¿Es él?... Mi perverso favorito

La llamada de un desconocido mientras me masturbaba terminó siendo el comienzo de la experiencia sexual mas intensa de mi vida. Esta fue la primera experiencia en vivo y a todo color de lo que me esperaba.

¿Es él?... mi perverso favorito

Esto es lo que ocurrió el día después de aquella llamada (narrada en ¿Es él?, categoría Autosatisfacción). Alejandro, mi vecino. Lo conocí una noche en un local frente a mi casa. Esa misma noche, mientras me masturbaba, llegó una llamada a mi celular. Para mí, era un extraño. Pero la calentura pudo más y me entregué a una voz desconocida que me decía lo que yo quería que me dijeran. El día después no podía esperar a verlo.

Desde que me levanté estaba en tensión. Oía esa voz otra vez. Imaginaba su sexo. ¿Cómo sería? Largo, corto, grueso, delgado, peludo, afeitado. ¿A que olería? ¿Cómo sabría su semen? Sus manos… puñeta que tortura. Me agarró. Comenzó el juego. A las 4 en punto llegué al sitio de la cita. Compré mi trago favorito, 43 con leche y canela. Tal vez me daba morbo por la leche. Me senté en la mesa y el llegó. Compró una cerveza y se acercó. Besó mi mano y la puso sobre su pecho. Me miró fijamente. Y pasó algo que no me esperaba, bajé la vista. No pude seguir. Me sentía desnuda, débil. Soltó mi mano y agarró mis caderas. Me pegó a él.

Los mahones te quedan bien. Te marcan lo que me quiero comer. – eso me lo dijo al oído. – Te vi y se me paró. ¿Lo sentiste? Recordé tus gritos de anoche.

Sí, lo sentí. – estaba jodida. Este era el tipo.

Seguimos tomando un poco más. Ya yo estaba mareada. Me paré para ir al baño y al salir lo encuentro en el pasillo que conectaba los dos baños. No dije nada. Lo agarré de la camisa oscura y lo besé. Los pelos de la barba me rozaban. Su boca sabía a cerveza. Sus manos agarraron mis nalgas.

Bellaca… - lo dijo contra mis labios.

Vámonos, por favor, vámonos. Te tengo ganas, quiero tenerte en mi boca, en mis tetas, entre las piernas. Vámonos. – se lo susurraba en el cuello, mientras bajaba mi mano y lo acariciaba sobre la bragueta. Estaba duro. Me concentré para averiguar algo, para tener una imagen. Era largo. Tal vez 8 o 9 pulgadas. Era bastante grueso. Creo que habría que pensarlo para dejarme comer el culo.

No nos vamos. – puso mis dos manos atrás, como si me fuera a arrestar y acaricio mi cuello con su lengua. - ¿Quieres beber?

No, quiero joder, quiero que me jodas. – metí mi mano en su pelo.

Mírame… ¿Quieres beber? – lo miré fijamente mientras restregaba mi cuerpo en su cuerpo. Beber

Sí. Quiero beber mi trago favorito. – se que él entendió y él sabe que yo entendí.

Alejandro fue a la barra y buscó una cerveza y un licor 43 con leche. Me agarró de la mano y me llevó al estacionamiento. Beber… ¿Qué haría el hijo de puta? Sentí hasta miedo. Miré a todos lados. El estacionamiento era oscuro, no estaba asfaltado, era tierra y bache. El carro de él, color gris y con cristales oscuros, estaba en la esquina más alejada. Me recosté del carro, en la puerta del pasajero y tomé un trago. El me haló y me puso entre sus piernas. Recordé las salidas de adolescentes en que todos se ubicaban así: el novio recostado del carro, la novia entre sus piernas. Esa posición daba mucho espacio para moverse contra pingas duras. Creo que de ahí salió la calentura tan cabrona que me provoca restregar mis nalgas contra una bragueta caliente. El tomaba su cerveza despacio mientras yo recostaba mi cabeza hacia atrás y movía mis caderas suavemente. El puso su mano entre mis piernas y susurró "Quieta". Yo me detuve. Puñeta… ¿Qué carajo me pasa? ¿Por qué obedezco a este cabrón? Yo mandaba, nadie me mandaba a mí.

¿Y tu trago? – yo levanté mi mano. – No te lo termines. Ahora vas a beber.

Yo me voltee y quedé frente a él. Lo agarré por la camisa muy fuerte y lo miré. El no bajó la vista. Me provocó con la mirada. Yo lo besé. No fue cualquier beso. Fue el beso. Pasé mi lengua por sus labios, su barbilla. Mordí suavecito. Mi lengua penetró su boca. Me lo bebí. Agarré su lengua entre mis labios y la chupé. Mis caderas se ajustaban a las de él. Mi carne mojada y su sexo duro solo lo separaba la tela. Mis tetas se estrujaban contra su pecho. Había algo mal en esto. Algo que no cuadraba. Deje de besarlo. Lo miré… ya se. El estaba tan controlado como si estuviera leyendo la biblia. Lo único que lo delataba era el bulto del pantalón.

