Es lesbiana! 10

Ves cómo sí quieres.

Fue hasta las once de la mañana que logré encontrar a Alfonsina. Ella estaba sentada bajo un árbol tomando de una botella de agua y, desde luego, mostraba un semblante tranquilo. Alfonsina me miró y yo titubeé para acercarme. Cuando finalmente llegué y quedé de pie delante suyo, torpemente me senté a su lado. Ella me sonrió juntando sus labios que estaban húmedos y yo le devolví la sonrisa más dulce que pude.

-         Hola -dije, saludándola por enésima vez en la mañana.

-         Hola -respondió, con su misma sonrisa.

Ahora que estaba ahí con ella, no sabía concretamente qué decir. Sabía que tenía que decir algo, pero no tenía idea de cómo comenzar. Así que comencé con lo básico:

-         Hace un poco de frío, ¿no?

-         Sí, un poco -respondió.

Entonces el silencio reinó el lugar.

-         Leo me comentó que regresaste con Carmen -comenté, tratando de sonar casual.

-         Eh, sí.

-         Ahh...

Entonces el silencio volvió a reinar el lugar.

-         No quieres hablar conmigo, ¿verdad?  -pregunté con mucho valor.

Porque, después de todo, valor jamás había tenido.

-         No, sí.

-         Es que parece que no -dije, evitando bajar la mirada y haciendo todo lo posible por mirarla a los ojos.

-         Sí, sólo que pensé… no sé… pensé que no… ah

Y vi sus ojos deliberar en mis labios.

-         No sé -dijo, organizando sus palabras-, pienso que en cualquier momento te vas a reír de mí.

-         No, yo no… no me reiría de ti.

Alfonsina me observó unos segundos y yo comprendí mi hipocresía.

-         Yo no lo volvería a hacer -completé, finalmente bajando la mirada-. Discúlpame si lo hice.

-         Está bien -respondió-. Ya no importa.

¿Ya no importa? ¿Así de sencillo?

-         Bueno -respondí, no muy convencida.

-         ¿Sabes por qué no le dije nada a Leo? -habló Alfonsina luego de unos segundos.

-         ¿Por qué? -respondí, sabiendo a qué se refería.

-         Porque no es mi asunto -dijo-. No es que no me importe Leo, pero en algún momento van a terminar y

-         Porque no te interesa, supongo -completé.

-         No tanto así, pero sí.

-         Ya te entiendo -dije.

-         Sí -respondió-. De eso querías hablar, ¿no?

-         Eh, sí, de eso.

-         Bueno, entonces ya me voy, tengo clase.

-         Sí, claro -respondí de prisa-. Adiós.

Alfonsina se colocó de pie y yo suspiré por lo bajo. Se inclinó para despedirse de mí y me dio un suave beso en la mejilla. Se dio la vuelta y cuando iba tres pasos adelante, se dio la vuelta y dijo algo que me atormentó:

-         Y sí, ya estoy de nuevo con Carmen -tranquilamente me contaba, sin ningún desdén- y no quiero estar con nadie más.

La última frase se repitió una y otra vez en mi cabeza, una y otra vez. Sentí un dolor en la garganta, casi imposible de controlar. Con prisa llegué hasta ella y con mucho esfuerzo le pregunté por qué me decía eso.

-         ¿Por qué me dices eso? -pregunté con la voz un poco temerosa, porque, después de todo, temía lo que me fuera a responder.

-         Sabes por qué -respondió, mirando hacia otro lado.

Me quedé en silenció sin nada que decir. Alfonsina me volvió a mirar por unos segundos más y repitió que ya tenía que irse. Sin más, la vi alejarse entre la gente mientras yo me quedaba ahí.

