Es lesbiana! (5)

¿Por qué nunca me miras? – susurré, acercándome a ella–. ¿Por qué…? –murmuré, cada vez más bajito, cada vez más cerca de ella.

Encendimos la luz, pusimos el seguro a la puerta y nos comenzamos a reír. Me acerqué a ella y le di un beso en los labios. Sus labios eran tan suaves y húmedos. Luego me hice la desentendida y me comencé a arreglar frente al espejo. Mis ojos estaban repletos de insensatez, pero no me importó. En ese momento no me importó.

- Sí, como te decía, el maestro me sacó de la clase –comencé a decir y abrí la puerta.

- Ah, aja, y qué más –me siguió Pamela y salimos del baño.

Afuera había unas tres personas que venían llegando. Seguí conversando con Pamela casualmente y ya cuando regresamos al centro de la fiesta, sólo nos miramos y yo reí.

- ¿Amigas? –le dije y le tendí la mano.

- No –rió y se alejó de mí.

Ha pasado una semana, exactamente una, desde la fiesta en casa de Auro. Tal parece que hubiera sido ayer cuando me besé con Pamela. Casi como si aún sintiera sus gruesos labios sobre los míos, casi como si aún la estuviera deseando.

Pamela no me habla. No me mira y no me habla. Y obviamente yo no tengo ni la mínima necesidad de acercarme a ella. Y por otro lado conocí al hermano de Alfonsina. De la bella Alfonsina y las hadas. Auro me lo presentó aquel día de la fiesta en su casa y él declaró que tenía interés por conocerme. Yo feliz. Se llama Leandro, de aspecto fiero y mirada dominante; cabellos castaños y alborotados, con sonrisa maliciosa.

Este mismo viernes Leandro me pidió salir. Acepté. Al terminar la última clase me despedí de Lucy y me encaminé a la salida. Iba tan distraída que sin vérmelo venir, alguien me tomó por la cintura decididamente y yo me sonreí: Qué suerte –pensé. A unos metros vi venir a Alfonsina y a Pamela, que conversaban animadamente. Me sonreí, casi con perversidad, cuando la primera en verme fue Pamela. Me di la vuelta y le solté un beso en la mejilla a Leandro, que aún me tomaba por la cintura.

Bien sabía lo que estaba por suceder: Pamela se acercó y me tomó del hombro, obligándome a mirarla. De soslayo vi a Alfonsina que se detenía a su lado y, con apenas un gesto, saludaba a su hermano.

  • Hola –dijo Pamela.

  • ¿Hola? –dije, feliz. Este momento me provocaba.

  • ¿Quién es él? –preguntó, casi normal.

  • Un amigo –dije y le guiñé un ojo con complicidad.

  • ¿Amigo? –preguntó, y creí que su voz se rompería.

Me miró con tanta tristeza…

  • Sí.

  • Bien –respondió, se pasó la mano por los labios–. Que te vaya bien.

  • ¿Vas mañana a mi casa? –alcancé a decir.

  • Claro –dijo.

Pamela le hizo una seña a Alfonsina y, esta última, sin mirarme ni una sola vez, caminó al lado de Pamela y se alejaron.

Leandro me sonrió y respiré, tratando de olvidar la mirada de Pamela. Ya hablaría mañana con ella.

Leandro me llevó en su viejo carro a un bar ilegal, malote. Cruzamos un pasillo casual de tiendas en el centro de la ciudad y descendimos unas escaleras apenas iluminadas. La música se escuchaba al fondo y tocamos a una puerta de madera, ésta se abrió y una señora nos hizo señas de pasar rápido.  Me nació cierto temor por este lugar de mala muerte, pero Leandro me dijo que nada podía salir mal con él a mi lado.

  • Bien –dije, tratando de relajarme–. Una cerveza está bien.

  • Linda –rió–, aunque quisieras otra cosa, aquí sólo venden cerveza.

No pasó mucho tiempo cuando llegaron los amigos de Leo, como él decía que le dijera, al bar. Me los presentó, interactué con ellos, simpaticé con sus manías y me sentí tan a gusto, que no me quería ir jamás de allí.

