trataba de Alfonsina. Todo me daba vueltas, veía lo que pasaba, pero no comprendía que a quien tenía delante era a Alfonsina.

  • Ella se va a dormir conmigo –dijo Alfonsina a Leo.

  • No Alfonsina, no –respondió tajante Leo.

  • Sí, Leo –dijo por último Alfonsina antes de tomarme de la mano y llevarme hacia las escaleras.

  • Siempre haces lo mismo, ¿no? –gritó Leo desde lejos. Bueno, el recuerdo de su voz para mí es remoto.

Subimos las escaleras y entramos a una habitación, allí ya estaba Carmen acomodando la cama.

  • Carmen, ¿puedes ir a ver que Leo esté tranquilo? –pidió Alfonsina–. Por favor.

Carmen asintió y Alfonsina me llevó hasta la cama.

  • ¿Y Pamela? –pregunté sentándome en la cama.

  • Ya está en otra habitación durmiendo –respondió serenamente Alfonsina.

Murmuré que estaba bien y me dediqué a observar a Alfonsina.

  • ¿Cuál era esa pregunta que me querías hacer? –pregunté con las palabras enredadas.

Alfonsina se acercó a mí y se hincó para quedar a mi altura, me quitó algo del cuello y vi la bufanda caer al piso. Me pasé con lentitud los dedos por el cuello y miré fijamente a la persona que estaba a mis pies.

  • Mi hermano no te hizo eso, dime quién fue –dijo.

  • Pamela –respondí.

Alfonsina se quedó en esa posición unos segundos más, mirándome.

  • ¿Hasta cuándo planeas seguir con Leo? –preguntó levantándose y caminando hacia el otro lado del cuarto.

  • ¿Le vas a decir?

Alfonsina negó.

  • Hasta que tú me hagas caso –alcancé a responder.

  • ¿Qué? –se giró para mirarme con una sonrisa incrédula.

Me quedé callada mirándola pero no fui capaz de repetirlo. Negué con la cabeza y me agaché para desatar mi par de tenis. Me los saqué con torpeza y me metí bajo las colchas de la cama.

  • ¿No te quieres poner un pijama? –preguntó.

Negué con la cabeza y cerré los ojos. Me quedé dormida hasta que escuché la puerta cerrarse de golpe. Levanté la cara para ver de quién se trataba y era Alfonsina. Ella me miró con seriedad antes de ponerle seguro a la puerta y apagar la luz. Escuchaba como murmuraba unas cuantas palabras, parecía molesta. Se acostó al otro lado de la cama y yo me giré hacia ella para preguntarle qué había pasado.

  • Leo se quería ir de la casa con los demás y Carmen se tuvo que quedar con él.

No respondí nada, sólo recuerdo que pensé que eso a mí no me interesaba y de nuevo me quedé dormida, pero esta vez hasta después del mediodía. Abrí los ojos lentamente y frente a mí estaba Alfonsina, me daba la espalda, es cierto, pero estaba frente a mí.

Para qué mentir, todavía estaba ebria, así que me animé a acercarme a Alfonsina y a pasar mi brazo por su cintura para pegarme a su cuerpo. Recargué mi frente contra su nuca y el olor de su cabello llegó hasta mí: una mezcla de alcohol con cigarrillo. Volví a cerrar los ojos para dormir un poco más cuando tocaron la puerta con fuerza. Me sobresalté y quité rápidamente mi brazo de la cintura de Alfonsina. Ella no tardó en despertar, con lentitud se paró de la cama y caminó hacia la puerta. Me senté sobre la cama para mirarla caminar y aproveché para observar su pequeña cintura y sus nalgas. Entendí totalmente lo que ya sabía desde que la conocí: cualquier parte de su cuerpo provocaba admiración. Alfonsina se agachó y recogió algo del piso, levantó del suelo una cazadora negra y me la lanzó. Entonces recordé las marcas de mi cuello, así que me puse la chaqueta y me subí en cierre hasta la barbilla. Asintió y por fin abrió la puerta. Entró Carmen y abrazó a Alfonsina. Cuánta dulzura, pensé. Miré a otro sitio y cuando regresé mi vista a ellas, Alfonsina me miraba en medio del abrazo. Me ofreció media sonrisa y yo busqué sonreírle de vuelta, pero sólo logré hacerlo con resignación.

Me senté en la orilla de la cama y casi inmediatamente sentí un punzante dolor en mi sien. Calcé mis pies y me levanté, estiré mi cuerpo como gato y caminé hacia ellas para salir.

  • Ya me voy –dije.

  • Sí, está bien –respondió Carmen, separándose de Alfonsina.

Le di un beso en la mejilla a Carmen y di un paso más para acercarme a Alfonsina.

