Es la primera vez...
No sé que pasó, es la primera vez que me pasa...
Título "Es la primera vez que... nunca..."
José era un nombre de unos 50 años, pasado de peso, con poco pelo, pero cuando se lo conocía era una persona muy agradable y galante, que siempre brindaba su amistad en forma franca y sincera.
Había conocido a Silvia, una rubia, regordeta de muy buenos pechos, muy provocativa y sensual. Se la había presentado Sonia, una amiga en común que José tenía.
Todo había resultado muy bien, salieron un par de veces a cenar y tomar algo y la última vez, ambos fueron hasta la zona de moteles que hay en las autopistas del acceso este de la ciudad. Allí José había desplegado sus mejores prácticas amatorias, para satisfacer y conquistar más a Silvia, en especial algo que las pocas amantes que había tenido valoraban en él (más allá del trato) y era su excelente desempeño cuando metía su cabeza entre las piernas de una mujer y le aplicaba todos los besos, lamidas y caricias que se puedan imaginar y que siempre irremediablemente finalizaban en orgasmos largos e intensos que las damas sabían apreciar y disfrutar. Tanto así que José tenía una ex amante que vivía en el exterior y cada 6 u 8 meses volvía, junto con el esposo e hijos, pero siempre llamaba a José para dedicarle una tarde (en realidad él se la dedicaba a ella) dejándose hacer uno de esos trabajos en la vagina, que ella decía su marido jamás sabría hacer.
Aquella noche José se encontró con Silvia en la misma esquina de siempre, y charlando animadamente, fueron recorriendo las tres calles que los separaba del apartamento de José. Cuando subieron al ascensor como siempre se unieron en un apasionado beso. Las manos de ambos recorrieron el cuerpo del otro, deleitándose ante lo que, por enésima vez, descubrían. El ascensor abrió su puerta en el sexto piso, al mismo tiempo la vecina del séptimo abría la mirilla de la puerta de su departamento tratando de averiguar quien andaba por allí.
Ingresaron a la vivienda de José, un amplido departamento, muy cuidado y práctico, que estaba siempre ordenado ya que José se iba de mañana a trabajar y volvía de noche. No era la primera vez que Silvia estaba allí, por lo que se dirigió donde estaba el equipo de música para "ir creando ambiente". José dejó su ordenador portátil sobre la mesa y caminó detrás de Silvia. Apenas ella había encendido el equipo, un excelente jazz inundo el lugar. El la tomo por detrás con un abrazo, su boca se posó en el blanco cuello, sus manos asíeron los generosos senos y sus dedos, comenzaron a jugar sobre sus pezones que rapidamente respondieron a la caricia. Silvia, respondió con un suspiro la atrevida acción de su pareja y volcó su cabeza hacia José para dejarle un mejor acceso al cuello, con este gesto también logró adelantar su pecho lo que facilitaba las caricias. Sus manos se posaron en la cadera de José, atrayéndolo hacia si para poderlo sentir entre sus nalgas. Él la hizo girar y entre besos, caricias, abrazos, se fueron quitando la ropa, que iba quedando desparramada camino al dormitorio. Siempre tenían la sensación de ser dos anciosos adolescentes, urgido por tener sexo apenas estaban solos.
José acomodó una almohada bajo la cadera de ella y comenzó a "cómerle" la vagina con la destreza carácterística. Silvia se abandonó a las caricias, sabía que él gozaba especialmente haciendo esto, que la llevaría a tocar el cielo con las manos gracias al placer que su lengua le producía y en especial que tendría unos orgasmos intensos y prolongados, los cuales facilitaban todo lo demás que pudieran hacer.
Y, como en otras oportunidades, Silvia percibió que una corriente eléctrica se disparaba desde su clítoris y recorría su cuerpo produciendo placenteros espasmos y contracciones. José no abandonaba, hasta estar totalmente seguro que no podía lograr más, la succión que le practicaba a la mujer en el sensible "botón". Ella gritó, suspiró, se sacudió, mientras el hombre, además, con la suavidad acostumbrada había introducido un par de dedos en la vagina y acariciaba lo que él suponía era el punto G. Ella, con toda la piel sensible por el intenso orgasmo, buscó saciar su sed de deseos y acomodó a José para luego llevar a su boca el enhiesto pene. Durante un rato chupó, lamió, tocó, pellizcó y jugó como quiso que el duro miembro.