Las cervezas iban y venían, hasta que alguien robó mi atención. Para mi desgracia, mujer tenía que ser. Saludó a los amigos de Leandro y a Leandro.  Me miró a mí y me sonrió. También le sonreí.

  • Carmen, un gusto –dijo, extendiéndome la mano.

  • Cristina –respondí, tomando su saludo.

Carmen tenía un tatuaje en torno a todo el brazo izquierdo. Me pareció que era algo simbólico porque no lo logré interpretar. Sus cejas eran pobladas y oscuras, de piel blanca y labios finos.

Las horas seguían pasando y estaba eufórica. Ya no recordaba la tristeza de Pamela y mucho menos la indiferencia de Alfonsina. Como a eso de las diez de la noche decidimos ir a otro sitio. Leo ofreció su casa y todos optamos felices. Salimos del bar entre risas y nos montamos en el cacharro de Leo. Me fue inevitable no sentirme una inocente frente a todos éstos. Ellos andaban en los veinte o más. Yo sólo contaba con mis diecisiete años.

En menos de una hora todos bajamos riendo y cantando: ‘’Lo mismo que me gusta de ti, es lo mismo que odio de ella… ‘’

Leo sacó las llaves y al ser Carmen y yo las únicas mujeres, nos volvimos cómplices y juguetonas. Distraíamos a Leo para que se le olvidara que llave había ya probado y equivocarse. Sus demás amigos, todos hombres, reían. Finalmente dio con la llave correcta y entramos.

Su casa era amplia y se respiraba un ambiente tranquilo.

No tardaron en bajar el estéreo a la sala y colocar música. Mientras los demás iban a no sé dónde por más alcohol, me quedé a solas con Carmen.

  • Carmen, ven siéntate a mi lado y platícame de ese tatuaje que tienes en el brazo –dije.

Oh, no, comenzaba a ponerme impertinente.

Ella rió:

  • ¿Qué quieres saber de él, Cristi?

  • TO-DO –dije, riendo–. ¿Qué significa?

  • Es algo más bien confidencial. Tal vez algún día, en algún momento, te diga –respondió.

O soy yo o, su voz es muy profunda  y sensual o me está tirando los tejos.

Caminó hacia mí y se detuvo a un metro de donde yo estaba sentada.

  • Pero mira, tengo otro acá –se levantó su delgada camiseta y me mostró un rostro tatuado en el costado de su abdomen.

  • Ohh – exclamé.

Lentamente fui acercando mi mano a su cuerpo para sentir la textura, o qué sé yo, del tatuaje y escuchamos un carraspeo de garganta. Rápido miramos de quien se trataba y era nada más y nada menos que Alfonsina. Entonces todo encuadró en mi mente: Alfonsina es hermana de Leandro y por lo tanto ella también vive, duerme, aquí. Vaya suerte.

  • ¿Qué haces aquí? –dijo, Alfonsina.

¿Ehh? ¿Me estaba hablando a mí? ¿Y por qué demonios me hablaba a mí, así?

  • Vine con tu hermano y los demás –respondió Carmen.

Puta. Ni en estos momentos Alfonsina se puede dirigir a mí.

Me pasé los dedos por el cabello y miré a otro sitio. Este no era parte de mi territorio y me sentí muy débil y susceptible. Me dolió más que nunca que Alfonsina jamás se dignara a hablarme. Digo, tampoco soy la persona más interesante ni más hermosa de este país, pero me considero atractiva, llamativa.

Me puse de pie porque escuché las voces de los demás y los vi entrar con cartones de cerveza y unas cuantas botellas de tequila y de ron. Yo odiaba el ron.

  • ¡Hey! –exclamó Leo, alegre–. ¿Qué haces despierta tan tarde, bella?

Leo caminó hacia nosotras, me sonrió y tomó de la mano.

  • Te presentó a Cristina –dijo–. También va en la prepa.

