Es lesbiana! (4)

Me hacía temblar.

  • Voy a comprar una botella de agua. ¿No quieres una, amor? –dijo Joaquín.

  • Sí. Al tiempo, por favor –respondí.

Joaquín se metió a la tienda mientras yo lo esperaba en la entrada. Me recargué en la pared y cerré los ojos. No quería pensar en nada, pero la mirada de Alfonsina se reflejaba una y otra vez. Una y otra vez.

  • Listo –llegó Joaquín.

Me sobresalté un poco: No tardaste.

Joaquín me dio la botella de agua y continuamos caminando hacia la escuela. Hoy era lunes, primer día de clases y último año en la preparatoria.

  • Ya me voy, amor –le dije a Joaquín, mirando mi horario.

  • Te acompaño –dijo Joaquín, sonriendo.

  • Bueno.

Antes me cautivaban los ojos y la sonrisa de Joaquín, pero últimamente su encanto se había reducido a cero. Tal vez no era él, era yo que ya estaba aburrida de esta misma relación. Cinco meses con él ya eran mucho.

Tan aburrida estaba de él, que ya estaba pensando en mujeres. Me reí. No, no. Yo no estaba pensando en mujeres, estaba pensando…

  • Joaquín…

  • ¿Qué pasa? –dijo mirándome.

Nos detuvimos en la puerta de mi salón de clases. Era ahora, o nunca. Bueno, no tanto así como nunca, pero después no me daría el valor de hacerlo.

  • Ya no quiero estar… contigo –dije, y miré para otro lado.

Rió incrédulo.

  • ¿Cómo? –dijo–. ¿Me estás terminando?

  • Sí.

Cuando mi mirada estaba lejos de este momento, cuando estaba por decirle que era una broma, la vi. Algo en mí explotó y sentí cómo mi pecho comenzaba a bombear con prontitud. Rápido. Rápido.

  • Cristina, no…

Alfonsina venía en esta dirección, distraída. Me pasé la mano por el cabello y me lo acomodé de lado. ¿Y si no lucía tan bien como para que ella me mirara en este momento?

  • Joaquín, lo siento.

Alfonsina estaba más cerca y rápido entré a mi salón. Con prisas, y sin saber por qué, busqué un asiento en las primeras filas. Me senté agitada y nerviosa. Vi pasar a Alfonsina y se siguió derecho al salón contiguo. Joaquín ya no estaba.

Me cubrí la cara con las manos y suspiré con frustración. ¿Qué me estaba pasando? Más absurda no podía ser.

Conservé la postura de  la cara cubierta, mientras la imagen de Alfonsina y sus cabellos claros  me inundaban.

Alguien preguntó por el asiento de al lado.

  • ¿Está ocupado? –preguntó.

La miré y murmuré que no. Quité mis cosas y le dejé el lugar vacío.

El profesor llegó y tuvimos la primera clase. Al cambio de clase (y de salón también) quise mirar al salón, al que intuí, entró Alfonsina. ‘’No mires. No mires –me repetía, y miré. ‘’ Volteé la cara y la puerta del salón seguía cerrada. Aún no salían. Suspiré de nuevo y caminé a mi siguiente clase.

  • Hola, ¿a qué salón vas? –dijo la misma chica que preguntó por el asiento a mi lado.

Le respondí y ella dijo que iba a la misma clase. Le sonreí y ella sólo amplió su sonrisa.

  • ¿Cómo te llamas? –preguntó.

  • Cristina, ¿y tú?

  • Lucía.

Continué platicando con Lucía de las clases, de cómo jamás antes la había visto por la escuela, y más.

Las siguientes clases continuaron, y descubrimos con sorpresa que todas las asignaturas las teníamos por igual.

Por la tarde, cuando ya estaba finalizando la última clase, decidí no ir a El lugar. Allí estaría Joaquín y sería de lo más incómodo. Pero antes recibí un mensaje de Pamela, que me preguntaba en dónde estaba. Le dije dónde la encontraba, y al finalizar la última clase la vi.

Pamela me encontró con un abrazo muy apetitoso. ‘’Apetitoso’’, me reí. Me abrazó y dejó sus labios en mi cuello. Mi cuerpo reaccionó haciéndome temblar.

  • Hueles bien –dijo Pamela, separándose de mí.

Le sonreí y me dio un beso en la mejilla.

  • Hola –dije como idiota.

