Es lesbiana! (8)

Di los pocos pasos que nos separaban y hundí mis manos en su pelo.

Miro mi teléfono y son las pocas de la mañana de un día lunes. Carajo, qué dolor me albergaba en todo el cuerpo. No recordaba mucho de lo que había pasado el día anterior, pero de lo que sí tenía certeza era que tenía que estar en la escuela y, en cambio, estaba en una habitación con una terrible resaca. Me incorporé en la orilla de la cama y cerré los ojos: no podía mantener la vista fija porque ésta se me nublaba.

  • ¿Estás bien? –preguntó Pamela a mis espaldas.

¿Pamela? Sí, correcto, ésa es la voz de Pamela.

  • ¿En dónde estamos? –alcancé a preguntar, porque, si bien recordaba, en la habitación de Pamela no había una lámpara de lava sobre su buró. O tal vez recién la había adquirido, pensé fugazmente.

Esperé su respuesta unos segundos, pero el silencio se hacía evidente que volví la cara para mirar a mis espaldas. Y vaya sorpresa que me llevé, quien estaba a mi lado era Alfonsina. Casi me caigo del susto. Ahora sí me dije: qué hiciste. Rápidamente bajé mi mirada a mi cuerpo y con desgracia (o suerte, no sé) sólo tenía mi atuendo descompuesto. Con prisa salí de la cama y muchos pensamientos se aglomeraron, pero el principal: ¿había tenido algo que ver con alguna de ellas o con las dos? No era posible, porque de ser así lo recordaría. Pero en ese momento no recordaba ni cómo me llamaba, pero cuando estás sexualmente con alguien jamás se olvida, pero yo olvidaba hasta el nombre de mi mamá, pero el sexo no se olvida, pero tú nunca has tenido sexo…

  • ¿Pamela qué pasó ayer? –dije, con un poco de temor.

Lo último que recordaba era la tarde de ayer, comiendo un cono de helado y deseando a Pamela. ¿Deseando? Parecía que ahora, que aún estaba bajo los efectos del alcohol, se me dificultaba más aceptar que la deseaba a ella y, sin más prejuicios, que añoraba la presencia de Alfonsina en mis días cotidianos. Y ayer, en cambio, me perjuré que estaría con Pamela sin importar nada, y que haría de Alfonsina algo mío.

Parecía que mi ebriedad de pensamientos era sin una sola bebida alcohólica.

  • Estuvimos bebiendo toda la noche en la habitación de tu novio. No me digas que no recuerdas –respondió.

  • Eh, no mucho.

  • ¿Preguntaste en dónde estamos? –habló Alfonsina.

Asentí. En mi cuarto, respondió. Rememoré la ventana sobre la cabecera de la cama de Alfonsina y dije: <>. Sus cabellos castaños estaban alborotados sobre la almohada y sus labios estaban rojos, hinchados, como si la hubieran besado toda la noche.

  • Es lunes, tendríamos que estar en la escuela –murmuré.

Me va a matar mi mamá, pensé preocupada, le dije que volvía pronto. ¿Le dije que volvía pronto? Ni siquiera recordaba si eso se lo había dicho ayer o se lo había dicho en cualquier otra ocasión, o si siempre se lo decía.

  • ¿Y Leo? –pregunté, mientras las dos me miraban.

  • En su habitación.

  • Ay, lo voy a ver –dije.

  • Espera –dijo Pamela, saliendo de la cama.

Ella tampoco tenía toda su ropa, ella tampoco… ¡Carajo, qué nervios sentía!

  • ¿Qué pasa? –dije.

Buscó algo sobre el suelo y me lanzó mi chamarra a la cara.

  • Póntela, hace frío. Voy a orinar, ya vuelvo –dijo, saliendo de la habitación.

Reí con nervios y me coloqué la chamarra. La habitación permanecía en silencio hasta que:

  • ¿De verdad no recuerdas nada? –preguntó Alfonsina.

  • No.