Alfonsina pasó su mirada por mí y no dijo nada. Se dio media vuelta y regresó por donde vino. Sentí unas finas ganas de gritarle que era una imbécil, que no me merecía ser tratada así. Vieja amargada.

  • No le agradó verte, Carmen –comentó, Leo.

  • Supongo –dijo.

Regresamos con los demás y nos sentamos en círculo sobre el piso. Volvimos a beber, a beber y a beber y, una vez más, comencé a maquilar cómo acercarme a Alfonsina.

  • Voy al baño –dije, levantándome.

  • ¿Quieres que te lleve o que te acompañe Carmen? –preguntó Leo.

  • Sí, vamos, te acompaño –confirmó Carmen.

  • Eh, no, yo voy bien. Está allá arriba, última puerta a la derecha, ¿cierto?

  • Sí, el de acá abajo lo están remodelando. Pero ten cuidado con mi hermana –decía Leo–, no te la vayas a encontrar en el camino y…

Leo hizo una seña y yo asentí.

Comencé a caminar e iba con un paso aquí y otro por allá. Terminé de subir las escaleras y todo razonamiento se esfumó. Olvidé que pasillo tomar y, peor aún, olvidé cuál era mi derecha. Me quedé unos segundos analizando profundamente sobre qué significaba ir a la derecha y por qué demonios debía tomar ese camino, y si la derecha era realmente lo que era. Cosas de ebrios.

Tomé razón por ir por el pasillo más oscuro y toqué en la primera puerta.

  • ¿Hay alguien? –dije. Nadie respondió.

Continué a tientas hasta topar con una segunda puerta ya casi al final del pasillo.

  • ¿Hay al…? –no terminé de preguntar cuando se abrió la puerta.

Extendí mis manos y acaricié un rostro.

  • ¿Quién es? –pregunté.

Escuché un suspiro de molestia y quitaron mis manos.

  • ¿Qué quieres aquí? –dijo.

Esa voz la reconocía. Alfonsina. Era mi Alfonsina.

  • Eh… yo…

  • La fiesta es allá abajo, no aquí.

  • Yo… sí… Estaba buscando… Y no lo encontré… ¿Te puedo hacer una pregunta?

Me recargué deliberadamente en la pared de frente a la puerta y la logré ver mejor.

  • Quiero descansar. Anda, baja –respondió, resignada.

  • Tu cabello es muy clarito y muy bonito –dije.

Di esos pocos pasos que me distanciaban de ella y pase mi mano por el borde de su rostro, acariciándola.

  • ¿Qué haces? –dijo Alfonsina.

  • ¿Por qué nunca me miras? – susurré, acercándome a ella–. ¿Por qué…? –murmuré, cada vez más bajito, cada vez más cerca de ella.

Mi cuerpo todo latía con fuerza.

Alfonsina dio un paso hacia atrás y yo me quedé en mi posición de estúpida.

  • Porque no te soporto. Disculpa, pero no te soporto a ti ni a ninguno de tus amigos, que se creen con el derecho de juzgar las preferencias de los demás.

  • Pero…

  • Cada que tenías oportunidad te reías en mi cara y ahora vienes y pretendes acercarte a mí. ¿Y luego qué? ¿También te vas a reír? Lo mejor será que ya te vayas –lo dijo con tanta firmeza que sólo logré dar un paso hacia atrás para que ella cerrara la puerta.

Tardé en reaccionar y regresé lentamente con los demás. Me sentí como cuando le declaras a alguien tu más puro amor y éste te dice: ‘’Lo siento, pero me gusta tu amiga y no tú. ‘’ Esta escena no se le parecía ni un poquito, pero me sentí así.

Le dije a Leandro que ya me tenía que ir y él preguntó que qué me había pasado.

  • Nada –le dije–. Mi mamá me marcó y dijo que a qué hora voy a volver.

  • Bien, deja me tomo este trago –lo dijo y se vació lo que restaba del vaso, en su boca– y nos vamos –rió–. Ay, creo que ya me lo tomé. Bueno, ya, vámonos.

