Es lesbiana! (12 y último)

Yo sólo moría por volver a estar con Alfonsina.

*Habían sucedido muchas cosas desde las vacaciones de fin de año: el festival fuera de la ciudad en donde

Alfonsina

mostró por primera vez interés en mí, las disculpas de

Pamela

y nuestra amistad reformulada, la fiesta de

cumpleaños de

Alfonsina

en donde ella volvió a ser la novia de Carmen, mis encuentros casi sexuales con

Pamela

, mi aceptación como

bisexual y, casi por el último, mi fiesta anticipada de cumpleaños en donde conocí

al

nuevo novio de

Pamela

que marcó

una separación definitiva entre nosotras

, luego el primer beso

que tuve con

Alfonsina

que resultó memorable,

mi encuentr

o sexual con ella en su habitación y, por último, de

l lugar de donde ahora salía, el final de mi relación con Leo.*

Después de salir de la casa de Leo,

me concentré en disipar cualquier pensamiento que me hiciera cambiar de idea

. Era seguro que yo ya no quería estar a su lado

, ya no me sentía cómoda

y

no me obligaría a mi infelicidad con tal de guardad su comodidad

. Con

estos pensamientos

c

omencé

a camina

r con la intención de ir hacia mi casa, pero en el camino se me presentó una tentación: la calle que me desviaba directo a la casa de

Pamela

. Sin pensarlo mucho fui hacia su casa y, doblemente insensata, toqué el timbre. Mientras esperaba me pasaba los dedos por el cabello para acomodármelo de un solo lado. Cuando su mamá me abrió, hice un esfuerzo por hablar coherentemente, porque aún se me enredaba la lengua por todo lo bebido la noche anterior.

— Buenas noches, señora —dije—, ¿está

Pamela

?

— Buenos días,

Cri

s

ti

, buenos días —dijo, corrigiéndome.

— Sí, perdón, buenos días.

Y dime Rosa

dijo con familiaridad

, no señora.

Le sonreí y le dije que sí, que se me olvidaba.

Pamela

está en su cuarto —dijo

la señora

Rosa.

— ¿Puedo subir?

Rosa sonrío y dijo que sí. Con lentitud subí las escaleras y cuando llegué a la puerta de su habitación dudé en tocar. ¿Para qué le diría que estaba ahí? ¿Le contaría lo de

Alfonsina

? ¿Le pediría disculpas? Eso era algo que no sabía hasta que estuviera frente a ella. Así que finalmente toqué y escuché del otro lado el ruido de una silla y luego pasos hacia la puerta. Cuando

Pamela

abrió, iba a decir algo, pero cuando me vio, me miró sorprendida.

— Hola —dije.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó.

— Sólo quería saber si estabas bien —comenté un poco nerviosa—. Ayer te fuiste y ya no supe nada de ti.

— Sí, me tenía que ir —respondió, dejando las palabras en el aire.

Nos quedamos en silencio unos segundos y entonces le pregunté si podía pasar.

— ¿Puedo pasar?

— No,

Cri

s

ti

, lo mejor es que no.

— Está bien, sí..., está bien —hice ademán de marcharme y

Pamela

me retuvo poniendo su mano sobre mi hombro.

— Espera —dijo—, dime qué pasó ayer con

Alfonsina

.

— Nada —respondí, sin mucho ánimo.

— ¿Nada? Por Dios,

Cri

s

ti

na, tienes los labios hinchados.

— ¿Y por qué dices que es por ella? No olvides que tengo novio.

Ella no tenía que saber lo contrario.

— No te creo, no, no te creo.

— Está bien si no me crees —dije, con el mismo desánimo —, igual no importa, ya me voy.

De nuevo hice ademán de marcharme y

Pamela

me retuvo, preguntando algo que me tomó desprevenida:

— ¿Tú quieres que yo termine con Gabriel?

— ¿Cómo? —pregunté confundida.

— No te hagas, me escuchaste bien —dijo, y repitió con más énfasis:— que sí tú quieres que yo termine con Gabriel.

— No sé..., ése no es mi asunto —respondí —. Eh, lo mejor es que me vaya.

— No, espera, entra —dijo, impidiendo por tercera vez que me marchara.

Entré a su habitación y caminé a una silla de madera que estaba ahí para sentarme. De nuevo me acomodé el cabello y la miré.

— ¿Entonces? —pregunté.

— ¿Entonces? Pues entonces dime qué pasó anoche.

—Nada —respondí, al mismo tiempo que me sentía incómoda, como jamás creí estarlo frente a la persona que más había querido y

frente a la persona que más había cambiado mi vida.

Las acciones de

Pamela

se reflejaban

como un caos en mis sentimientos, pues me hería y hacía de mí lo que yo no le permitía. Pero sobre todo, aunque no lo hubiera precisado en mis pensamientos, ella no me quería como decía quererme ni mucho menos como los demás decían que lo hacía

.

Aunque quizá sí me quería un poco, quizá sí me amó por todo este tiempo —de eso no puedo estar segura—, pero no de la forma en que yo hubiera querido. Lo que más me dolía era que se hubiera burlado de mí y por esa razón —y por muchas otras— no pensaba quererla por más tiempo en mi vida.