  • Pues ayer parecías muy divertida y asegurabas que siempre recordabas todo lo que hacías –continuaba hablando la mismísima Alfonsina.

  • Pues no.

  • Pues me besaste.

Desvié la mirada y tragué saliva. ¿Qué?

  • No es cierto –aseguré.

  • Oh –hizo cara de sorpresa–. También dijiste que si hoy en la mañana no lo recordabas me ibas a volver a besar, pero en público.

  • Estás mintiendo porque tampoco recuerdo eso.

  • Que no lo recuerdes no quiere decir que sea mentira.

  • Pues si no lo recuerdo no sucedió.

Recordé esa frase sacada de mis recuerdos púberes. De esas frases de secundaria.

  • Mira, Pamela no tarda en regresar, ella no sabe nada de esto y supongo que tampoco quieres que sepa.

  • Me estás chantajeando –aseguré.

  • Oh, no –respondió, tranquila, como si de verdad lo estuviera.

La observé. Sentía que mis mejillas se incendiaban y en mi cuerpo se generó un calor insoportable. Me rasqué el cuello con incomodidad y volví a decir que eso era una mentira.

En ese momento Pamela entró a la habitación.

  • Voy con Leo –dije, rápido.

Busqué mi par de tenis y me los coloqué tambaleando, saliendo con prisa de la habitación. Creí escuchar hablar a Alfonsina. Imaginé que decía mi nombre, que se despedía de mí. Nadie sabía de qué manera deseaba que Alfonsina me nombrara por mi nombre, lo deseaba, en ese momento, como a nada en el mundo.

Con torpeza llegué a la habitación de Leo y allí estaba él, enredado entre las cobijas y con sus salvajes cabellos regados. La de él, era una imagen semejante a la de Alfonsina, pero me quedaba con la de Alfonsina.

Me besé con Alfonsina. Era mentira. Tenía que serlo.

Fui hasta Leo y lo removí un poco, abrió los ojos y al verme le ofrecí una calma sonrisa.

  • ¿Qué pasa? –murmuró.

  • Venía a despedirme de ti, ya me voy.

  • Te acompaño –volvió a cerrar los ojos y los apretó con fuerza.

Le dije que no se preocupara, le di un beso en la frente y le acomodé los cabellos hacia atrás.

Llegué a la puerta y salí. Caminé con prisa, corrí, me pasaba la mano por la cara, por el cabello, que no me creía haber besado a Alfonsina… A la inalcanzable Alfonsina. ¡No era posible!

Al estar en la acera de mi casa, respiré con dificultad y me arremetí a enfrentar a mis papás. Me iban a matar, lo sabía, mas no había sentido en alargar el momento. Entré a la casa y escuché voces en el comedor, con lentitud me dirigí hacia allá y, cuando mis papás me vieron, me miraron con molestia y me pidieron que me retirara, que volviera en treinta minutos.

Subí a mi habitación y me dejé caer sobre la cama. Pensaba en nada cuando me quedé dormida. Desperté con la voz de mi mamá. Preguntó que qué estaba pasando conmigo, que yo estaba descontrolada, que por favor le contara. Le respondí que no me pasaba nada.

Realmente no me pasaba nada, ¿o sí?

Dijo: <>.

Era mentira, qué manera tan estúpida de querer llamar la atención de alguien, le hubiera respondido, pero sólo miré a otro lado con molestia.

  • Yo no necesito de eso, mamá –dije.

Terminó por salir de mi habitación y yo me recosté a mirar el techo, quedándome dormida una vez más. Mi amanecer fue a las cinco de la mañana, ya no conciliaba el sueño, pero me sentía rejuvenecida y con más actitud. Me di un baño, busqué algo lindo para vestirme y me miré al espejo. Mis ojos brillaban con fuerza, quería que Alfonsina me sintiera pasar y, no solo eso, que sinceramente sintiera interés por mí. De igual forma quería suscitar el deseo de Pamela por mí y que, de una vez por todas, lo volviera evidente para lograr consagrarlo. Antes de salir de casa para ir a la preparatoria, fui a la habitación de mis papás y desperté a mi mamá ofreciéndole una disculpa –sentí que tal vez se la debía.