Miré a Leandro y a los demás, y sinceramente ninguno se veía en condiciones de conducir.

  • Sabes –dije–, le dije a mi mamá que me quedaría con unos amigos. ¿Me puedo quedar a dormir aquí, cierto?

  • ¡Claro que sí! –exclamó Leo y se acercó para darme un beso en los labios. Le sonreí y le negué con la cabeza.

  • Aún no es el momento, Leo –le dije.

Leo me sonrió con esa sonrisa maliciosa que tiene y dijo:

  • Ya vendrás tú por mí, chiquita.

Me reí y él rió conmigo.

La noche siguió corriendo y cuando vimos ya era la una de la mañana. A esa hora Carmen estaba sentada a mi lado y le dio un gusto por secretearse conmigo. Me hablaba cerquita y me sonreía: ‘’Pero qué bona es esta niña –pensaba. ‘’

Propusieron un juego:

  • Verdad o castigo –propuso uno de ellos.

  • Eso no es justo –Carmen se quejó–. Sólo somos dos mujeres y ustedes son… son siete.

  • Hay que armar equipos, entonces –propuso Leo.

En total éramos nueve y un equipo tendría un integrante de más. En un equipo estaba Carmen y en el otro yo. Leandro estaba de mi lado, pero el equipo de Carmen fue el que tuvo el integrante de más.

  • Nos toca iniciar a nosotros –dije, divertida.

  • Te los dejo –concluyó Carmen.

Me reuní con mi supuesto equipo para ponerles un castigo o hacerles una pregunta general.

  • Tú pregunta o ponles el castigo que quieras, Cristi –dijo Leo–. Inicia tú, nena.

Me reí y pensé rápido.

  • Cada uno responda, ¿cuántas veces se han enamorado?

Todos reímos y cada uno respondió:

  • Dos.

  • Igual dos.

  • Siempre.

  • Una vez –dijo Carmen.

  • Yo no me enamoro –dijo el macho del equipo.

Carmen fue la que dio el castigo para mi equipo:

  • ¿Alguna vez han besado a alguien de su mismo sexo?

Me reí nerviosamente y sentí un agradable revoltijo en mi estómago.

  • No, no, no, no y no –dijo, Leo.

  • Una vez –respondí.

  • Está bien, sí –dijo uno de mi equipo.

  • ¡Claro que no! –exclamó el último.

El juego siguió transcurriendo hasta que Leo propuso que de castigo sólo las dos mujeres que estaban presentes se tenían que besar.

  • Ahhh –exclamé y reí.

  • Ahhh –Carmen exclamó, imitándome.

  • O –dijo Leandro– la primera que le logre robar un beso a mi hermana, le regalo dos boletos para La Casa de Tía Chona para este viernes que viene.

Carmen y yo nos miramos.

  • Pero yo ya he besado a tu hermana muchas veces –dijo Carmen.

Ese comentario me desorbitó totalmente, pero no escuché más y me eché a andar hacia las escaleras.

  • ¡Eso es trampa! –escuché gritar a Carmen, pero yo ya las iba subiendo.

Terminé las escaleras y recorrí una vez más el pasillo oscuro; corrí a la segunda puerta y la abrí de golpe. La luz de la ventana iluminaba un poco de la habitación y vi que la cama estaba debajo de la ventana. Caminé rápido hacia la cama y destapé a Alfonsina. Ella se removió y yo escuché pasos por el pasillo: Carmen, pensé. Me fui acercando torpemente a ella y cuando creí estar cerca de sus labios, Carmen se lanzó sobre mí y caí horizontal en la cama.

  • ¡No! –exclamó Carmen.

No me había dado cuenta pero las dos caímos sobre Alfonsina. Carmen se movió hasta llegar a la altura de Alfonsina, que para esas alturas nos estaba mentando toda nuestra madre, y la calló. La besó y le calló la boca.


No sé qué decir por todo este tiempo que he tardado en publicar. Disculpen y muchas gracias a los que me han mandado correos (bienvenidos sean) y los que me leen y y comentan. Un abrazo!