— Sabes —seguí hablando, sin dejarla decir algo—, mejor me voy.

Me levanté de la silla y la miré. Ella se quedó en silencio un momento y dijo que estaba bien. Caminó conmigo unos pasos hasta la puerta de su habitación y al salir me di la vuelta para despedirme de ella.

Pamela

estaba parada bajo el marco de la puerta y me miraba.

— Lo mejor es que ya no nos veamos,

Cri

s

ti

—dijo—. Discúlpame, de verdad discúlpame, por lo de ayer

y por

todo lo que hice.

— Vaya, de verdad te arrepientes—respondí, evitando mi cercano drama—. Es por él, ¿no?

— No..., no sé,

Cri

s

ti

. Tal vez sí, porque cuando estoy con él, no quiero estar con nadie más.

— Pero cuando yo estaba con Leo a ti no te importó que yo solo quisiera estar con él.

— ¿Estás buscando culpables? No olvides que cuando a ti se te daba la gana me dejabas por él.

Me quedé con la boca cerrada porque sabía que tenía razón.

— Y tampoco olvides que yo nunca te obligué a nada—continuó.

— Sabes, es que te mentí —dije, sin otra intención más que mostrar mi reluciente inmadurez—, ayer sí estuve con

Alfonsina

—conté, mostrándole mi mano derecha y moviendo mis dedos—. Recuerdo que te gustaba, ¿tú llegaste a eso?

Pamela

se quedó en silencio mirándome, a la vez que miraba mi mano y me volvía a mirar.

— ¿De verdad? —preguntó.

— Sí, no te miento.

— Qué estúpida —dijo de forma seca y me cerró la puerta en la cara.

Me quedé con la mano levantada y con la sensación de estúpida en el pecho. Me pasé los dedos por el cabello y me sentí la persona más inmadura del mundo. ¿Qué ganaba buscando herirla? ¿Cómo podía pasar tan rápido del plano de víctima al de malvada? No esperé a tocar la puerta, sino que directamente abrí y entré.

Pamela

estaba sentada de frente a mí sobre la cama y me miraba con esa mirada conocida de coraje.

— Vete,

Cri

s

ti

na, no quiero verte.

— ¿Por qué? ¿Por lo que pasó con

Alfonsina

? Pensé que querías saber.

— No lo hiciste sólo por eso, te conozco, así que vete.

— Está bien, de todas formas ya no nos vamos a volver a ver —dije con seriedad—. Y no vayas a decirle a

Alfonsina

lo que te dije.

Salí de nuevo de su habitación al mismo tiempo que cerraba con fuerza la puerta. Bajé las escaleras con prisa y me encontré a su mamá que venía de la cocina.

— ¿No te quedas a comer? —preguntó—. Ya casi está la comida.

— No, Rosa, gracias, me esperan en mi casa.

Me despedí con prisa de la mamá de

Pamela

y me fui rápido de ahí. Me sentía muy

estúpida

y fui lo más rápido que pude hasta mi casa. Cuando llegué no me importó siquiera si estaba mi mama o mi papá, subí directo a mi habitación y me tiré en la cama. Era cierto, verdaderamente cierto, probablemente no volvería a ver a

Pamela

. El semestre estaba por terminar, sólo restaba la última semana de clases normal y, para los que se fueran a final, las clases extras, y todo terminaría. Todos nos iríamos directo a la universidad y eso implicaría no verla más. Ni a ella ni a

Alfonsina

. Ni a

Alfonsina

, qué realidad tan fría, pensé, pues ahora que por fin se había hecho realidad lo que tanto deseaba no la volvería a ver. Ella no dejaría a Carmen y yo no la volvería a ver. Y no sólo no la volvería a ver, sino que jamás la volvería a besar. Me quedé dormida pensando en todo lo que haría por volverla a besar.

Desperté en la noche y aún no había señales de mis papás, así que me levanté a dar un baño e inmediatamente regresé a la cama para seguir durmiendo. El fin de semana pasó pésimo: mi mamá estaba enojada conmigo, no me perdonaba que no hubiera regresado a la casa ni aunque lo hubiera hecho porque se trataba de una ocasión especial y decía que tenía un buen castigo para mí. No me imaginaba qué podía ser, pero no podía ser peor de lo que recién había vivido con

Pamela

. Aunque, tenía que confesarlo, el puro recuerdo de

Alfonsina

apaciguaba cualquier mala situación.

Finalmente llegó el lunes, el inicio de la última semana normal de clases, y salí de mi casa para la escuela sin mucho ánimo. No quería ver a nadie y no sabía cómo debía reaccionar si me llegaba a encontrar a

Alfonsina

o a

Pamela

. Suponía que a

Pamela

la tendría que ignorar y a

Alfonsina

la tendría que saludar normal. O al menos eso trataría.

Llegué a la escuela cuando ya había aclarecido y caminé hacia mi salón de clases sin mirar hacia ningún sitio. En el camino vi a Lucy que iba unos pasos delante de mí y la alcancé hasta llamar su atención. La saludé y ella me preguntó por la fiesta.