Llegué a la escuela y el cielo aún permanecía oscuro. Me senté sobre la barda que está en la entrada y, mientras encendía un cigarrillo, mi mirada se enfocó en un rostro conocido. ¿Era Carmen? Distinguí su cuerpo blanco y esbelto entre algunas personas. Y si no me equivocaba, algunos de ellos, con los que estaba Carmen, eran amigos de Leo. Llevaban una pancarta que, si bien no lograba mirar todas las letras, decía algo así como: <>.

Los vi en todo su proceso: Se reunieron en círculo, intercambiaron unas cuantas palabras, llegaron más personas que se unieron a su tumulto, ahora ya era certero que se trataba de Carmen y algunos de los amigos de Leo. Se esparcieron, Carmen en dirección a la entrada de la prepa y algunos otros hacia la salida. Algo me hizo pensar que se trataba del cumpleaños de Alfonsina. Sí, pues, si no de quién más. Para esas horas el cielo ya había esclarecido y sólo se contemplaban algunas estrellas parpadeando. Me puse de pie con cautela y, por detrás de la barda, me dirigí al interior de la prepa porque pensaba seguir a Carmen. Por un momento la perdí de vista, pero por su gran pancarta la volví a localizar, se dirigía a la parte norte de la escuela. Sentía que me iban a descubrir, que estaba cometiendo un crimen, así que saqué un libro de mi mochila y mientras seguía sus pasos, hojeaba el libro. Encendí otro cigarrillo (en aquellos tiempos aún se podía fumar dentro de la escuela) mientras intuí dónde sería su parada. Me desvié de camino para llegar por otro lado, al mismo punto que ella. Todo sería una casualidad, porque ¡por supuesto que las hay!

Cuando de nuevo volví a visualizar a Carmen, ella ya sostenía el letrero extendido junto a otras seis personas. Vaya, pero qué exageración. Era realmente grande. El letrero daba pie para ser visto por las personas del segundo piso del edificio. Alcé la vista y mientras buscaba el salón predilecto, vi a Leo caminar por el pasillo y, ahora, enfoqué totalmente mi atención en él. Leo se detuvo en el frente de un salón, tocó a la puerta, dijo unas cuantas palabras al interior, y poco después salió Alfonsina. ¡Qué tino, sí se trataba de ella!

Me olvidé de mi cautela, de mi casi crimen, de mi primera clase, cuando la vi. Llevaba una sudadera roja y unos pantaloncillos de mezclilla. Me recriminé admirar de esa forma a una mujer. Esto para mí era un delirio, me sentía enloquecer. Había momentos de mi vida en que aceptaba mi gusto por estas dos mujeres, pero había otras veces donde la culpa venía corriendo a mí y me decía que no jugara con eso.

Las personas se reunían en torno a Carmen y algunas otras a mis espaldas. Escuchaba sus comentarios y se preguntaban qué podría decir el letrero, porque desde donde estábamos sólo se veía el reverso blanco. Alfonsina sonrió al mirar el espectacular de ese mensaje y buscó con la mirada a la causante de eso. Se detuvo al hallar a Carmen y le regaló una sonrisa. Me sentí intrusa. Con fuerza me di la vuelta y regresé por donde vine. Sin mirar nada caminé a mi salón de clases. Al llegar toqué a la puerta y le pregunté al profesor si podía entrar. Ingresé al salón y busqué a Lucy. Me senté en la banca al lado de ella y comencé a apuntar lo que decía el profesor.

No tardé mucho en iniciar a divagar con mis pensamientos y a tratar de imaginarme cómo fue besar a Alfonsina. No lo recordaba, no sabía si realmente había sido un hecho, pero de sólo imaginarlo me estremecía. Si ya era magnífico besar los vehementes labios de Pamela, de imaginarme besando los labios de Alfonsina, el corazón se me escapaba. Sacudí la cabeza y me negué. Qué carajos pensaba.