Ven mi vida, quiero llenarte la vagina con mi verga, le dijo José
Acomodando la mujer boca arriba, ubicó sus piernas sobre sus hombros, sabía muy bien que Silvia gozaba en forma increíble en esta posición, la penetración era realmente profunda y para ella era uno de los momentos favoritos en todo el rito del amor. El pene fue entrando en la jugosa vagina lentamente, Silvia sentía como el pene iba llenando su vagina a medida que entraba y como hacía que ella se abriera más ante el paso firme del instrumento de José. Había un momento en que ella sentía como que el pene tocaba un tope y ese era el momento de mayor placer... mi amor, que adentro me la metes... gustaba decir.
José estaba buscando el ritmo, tenía muchos deseos de hacer gozar a Silvia y provocarle un orgasmo al mismo tiempo que él eyaculaba en su interior, pero nunca lograban esa sincronización. Igualmente las relaciones que mantenían eran por demás placenteras y disrutaban cada momento juntos.
Y fue en ese momento, que la cosa comenzó a cambiar... José sintió como que el pene perdía tensión, se aflojaba, acomodó su cuerpo, aumentó el ritmo, pero la respuesta fue la opuesta a lo deseado. No, no me puedes hacer esto!!, pensó él y comenzó a sentirse nervioso y cuanto más nervioso y más pensaba, más disminuía el tamaño y erección del pene. No lo puedo creer!! Quizás tenga que empezar a tomar esas pastillas azules, que me dijeron mejora el rendimiento... no me puede estar pasando esto ahora... Los pensamientos se amontonaban en la mente de José y su amigo, su querido amigo, estaba dejándolo abandonado en el momento más incorrecto. Y ahora... qué hago?
Silvia, obviamente, notó que José ya no ocupa el mismo espacio en su vagina, que el duro cilindro que tanto placer le provocaba había perdido potencia. José insistía con sus golpes de cadera, ella supo lo que pasaba, con disimulo lo miró, no quería ponerlo más nervioso de lo que ya estaba. Ella sabía por experiencia que los hombres se ponían como locos cuando su pene no respondía como deseaban y, peor aún, más nerviosos menos posibilidad de destrabar la situación.
Con voz suave intentó hablar con José
Qué pasa mi amor, estás nervioso?
José intento dibujar una sonrisa, no sabía que responder, su mente iba a mil y su pene ni se enteraba.
Es que... no sé que pasa... en realidad... este... a mi nunca...
Mi vida, estás cansado, has tenido mucho trabajo y ha sido un día estresante, además ya me has hecho gozar... y cómo!!! Yo creo que tú quieres matarme con tantos orgasmos... por qué no descansamos uno rato, yo también estoy cansada...
No cabía duda, era el típico problema que alguna vez o veces viven los hombres, porque la mujer puede fingir, no tiene que demostrar nada pero los hombres... si no tienen erección a quien vn a convencer de sus deseos...
José se recostó en la cama boca arriba, Silvia se ofreció a traer de beber, él no quería nada. Miraba su pene que a esa altura le parecía hasta más chico de lo habitual, ni que fuera pleno invierno. Silvia trató de calmarlo y consolarlo. Le preguntó si era la primera vez... y él tuvo que confesar que alguna vez, incluso de joven le había pasado... pero mi vida, tú no sabés a cuantos les pasa alguna vez, es que vosotros los hombres soy muy mentirosos, y siempre es "la primera vez que me pasa"... tranquilo...
Silvia se recostó junto a José, y con una mano comenzó a acariciarle el velludo pecho, le apasionaba enrredar sus dedos entre los pelos y tironear suavemente... José miraba el techo, casi sin consuelo...
Quieres un masaje en los pies, dijo Silvia que sin esperar respuesta se acomdó en la cama y tomo con ambas manos uno de los pies. Con destreza, fue masajeando ambos pies, unos minutos despues José daba muestras de estar más relajado, más tranquilo. Ella charlaba con voz ténue y a lo lejos, desde el otro ambiente el CD de Jazz daba paso a música romántica del los 70.