— Bien, fue bien, ya sabes, todo normal —respondí—. Debiste ir —comenté por su ausencia.

— Pero no podía, ya sabes —respondió—. Además este viernes es la fiesta de graduación y ahí sí te veré.

Era cierto, este viernes era la fiesta de graduación de los de mi generación. En este tipo de eventos se organizaban dos fiestas  en donde cada persona decidía a cuál ir. Sinceramente yo no tenía ánimos de ir a ninguna y no eran mucho de mi gusto ese tipo de fiestas.

— Ah, sí, eso —dije—, no creo ir. Mi mamá está enojada porque no regresé el viernes a mi casa y no creo que me deje ir.

— ¡Pero es la fiesta de graduación! —exclamó.

— Pues sí, pero ni modo.

Alcé los hombros y continuamos hacia el salón de clases. Cuando llegamos aún no llegaba el profesor, así que seguimos platicando de otras tantas cosas banales, al mismo tiempo que yo no perdía la oportunidad de mirar hacia la entrada por si pasaba

Alfonsina

. El profesor llegó y cerró la puerta tras sí, y en ese momento perdí la esperanza de verla. Al finalizar la hora

salí del salón con Lucy y otros compañeros hacia la siguiente clase. Evité con un gran esfuerzo mirar hacia atrás porque podía estar

Alfonsina

y podía darse cuenta de que la buscaba constantemente. Para mí era mejor mirarla de lejos sin que lo notara que mirarla a los ojos y que descubriera cómo me hacia sentir.

Cuando íbamos caminando les dije a los demás que se adelantaran porque iba a pasar al sanitario. Ellos dijeron que me esperaban, así que apurada entré a orinar y frente al espejo rápido me lavé las manos y me acomodé el cabello, por si me encontraba a

Alfonsina

, recuerdo que pensé. En el momento en que estaba a dos pasos de salir, entró

Alfonsina

y me miró, se pasó los dedos por el cabello y me volvió a mirar. La miré un momento que me pareció eterno por lo lindo y salí sin detenerme a saludarla. Caminé hacia los demás y me abracé inmediatamente a Lucy, no sabía lo que sentía ni cómo actuar frente a eso y una especie de culpa me estaba devorando el alma.

— Pero qué sorpresa —dijo Lucy—, nunca me abrazas.

— Claro que sí lo hago — comenté luego de separarme de Lucy.

El resto del día me la pasé recordando la mirada de

Alfonsina

y pensando en lo mucho que deseaba volver a tenerla cerca. Pero esos pensamientos armoniosos se veían interrumpidos por el recuerdo de

Pamela

que venía a destruirlo todo.

Pamela

destruía absolutamente todo con su aparente madurez, porque cuando deseaba que me respondiera mal, que actuara represivamente contra mí, que me hiciera una mala jugada, no hacía nada, simplemente decía unas cuantas palabras sin alterarse y me dejaba con la sensación de culpa a mí. Era tan injusta.

— ¿Nos vamos? —preguntó Lucy en la última clase.

— Sí, vamos.

Salimos del salón hacia la salida y necesariamente tuvimos que pasar por El Lugar, ese sitio donde antes me reunía con mis amigos.

— Voy a pasar a saludar —le dije a Lucy—, ¿me acompañas?

— No, me tengo que ir —respondió—. Mejor mañana nos vemos, cumpleañera.

Para quien lo hubiera olvidado, mañana era mi verdadero cumpleaños. Mis dieciocho años formales. Me acerqué a mis antiguos amigos de fiesta y escuela y les di un abrazo. Ellos me dieron la bienvenida igual que siempre y nos detuvimos a platicar un largo rato.

— El viernes hay fiesta en la casa de David

—dijo Martha—, ven, será como nuestra fiesta de graduación.

— Suena bien —comenté—, pero no creo, estoy castigada.

— ¿Y desde cuándo te importa eso,

Cri

s

ti

? —preguntó un amigo riendo.

— ¿Sí verdad? —respondí riendo.

Y era cierto, desde cuándo me importaba eso.

— ¿Entonces vienes? —volvió a preguntar Martha.

— Trataré, no aseguro nada.

— ¿O tu novio te regaña? —comentó Joaquín, mi exnovio.

Pensaba decirle que era un idiota por hacer comentarios tan infantiles, pero igual no dije nada de eso.

— No, no me regaña —respondí—. Bueno chicos, ya me voy.

Me despedí con un abrazo de cada uno y de Joaquín solo me despedí diciéndole adiós. Fui hacia la salida, pero antes de salir

tenía que pasar por la explanada principal donde se juntaban muchos alumnos saliendo de clases

y, por ahí, pasé con mucha precaución. Busqué con la mirada específicamente a

Alfonsina

, pero no la encontré, así que me fui. Llegué a mi casa temprano y ahí estaban mis papás.

— Buenas tardes —dije cuando los vi.

— ¿Vas a comer? —preguntó mi mamá.