Salí del salón junto a Lucy, la cual me preguntaba por qué no había asistido ayer y me regañaba por mi falta de atención a las clases.

  • ¿¡Cómo demonios piensas aprobar el siguiente examen si ya es el próximo martes!?

  • Sí, sí.

Nos dirigíamos a nuestra siguiente clase cuando a lo lejos vi a Alfonsina hablando de manera muy expresiva con Carmen. También estaba Leo y todos sus demás amigos. Me pensaba echar para atrás, en recorrer otra ruta para llegar al salón, pero Leo me vio y me sonrió. Caminó con su sonrisa hacia mí y me extendió sus brazos para un abrazo.

  • Ay, mira, aquí está tu novio –dijo Lucy.

Lo abracé.

  • Tengo clase, Leo. Nos vemos otro día.

  • Oh, no, no, amor –dijo–. Espero a que salgas y te comento el plan de este fin de semana.

En ese momento miré hacia donde estaba Alfonsina y me miró. Por un instante me miró, su mirada se agudizó un segundo, entonces luego volvió a mirar a los otros.

  • ¿Qué plan? –pregunté.

  • Ya lo sabrás –dijo Leo, sonriendo.

  • Bueno, ¿me vas a buscar a mi salón o te veo en algún otro sitio?

  • Voy por ti –respondió Leo. Me dio un beso y me dejó marchar.

Más adelante me encontré con Pamela. Nos dimos un fuerte abrazo, yo aún dudaba algunas cosas, pero ya había dejado pasar la idea del trío con ellas dos.

  • ¡Hoy es el cumpleaños de Alfonsina! –exclamó, emocionada.

  • Oh… Ella está allá abajo –le dije.

  • ¿De verdad?

La dejé ir y Lucy y yo nos apresuramos a llegar al salón, se hacía tarde.

Por la tarde, Leo me habló del plan. Primero comenzó preguntándome por qué yo no me llevaba mucho con su hermana, le dije que no sabía, luego le dije que por algunos malentendidos hace algunos meses. Dijo que no importaba, que ya habría tiempo para que su novia y su hermana fueran amigas.

El plan era éste: Este viernes le festejarían el cumpleaños a Alfonsina, partirían el pastel por la tarde, y por la noche se reunirían con los amigos de Alfonsina y mucho más personas. Yo me encargaría de entretener a Alfonsina cuando ella ya estuviera ebria y la conduciría a la parte trasera de la casa para mostrarle la sorpresa de Carmen.

  • Ay, no, eso sí que no –me quejé, inmediatamente.

  • ¿Pero por qué? –exclamó Leo.

O sea, ¿qué tan idiota sería yo, para ayudar a alguien a acercarse a Alfonsina?

  • Pues porque no, amor –respondí–, porque ya te dije que yo con ella no me llevo.

  • ¿Por favor? –pidió Leo–. Si le pido ayuda a alguno de los amigos de Alfonsina, se van a negar, yo lo sé. Por favor.

No me pude negar, terminé aceptando, ah, claro, pero con la condición de que me comprara una cajetilla de cigarrillos y el disco de Gorillaz que tanto quería.

Al día siguiente, miércoles, pasé por El Lugar y me sorprendió encontrarlo sin una sola alma. Supuse que estarían en clase. Por la tarde volví a pasar y allí estaban mis viejos compatriotas. Me gritaron:

  • La que deja y olvida.

Me volví a mirarlos, di algunos pasos hacia ellos y, en su mismo tono, respondí:

  • ¡Los vagos que no estudian!

Me miraron divertidos y yo les sonreí arrugando mi nariz. Corrí a abrazarlos, uno por uno, inclusive a Joaquín (mi exnovio) le di un abrazo.

  • ¿Cómo están? –pregunté.

Hablamos un buen rato y me decidí a invitarlos a la fiesta de Alfonsina. Total, si preguntaban, yo no les había dicho nada.

  • Es este viernes. ¿Se animan?

