¿Es la huida la solución?
Nerea necesita salir de su casa, de su ciudad y de su entorno. Después de 7 años sin ir, ¿será el pueblo y su familia la mejor elección?
Conseguí abrir los ojos y miré hacia abajo. Su lengua no paraba de darme placer en mi sexo mientras yo le agarraba del pelo para que no parase.
Mi mente no dejaba de decirme que todo aquello estaba mal, que estábamos jugando con fuego y acabaríamos quemándonos, pero en ese momento lo único que nos consumía a ambos era el placer.
Noté como su lengua recorría cada centímetro de mi clítoris hasta que yo, arqueando la espalda, me corrí como una loca. Con su boca en mi coño. Llenándolo de mis flujos.
Apenas unos días antes:
Llevaba ya un tiempo pensado que el salir todas las noches a beber hasta caerme redonda y venderme al mejor postor, al único tío pasable que me invitase a un par de cubatas, no estaba siendo lo mejor para mí, pero había entrado en un círculo del que no sabía cómo salir.
Las cosas en mi casa no iban demasiado bien, y es que mis padres estaban a punto de divorciarse, mi pareja me había dejado un par de meses atrás por otra tía, empezaba a pensar que me había equivocado de carrera y mi cabeza y mi corazón ahora mismo eran incapaces de desenmarañar todo el caos que acumulaban.
Una noche, dando vueltas y más vueltas en la cama, decidí que aquel verano me vendría bien irme de la ciudad y despejarme, dedicarme unos meses a pensar en mí y en cómo recuperar el rumbo de mi vida otra vez.
Mis padres llevaban varios días tratando de sonsacarme qué me pasaba, pero yo era incapaz de darles explicaciones, lo único que hacía era aislarme más en mi mundo y tirar de ese orgullo que me impedía pedirle ayuda a nadie.
- Nerea, ¿vas a salir esta noche? – me preguntó mi madre mientras comíamos.
- Creo que no.
- Joder que milagro, ¿estás con fiebre o es que hoy simplemente no te apetece llenar el baño de vómito cuando vuelvas? – me preguntó mi padre molesto por mi actitud de los últimos tiempos.
- Carlos, cállate y deja a la niña – le reprendió mi madre, sabiendo, con esa intuición que tienen las madres, que no estaba pasando por mi mejor momento.
- Tengo que hablar con los abuelos, pero quería preguntaros qué os parecería si me voy a pasar el verano allí con ellos – les pregunté tratando de obviar el comentario de mi padre.
- Tus abuelos sabes que se van a morir de gusto de tenerte allí y a mí me parece muy buena idea – dijo mi madre.
- Haz lo que te dé la gana, eso sí a casa de tus abuelos ni se te ocurra volver borracha y mucho menos tener la mierda de comportamiento que estás teniendo aquí, porque como te portes así te vuelves a casa por la vía rápida – volvió a decirme mi padre haciendo gala de su mal humor.
- ¿Mierda de actitud? – en ese momento exploté, sacando todo lo que llevaba dentro y gritando como una loca – mira papá, me voy a casa de los abuelos porque aquí me ahogo. Estoy jodida porque Julio me dejó hace meses, porque estoy empezando a odiar mi carrera, porque aunque no te lo creas no sé cómo dejar de salir y beberme hasta el agua de los floreros para dejar de pensar, porque estoy harta de salir y liarme con dos tíos cada noche, porque mientras estoy con ellos dejo de creer que mi vida, últimamente, está siendo una mierda. Así que yéndome de aquí estoy tratando de arreglar mis problemas, que igual huir no es la mejor manera, pero es la única que se me ocurre y vosotros deberíais hacer lo mismo. Que llevar varios meses hablándoos lo justo no os hace bien ni a vosotros ni a mí. Si os vais a divorciar, hacerlo ya, pero por lo menos tener los huevos, como estoy tratando de tener yo, de tomar una decisión.
Tras aquellos gritos me levanté y me fui de la cocina, dejando a mis padres sin saber qué decirse o qué decirme a mí. Pegué un portazo en mi habitación y me senté en la cama. Jamás había tenido ese comportamiento con ellos y sabía que lo estaban pasando mal, pero no podía dejar a un lado esa parte de egoísmo que tenía y pensar que también deberían centrarse un poco en mí.