Vámonos. Ahora. – el sonrío. Abrió la puerta del carro y me dijo que me sentara. Yo me senté.

Aquí mando yo puta. Que te quede claro. Ahora… bebe. – se abrió la bragueta y saco su sexo. Me agarro por el pelo y me lo puso contra los labios. Yo estaba inmóvil. ¿En el estacionamiento? – Bebe puñeta. ¿No quería leche? Te oí gritarlo ayer. Abre la boca.

Lo mas cabrón de todo es que le hice caso. Estaba en un sitio público, la dama se fue, apareció la puta. ¿Qué beba? A este cabrón le voy a chupar la vida. Mi lengua recorrió el pedazo de carne duro. Eso yo quería. Mi vicio. Lo metí en la boca hasta que llegó a mi garganta, pero aun así quedaba mucho por fuera. Creo que eran casi 9 pulgadas. Y grueso. Mi boca estaba llena. Me lo imaginé penetrándome, rompiéndome y eso me dio mas ganas. No importaba la música, ni la gente ni tan siquiera los policías que pasaron por allí hace un rato. Yo quería leche. Esto era intenso, sin reglas. Oí un carro encendido cerca. Que se joda. Quiero leche. Seguía mamándoselo. Muy dentro de mi boca, luego fuera, luego sentía esa punta dura chocando con mi garganta, otra vez fuera. La saliva resbalaba por mis labios. Casi me ahogo cuando el me agarró del pelo y me clavó por la boca. Mantuvo mi rostro fijo allí. Alce mi vista. Lo miré, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas por el esfuerzo de aguantar la respiración. El maquillaje lo tenía corrido. El mismo se echó hacia atrás y aguantándome la cabeza, comenzó a follarme por la boca.

No querías mamar bicho… te lo oí suplicar ayer. – me soltó la cabeza. Yo respiré. – Sigue. Mamas cabrón. Nunca había encontrado una que aguantara eso. Si vieras la cara de puta que tienes. Sigue.

Quiero leche. – miraba hacia abajo, a mi rostro y reía.

¿Qué? No te oí.

Quiero leche. Dame leche. Quiero sentir como te vienes. – el me dio una bofetada. No fue muy fuerte, pero sentí la piel caliente.

Nadie te enseño modales. – entendí. Entendí lo que quería porque era lo que yo quería, era lo que me descontrolaba.

Por favor Alejandro, por favor, déjame probar tu leche. Por favor. – suplicar, someterme. Que sensación tan vieja y tan nueva, tan placentera y tan dolorosa.

Me lo metí en la boca con más ganas que antes. Yo, la puta. Un pedazo de carne y piel caliente. Cuerpos, fluidos. Respirar, enterarlo en mi garganta otra vez y otra vez. Me fui en el viaje. De repente, me haló el pelo y sacó su sexo de allí. Yo lo busqué como los bebes buscan su biberón. El me empujó. Yo quería probarla. Alejandro tomó el vaso de mi trago. Mientras yo lo miraba, se vació allí, en mi vaso. Su semen era espeso, blanco amarillento y era mucho. Mucho mas de lo que yo había visto en una eyaculación. Tomo el removedor y mezclo todo. Quedaba poco del trago, era mas agua y hielo derretido. El semen se mezcló con eso. Yo seguía sentada en la silla del pasajero. El de pie con la bragueta abierta y el animal que tenía por pinga afuera. Todavía estaba firme, pero no tanto. Me dio el vaso.

Bebe. – tomé el primer trago. Se sentía el olor a sexo, a macho, en el vaso.

Yo bebí. Mi cuerpo estaba caliente. Sentía mi ropa interior mojada. Bueno… mi mahón estaba mojado entre las piernas. Quería más. Me levanté y miré alrededor. Había gente en el estacionamiento. ¿Cuántos sabrían? ¿Cuántos habrían visto? El se acomodó la ropa y se paro frente a mí. Acaricio mi pelo. Y me beso en los labios. Arreglo un poco mi blusa y con una servilleta limpio el sudor de mi rostro y el maquillaje.

  • Basta por hoy. Vamos a comer algo. – me monté en el carro. Sometida, enviciada. Yo quería más, pero la imaginación no me daba para saber hasta que punto me sometería el cabrón este… mi perverso favorito, el único que fue capaz de leer los mas profundos deseos de mi ser.