  • ¿De quién es la fiesta? –preguntó Martha.

Ah, ah, ¿esta mujer se las olía?

  • De la hermana de mi novio –respondí.

  • Alfonsina –dijo Martha, con la sonrisa casi perversa.

  • Ay, pero qué lista resultó esta mujer –respondí.

  • Te tenemos en la mira todo el tiempo –dijo, guiñando un ojo.

Todos reímos y les dije que sí, que se trataba de la celestial Alfonsina. (Sólo omití celestial.)

  • ¿Cómo saben que es de ella? –pregunté, específicamente a Martha.

  • Auro nos dijo TO-DO.

  • Oh, vaya. Bueno, me tengo que ir –dije, casi por último–. Les mando la dirección en un mensaje.

Me despedí de cada uno de ellos y fui hacia mi casa, tenía muchísimos trabajos por hacer, pero estaba en un colapso: No hacía nada.

Finalmente llegó el tan ansiado viernes. Busqué mis atuendos más lindos, me probé más de cinco conjuntos de ropa y no me convencía alguno. Observé la hora y se estaba haciendo cada vez más tarde, así que finalmente me elegí por un atuendo muy casual y liviano. Corrí al cuarto de mis papás, me despedí de ellos y salí como llevada por el viento.


El reloj ya estaba próximo a las cinco de la tarde y yo estaba parada, desesperada, esperando a que mis papás salieran de la casa para entrar y tomar prestada una de las botellas de whisky de mi papá. Yo estaba parada en la esquina de mi casa, escondida, cuando vi que se abrió el zaguán de la casa y salió la camioneta. En cuanto se cerró el zaguán, eché la carrera para entrar a la casa, pero un pitido me asustó. Casi se me sale el corazón. Era Leo y su cacharro.

  • Amor, sube –me gritó desde el auto.

Lo pensé poco y subí rápido, pero le dije que Lucy y dos amigos de ella me estaban esperando en el Alianza.

  • No nos querían vender alcohol –dije, con la respiración agitada–, y le iba a robar una de las botellas de mi papá.

  • Allá hay mucho alcohol –dijo Leo, riendo–, no se apuren. Y fue Lucy la que me marcó para decirme que viniera por ti a tu casa.

Fuimos a recoger a Lucy y a sus dos amigos, que estaban afuera de la Bodega Alianza, y se montaron en el auto. En el camino íbamos conversando de lo animada que ya estaba la fiesta y que ya habían comenzado a beber desde las dos de la tarde. Leo hizo una parada y se bajó del auto, rápido entró a un Modelorama y compró un doce de cervezas.

  • Toma, amor –dijo Leo, entregándome el paquete de cervezas y una cajetilla de cigarrillos–, por parte del trato.

  • ¿Cuál trato? –pregunté.

  • Bueno, por el favor que me vas a hacer –dijo, y continuó hablando suavecito en mi oído–, sobre lo de la sorpresa para Alfonsina.

Asentí y le di un beso en la mejilla. Le quise preguntar por qué se empeñaba tanto en que Alfonsina y Carmen regresaran y volvieran a ser novias, pero preferí hacerlo cuando estuviéramos a solas. Les di una cerveza a cada quien y destapé la mía, le di un sorbo y me supo deliciosa. Sabía y sentía que hoy bebería como loca. En una parte tenía razón mi mamá, estaba descontrolada. En un momento me terminé mi lata y no dudé en abrir otra, sin esperar a los demás. Colocamos música y segundo a segundo nos fuimos ambientando, perfectos para llegar con todos los ánimos a la fiesta. Con esas dos primeras cervezas mis sentidos se dispararon a todos lados, ya me sentía bastante movida para el poco alcohol que había consumido, y es que lo atribuía a que no había comido casi nada en todo el día.