Pasado un rato sonó mi puerta y mi padre entró en mi habitación, sentándose en la orilla de mi cama.
- ¿Cómo estás Nerea? – me preguntó acariciándome la cabeza.
- Bien, siento los gritos de antes papá – dije arrepentida.
- No pasa nada cariño, últimamente ninguno está pasando una buena etapa – calló un momento tratando de encontrar las palabras – yo también quería pedirte perdón, pequeña. No debería haberte contestado así y menos sabiendo que no estás bien.
- No papá, vosotros no sabíais nada de cómo estaba.
- ¿Eso piensas? – me preguntó dejándome sorprendida – Nerea no sabíamos exactamente qué te había pasado, pero no hace falta ser muy listo para saber que entre Julio y tú las cosas iban muy mal. Y nadie cambia su actitud de un día para otro, así que hemos aguantado tus juergas nocturnas y tus borracheras porque hemos creído que en estos momentos te vendría bien desfogarte, pero no puedes seguir destrozándote así cada vez que sales.
- Lo siento papá, sabes que nunca he sido buena para gestionar mis sentimientos.
- Lo sé cariño, pero mamá y yo estamos aquí, aunque no nos hablemos. Sé que soy tu padre y que hay cosas que una chica no le puede contar a su padre, pero también creo que a veces no hay nadie más indicado que nosotros para daros consejos. A fin de cuentas, somos hombres – dijo tratando de arrancarme una sonrisa.
- Lo sé papa.
Me incorporé en la cama y lo abracé. Sé que siempre se quiere a los dos padres por igual, pero desde niña he pensado que las hijas tienen con los padres una conexión especial. Que son capaces de decirse las cosas con una mirada o con un silencio y, que en el fondo, en nuestras parejas buscamos a alguien con un perfil similar al de nuestro padre.
Ambos estábamos fundidos en el abrazo, cuando entró mi madre en la habitación.
- Nerea, he hablado con la yaya Mari y está encantada de que vayas a pasar el verano con ellos. Hay un autobús al pueblo mañana al mediodía, así que hemos pensado que si tú no tienes inconveniente, puedes irte en ese.
- Muchas gracias mamá – estiré la otra mano y abracé a los dos a la vez. Fueron unos segundos pero volví a sentirme resguardada, como si un trozo de esa relación agrietada volviese a juntarse. Volví a sentirme en casa.
Eran las cinco y media pasadas de la tarde cuando el autobús paró en la plaza del pueblo. El calor era asfixiante y el sol caía de pleno sobre el pueblo, así que bajé del autobús y me puse las gafas de sol que llevaba a modo de diadema.
- ¿Y esta preciosa forastera? – me preguntó un chico desde un coche. Yo me le quedé mirando pensando que sería el típico baboso de pueblo – Prima, que soy yo joder. Aitor, tu primo.
- Dios, no te había reconocido – dije mientras me acercaba hasta su coche.
Aitor tenía 7 años más que yo, 27, y desde siempre había sido mi primo favorito, aunque llevaba tanto tiempo sin verlo que había sido incapaz de reconocerlo. La última vez llevaba el pelo largo, aunque solía recogérselo en una coleta, los granos le llenaban la cara y era un enclenque. Cuando salió del coche pude ver la imagen tan distorsionada que tenía de él. Ahora su pelo negro estaba muy corto, no quedaba una marca de aquellos granos y se le notaban todos y cada uno de sus músculos. Además aquellos ojos verdes tan penetrantes que tenía, seguían ahí.
- ¿Cómo estás, canija? – dijo tirando de mi maleta y dándome dos besos.
- Pues la verdad que genial, aunque el viaje ha sido largo y estoy achicharrada – le dije abanicándome con la mano.
- Jajajaja me lo imaginaba así que le he dicho a la yaya que mejor me acercaba yo con el coche.
Ambos nos subimos al coche entre preguntas de cortesía típicas de la gente que hace tiempo que no se ve. Mi primo llevaba el aire acondicionado a tope así que en un momento se me puso la piel de gallina. Él llevó la mano hasta mi muslo y, posándola allí, me preguntó si tenía frío. Aquel contacto, que él hizo con toda su buena intención, me hizo estremecerme.