Ahora el masaje de Silvia fue dirigido hacia las piernas y muslos de José, él la dejaba hacer, ya sabía por experiencia que estos masajes le calmaban la tensión muscular de un arduo día de trabajo.
Pero esta vez el masaje se extendió, Silvia no se frenó en los pies y las piernas de José, sino que siguió un poco más. Y pronto los testículos y el flácido pene de José recibieron unos mimosos masajes. Al sentir la mano de Silvia en su entrepierna, José cerró los ojos y se dejó llevar por las sensaciones que sentía. Silvia se inclinó hacia él. Su lengua con extrema suavidad acarició la piel que cubría el glande. Con una mano sostuvo los testículos y con la otra, delicadamente, fue tirando la piel hacia atrás hasta descubrir el rojo glande. Realmente, el pene estaba literalmente muerto, apenas vibró cuando la boca de Silvia lo abarcó dentro suyo en su totalidad y sobraba boca. La lengua tocaba todo el glande dibujando círculos sobre él. Una nueva vibración respondió a la caricia de Silvia. La mano que sostenía los testículos comenzó a acariciarlos e incluso las caricias rozaban el ano de José. Ella se acomodo mejor acostándose en la cama y continuó la succión del dormido instrumento. Cada tanto lo sacaba de su boca y mientras la mano subía y bajaba jugando con la piel y el glande, su boca se dedicaba a darle mimos a los testículos. Luego de unos cuantos minutos, Silvia comenzó a notar que el pene latía, tomaba forma y respondía ya sin disimulo a sus caricias y besos. José levantó un poco su cabeza para ver a la mujer que le estaba haciendo una mamada de antología. Quietito, disfrutá, no te apures... fue la respuesta de ella, mientras veía que ahora su mano no podía abarcar toda la longitud del pene.
José se acomodó unas almohadas para poder observar el espectáculo, la cabeza de Silvia ya tenía que hacer algún movimiento para poder abarca todo el pene. A ella le apasionaba chupar esa deliciosa verga, siempre que la tenía en su boca, su vagina comenzaba a lubricarse con intensidad y Silvia no sentía un mejor placer que llevarse casi hasta la garganta el rojo glande. Pero ahora ella estaba abocada no tanto a disfrutar, que si lo hacía, sino a levantarle el ánimo a José, el ánimo y su pene, el cual Silvia quería sentir nuevamente dentro de su cuevita.
Las caricias en los testículos, incluso en el ano, los besos, las lamidas de arriba abajo y viceversa estaban logrando una excelente respuesta del pene, que lento pero seguro iba tomando forma, color, tensión y ocupando cada vez más lugar en el espacio. Silvia si percató que ahora quería asir la verga y abarcarla en su totalidad, pero para ello necesitaba las dos manos y la punta del instrumento quedaría sin cubrir. Esto no importaba ya que para cubrirla finalmente usaba la boca. Las caricias de Silvia se hacían más firme a medida que la verga se hacía más y más dura. Ella quiso hacer una especie de experimento, soltó unos segundos la verga y ésta quedo enhiesta apuntando con firmeza haci el techo. Ella sintió una especie de satisfacción y orgullo, con sus caricias y besos aquella preciosura había reaccionado y se mostraba a sus ojos en toda su potencia. Para José, el alma le había regresado al cuerpo y el fantasma de la vejez, de la impotencia, rápidamente se desapareció. Ahora todo era como debía ser, según él, a un macho como él no le puede pasar esto... qué rápido había olvidado que esta no era la primera vez y que tampoco sería la última... pero en esta oportunidad tuvo la suerte de estar con una Mujer, así con mayúscula, que comprendió, supo como actuar y lo hizo para superar el mal momento y continuar disfrutando del sexo.
Desde abajo y utilizando el pene como un obstáculo de la visión, Silvia miró a su hombre, con una sonrisa de orgullo le dijo: - mi amor!!! Parece que volvió a endurecerse... hummm que linda está!!!