Llegamos al lugar de la fiesta y Leo se detuvo en la entrada, le subió todo el volumen al estéreo, tocó el claxon del auto y nos abrieron el portón, nos metimos con todo y el cacharro y las personas nos miraban. Leo se estacionó en el centro y bajó del auto. Se acomodó su chaqueta gris, se echó sus rebeldes cabellos hacia atrás y rodeó el auto para llegar a mi lado, abrió la puerta y me extendió la mano. Salí del auto de la mano de Leo y le susurré que era un creído, que cómo le gustaba ser el centro de atención. Le di un trago a mi tercera cerveza y le hice señas a Lucy para que igual saliera. Ya los cinco afuera, encontramos a mucha gente por saludar. Me encontré a varios amigos de la prepa y me detenía a saludarlos sólo un momento, porque Leo me iba a llevar al interior de la casa a comer algo, si es que quería durar toda la noche.

  • Allá está Alfonsina –señaló Leo–. Vamos, amor.

  • Oh, sí –respondí.

Iba tomada de la mano de Leo y con la otra mano tomé la de Lucy. Iba caminando hacia ella sin titubeos, hoy no iba a dudar, hoy iba a actuar, cuando alguien me detuvo. Me abrazó por la espalda, se pegó a mi cuerpo, y una vez más sentí ese suave escalofrío en la entrepierna. Me detuve en seco, mi pecho se aceleró y tragué saliva. Me solté de la mano de Leo y de Lucy, y me volví a mirar a Pamela.

  • Hola –dije, era una boba.

Sus labios se veían rojos, delirantes, y me miraba con mucho amor. Sonrió y se acercó a darme un beso, no creí que se atreviera, no delante de Leo, pero me dio el beso a mitad de la boca. Atrapó mis labios un segundo y se alejó, me miró un momento y entonces se acercó a Leo y lo saludó, y de igual manera a Lucy. Yo estaba estupefacta, parecía que nadie se había dado cuenta.

  • Cristi, acompáñame acá –dijo Pamela, tomándome de la mano.

  • Cristi –habló Leo–, recuerda que íbamos a saludar a mi hermana y que me tienes que ayudar.

  • Sí, ya sé. ¡Ya sé! –respondí. Miré fijamente a Pamela y ella me sostuvo la mirada, fue entonces cuando reaccioné. Pero qué se creía ésta.

En ese momento sentí mi teléfono vibrar y lo saqué de mi bolsillo: diez llamadas perdidas. Volvió a timbrar y tomé la llamada, era Martha, que decía que ya estaban en la fiesta, pero que no me veían por ningún lugar. Les pregunté sobre su ubicación y estaban afuera, en el patio.

  • Ahorita vengo –dije–. Y tenemos que hablar tú y yo –le dije por último a Pamela. Ella rio y asintió, ¿qué tan divertida veía esta situación?

Salí de la casa y me detuve en la puerta, encendí un cigarrillo y busqué a los de El Lugar, rápido los encontré y ellos me vieron a mí. Corrí a abrazarlos y me sirvieron un trago.

  • No, no, no –protesté–, mejor regálenme una cerveza.

Me lanzaron a las manos una cerveza Bohemia y me la bebí en un segundo. Ellos traían papas, Doritos, Rancheritos y les pedí de sus Rancheritos.

  • Un favor, sean amigables con Alfonsina, que por ella estamos aquí, ¿sí?

Hicieron muchas bromas al respecto, pero dijeron que se iban a comportar decentemente. Les pedí otra cerveza e ingresamos a la casa. Ya en el interior, vi a Lucy y a sus dos amigos, platicaban con otras personas y le hice señas a Lucy para indicarle que iba a estar más al fondo. Ella asintió y me coloqué con los demás en un lugar, allí dejaron sus bebidas y comenzamos a beber y a platicar. Yo me sentía un poco fuera de lugar, porque yo hace meses que no me juntaba con ellos y sus temas de conversación estaban fuera de mis intereses, hasta que comenzaron a preguntarme sobre mi nuevo novio, Leo.

  • Pues nada, ¿qué les puedo decir?

Les conté cómo es que comenzamos a salir, cómo nos conocimos y qué hacíamos juntos. Noté molestia o incomodidad en la cara de Joaquín (mi ex) y preferí desviar el tema hacia otro lado, por ejemplo, Alfonsina.