Tardé poco menos de cinco minutos en regresar de mi ensimismamiento y caminé mecánicamente hacia la salida. Asimismo, llegué a mi casa, luego a mi habitación y luego me tiré en la cama con un desgano terrible. Creí que Alfonsina no podía demostrar su repudio por mí de otra manera que no fuera mejor que esa. Deseaba odiarla. Buscaba convencerme con ímpetu de detestarla, pero era imposible, porque estaba convencida de que no se puede odiar algo que no ha sido querido. Sin embargo, sólo logré odiarme a mí misma por permitirme sufrir de esta manera.

Estúpida. Estúpida. Estúpida. Era una estúpida al padecer por amor. ¿Amor? Doblemente estúpida, porque eso no era amor, era simplemente capricho.


-         Mamá, ¿puedo salir hoy en la noche? -le decía a mi mamá mientras me sentaba en la mesa para comer.

-         ¿Adónde? -preguntó ella.

-         A la casa de Leo. Vamos a cenar algo, ya sabes, por mi cumpleaños.

-         Pero tu cumpleaños es hasta la otra semana -comentó mi mamá, colocando mi plato de comida delante de mí y el suyo en el asiento de al lado.

-         Pues sí, pero cae en martes -respondí-. Anda, ¿sí me dejas?

-         ¿Y a qué hora vas a regresar?

-         Eh, no sé, no muy noche.

Mi mamá, queriendo o no, me dejó ir. Ya habían pasado algunos días desde que terminó mi castigo y había cumplido con todos mis deberes, así que no encontró mucho pretexto para negarme la salida. Cuando terminé de comer, inmediatamente subí a mi habitación para marcarle a Pamela y decirle que nos veíamos a una cuadra de su casa, para después ir al bar donde nos encontraríamos con Leo y sus amigos. Sabía que no era correcto mentirle a mi mamá, pero tampoco podía decirle toda la verdad. Ya le mandaría un mensaje en la noche para decirle que no regresaría a la casa hasta mañana en la mañana.

Mi mamá me llamó desde la cocina para encargarme que fuera al supermercado a comprar algunas cosas. Sin más que hacer hasta la noche salí de la casa, caminé hasta llegar al supermercado y compré sus encargos. Para cuando regresé ya eran pasadas las seis de la tarde.

-         Ya me voy a bañar, mamá -le dije, dejando las cosas en la cocina.

Primero elegí el conjunto de ropa con el que saldría y luego me fui a dar un baño. Terminé de cambiarme dando las ocho de la noche y le marqué a Pamela para decirle que ya iba saliendo hacia su casa.

-         Con cuidado, amor -dijo Pamela antes de colgar.

Desde que estuvimos casi juntas en el cumpleaños de Alfonsina, semanas atrás, nuestra relación había mejorado. No habíamos cambiado del plano amistoso, pero estábamos evolucionando eso.

Cuando llegué al lugar acordado, ahí ya estaba Pamela esperándome, pero no estaba sola, estaba con un tipo, alguien que me resultaba conocido. Mis pasos, que llevaban un ritmo acelerado, bajaron inmediatamente de intensidad. Trataba de recordar dónde había visto a ese sujeto. En dónde. En dónde. En dónde. Constantemente me repetía. ¿En alguna fiesta? ¿Se trataba de algún amigo de Leo? No. No. Si fuera así, lo tendría claro. ¿De la prepa? ¿Era alguien de la prepa?

-         Cristi –exclamó Pamela, dándome un beso en la mejilla.

-         Hola –respondí, mirándola y mirando inmediatamente a su acompañante.

-         Mira, te presentó a Gabriel, ¿lo conoces? –preguntó.

-         No –respondí, negando con la cabeza.

-         Igual va en la prepa. Bueno, iba –comentó.

-         Sí, hola –dijo Gabriel, con una sonrisa enorme.