— No tengo hambre —respondí—. Voy a estar en mi cuarto.

Subí las escaleras y al entrar a mi habitación me tiré a la cama con cansancio. Me quedé mirando el techo pensando en

Alfonsina

, en que debí haberla saludado y no simplemente pasar a su lado como si no la conociera. Después de algunos debates internos me dispuse a hacer la tarea y a terminar trabajos atrasados. Así pasó el resto de la tarde y, sin percatarme, hasta entrada la noche. Pasada la medianoche recibí una llamada de un número desconocido y, dudando un poco, decidí responder.

— ¿Sí?

— Hola —dijo una voz femenina del otro lado de la línea—, soy

Alfonsina

.

—Ah, hola —respondí, poniéndome inmediatamente nerviosa.

— ¿Cómo estás? —preguntó.

— Bien, gracias. ¿Tú cómo estás?

— Bien, gracias. Llamaba para felicitarte —dijo, y completó:— como me dijiste que hoy era tu cumpleaños.

Yo no recordaba haberle dicho que precisamente hoy era mi cumpleaños, pero su solo acto me conmovió hasta las entrañas. El recuerdo de sus labios unido al tono de su voz que escuchaba en ese momento, hizo que me replanteara si yo valía la pena después de lo mucho que me reí de ella.

— Ya es martes —respondí, sin saber bien qué decir—, sí, hoy es mi cumpleaños, gracias.

— Sí, bueno, eso era todo.

— Eh, espera —hablé y detuve el momento—, discúlpame por no saludarte en la mañana.

— Está bien —dijo—, te entiendo.

— ¿Me entiendes?

— Eh, sí.

— ¿Por qué? —pregunté extrañada.

— No sé... —dudó un poco en continuar—, pienso que me tienes miedo.

— No —respondí de prisa—, no te tengo miedo.

— Discúlpame por lo que hice —dijo, y yo pensé en que no quería más personas que se disculparan—. No estuvo bien lo que hice, me dejé llevar y

— Sí, está bien, te entiendo —hablé interrumpiéndola—. Tú estás con Carmen y no quieres estar con nadie más, ya me lo has dicho.

— Sí —respondió—, lo siento.

Eso fue lo que más me lastimó: que mantuviera la postura de sólo quererla a ella.

— Además —dije en tono bromista para que no notara mi desánimo—, fui yo la que hice todo, tú me deberías temer a mí.

— Yo no te tengo miedo —respondió, dejando la frase a medio decir—. ¿Te arrepientes? — preguntó continuando.

— No —respondí—. No me arrepiento, lo volvería a repetir —hablé, no creyéndome capaz de decir eso.

Alfonsina

se quedó en silencio y yo no sabía cómo interpretar eso.

— Lastimaríamos a Leo —habló finalmente.

— Yo ya no estoy con Leo —confesé.

Quería decirle que entonces ya no podíamos lastimarlo, que a mí no me importaba cómo estuviera, que yo solamente me moría por volver a estar con ella, pero me detuve, porque inmediatamente terminaría con la dignidad que tenía, si es que tenía.

— Pero yo sí estoy con Carmen —dijo, cortando esta conversación.

— Sí —respondí.

— Adiós,

Cri

s

ti

na —dijo, casi por último.

— Es la primera vez que me llamas por mi nombre —comenté, riendo con tristeza.

— No, ya lo había hecho.

Me reí y me despedí finalmente de ella.

Miré el número de

Alfonsina

en la pantalla de mi teléfono y me di cuenta de que ese número ya lo conocía. Sabía en dónde buscar e inmediatamente entré a la aplicación de mensajería y busqué entre todos los mensajes su número, y, claro, ahí estaba. Era aquel mensaje desconocido que decía: ¿ya me odias?

Hice un esfuerzo tremendo por recordar qué había pasado antes de ese mensaje. Recordaba que lo había leído en la casa de Leo y que

Alfonsina

estaba ahí cuando lo abrí; recordaba... recordaba que antes había bebido mucho y que también había estado Carmen. Si mal no recordaba, había sido aquel día cuando competí contra Carmen para ver quién besaba primero a

Alfonsina

. Había sido aquella noche cuando

Alfonsina

me rechazó para quedarse con Carmen toda la noche.

Decidí dejar esos pensamientos por mi bien y me dediqué a terminar lo último del trabajo que estaba haciendo. Cuando terminé me fui a cepillar los dientes y luego me fui a dormir.

— Ya me voy, mamá —dije en la mañana, despidiéndome de ella en su habitación—. Nos vemos en la tarde.

Al momento mi mamá no respondió nada, sólo me dio un abrazo y luego dijo felicidades.

— Gracias,

ma

—respondí—, pero ya me tengo que ir.

— Sí, hija —respondió.

Se alejó de mí y fue por una cajita a su buró, regresó con ella y dijo que era para mí.

— Gracias —dije, feliz—. ¿La puedo abrir ya?

Mi mamá asintió con una sonrisa y cuando abrí la pequeña cajita había una cadenita donde la mitad era de oro blanco y la otra mitad de oro dorado con

un dije colgado. La abracé con fuerza y le di un beso muy grande en la mejilla.