  • Sí es lesbiana –dije, les confirmé.

  • Ay, por favor, eso ya lo sabíamos –dijo David, riendo.

  • Ah, pero no de una fuente tan confiable como lo soy yo –respondí, guiñando un ojo.

A lo lejos, muy lejos, vi a Carmen. Continué:

  • Esperen un poco y les voy a decir quién era la chica con la que la vieron besándose.

Encendí otro cigarrillo y una culpa llegó a mí. ¿Por qué me comportaba así, si realmente yo no necesitaba de esto? ¿Cuál era mi necesidad de exhibir de esta forma a Alfonsina? Sacudí la cabeza y le di un trago más a mi cerveza, Carmen cada vez estaba más cerca.

  • Actúen con discreción –dije, en cuanto vi que Carmen se dirigía a mí–. Ella va a venir hacia acá y yo se las voy a presentar, ella era la novia de Alfonsina.

Así tal cual, llegó Carmen y me saludó. Me dio un beso en la mejilla y yo aproveché para presentarle a todos los de El Lugar.

  • Leo me preguntó por ti –dijo Carmen–, ve con él, te preparó de comer.

  • Bien.

Carmen se marchó y los halagos hacia Carmen no se hicieron esperar.

  • Muy guapa –dijo David.

  • Está muy delgada –dijo Martha.

  • No, yo creo que está bien. Por su altura se ve más delgada –comenté.

  • ¿Y Alfonsina, ahora que la tienes más cerca, no te ha echado los perros? –dijo otra amiga.

  • ¿Cómo? –reí–. ¿Que si ha intentado algo conmigo? No.

  • Ay, bueno, pero que sea lesbiana no quiere decir que le van a gustar todas las mujeres –dijo un brillante amigo.

  • Yo pienso que sí –comentó David.

  • Ah, pues porque tú eres un idiota –dije, entre broma y verdad.

La plática siguió esa marcha y cuando ya me sentía más ebria que nada, fui en busca de Leo. Tal vez algo de comer me serviría de mucho. Miré la pantalla de mi teléfono y pasaban las ocho treinta de la noche. Lo vi a lo lejos, estaba con Alfonsina y otras personas. Me acerqué a él y lo besé. Lo besé como besaría a los labios más anhelados.

  • Hola cumpleañera –dije, mirando a Alfonsina.

  • Hola –respondió.

Sin dudarlo me acerqué y le di un beso en la mejilla.

  • Tu piel es muy suave –le dije–, como de bebé.

Ella sólo me miró y no dijo nada.

  • Pareces molesta –seguí hablando–. ¿O soy yo la que te molesta?

  • No, nada que ver.

  • Leo, yo no le agrado a tu hermana, ¿verdad?

  • Eh, no sé –dijo Leo, titubeando un poco–. Las dejo unos minutos, voy por un sándwich que te preparé, amor.

Leo se marchó y les dijo a los demás que fueran con él, entonces quedé en compañía de Alfonsina.

  • Yo me voy –dijo, y se marchó.

Yo me quedé con la boca abierta, con la mandíbula en el piso. ¿Cómo carajos se atrevía a hacerme esto?

  • No, no te vas –la alcancé a tomar del brazo y la hice regresar a mi altura–. ¿Qué te hice? ¿Por qué siempre me tratas de esa forma, eh?

  • ¿De qué forma? No entiendo –respondió.

  • Siempre, siempre eres muy indiferente conmigo, yo he… intentado acercarme a ti, y tú sólo haces que sea imposible.

  • Mira, hace tiempo te lo dije, no es mi problema que siempre estés ebria –dijo– y que no lo recuerdes. No me interesa tu compañía ni tu amistad, porque siempre te reíste de mí y hasta ahora lo sigues haciendo. Dime, qué te da risa, si tú igual te has besado con mujeres. No eres diferente de mí.

  • Yo no te besé, ya te dije –respondí, indefensa, hasta la borrachera se me había bajado.