En eso recordé a Lucía, y las presenté. Lucía se despidió de nosotras y yo me quedé con Pamela. Caminamos hacia la salida mientras hablábamos.

  • Terminé con Joaquín –le dije.

  • Eh… ¿qué bien? –dijo, sin saber qué decir.

  • Creo que ya era hora.

Los días siguieron pasando y mis dudas iban en aumento. Creí con vaga certeza que dejar a Joaquín fue lo que desencadenó cada uno de mis temores, cada una de mis dudas. No lo pensaba buscar para volver con él, claro que no, pero tenía que buscar otro distractor que no fuera Pamela.  Pamela era quien me hacía dudar de mí. Le dio por jugar con mis sentidos y con mis emociones. Y por el otro lado, muy por el otro lado, estaba Alfonsina. Comencé a asimilar mis patéticas reacciones hacia/por Alfonsina como naturales. Ella era muy hermosa, y para mí era como un objeto estético. Mi objeto estético. No más. Pero eso no evitaba que sintiera desesperación por la indiferencia de Alfonsina. Alfonsina no me miraba ni por error y eso de alguna manera me hería. Y la desesperación también era provocada por buscar constantemente que ella me mirara.

  • Hay fiesta en mi casa este viernes –me decía Auro.

Fiesta. Auro. Fiesta en casa de Auro.

  • Suena bien –le dije.

  • Sí… Oye, pero también va a ir Joaquín. ¿No hay problema?

  • No. Supongo que no.

Invité a mi grupo de amigos que ya había conformado en las clases, y todos dijeron que sí. Pero en ese grupo de amigos había un tipo, de nombre Carlos, al que le gustaba. Cada que tenía oportunidad, Carlos me lo daba a entender. A mí me parecía que lo conseguiría muy fácil con él, y eso me provocaba aburrimiento.

  • ¿Puedo pasar por ti a tu casa? –preguntó Carlos.

  • Pero ni siquiera sabes en dónde vivo –le dije y me reí.

  • Me gusta tu risa –dijo él.

Me reí de él y negué con la cabeza.

  • No, Carlos, ya quedé con Lucy. Ella va a pasar por mí.

  • Está bien –respondió.

Le hice señas con los ojos a Lucy, que estaba sentada unas bancas delante de nosotros, para que se acercara.

  • ¿Nos vamos? –dijo ella.

  • Sí, Lucy.

Lucy me estiró la mano y yo la tomé. Salimos del salón y me encontré a Pamela que estaba platicando con la prima de Auro. Sí, Alfonsina.

Había olvidado que era lunes y que salíamos de la primera clase, y que Alfonsina tenía clases en el salón de al lado, y que Pamela le hablaba.

Mis pies vacilaron para acercarme a ellas, pero Pamela ya me había visto y me estaba sonriendo.

  • Hola, Cristi –dijo Pamela, y me dio un beso en la mejilla­–. Hola, Luciana –le dijo a Lucy.

  • Lucía, ¿sí? –dijo Lucy–. Ya te dije que soy Lucía.

Yo tenía la mirada en el piso. ¿Qué miraba? No sé; no me pregunten. Me pasé la mano por el cabello y lo agité. Eso era algo que demostraba mi inseguridad, pero que sólo yo lo sabía y que nadie más tenía que saber.

Levanté la mirada y me encontré con los  ojos de Alfonsina. Me miraba. Me estaba mirando y yo me sentía tan nerviosa.

Estaba perdida en mi inquietud y sus ojos, hasta que alguien me tocó el hombro.

  • Se te olvidó tu marcador –dijo Carlos con su sonrisita.

  • Ah, gracias –lo tomé.

En ese momento Pamela se me acercó y me tomó de la mano. Cruzó sus dedos con los míos y yo la volteé a ver.

Esto me pareció un momento sumamente incómodo.

  • Adiós, Carlos –de nuevo lo miré.

  • Adiós, Carlitos –Pamela me repitió.

Carlos se fue y Pamela volvió a hablar:

  • Le gustas –dijo afirmando.

  • ¡¿De verdad!? –exclamé con ironía.

  • Claro.

  • Ash.

Me solté de su mano y crucé los brazos. Pamela me abrazó y me soltó otro beso en la mejilla. Levanté la vista y Alfonsina miraba a otro lado.

  • Ya me voy a mi clase –dije–. ¿Nos vamos, Lucy?

Lucy asintió y sin poder decir más, me di la vuelta para alejarme de ahí.

