Es descubrimiento de mi primo

Mi abuelo confiesa a mi madre que tiene un hijo y un nieto de una relación anterior. La relación con mi primo será muy especial

Todo comenzó a raíz de la muerte de mi abuela unos meses atrás. Fue entonces, cuando mi abuelo confesó a mi madre que años atrás, antes de nacer ella, había tenido una aventura, durante una estancia por trabajo en Argentina. Fruto de aquella relación había nacido un niño.

Mi madre inicialmente reprochó a mi abuelo haber sido infiel a mi abuela abuela, poco antes de casarse con ella, y después le recriminó que no le hubiera contado nunca que tenía un hermano, aunque este estuviera a miles de kilómetros de distancia.

Unos días después, mi madre decidió contármelo a mi.

Clara, hija. He de decirte algo de lo que he tenido constancia hace unos días.

¿Pasa algo grave, mamá?

No. No es eso. Es tu abuelo.

¿Qué le pasa al abuelo? ¿Está enfermo? – Pregunté asustada.

No, hija. No es eso. Verás.........................

Empezó a explicarme lo que sabía. Tenía un tío que se llamaba Adrián y un primo cuyo nombre era Diego.

Mi reacción fue mucho más comprensiva que la suya, disculpando a mi abuelo y entendiendo que la soledad en un país extranjero, hubiera dado lugar a una infidelidad hacia la entonces novia suya.  Los motivos por los que había mantenido oculto la existencia de su hijo y del hermano de mi madre eran lógicos por el escándalo que se hubiera producido entonces. Al conocer aquello, mi carácter abierto, hizo que de inmediato quisiera conocer a los nuevos miembros de la familia.

Mi madre, por su parte, era reacia a reunirse con su hermano. No entendía como no deseaba conocer a su familia argentina, por lo que decidí hablar con mi abuelo.

Mi padre se mantenía al margen, alegando que era algo de mi familia materna y sobre lo cual no tenía nada que opinar. Mi abuelo quería que sus dos hijos se conocieran y yo apostaba por ello.

Poco a poco fui desarmando a mamá y conseguí que pudiésemos reunirnos en casa de mi abuelo. Acabábamos de comenzar el año y ese fin de semana iba a ser algo determinante para mi.

Aunque en aquellos momentos sólo tenía 19 años, llevaba ya dos años saliendo con Raúl, al que todos consideraban mi novio formal. Sin embargo, nuestra relación en las últimas semanas, había sido bastante tormentosa, y un enfado más en el último momento, hizo que mi pareja no estuviera conmigo en aquel momento tan importante para mi familia y para mi.

Por fin llegó el día. A la hora acordada sonó el timbre de casa de mi abuelo. Fue mi madre quien abrió. Oí las presentaciones y los efusivos besos. Enseguida entraron en el cuarto, donde nos encontrábamos el resto de la familia.

Hola. Tú debes ser Clara. Tu abuelo me ha hablado mucho de ti. Yo soy Adrián y él es mi hijo Diego.

Encantada de conocerte, tío Adrián. Hola Diego. Yo también he oído hablar mucho de vosotros.

Fue todo mucho más fácil de lo que había imaginado. El carácter afable de ambos hizo que enseguida tomásemos confianza. Adrián nos explicó que se había divorciado de la madre de Diego un par de años atrás. De joven se había marchado a vivir a Estados Unidos unidos donde conoció a la que había sido su esposa.

Por mi parte, poco a poco me iba embelesando el atractivo de Diego, su forma de hablar, sus ojos negros, su cuerpo delgado.

Supe que tenía 21 años y su intención era volver a Estados Unidos. Yo también estudiaba inglés en España, además de mi carrera para poder marcharme a trabajar fuera.

Seguía viendo a Raúl, aunque nuestra relación era cada vez más complicada y era raro el día que no discutíamos. También hablaba con frecuencia con Diego, salíamos a veces, paseábamos, tomábamos algo o íbamos al cine. Me justificaba ante mi madre y ante mi novio, o lo que fuese, explicando que no conocía a nadie en Madrid.

A Raúl cada vez le molestaba más que quedase con mi primo, y a mi, cada vez me importaba menos que se enfadase. Un viernes decidimos salir por la noche, acompañados por mis amigas. Mis padres se habían marchado de fin de semana y me había quedado sola en casa.

Fuimos a un local de moda. Todas mis amigas querían ser amables con él y me felicitaban por tener un primo tan guapo. Desde el día que le conocí me había atraído, pero supongo que un absurdo tabú por ser familia, había frenado mi atracción hacia él.

Sobre las tres de la mañana nos despedimos y Diego se marchó a casa de mi abuelo, donde residía temporalmente con su padre. Cuando llegué a casa me encontraba muy caliente, algo que no me había ocurrido nunca tras despedirme de Raul.

Llegué a casa nerviosa. Pensé en ducharme pero no me apetecía nada a esas horas, aunque sabía que el agua fría cayendo sobre mi cuerpo me habría ido bien para dormir. Fue entonces cuando recordé un regalo que me habían hecho mis amigas, aquellas con quienes había estado, y que dadas las tiranteces que mantenía con Raúl, me habían hecho en mi último cumpleaños.