  • Si no lo recuerdas no sucedió, claro. No me importa, yo me voy.

  • ¡No! –de nuevo la alcancé a tomar del brazo, Leo me hacía señas de que ya eran las nueve, la hora de la sorpresa–. Perdón si te he ofendido, pero ahora me siento muy mal. ¿Me acompañas a tomar aire?

A Alfonsina no le quedó de otra y me acompañó a la parte trasera de la casa. Ni yo sabía cuál era la grata sorpresa. Cuando llegamos, allí estaba Carmen, con un violín en los brazos. Alfonsina me volteó a mirar, me miró con cara de interrogación, murmuró un dudoso gracias, dio un paso hacia adelante vacilando, retrocedió, me miró y volvió a mirar a Carmen. Se decidió por ella, fue y le dio un abrazo. Yo me quedé con cara de decepción, como siempre cuando se trata de Alfonsina. Ese violín era para Alfonsina y era el regalo de Carmen. Qué bonito, pensé. Me di la vuelta y me marché, me recriminé y busqué consuelo en otros brazos. En cuanto llegué al punto central de la fiesta, me encargué de buscar a Pamela, no tardé en hallarla, estaba con sus amigos y entre ellos estaban dos de sus ex novios. Sí, así como lo oyen, Pamela ha tenido novios. Le toqué el hombro y le dije que la necesitaba.

  • ¿Qué? –acercó su rostro a mis labios, para escucharme mejor.

  • Que te necesito –repetí.

Le quité de las manos el vaso del que estaba tomando y me tomé su bebida.

  • ¿Me sirves otro? Y me acompañas allá arriba, ¿por favor? –pedí.

Pamela, muda, me sirvió de la botella de vodka, bien cargado, y me lo tomé en una sola exhibición. Ella se sirvió otro trago y de igual forma se lo tomó. Tomé de la mano a Pamela y caminé rápido a la parte superior de la casa. Busqué entre las habitaciones alguna puerta que no tuviera seguro y en cuanto se abrió una, me metí con Pamela y cerré.

Mi corazón estaba acelerado, quería desquitar toda esta pena y calor que sentía.

  • ¿Estás segura de lo que vas a hacer? –dijo Pamela, respirando rápido.

  • Sí.

Di los pocos pasos que nos separaban y hundí mis manos en su pelo. La miré a los ojos y la besé. Amaba los bordes de sus labios, sus labios y su lengua. Ella me sujetó de la cintura y dimos unos pasos hasta topar con pared. Juntó su cuerpo al mío, mientras devoraba mis labios y yo moría por entregarme a ella. Bajó a mi cuello y le daba húmedos besos, en eso hundió su rodilla en mi entrepierna y mordió mi mandíbula. Metió sus manos bajo mi playera y subió hasta mis senos, desabrochó mi sostén y con sus dientes mordió mis pezones sobre la playera.

  • Vamos a la cama –dijo.

  • No, aquí.

Me tomó de la mano, sin decir más, y me llevó hasta el colchón. Me aventó a la cama y se montó en mí. Continuó besándome y esta vez fui yo quien la tocaba. En un rápido movimiento metí mi mano bajo sus pantalones y sentí su sexo, primero la toqué sobre su ropa interior, para después tocar su sexo desnudo. Sentí su clítoris y moví mis dedos como los movería conmigo. Lo estaba disfrutando, las dos lo hacíamos. Me acerqué a su boca y le comí los labios. Ella estaba en el éxtasis, cuando mi teléfono comenzó a vibrar. Lo intente ignorar, pero fue tanto la insistencia que tuvimos que detenernos un momento. Eran llamadas y mensajes de Leo, preguntando en donde estaba.


Gracias a todas las personas que mandan sus correos y comentan. Lamento mucho la tardanza, pero aquí estoy. Un cálido abrazo les mando a todos.

Les quiero pedir una disculpa si el interlineado en el texto es muy leve, pero desde el móvil no puedo hacer mucho.