— También es de parte de tu papá —comentó.

— Igual gracias —respondí con la misma sonrisa—. ¿Me lo pones?

Mi mamá me puso la cadenita y luego me despedí de ella, no sin antes darle las gracias. Estaba feliz por el detalle y por su acercamiento, pues últimamente a causa de mi comportamiento nos habíamos distanciado mucho. Salí de mi casa y cuál fue la sorpresa que me llevé: ahí estaba estacionado el auto viejo de Leo. Lo primero que me vino a la mente fue huir y tomar otro camino, pero no quería sentirme tan cobarde, así que me acerqué a él. Leo salió del auto, cerró la puerta y se recargó sobre ella, al mismo tiempo que me miraba.

— Hola —dije cuando estuve frente a él.

— Hola,

Cri

s

ti

. Felicidades —dijo, moviendo sus brazos con intención de abrazarme.

Igual extendí mis brazos y nos abrazamos por un breve instante.

— ¿Te llevo a la escuela? —preguntó.

— Sí, vamos —accedí sin muchas vueltas.

Rodeé el auto por detrás para subirme al asiento del copiloto y, cuál fue la otra sorpresa que me llevé, en el asiento de atrás había otra persona. Y claro que sabía de quién se trataba, se trataba de

Alfonsina

, si no de quién más. Me hice la desentendida y abrí la puerta del auto y me subí. Leo entró inmediatamente después de mí y cortó toda posible conversación con

Alfonsina

.

— Hola —dije, a la vez que miraba por el espejo retrovisor.

— Hola —respondió, encontrando mi mirada en el reflejo—. Lo siento —dijo—, yo no quería incomodar, pero Leo me obligó a venir.

— No la puedo dejar irse sola —comentó Leo—, es peligroso.

Asentí y miré por el vidrio hacia la calle. No sabía qué decir con los dos aquí y pensaba que cualquier palabra que dijera sería interpretada de cualquier forma por Leo.

Llegamos a la prepa sin mucha conversación de por medio y Leo dijo que esperara un momento porque quería hablar conmigo.

—Tengo clase —comenté, queriendo huir.

— Yo ya me voy —dijo

Alfonsina

, bajándose del auto.

— Está bien —dije accediendo con resignación—, qué pasó.

— Quería hablar contigo de nosotros, pero veo que no te interesa.

— Yo ya te dije lo que tenía que decirte, Leo —dije mirándolo—. Ya no me siento bien contigo.

— Aunque no entiendo por qué —dijo tranquilo, mirando hacia el frente—. No hice nada que te molestara, ¿o sí?

— No, Leo, soy yo.

— ¿O quieres a alguien más?

— No, sólo quiero estar sola —respondí entre verdad y mentira. Porque era seguro que quería a alguien más, pero eso no quería decir que estuviera segura de salir de la mano a la calle con una mujer.

— No sé por qué no te creo —dijo, pensándose los dedos por los cabellos.

— Pues no me importa si no me crees —respondí—. Ya me voy —dije con intención de bajarme.

— No, espera. ¿Es por

Pamela

? —preguntó, mirándome y sosteniéndome por el brazo.

— No, no es por ella —moví mi brazo para que me soltara—. Y ya no me vuelvas a buscar.

Me bajé del auto y caminé rápido hacia la entrada de la escuela. Miré la hora y ya eran pasadas las siete de la mañana. Mi clase ya había empezado y me tocaba clase hasta el último edificio. Caminé rápido y por suerte el profesor me dejó entrar.

— Llegas tarde —susurró Lucy.

Asentí y le hice señas de que guardara silencio porque el profesor estaba dando las indicaciones para la última clase que era la siguiente.

— ¡Por fin! —exclamó un compañero cuando salíamos de la clase—. ¡Adiós preparatoria!

— Todavía quedan más clases —comenté.

— Sí, pero ya casi —respondió con la misma sonrisa.

— Por cierto —dijo Lucy—, ¡felicidades! —y me abrazó.

Cuando nos separamos, me mostró una pulsera negra y me la puso, y después me mostró su mano en donde ella tenía una igual.

— Son pulseras de la amistad —dijo sonriendo.

— Qué linda —dije abrazándola.

Luego de eso fuimos a nuestra siguiente clase. Conforme avanzaba el día, iba encontrando a personas que me felicitaban por mis dieciocho años, unas más interesantes que otras. A qué me refiero con unas más interesantes que otras, al hecho de que unas habían sido más c

ontroversiales

en mi vida que otras. El caso es el de Joaquín, mi exnovio, que me entregó una carta y una rosa roja.

— Joaquín me dio una rosa —le comenté a Lucy—, y las flores no me gustan. ¿La quieres?

— Qué cruel —comentó Lucy, tomándola.

Luego me encontré a Aurora, la olvidada

Auro

, prima de

Alfonsina

y Leo.

— Felicidades,

Cri

s

ti

—dijo, abrazándome—. ¿Festejaremos este fin?

— El viernes —respondí con una sonrisa.