En el camino hacia el bar descubrí algo: detestaba al tipo. Odiaba que el tal Gabriel no se le apartara ni un segundo a Pamela, odiaba su excentricidad, odiaba sus conocimientos literarios y la manera en cómo entretenía a Pamela con una simple platica. Pero lo que más odié –y cómo no– fue un momento en particular. Íbamos cruzando sobre un puente peatonal cuando Pamela me tomó de la mano, entrecruzando nuestros dedos. Caminábamos delante de Gabriel y por un momento en la noche sentí que le importaba a Pamela, pero al idiota de Gabriel se le ocurrió decir:

-         ¡Qué bonito es estar con mi novia y su mejor amiga!

¿Qué estupidez era eso de con mi novia y su mejor amiga? Rápido me detuve y la miré, soltándome de su mano.

-         ¿Cómo? –le pregunté.

-         Nada, Cristi, vamos –respondió, intentando tomar de nuevo mi mano.

Después de mirarla por un segundo y de esquivar su agarre, dejé que tomara mi mano, pero con mucha desidia sostuve la suya. Más adelante me separé de ella y caminé por mi cuenta hasta llegar al bar. Ahí le marqué a Leo para preguntarle en dónde estaba. Leo me dijo que también ya estaba afuera del bar, me explicó exactamente dónde y fui hacia él. Pamela llegó atrás de mí y saludó a Leo, presentando a Gabriel como su novio. Mis expectativas para esa noche se habían hecho cenizas.

Éramos cerca de diez personas, Leo, los amigos de Leo, Pamela, Gabriel y yo. Todavía faltaban algunas personas, pero ellas llegarían en un rato más. Para comenzar pedimos una botella de tequila y una mesa en la terraza. Desde el lugar en el que estábamos podíamos observar algunas estrellas y las luces de los edificios más altos y lejanos. Pamela no se sentó conmigo, sino que se fue al otro extremo de la mesa. La mesa no era muy grande, pero ella no estaba a mi lado. ¿Era mi culpa? No, claro que no. Por qué habría de serlo.

Nos servimos la primera ronda de tequila, a los pocos minutos la segunda y a la tercera tuvimos que pedir otra botella. Cuando nos estábamos volviendo a servir tequila, llegó Alfonsina junto con Carmen. Alfonsina me dio un beso en la mejilla y dijo felicidades. Me reí y le confesé que realmente hoy no era mi cumpleaños.

Hicieron un espacio en la mesa, acercaron dos sillas más, y se sentaron Alfonsina y Carmen al lado de Leo. También les sirvieron tequila y después de unos minutos llegaron cinco amigos míos de la prepa. Finalmente estábamos todos y la fiesta comenzó. Comencé a beber como era costumbre desde que era novia de Leo: como una demente. Después de todo, sólo quería aparentar que estaba bien delante de Pamela, que no me importaba que no me prestara atención y, sobre todo, que el hecho de que estuviera con Gabriel no me inquietaba en lo más mínimo. Al mismo tiempo evitaba mirar a Alfonsina, porque mis acciones no iban a oscilar por su presencia, porque su indiferencia no me afectaba. No, claro que no.

Enfoqué totalmente mi atención en Leo que conversaba animadamente conmigo sobre sus clases en la universidad. Leo estudiaba Física en la Facultad de Ciencias y me platicaba de las cuatro dimensiones, al mismo tiempo que dibujaba sobre una servilleta un objeto en cada dimensión.

-         Ya ves, amor, qué interesante –decía Leo, mirándome.

-         Vaya, sí -respondí cautivada.

-         Hey, dejen eso –dijo un amigo de Leo–. ¿Venimos a divertirnos o qué?

-         Pues sirvan más –respondió Leo–, nosotros sólo los estamos esperando.

Los demás se rieron y sirvieron otra ronda para fondo. Le dije al oído a Leo que iba al sanitario, que no tardaba. Con prisa me levanté y fue entonces cuando todos los tragos de tequila que había tomado cayeron sobre mí. Entre tanta gente llegué a salvo a la fila para entrar al sanitario. Cuando recién me había formado, de reojo vi que Pamela iba hacia mí. Ni siquiera le presté atención y me giré para darle la espalda.