  • Adiós.

  • Adiós –respondió ella, sólo mirándome.

Salí de la habitación y cerraron la puerta tras de mí. Suspiré con tristeza y caminé hacia las escaleras. Me sentía muy débil física y emocionalmente.  Bajé con lentitud las escaleras y Leo estaba dormido sobre un sillón. Recordé lo último que le gritó a Alfonsina y me pregunté por qué. Me acerqué y me hinqué para mirarlo de cerca. Acaricié sus cabellos por largo rato hasta que despertó.

  • Hola –le dije, sonriéndole apaciblemente.

  • Amor –dijo, acercándose para darme un suave beso en los labios.

  • Ya me voy.

Negó con los ojos cerrados.

  • No puedo quedarme más tiempo –indiqué.

Le di un beso en la mejilla y me coloqué de pie. Miré hacia la entrada y Pamela estaba recargada en el marco de la puerta con la mirada perdida. Cuando la vi, una sensación de felicidad cubrió mi cuerpo. Caminé en dirección a ella, y ella dejó caer su vista en mí. Estaba por lanzarme a sus brazos cuando señaló a alguien a mis espaldas. Me detuve en seco y me di la vuelta, Leo venía tras de mí.

  • Te quiero –confesó, abrazándome.

Le respondí que yo igual, pero que ya tenía que irme. Me despedí con prisa de él para buscar a Pamela. Miré hacia la entrada y ella ya no estaba allí. Salí con prisa de la casa y la encontré sentada sobre el cofre del auto de Leo. Sentí un gran alivio de sólo verla. Caminé hacia ella y me abracé a su cintura. Pamela pasó sus brazos por mis hombros y me juntó con fuerza a su cuerpo. No miento al asegurar que inmediatamente sentí un apretón en la entrepierna que subió intensamente hacia mi vientre. Aspiré del olor de su cuello y le di un beso con los labios entreabiertos. Nos separamos luego de un rato y recordé a la tipa que estaba ayer con ella, pero no tenía ganas de discutir, así que lo guardé para otra ocasión.

  • Tu mamá me marcó –dijo–, estaba preocupada.

  • Y te pidió que me llevaras a mi casa –completé–. Entonces vamos.

Le tendí la mano para que se bajara del auto y caminamos hacia el portón. Salimos y caminamos tomadas de la mano hasta una avenida. Pamela detuvo un taxi y le dio mi dirección al chofer. Al llegar a mi casa bajó conmigo, entramos a mi casa y habló con mi mamá. Le comentó que estuvimos en una fiesta y que ya no regresamos porque ya era muy tarde.

  • Está bien –dijo mi mamá, no tan convencida–. ¿Van a comer?

  • Yo sí –solté.

  • Yo igual, señora –dijo Pamela.

  • Pero antes nos vamos a cambiar de ropa, mamá.

Tomé de la mano a Pamela y la llevé hasta mi habitación.

  • ¿Te quieres bañar? –pregunté.

  • Sí –exclamó.

Le di una toalla, ropa interior nueva y un cepillo de dientes. Cuando ella se fue, yo me senté en la cama a pensar. ¿Qué estaría haciendo ahora Alfonsina?, ¿estaría con Carmen todavía?, ¿qué me estaba sucediendo?, pues había perdido todos mis principios. ¿Por qué deseaba tanto a Pamela?, tanto que poco me importaba que Alfonsina, la hermana de mi novio, ya lo supiera.

Pamela tardó poco en salir y en seguida entré a darme un baño. Miré mi cuello en el espejo y se notaba más morado de lo que recordaba. Maldije mil veces a la persona deseada y me pasé el dedo por una de las marcas. Cómo dolían esas cosas.

Estuve bajo la regadera hasta sentir que el dolor de cabeza disminuía. Me cepillé los dientes, me puse la ropa interior y una playera, fui hasta mi habitación secándome el cabello y cuando entré Pamela estaba recostada en la cama.

  • ¿Ya viste? –dije cerrando la puerta y señalando mi cuello.

Pamela se sentó en la cama y comenzó a reír.

  • No le encuentro lo gracioso –hablé con seriedad–. Leo casi se da cuenta.

  • Leo, Leo, Leo –repitió varias veces su nombre–. Si tanto te interesa, quédate con él.

Se puso de pie, buscó sus zapatos y caminó hacia la puerta.

  • Espera no –la tomé del dorso de la mano–, ayúdame a quitarlos.

  • No se quitan tan rápido, Cristina –respondió mirándome.

  • Entonces ¿por qué carajo los hiciste? –pregunté un poco alterada.

  • ¿Sólo te importa él, verdad?