— El viernes es la fiesta de graduación, mejor el sábado.

— Mejor después de la graduación vas con tus amigos a la casa de David

—dije

sonriendo

. L

a

vamos a pasar bien.

— Bien

, yo llego allá —respondió

Auro

.

La siguiente persona que me en

c

ontré fue

Pamela

. La vi a lo lejos y, sin

c

eramente, no esperaba que se me a

c

er

c

ara. Yo pensaba seguirme dere

c

ho sin saludarla, pero ella me vio y dio señal de ir ha

c

ia mí, así que me detuve para esperar a que llegara.

— Hola —dijo sin mu

c

ho ánimo.

— Hola —respondí.

— Tengo algo que darte, espera —dijo, al mismo tiempo que sa

c

aba una bolsa de plásti

c

o de su bolso.

La bolsa de plásti

c

o era negra y tenía algo dentro. Al instante

c

reí que era un regalo, pero rápido supe que no, así que o

c

ulté mi feli

c

idad.

— ¿Qué es? —pregunté.

— Mira por tu

c

uenta —dijo y me la entregó.

Deshi

c

e el nudo de la bolsa e inmediatamente re

c

ono

c

í lo primero que estaba a la vista: era un reloj de pulsera que ha

c

e tiempo le había regalado.

C

on prisa entendí de qué se trataba, me estaba regresando todas las

c

osas que le había regalado. Más al fondo habían

c

artas y otros objetos que me resultaban

c

ono

c

idos.

— ¿De verdad? —pregunté, alzando la vista.

— Sí, de verdad.

Podría decir que este momento fue la última vez que hablamos, pero no fue así.

Algún

tiempo después volvimos a coincidir, pero sucedió lo que sucede cuando una relación estalla por la velocidad que lleva: jamás volvimos a necesitarnos.

Po

c

o más tarde vi a

Alfonsina

a lo lejos. Se veía tan maravillosa

c

omo siempre la he re

c

ordado y sen

c

illamente me fue imposible a

c

er

c

arme a saludarla. Me sentía nerviosa in

c

luso de sólo verla a lo lejos y no me imaginaba a

c

er

c

arme por mi

c

uenta a saludarla. El resto del día terminó así

c

omo el resto de la semana.

Llegó el viernes de la fiesta en casa de David

y le pedí permiso a mi mamá para salir.

— ¿Puedo salir, mamá? Es la fiesta de gradua

c

ión.

Mi mamá me dejó ir, pero

c

on la

c

ondi

c

ión de que ella me iba a re

c

oger en la no

c

he.

— Pero a

c

aba hasta la madrugada, ¿no importa?

— ¿A qué hora?

— No sé —dije—, yo te mando mensaje.

Con esa promesa salí hacia la casa de David

, mi amigo de El Lugar, y en el camino compré una botella de tequila y unos cigarrillos.

Hey

—exclamó David

al abrirme la puerta—, qué bueno que viniste.

Le di un abrazo de saludo e ingresé a la

c

asa.

— Hola a todos —ex

c

lamé.

Ahí estaban todos mis viejos amigos y algunos otros rostros

c

ono

c

idos de la preparatoria.

C

omen

c

é a beber a la par que jugábamos un juego

c

on la baraja inglesa. El juego

c

onsistía en beber dependiendo del número y

c

olor que saliera en la

c

arta, y de

c

onfesar algunas verdades.

Cerca de las diez de la noche llegó

Auro

con sus amigos en una camioneta y se quedaron a seguir la fiesta, aunque no por mucho tiempo porque el papá de alguno de ellos los fue a recoger. A los pocos minutos le dije a David

que ya me iba.

— Joaquín dijo que también ya se iba —dijo David

—, espera y te vas con él. Trajo el carro de su papá.

— No, no—respondí—, ahorita le aviso a mis papás para que vengan por mí.

— No molestes a tus papás —respondió—. Él te lleva.

Yo me reí y le dije:

— Tú lo que quieres es juntarme

c

on él, ¿no?

— Sí —respondió

David

riendo.

Me reí junto

c

on él a

c

ausa del al

c

ohol, pero sin perder totalmente la

c

ordura.

— Pues no —dije—, yo me voy.

Me puse de pie y me despedí de todos con un adiós en general. Luego salí rápido de la casa de David

y comencé a caminar hacia la avenida. Estaba pensando en que era muy repentino avisarle así a mi mamá y que tendría que tomar un taxi, cuando Joaquín me alcanzó con su auto.

— Sube —dijo pasando lentamente por mi lado—, atrás también viene Lorena.

Esa

c

hi

c

a Lorena bajó el vidrio de atrás del auto y me saludó.

— Sube —también dijo.

Enton

c

es de

c

idí subir y le di las gra

c

ias a Joaquín.

— ¿Qué pensabas que te iba a ha

c

er? —dijo Joaquín riendo.

— Nada —respondí—, sólo no me sentía

c

ómoda.

Joaquín ri

o más y dijo que me llevaría a mi casa y luego a Lorena a la suya. En el camino colocó música y una de esas canciones

me recordó a

Alfonsina

.