-         ¿Podemos hablar? –preguntó detrás de mí.

Negué con la cabeza.

-         No seas infantil –dijo ahora, tomándome del hombro, haciendo que girara hacia ella.

-         No soy infantil –contraataqué, quitando con un movimiento su mano de mi cuerpo–. Y no me toques.

Las personas nos miraron, pero a mí no me importó, así como muchas cosas no me importan cuando estoy ebria.

-         ¿No quieres que te toque? –preguntó, y sus ojos inmediatamente se oscurecieron del enojo.

-         No –respondí firmemente, volviendo a darle la espalda.

-         Eres una estúpida –dijo Pamela.

De nuevo me volví para mirarla y ahí seguía ella, mirándome con el mismo enojo.

-         Tú eres la estúpida –respondí–. Estúpida y… y mentirosa.

Creo que en ese momento el enojo de Pamela subió hasta los cielos porque rápido me arrepentí de haberle dicho mentirosa.

-         Ah, ¿sí? –preguntó.

-         Sí –respondí, no me echaría para atrás ahora que lo había dicho.

Eso era lo que pensaba. Pensaba que Pamela era sinónimo de algún mal adjetivo, uno que la calificaba de malvada, de sinvergüenza y de traidora. Sí, sobre todo de traidora. Porque jamás lo pensó dos veces antes de jugar conmigo aquella vez que apostó con Alfonsina, aun siendo yo su mejor amiga. También cuando no tuvo compasión de mi sexualidad confundida y me dejó sola en aquel salón sin ningún tipo de explicación. Y en este preciso momento le diría todo lo que pensaba de ella.

-         Disculpa –dijo una chica detrás de mí–, la fila está avanzando.

Me salí de la fila y le dije a Pamela que platicáramos afuera. Las dos salimos, ella detrás de mí y yo buscando el camino para llegar a la salida. Llegamos a una salida alterna, donde había algunos autos estacionados y poca gente. Me recargué en el cofre de una camioneta y Pamela quedó frente a mí. Encendí un cigarrillo mientras me decidía a hablar.

-          ¿Por qué no me dijiste que estabas saliendo con alguien más? –pregunté, calmando mi enojo.

-         Comenzamos a salir apenas el lunes, no tiene mucho, Cristi –dijo–, por eso no te había contado.

-         Nos vimos toda la semana, todos los malditos días, y ni aun así pudiste decirme –reclamé–. Sólo me haces pensar peor de ti.

-         ¿Qué es peor, eh, Cristina? Dime.

Me quedé callada, eligiendo las mejores palabras para desquitar mi enojo.

-         Anda, responde –insistió.

-         Pienso que eres una traidora –hablé, sin pensar realmente bien lo que iba a decir.

-         ¿Piensas eso de mí? –cuestionó.

-         Sí.

-         Pues yo también pienso que eres una traidora –decía, defendiéndose–. Y una puta. También pienso que eres una puta.

Entonces aventé con fuerza mi cigarrillo al piso del coraje.

-         ¿Me estás diciendo puta por estar contigo? -le pregunté.

Ella me miró sin decir nada. Entendí su silencio como afirmación y con una mano la empuje a un lado para que se quitara de mi camino, porque yo me iba.

-         No te vayas –dijo, empujándome de nuevo contra la camioneta–, quédate.

Se acercó lentamente a mí y, cuando estaba a centímetros de mi boca, negó con la cabeza y supuse que se debatía sobre si hacerlo o no, pero finalmente lo hizo. Recuerdo perfectamente ese beso porque jamás me había besado así. Hundió suavemente la punta de su lengua en mi boca y me besó suavemente por largo rato hasta que se cansó. Cuando nos separamos, nos miramos y yo la volví a besar. Tomé su rostro entre mis manos y la besé como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, como si allá adentro no nos estuvieran esperando. Al momento de separarnos para respirar, yo volví a intentar besarla, pero ella se alejó. Volteó la cara y le di el beso en la mejilla.