José sentía como si recien empezarán y pronto el mal trance quedó atrás. Silvia, moviéndose como una gata, fue avanzando sobre el hombre hasta casi ponerse en posición. Mantenía la verga firmemente con su mano y al mismo tiempo le daba un suave vaiven. Se subió sobre José, apunto con el enhiesto cilindro a su vagina y dejó que su cuerpo caiga lentamente sobre el pene, que con suma facilidad fue penentrando en la jugosa vagina. Ella sentía como sus carnes se abrían, como la dureza ocupa el espacio de su cueva, llenándola de pared a pared. Por un instante sintió como un mareo, una vibración extraña, nueva. El pene palpito en su vagina y ella estalló en un inesperado orgasmo. No pudo mantener el elquilibrio y se cayó hacia delante, aunque frenó su caida sobre José apoyando ambas manos sobre sus hombros. En ese preciso instante el pene logró una penetración profunda, total, el clítoris rozó el peludo vientre de José y Silvia tuvo un segundo increíble e inesperado orgasmo. Movió su cadera en círculos y presionó hacia el vientre de José logrando intensificar las sensaciones. Los pezones apuntaban al pecho de él, ella tenía la sensación de que estaban por reventar, pero los párpados de sus ojos no respondían a la orden de abrirse. El movimiento circular sobre el vientre de José continúo, pero ahora ella agregó un leve movimiento hacia arriba. Parecía que estuviera montando un caballo a un trote suave y su cuerpo acompañaba el movimiento del animal. José posó sus manos en la femenina cadera e incremento el díametro de la circunferencia que esta producian sobre él. Esto aumentó el rodamiento del pene en la vagina y del clítoris con el pene y con el vientre de José. Silvia tuvo la sensación de que si seguían tendría un nuevo orgasmo, no podía creerlo, iba en busca del cuarto orgasmo en tan poco tiempo. No había duda, desde que conoció a José y mantenían relaciones sexuales ella había logrado orgasmo deliciosos y sentía que lo suyo con este maravilloso hombre era de mucha química, de mucha piel. Miró a José, éste tenía los ojos abierto, casi fuera de sus órbitas, las orejas rojas, estaba algo ojeroso y los cachetes también rojos como si hubiera estado bebiendo mucho alcohol. Él elevó su mano haci a uno de los pezones, lo acarició con suavidad, ella dio un fuerte suspiro, todo su cuerpo estaba muy sensible. José le dijo: - Silvia, me acabo, me acaboooo, me estoy yendo dentro tuyoooooo....
Ella aceleró el ritmo de su movimiento, sintió unas gotas calientes correr por una de sus piernas, luego el ruido carácterístico de la verga en una vagina inundada de jugos. Aceleró más, busco un mejor contacto de su clítoris con el vientre velludo, por una centésima de segundo pensó en tocarse y en ese momento estalló... sintió como un latigazo corría por su cuerpo y la punta del látigo daba su chasquido en el interior de sus pezones. Apoyó sus manos en el pecho de José y continuó moviéndose. Él tenía en la cara el dibujo de la satisfacción perfecta, ella seguía sintiendo una sucesión de contracciones vaginales fuertes y placenteras. Finalmente se desplomó sobre José, que la abrazó con cariño. La respiración entrecortada de ambos, era una de las muestras de la tensión vivida. El movió el pene, que perdía rigidez, dentro de la vagina, ella sintió una última contracción anunciando casi el final de un polvo como nunca habían tenido. Se miraron a los ojos, se dieron un largo e intenso beso, sus lenguas se acariciaron una y otra vez. El pene se deslizaba suavemente abandonando la inundada vagina, restos del esperma la abandonaban junto a él. Ambos sentía la tibia humedad en sus vientres y sus piernas. Los corazones latían al mismo ritmo, parecían dos tambores perfectamente sincronizados... José se volvió hacia Silvia, su amplia sonrisa lo decía todo... ella solo dijo: -mi amor la próxima vez... dejamos que se te baje...
El beso y abrazo fue intenso, ambos se acomodaron y usando el pecho de José como almohada Silvia cerró los ojos para poder descansar.