— ¿

C

ómo se llama esa

c

an

c

ión? —pregunté.

— Eh, no sé —respondió Joaquín—, pero es de Elefante.

La

c

an

c

ión de

c

ía que la había en

c

ontrado

c

uando menos lo esperaba y que si se iba no existía nada.

— Espera, Joaquín —dije de prisa—, da vuelta en esta

c

alle.

— ¿En esta

c

alle? Pero tu

c

asa es más adelante

— Anda, da vuelta aquí.

Joaquín dio vuelta

c

omo le dije y me bajé frente a la

c

asa de

Alfonsina

. Ne

c

esitaba verla por última vez y no existiría otro momento más ade

c

uado que éste.

— Gra

c

ias Joaquín —dije despidiéndome.

Toqué el timbre de su

c

asa dos ve

c

es seguidas y po

c

o después es

c

u

c

hé pasos del otro lado de la

c

asa. Se abrió la puerta y ahí estaba

Alfonsina

. No dejé que dijera nada y hablé:

— Quería verte,

Alfonsina

...

— No puedes estar aquí —respondió con preocupación—, Leo puede llegar en cualquier momento. ¿Qué hubieras hecho si él hubiera abierto, eh?

— Pero tú me abriste, no él.

— Pero qué hubieras he

c

ho —insistió—. Entiende que no puedo ha

c

erle esto a Leo, es mi hermano.

— Pero ya se lo hi

c

iste una vez.

Lo dije más al azar que

c

omo

c

erteza. La a

c

titud de Leo,

C

armen y

Alfonsina

, y algunas

c

osas que había es

c

u

c

hado me habían he

c

ho pensar que

C

armen antes había sido novia de Leo y que

Alfonsina

se había quedado

c

on ella.

— ¿A qué te refieres? —preguntó—. ¿A lo que hi

c

imos tú y yo o a...?

No dejé que terminara de hablar y le

c

onté mis suposi

c

iones

c

omo si fueran verdades.

— A que

C

armen era novia de Leo.

— ¿Te lo dijo Leo? — preguntó.

Negué

c

on la

c

abeza.

— Pasa —dijo—, vamos a mi habita

c

ión. Leo no tarda en llegar.

Alfonsina

me tomó de la mano y me

guio

al interior de la casa.

— ¿Están tus papás? —pregunté.

— Ya están durmiendo —respondió.

Subimos las escaleras y yo me dejaba guiar por el tacto de

Alfonsina

, que era sumamente suave. Entramos a su habitación y lo primero que observé

fue la cama. Recordé la pasada noche con ella y la piel se me estremeció.

— Ahora sí dime lo que me de

c

ías allá abajo —habló

Alfonsina

sentándose sobre la

c

ama.

— Eh, que pienso que

C

armen era novia de Leo antes de salir

c

ontigo.

Alfonsina

me observó un rato y me hizo señas de que me sentara a un lado de ella.

— Ven —dijo.

Dudé un poco, pero

finalmente fui hacia ella. Me senté a su lado dejando un pequeño espacio y esperé a que dijera algo más, pero no dijo nada. Se inclinó hacia mí y pasó sus dedos por mi cabello mientras me miraba atenta.

— Estás tomada, ¿verdad? —preguntó sin apartarse de mí.

— Sí —respondí entre

c

ortadamente—, un po

c

o...

— Si no lo estuvieras, no estarías aquí —

c

on

c

luyó.

Se a

c

er

c

ó un po

c

o más y me besó. Me volvió a besar y yo

c

reía que no era posible que esto su

c

ediera. Dejé que me besara y, sin mover un solo dedo, me dediqué a sentir sus suaves labios. Me besaba

c

on pre

c

isión sin dejar de ser suave y pasaba la punta de su lengua por mis labios entreabiertos.

C

ada vez que hundía más su lengua entre mis labios, una sensa

c

ión

c

aliente llegaba a mi vientre y des

c

endía a mi sexo. La tomé de la nu

c

a y la a

c

erqué lo más posible a mi

c

uerpo para

c

ontinuarla besando. Me fue a

c

ostando en la

c

ama y quedó re

c

ostada sobre mí.

— ¿Te gusta tu regalo? —preguntó, alejándose un po

c

o y mirándome

c

on sus admirables ojos.

— ¿Éste es mi regalo? —pregunté

c

on una sonrisa—. Es el mejor de todos.

Alfonsina

sonrió y dijo en broma:

— Y es el segundo que te doy.

Supuse que el primero era haberla tenido por primera vez el viernes pasado.

— No te voy a volver a ver —dijo, a

c

ari

c

iando una vez más mi

c

abello—. Voy a irme a estudiar la universidad a otro estado.

— ¿De verdad? —pregunté

c

on tristeza.

Alfonsina

asintió y agregó:

— Pero quizá sí nos volvamos a ver,

c

uando regrese de allá.

Le di un beso en respuesta y después de ese beso nos

c

ontinuamos besando por largo rato hasta que

c

omenzó a sonar mi teléfono.

— ¿Sí?