-         Discúlpame –dijo–. No debí haber hecho esto. Perdón –repitió su arrepentimiento–, yo, yo ya me voy.

Me miró por última vez y se dio la vuelta. Se fue. Se fue. Entonces me reí tantito. Me reí de tristeza y de coraje, porque ella se iba con él y por ninguna razón se quedaba otro segundo más conmigo.

Esperé unos minutos más para también entrar. Cuando decidí que era el momento, me sequé los ojos que se me habían humedecido un poco y caminé a la entrada. Hasta las ganas de orinar se me habían olvidado. Llegué a la mesa y ahí continuaban todos bebiendo tranquilamente.

-         Regresé –traté de decir de manera animada, sentándome al mismo tiempo al lado de Leo.

-         Tardaste mucho –dijo él, en voz poco audible para que sólo yo lo escuchara.

-         Había mucha gente –comenté.

-         Pamela fue después de ti y regresó antes –dijo.

-         Porque se metió en la fila y salió antes –mentí.

Pensé que era la mentirosa más natural del mundo. Leo no respondió nada y a mí me dio igual. En ese momento, sin quererlo, mi mirada se dirigió a Alfonsina quien me estaba mirando. La ignoré y le pedí a alguien que me sirviera un trago más de tequila. Pasando la medianoche, decidimos que era momento de irnos. Pagamos la cuenta y salimos del lugar.

-         Vamos a mi casa a seguir con la fiesta –exclamó Leo.

-         Nosotros ya nos tenemos que ir –dijo Pamela.

-         No se vayan –dijeron por ahí.

-         Sí, no se vayan –también dije–. Quédense, apenas comienza la fiesta.

Porque, aunque perdiera la dignidad, era más fuerte la sensación de saber que ella se iría con Gabriel a quiénsabedónde. Pamela me miró y le sonreí.

-         Bueno, vamos –decidieron finalmente entre Pamela y Gabriel.

Nos subimos a la camioneta que había llevado uno de los amigos de Leo. La camioneta era grande, de esas familiares. Me subí en el asiento del copiloto por ser la cumpleañera y los demás se fueron amontonados en los asientos traseros.

-         Vámonos –dije, con más euforia.

En el camino nos detuvimos a comprar algunos paquetes de cerveza y, por compasión al chofer, no bebimos en todo el camino. Al llegar a la casa de Leo, inmediatamente comenzó la fiesta. Cada quien formó un pequeño grupito y a mí, por mi parte, me tocaba estar con mis amigos de la preparatoria. De reojo observaba a Pamela que estaba sentada en un sofá, bastante alegre junto a Gabriel. Miré detenidamente a Gabriel, era un tipo alto y delgado, de cabellos oscuros, sin mucho chiste, a decir verdad, pero siempre con algo interesante que decir. Nada comparado conmigo, que siempre tenía la cabeza llena de fiestas y de uno que otro libro que apenas había leído. Supuse que Pamela buscaba algo nuevo, algo que yo desconocía.

-         Hola –dijo Alfonsina, llegando a mi lado.

-         Hola –respondí, posando mi mirada en Alfonsina.

-         Los demás van a salir a comprar más cosas, ¿quieres algo? –preguntó.

-         No, gracias.

Mis amigos de la prepa, al escuchar que los demás iban de salida, aprovecharon para irse con ellos, porque ellos sí tenían que llegar a su casa. Me quedé a solas con Alfonsina, de pie, mientras al otro de la sala estaban Pamela y Gabriel, sólo los cuatro.

-         Tengo frío –le dije a Alfonsina–. Voy al cuarto de Leo por un suéter.

-         Te acompaño –dijo–. No me quiero quedar a solas con ellos –dijo y rio.

Sólo asentí y caminé hacia la parte de arriba de la casa.