  • No –respondí más tranquila–, pero por qué.

  • ¡Porque le dijiste que subiera por ti cuando estabas conmigo! –habló enormemente molesta.

Me quedé pensando, recordaba que había dicho algo de eso, pero no sabía por qué.

  • No sé qué decir –comenté luego de unos segundos.

  • No tienes que decir nada –respondió.

  • Pero no quiero que te vayas –dije soltando la toalla y abrazándola–. Te amo, Pamela. No sé de qué manera, pero te amo.

  • Te amo mucho, Cristina.

Sí, ella agregó un mucho a la expresión que por excelencia lo tiene todo.

  • Niñas –gritó mi mamá desde el final del pasillo–, ya está la comida.

  • Ya vamos –respondí separándome de Pamela.

Le di un largo beso en los labios y, sin poder evitarlo, ella me puso contra la puerta. Juntó su cuerpo al mío y metió sus manos bajo mi playera para acariciar mis pechos, después pasaba sus uñas por mi piel provocándome escalofríos. Tomó mis nalgas con sus manos y me impulsó para rodearla por la cintura, quedando sostenida entre la puerta y su cuerpo. Aprovechó para meter una de sus manos dentro de mis calzoncillos y tocar mi sexo. Casi se me escapa un grito cuando metió la punta de su dedo en mi interior. Sus besos descendieron de mi boca a mi cuello, y de mi cuello a mi clavícula, sin detener el movimiento de sus dedos, pero ya sin intentar penetrarme.

  • Estás muy cerradita, Cristi –dijo en mi oído–. No quiero lastimarte.

Yo sólo podía suspirar. Esto me estaba sobrepasando. Comprendí en ese momento que no había cosa más deliciosa que experimentar el sexo con Pamela, pero hoy no era el momento de terminar con el resto de mi virginidad. Tomé su mano y la saqué de mi ropa, hice un movimiento para que me bajara y mis pies cayeron al piso.

  • Hoy no, Pamela –le dije, dándole un corto beso en los labios.

Ella sonrió y asintió.

  • Voy bajando –comentó– para que termines de cambiarte.

Pamela salió de la habitación y yo busqué un suéter de cuello de tortuga, me lo puse y después unos pantaloncillos cómodos. Bajé después de unos minutos y fui al comedor donde escuchaba voces.

  • Tardas mucho, niña –dijo mi papá. Me sorprendió encontrarlo, pues él no estaba cuando llegamos.

Nos sentamos a comer sin mucha plática por delante, hasta que llegó la hora en que Pamela se tenía que ir. La acompañé hasta la puerta y me despedí de ella con un beso en la mejilla.

  • Cuídate –pedí–, nos vemos el lunes.

La vi marcharse entre las calles y regresé feliz al comedor para servirme un vaso de agua.

  • Estás castigada, Cristina –dijo mi mamá.

  • ¿Qué? –pregunté sorprendida.

  • Un mes y no voy a discutir.

Asentí mansamente y fui hacia mi habitación. Puse seguro a la puerta, me quité la camisa y me aventé a la cama. Mientras miraba al techo una sonrisa se formó en mis labios. Estaba feliz por lo que recién había vivido con Pamela, pero también por la eminente cercanía de Alfonsina. Fue entonces que, pensando en Alfonsina, una duda me acudió: ¿por qué me ayudó a que nadie me descubriera? Ella había manifestado su aberración por todo lo relacionado con mi persona, sin embargo, ayer fue condescendiente.

Con nada de esfuerzo logré conciliar el sueño. Desperté el domingo por la mañana con una pereza muy grande, pero recordé que tenía exámenes y entrega de trabajos esta semana, así que sin pensarlo más me puse de pie. Este día pasó más rápido de lo que hubiera querido entre tareas y trabajos.

El lunes desperté temprano, me di un baño y elegí un conjunto de ropa linda. Salí de mi casa cuando el cielo aún permanecía oscuro y caminé por las calles hasta llegar a la avenida. A unos quince metros vi un auto conocido, era el cacharro de Leo. Me echó las luces y yo me cubrí los ojos inmediatamente. Pensaba ir hacia él cuando recordé que traía el cuello descubierto y las marcas estaban todavía bien presentes. Me di la vuelta yendo en sentido contrario y agudamente escuché la puerta de un auto cerrarse. Sabía que era Leo, así que como pude me acomodé mi chaqueta y me pasé el cabello suelto por el cuello. Esperé hasta que me alcanzara y me obligara a mirarlo.

  • ¿Qué pasa? –pregunté.

  • ¿Por qué me ignoras? –contraatacó.

  • No es así.

  • Sí, sí lo haces.

Justo estaba por pasarme la mano por el cabello cuando recordé que no debía hacer eso.