— ¿A qué hora voy por ti,

C

ri

s

ti

? —era mi mamá.

— Si quieres ya —respondí, y le di la dire

c

c

ión de la

c

asa de

Alfonsina

—. Pero sabes, mejor sal en veinte minutos de la

c

asa, todavía estoy o

c

upada por aquí.

Colgué y volví a besar a

Alfonsina

como si el tiempo se acabara, pero ahora realmente se acababa, porque venía mi mamá y era el último día que la vería.

Alfonsina

correspondió a la pasión de mi deseo

y se volvió a montar sobre mí.

— Te quiero —

c

onfesé en un arrebato de pasión.

— Y yo a ti

C

ri

s

ti

na, y yo a ti —respondió para mi pla

c

er sin dejar de besarme.

El tiempo no duró mu

c

ho, al po

c

o rato mi mamá me estaba mar

c

ando di

c

iendo que ya estaba abajo. Le pedí que esperara y me despedí

c

on difi

c

ultad de

Alfonsina

, pero antes de no volver a verla, tenía que saber algo:

— Te puedo ha

c

er una pregunta —dije.

— Sí, dime —respondió mientras se abro

c

haba los tenis para a

c

ompañarme abajo.

— ¿Tuviste algo

c

on

Pamela

?

Alfonsina

se puso de pie y me miró.

— No —respondió, a la vez que negaba

c

on la

c

abeza—. Ella... —dijo—, no sé si de

c

ir esto —y río sin mu

c

ho ánimo—, ella te amaba.

Me quedé

c

allada mirando el piso sin saber qué de

c

ir.

— ¿Vamos? —preguntó.

Asentí y extendí mi mano para que la tomara.

— Pero eso ya no importa —dije, refiriéndome a

Pamela

.

Alfonsina

sonrió y tomó mi mano. Salimos de la habitación y

Alfonsina

murmuró que bajáramos con cuidado porque no sabía si Leo ya había vuelto a la casa. Llegamos hasta la parte baja de la casa sin ningún inconveniente y, antes de salir, me acerqué a ella para volver a besarla como si fuera mía

. Metí mis manos bajo su camiseta y acaricié su vientre.

— Qué suave eres —dije entre risas.

Nos separamos y finalmente salimos de la

c

asa.

Alfonsina

me a

c

ompañó hasta la

c

amioneta de mi mamá que estaba unos pasos adelante y saludó a mi mamá.

— Buenas no

c

hes, señora —dijo.

— Mira, mamá, ella es la hermana de Leo, se llama

Alfonsina

c

omenté.

—Buenas no

c

hes,

Alfonsina

—saludó mi mamá.

Para despedirme de

Alfonsina

la abra

c

é y le di un suave beso en la mejilla.

— Te voy a extrañar —susurré y me separé de ella.

Me monté a la

c

amioneta y

Alfonsina

esperó hasta que me subiera para

c

errar la puerta.

— Hasta luego, señora —dijo despidiéndose de mi mamá.

— Adiós

Alfonsina

—respondió mi mamá.

— Adiós

C

ri

s

ti

na —me dijo a mí—. Y yo igual.

C

erró la puerta y la vi alejarse a través del espejo.

— Es que se va ir a estudiar a otro lado —dije,

c

omentándole a mi mamá por si había notado algún

c

omportamiento extraño.

Mi mamá dijo que estaba bien y arran

c

ó la

c

amioneta.

— Para mí está bien que te diviertas—

c

omenzó a de

c

ir—, pero no para tu papá. Ya de

c

idimos que en estas va

c

a

c

iones, hasta que salgan los resultados de la universidad, te vas

c

on tus abuelos.

— Pero los abuelos viven muy lejos —

c

omenté, preo

c

upada.

— De eso se trata —respondió mi mamá.

Pensaba protestar, pero

c

reo que nada de eso serviría. Estaba

c

ons

c

iente de que me lo mere

c

ía y

c

onsideraba que quizá era lo mejor para mí en estos momentos.

Llegamos a la

c

asa pasando la madrugada y me fui dire

c

to a mi habita

c

ión a pensar.

C

oloqué toda la dis

c

ografía de Elefante que en

c

ontré en internet y me dediqué a es

c

u

c

har

c

ada

c

an

c

ión, una por una, hasta en

c

ontrar la que me había re

c

ordado a

Alfonsina

.


Siento un poco de extrañeza por publicar la última parte porque ya me había acostumbrado a pensar en que tenía que escribir algo cada cierto tiempo. De cierta forma apresuré la historia, porque probablemente no tendría mucho tiempo en publicar y no quería demorar más. Aunque tengo un poco de temor de que el formato no se publique así como lo mando, pues estuve escribiendo desde el móvil... pero espero que se publique bien.

Mando saludos a todos los que me mandaron sus correos. Y aunque no respondí muchos, siempre los leía con gusto.

Y una cosita más, al inicio de esta parte hago un recuento de lo que ha

pasado y menciono mi bisexualidad. En estos tiempos muchas personas critican las etiquetas, pero por aquí quiero defender que no está mal definirse y que es de lo más normal.

Saludos :)