-         Si quieres mejor te presto uno de mis suéteres –comentó, al terminar de subir las escaleras–, te va a quedar mejor.

-         Bueno, sí –dije–, gracias.

Caminamos a la habitación de Alfonsina, aquélla donde me había rechazado tiempo atrás. Inmediatamente me cuestioné sobre su comportamiento. Estaba mucho más flexible que cuando yo intentaba acercarme a ella. Entramos a su habitación y prendió la luz. Me quedé de pie unos pasos delante de la entrada mientras la miraba cómo buscaba entre sus cajones algún suéter calientito. Sacó uno color vino que tenía bordado un venado en el pecho.

-         ¿Te puedo preguntar algo? –hablé, justo cuando ella pensaba decir algo.

-         Sí –respondió, dudando.

-         ¿Tú le contaste a Pamela que intenté besarte?

Me di una palmada en el hombro por el valor reunido.

-         Eh, bueno

-         Ella dijo que sí –dije antes de que intentara decir lo contrario.

-         No lo dije con mala intención –respondió, desviando la mirada.

-         Está bien, te creo –dije, rápido, dirigiéndome a lo que más me interesaba–. ¿Te puedo hacer otra pregunta?

Finalmente respondería lo que tanto quería saber.

-         Sí –respondió, dudando todavía más.

-         ¿De verdad nos besamos?

-         Sí –respondió, mirándome.

-         ¿Sí nos besamos? –repetí para afirmar.

-         Ya te dije que sí –respondió–. ¿Es todo lo que quieres saber? –preguntó, caminando hacia mí–. Toma.

Dejó el suéter en mis manos y salió por la puerta. Rápido reaccioné y la alcancé a tomar del brazo en el pasillo oscuro.

-         Espera, no te vayas –exclamé por lo bajo, acercándome más de la cuenta a ella–. Sólo quiero saber cómo es besarte. Déjame besarte –pedí, casi suplicante.

Otro punto a mi valentía.

-         No –respondió, dando un paso hacia atrás–. Te besas con Leo, te besas con Pamela y ¿planeas venir a hacer lo mismo conmigo?

-         No, yo

No me dejó terminar cuando de nuevo se estaba alejando de mí, pero no dejaría que me volviera a hacer el mismo desplante. Tenía mi cuerpo lleno de alcohol y de valor, y no lo desaprovecharía. Caminé de nuevo detrás de ella, hasta tomarla del brazo y arrastrarla de nuevo hacia adentro del pasillo. La puse contra la pared y me pegué lo más que pude a su cuerpo. Su respiración estaba muy agitada y no ponía más resistencia.

-         Tu respiración está muy agitada –comenté sobre sus labios–. Ves cómo sí quieres.

Entonces la besé. La besé tan firme, con tanto deseo y con tanta desesperación que ella no dudo en corresponderme. Conforme avanzaba el beso, mi pecho cada vez estaba más agitado. Comencé a pasar mi lengua sobre sus labios y ella abrió la boca lentamente para profundizar el beso.

Nos separamos con la respiración agitada y nos quedamos así, juntas, unos segundos. Alfonsina me dio un último beso, sosteniendo mis labios, y después se marchó. Me recargué en la pared, respirando todavía con fuerza, y luego de un rato decidí que era momento de bajar. Pero antes regresé por el suéter que había dejado tirado en el piso y cerré bien la puerta de la habitación de Alfonsina que había quedado entreabierta.

Me coloqué el suéter de venado y descendí las escaleras, repleta de felicidad. Al llegar a la sala, ahí seguía Pamela platicando con Gabriel, pero ahora Pamela me dedicó toda su atención. Me miró fijamente hasta que me senté en una de las piezas del sillón. Frente a mí estaba sentada Alfonsina que me miraba tranquilamente, pero igual sabía que estaba pensando lo mismo que yo.


Lamento la demora, pero aquí está, próximo a terminar. Saludos.