Entré en casa de mis abuelos detrás de mi primo, quien tiraba de mi pesada maleta.
- Yaya ya estamos aquí – dijo, a voz en grito, nada más pasar la puerta.
- Ay mi niña – gritó mi abuela saliendo de la cocina, secándose las manos con un trapo.
Aquella mujer mayor se acercó a mí y me abrazó. No sé qué pasó por mi cabeza en ese momento, pero comencé a llorar sin consuelo.
- Te he echado mucho de menos, abuela – conseguí decirle entre sollozos y sorbidas de mocos.
- Y yo mi niña, y yo – mi abuela me condujo hasta la cocina y miró a mi primo – Niño, anda y súbele la maleta a tu prima a la habitación del fondo.
Mi primo cogió mi maleta a pulso y pude ver como se le tensaron los músculos de los brazos, mientras que a mí la abuela me hizo sentarme en el banco de la mesa y me puso un trozo de bizcocho delante y un vaso de leche.
- Come cariño, que debes estar cansada y hambrienta.
Mientras tragaba un trozo de bizcocho, observé a mi abuela en la cocina. Llevaba un vestido rosa y un delantal, su largo pelo gris recogido en una trenza y unas zapatillas de andar por casa con un poco de tacón. La verdad es que apenas había cambiado desde la última vez que la había visto, 7 años atrás.
- Abuela, ¿por qué ya nunca venimos al pueblo? – ella no se giró para mirarme.
- Cielo, eso deberías hablarlo con tus padres, yo estoy encantada de teneros aquí… - hizo un silencio, como tratando de decirme algo más, pero en ese momento entró mi primo en la cocina.
- Joer abuela, ya tienes aquí a tu niña y a los demás ya ni bizcocho ni leche – dijo entre risas – Nerea, como te comas todo lo que la abuela te ofrece vas a acabar el verano siendo tres primas juntas.
- No vaya a ser que con una sola Nerea os aburráis – le dije yo con los carrillos llenos.
- Jajajaja, creo que te podremos entretener todo el verano. Bueno, yaya, me voy a casa un segundo que tengo que coger un par de cosas y enseguida vuelvo.
Aitor le dio un beso a mi abuela en la mejilla y luego se acercó a mí. Me dio un beso en la mejilla y se acercó a mi oreja.
- Si te aburres con la abuela vente a casa que ya vivo solo – salió de la cocina.
- Que guapo está el primo, ¿no? – dije no demasiado alto para que solo pudiese oírme mi abuela - Yaya, me siento súper pegajosa. ¿Puedo subir a darme una ducha?
- Claro nena, te he dejado toallas en el baño de al lado de tu habitación. Ese será para ti y así no te molestamos ninguno.
Salí de la cocina y subí al piso de arriba. Cada peldaño de la escalera que subía me traía un recuerdo: las persecuciones con mis primos por toda la casa, las noches de verano con las ventanas abiertas para poder dormir, las historias de miedo que me contaban mis tíos y la piscina hinchable que mi abuelo nos ponía en el corral. Entre sonrisas entré en el baño y encendí el agua para que se fuera templando.
Me quité la ropa despacio, dejándola encima del lavabo, y me miré en el espejo. La verdad que estos últimos meses había adelgazado bastante, las preocupaciones me quitaban el hambre así que la mayoría de los huesos se me marcaban bastante. Quizás no me fuera a venir mal engordarme tal y como me había dicho mi primo.
Aun así aquel sujetador rosita de encaje me hacía unas tetas bonitas y el tanga, a juego, dejaba a la vista dos buenos cachetes, en los que aún quedaban algunas marcas de los últimos polvos que había echado.
Lentamente me despojé de ellos y entré en la ducha. Tanteé con el pie la temperatura del agua y, cuando creí que estaba templada, me metí bajo el chorro del agua, cogí una esponja nueva y comencé a enjabonarme.
Como siempre empecé por mis pies y fui subiendo lentamente, pero cuando llegué al muslo izquierdo no pude dejar de pensar en mi primo. Aún sentía su mano posada sobre mi pierna.
- ¿Qué coño te pasa Nerea? Aitor es tu primo – me reprendí a mí misma, tratando de borrar aquella imagen de mi mente.