  • Llevo prisa Leo, tengo clase temprano.

  • Pensaba llevarte si no hubieras comenzado a huir –reclamó.

  • Pues vamos entonces –dije resignada.

Fuimos hacia su auto y al abrir la puerta del copiloto me encontré con una figura bastante agradable: la de Alfonsina.

  • Hola –saludé con una sonrisa.

  • Hola –respondió sonriendo.

Ella pensaba salir del auto para dejarme el asiento de copiloto pero le hice señas de que lo dejara así. Me senté en la parte trasera del auto y Leo entró en seguida. Encendió el auto y sucedió lo imposible: Alfonsina entabló una conversación conmigo. O sea, ya había sucedido aquella vez del festival de música fuera de la ciudad, pero ahora todo se tornaba diferente.

  • Sí, hace un poco de frío –respondí a una de sus preguntas.

Ella me hablaba, aunque seguía sin referirse a mí por mi nombre.

Llegamos a la preparatoria y descendí del auto diciéndole adiós a Leo. Estaba dudosa de si esperar a Alfonsina y caminar a su lado, o marcharme por mi cuenta.

  • ¡Cristina! –gritó muy alegre Lucy.

  • Hola –dije después de separarme de su abrazo. Miré hacia la carretera y ya no estaba el auto de Leo, y mucho menos Alfonsina.

Caminamos hacia nuestra clase platicando de lo divertida que estuvo la fiesta, de un chico que le resultó guapísimo a Lucy y de un sinfín de asuntos más. Al llegar al salón de clases aún no llegaba el profesor, así que dejé mis cosas en mi banca y salí. Fui al salón que estaba a un lado del nuestro y me asomé por la puerta buscando a Alfonsina. Sin mucho esfuerzo la encontré, nuestras miradas chocaron y yo le volví a sonreír. Alfonsina entendió que la buscaba a ella y salió.

  • Te fuiste –le dije.

  • ¿Te tenía que esperar? –preguntó ligeramente sorprendida. Y eso me sorprendió todavía más a mí, pues lo poco que había observado de ella, es que expresaba muy pocas emociones con el rostro.

  • Ah, no, no –hablé rápidamente–. Sólo venía a preguntarte si puedo hablar contigo más tarde. Eh, si quieres, claro.

  • Sí.

Y me sonrió.

  • Bueno, ya voy a entrar a clase –comenté.

  • Dejaste –dijo sacando algo de su bolsillo del pantalón– tu teléfono en la cama.

Los ojos se me iluminaron y lo tomé con prisa, creí que lo había perdido.

  • Gracias –dije.

  • Sí, bueno, te veo más al rato –y entró a su salón.

Yo igual ingresé a mi salón y Lucy preguntó que qué tanto hacía afuera. Alcé los hombros y le respondí que nada. La clase transcurrió más lento de lo que hubiera querido y, cuando por fin finalizó, salí y me recargué en la pared del salón de Alfonsina. Al poco rato salió Lucy acompañada de otros compañeros de clase. Ellos se acercaron y comenzaron a platicar a m i alrededor:

  • Yo creo que sí paso –dijo uno de ellos.

  • Igual yo –comentó otro.

La plática siguió ese ritmo unos minutos más hasta que a Lucy se le ocurrió preguntar lo siguiente:

  • ¿Eres bisexual, Cristi?

  • ¿Ehh? –articulé abriendo más los ojos–. No –respondí con prisa.

Lucy me miró tratando de descifrarme y yo traté de darle a entender con la mirada que guardara silencio. Ella me dio una sonrisa de lado y alzó los hombros, entonces les hizo la misma pregunta a los demás. Todos negaron tranquilamente y yo me sentí delatada. O sea, yo conocía muy bien todas las categorías sexuales y sabía muy bien lo que implicaba la bisexualidad, pero jamás pensé en definirme como tal.

  • Bueno, chicos –dije señalando mi reloj de mano– ya es hora de la siguiente clase.

Comencé a caminar sin esperarlos y sin mirar atrás para ver si Alfonsina ya había salido de clase. Lucy me alcanzó y preguntó por las marcas en mi cuello, que no las había visto hasta ese momento.

  • Me gusta pellizcarme el cuello, Lucy –respondí.

Lucy insistió un poco más, pero de mí no salió nada.

Fue hasta las once de la mañana que logré encontrar a Alfonsina. Ella estaba sentada bajo un árbol tomando de una botella de agua y, desde luego, mostraba un semblante tranquilo.


Hola, quiero agradecer a aquellos que mandan sus correos. Es muy agradable leerlos. Y también a quienes comentan.

En fin, una disculpa por el retardo, pero aquí está.