  • Al menos despídete –me dijo Pamela.

Alcé una mano e hice un adiós.

Llegó el viernes, el día de la fiesta en casa de Auro, y luego de la escuela me fui a mi casa. Quedé con Lucy que me pasaría a buscar para llegar juntas al lugar en donde nos encontraríamos con los demás, para luego llegar a la casa de Auro.

Al llegar a la casa de Auro, ésta estaba llena. La mayoría estaban en el patio delantero y otros tantos adentro de la casa. Inmediatamente busqué a mis amigos de El lugar, que hace tanto tiempo que no los veía por evitar encontrarme con Joaquín. Los vi a lo lejos y ellos me vieron a mí. Me sonrieron y me acerqué a ellos. Los saludé, me saludaron, no saludé a Joaquín, él tampoco, me fumé un cigarrillo con ellos y regresé con los demás. Destapamos una botella de vodka e iniciamos nuestro trayecto a beber.

Bebí una, dos, tres; destapamos otra botella; bebí cuatro, cinco, siete, y luego perdí la cuenta. Me quité el suéter y quedé con una camiseta delgada.

La música estaba prendida, el alcohol me prendía y todo estaba movido. Carlos se me acercó y no me dejaba de hablar muy cerca, entonces sentí unos brazos que me rodeaban por la cintura. Sentí un escalofrío de excitación al sentir que su sexo me rozaba las nalgas.

  • Hola, amiga –me dijo.

Era Pamela. Pamela, la mejor amiga.

Me di la vuelta y quedamos abrazadas de frente. Me reí y me atreví a darle un beso cerca de los labios.

  • Hola, amiga –le repetí al oído.

Pamela me soltó y le habló a Carlos.

  • Hola, Carlitos. ¿No te importa que me la lleve? ¿No? Bueno.

Diciendo esto me tomó de la mano y me alejó de él.

  • Sígueme –me dijo ella.

  • ¿Adónde? –dije, sonriendo.

Ella me guiñó un ojo y eso me mató. Comenzamos a caminar para atravesar la sala y, lo que tanto había buscado, apareció. Vi a Alfonsina sentada, bebiendo de una cerveza. A su lado había una chica con la que conversaba. Ese momento fue tan rápido, que apenas y lo recuerdo.

Subimos las escaleras y Pamela me llevó por un pasillo oscuro. Sin vérmelo venir, me pegó a la pared y se me acercó. Todo era tan divertido.

  • ¿Qué haces? –le dije con diversión.

  • ¿No se ve? –rió y pegó su frente a la mía.

Metió sus manos bajo mi camiseta y acarició mi vientre. Ahh. Juntó su cuerpo al mío y sentía sus pechos en mí. Sólo estaba esperando a que me besara. Lo estaba deseando tanto como sentir sus manos en mi vagina. Sus manos ascendieron y acarició mis pechos cubiertos.

  • ¿Po-por qué no me besas? –alcancé a decir.

En ese momento sentí su mano sobre mi sexo. Me estaba tocando y yo lo estaba disfrutando como loca. Sentía un apretón, algo que se incendiaba allá abajo.

  • Porque me vas a culpar a mí –me dijo quedamente–. Bésame tú.

No la besé.

Seguí disfrutando de sus manos, y cuando Pamela buscaba desabotonarme los pantalones, escuchamos pasos y risas. Alguien se acercaba. Nos separamos y nos miramos en la oscuridad. Pamela me tomó de la mano y corrió conmigo hasta el final del pasillo. Allí estaba el baño.

Encendimos la luz, pusimos el seguro a la puerta y nos comenzamos a reír. Me acerqué a ella y le di un beso en los labios. Sus labios eran tan suaves y húmedos. Luego me hice la desentendida y me comencé a arreglar frente al espejo. Mis ojos estaban repletos de insensatez, pero no me importó. En ese momento no me importó.

  • Sí, como te decía, el maestro me sacó de la clase –comencé a decir y abrí la puerta.

  • Ah, aja, y qué más –me siguió Pamela y salimos del baño.

Afuera había unas tres personas que venían llegando. Seguí conversando con Pamela casualmente y ya cuando regresamos al centro de la fiesta, sólo nos miramos y yo reí.

  • ¿Amigas? –le dije y le tendí la mano.

  • No –rió y se alejó de mí.


Oigan, agradezco a aquellos que me han mandado sus correos y que me escriben. Un abrazo!