Intenté volver a pensar en mis cosas y en qué iba a hacer durante el verano en el pueblo y seguí con la ruta de jabón. Después de mis muslos le tocó el turno a mi cadera, al ombligo que llevaba decorado con un piercing y fui subiendo lentamente hasta mis tetas.
En cualquier otro momento hubiese pensado que estaba loca, pero al notar mis pezones duros no pude evitar morderme el labio inferior de la boca de manera sensual. Dejé la esponja en una repisa de la bañera y, notando como el agua caía por todo mi cuerpo, comencé a acariciarme las tetas. Traté de abarcar mis dos tetas con mis manos, pero me era imposible debido al tamaño, así que decidí emplear los dedos para acariciar mis pezones. Conforme los fui tocando fueron poniéndose más duros, de manera que casi llegaban a dolerme.
Retiré la mano de mis tetas y llené mis dedos con saliva para seguir frotándolas. Aquel cambio entre la ducha templada y mi saliva fría hizo que se me pusieran los pelos de punta.
Mientras una mano pellizcaba mis dos pezones, de manera alternativa, con la otra fui acariciándome el vientre y el ombligo hasta mi monte de Venus. Despacito, comencé a acariciármelo. Me lo había depilado esa misma mañana, así que estaba muy suave aunque sensible. Fui bajando mi mano más hasta que encontré mi clítoris, por el que pase dos dedos despacio, haciéndome sufrir en cierta manera. Lo froté un par de veces más y seguí mi camino para acariciarme la rajita.
Mis labios vaginales eran muy gorditos así que tenía una rajita muy apetecible, según decía la mayoría de chicos con los que me había acostado. Comprobé que aquello era cierto y, entre un par de suspiros, metí dos dedos dentro de mi coñito.
Paré un segundo para que mi cueva se acostumbrase a mis dedos, pero en seguida marqué un ritmo y, siguiéndolo, metía y sacaba mis dedos.
Con la mano que tenía libre, y estaba sobando mis tetas, cogí la alcachofa de la ducha y la descolgué de la pared, para llevarla hasta mi clítoris. Abrí mis labios vaginales como pude y enfoqué los chorros de agua para darme placer.
Mis dedos invadiéndome y el repiqueteo del agua contra mi clítoris hacían que se me escapara algún gemido. Apoyé la cabeza contra la pared y aumenté el ritmo de mis dedos para sacudirme en un orgasmo brutal. Y todo aquello teniendo a mi primo en mente.
Tardé dos minutos en relajarme bajo el agua y abrí la cortina para alcanzar la toalla. En ese momento vi como la puerta se abría, pero no tuve opción de taparme. Aitor apareció tras ella.
- Aitor, estoy desnuda – dije cubriéndome el pubis en un intento de taparme. Noté como durante unos segundos sus ojos se clavaban en mis tetas.
- Perdón prima, perdón – se giró y cogiendo la toalla del gancho de la puerta, me la acercó sin mírame – El abuelo se ha hecho un rasguño en el brazo trabajando en el campo y he venido a por agua oxigenada.
Cuando pensó que yo ya me había cubierto con la toalla, volvió a mirarme y del armario que había bajo el lavabo sacó un botiquín.
Lo último que me había quitado eran el tanga y el sujetador, así que estaban encima de todo el mogollón de ropa. Mi primo se dio cuenta y sonrió al verlo. En ese momento no dije nada, pero me gustó la reacción de mi primo al ver mi ropa interior, así que como tantas otras veces, y en un gesto muy recurrente en mí, me mordí el labio.
Cuando pensaba que ya se iba a ir, volvió a girarse y, lentamente, se acercó a mí.
- Que sepas que después de 7 años se me hace difícil verte como a una prima – dijo susurrándome al oído – así que la fiesta que te has dado en la ducha, probablemente pensando en mí, no va a ser nada con lo que vas a tener este verano. Si tú quieres, claro. Por cierto ya estamos todos abajo, así que baja cuando quieras.
Aquella frase resonó en mi cabeza mientras oía a mi primo alejarse por el pasillo. ¿Cómo sabía que me había estado tocando? ¿Y pensando en él?
Me senté en el bordillo de la ducha y respiré profundo. Él ya había movido ficha, así que ahora me tocaba a mí. ¿Sería capaz?
Continuará…