Lo tenía guardado en un cajón, oculto de las miradas indiscretas de mi madre. Era un vibrador. Me dirigí al baño con la idea de desnudarme y desmaquillarme allí mismo.

Ya desnuda quedé mirando el aparato. Era de considerables dimensiones. Lo puse en marcha y empezó a vibrar. Comencé a tocarme con él. Me gustaba, lo metía y sacaba de mi vagina a mi antojo. Pensé que era mejor que un hombre, ya que lo podía encender y apagar a mi antojo.

Estuve unos minutos jugando con él. Tenía dos brazos, para que a la vez que lo introducía en la vagina estimulara mi clítolis. No llegué a tener un orgasmo, pero me sentí bastante más tranquila y decidí irme a la cama.

Dado que estaba sola, decidir acostarme desnuda. A veces lo hacía cuando no estaba mi madre, ya que ella me decía que no lo hiciera por si en algún momento entraba mi padre en mi habítación.

No podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos recordaba el aspecto fuerte y fibroso de Diego. Me gustaba mucho y por qué no reconocerlo, me habría encantado que estuviera compartiendo mi lecho en aquellos momentos. Sin darme cuenta, mi mano se dirigió a mi sexo.

Mis dedos empezaron a jugar de nuevo con mi clítolis. Imaginaba que era la mano de mi primo la que se situaba allí en esos momentos.

Estaba demasiado excitada por lo que mis juegos manuales continuaron. De pasar los dedos por encima pasaron a introducirse en la vagina, poco a poco, primero de forma lenta y cuidadosa para pasar posteriormente a un intenso y rápido movimiento, llevando la yema de los dedos hasta el fondo de mi cuerpo.

Disfrutaba masturbándome. Cuando mi excitación era alta paraba y me tranquilizaba para volver a iniciar las incursiones en mi sexo.

Mis dedos se impregnaban de las humedades que emanaban de mi vagina. Poco a poco me fui envolviendo en una situación de placer intenso hasta que no pude ya detenerme y moviendo en círculos mi clítolis terminé teniendo un orgasmo fenomenal que me dejó sumida en un profundo sueño.

Cuando me desperté eran ya las diez de la mañana. A pesar de mi auto relación sexual de la noche anterior me sentía lozana y cálida. Pensé en llamar a Raúl, pero no me apetecía verlo y no quería darle el gusto de pedirle que mantuviera sexo conmigo, aunque lo necesitaba más que nunca.

Desayuné tranquilamente y pensé que me gustaría ver de nuevo a Diego. Tenía la excusa perfecta para pedirle que viniera a casa. Tenía que estudiar inglés y nadie mejor que él para que me pudiera dar unas clases particulares.

Le llamé por teléfono. Aún estaba acostado. Le pedí que viniera a casa a ayudarme con el inglés. Pediríamos un poco de comida china y después podríamos ver alguna película en alguno de los canales por cable.

Fue sencillo convencerle. Me dijo que se ducharía y saldría para mi casa. Era el mejor plan que podría haberme ofrecido nadie. Mi casa para nosotros solos ya que mis padres no llegarían a casa hasta la tarde del domingo.

Disponía más o menos de hora y media para ducharme, maquillarme y vestirme. Quería estar guapa para Diego aunque de vez en cuando venían flashes a mi mente haciéndome volver a la tierra cuando pensaba que era mi primo, el hijo de mi tío.

Me puse una minifalda blanca junto a una chaqueta rosa. Saqué los libros y los dejé junto a la mesa baja del salón para que pareciera que llevaba toda la mañana estudiando, aunque lo único que hacía mientras esperaba, era mirarme al espejo para estar lo más atractiva posible para mi “profesor particular”

No podía estar más de dos segundos sentada. Estaba impaciente. Por fin sonó el timbre. Era él. Le invité a pasar y a sentarse en el sofá.

Mientras, intentaba estar de pie el mayor tiempo posible, intentando ocultar mi nerviosismo. Le ofrecí tomar algo, pero no deseaba nada.

Por fin me senté. Le enseñé lo que estaba estudiando y unos ejercicios que había hecho. Fue en ese punto cuando la conversación dio un giro inesperado.

Mira este es el libro que utilizo y este es mi cuaderno de ejercicios. Cógelo¡¡

Esa expresión le produjo una profunda risa. No sabía qué le hacía tanta gracia hasta que me lo explicó.

¿No sabes lo que significa la palabra “coger” en mi país?

Pues no. No sabía que tuviera varias acepciones.

“Coger” es cuando una pareja hace el amor..... Coge¡¡¡ Folla¡¡¡

Su naturalidad me hizo reír a mi también. Era la primera vez que salía en sexo en nuestras conversaciones. Me gustaba y decidí seguir con ello.

Y dime. ¿”Coges” mucho en Argentina? Seguro que si. Eres muy guapo.

Supongo que lo normal. Aunque desde que he llegado a España no lo he hecho. ¿Y tú? ¿”Follas” mucho? – Preguntó riendo. – También eres muy guapa.

Me ruborizó que me pareciera guapa. Supongo que mi cara debió colorearse pero disimule continuando con la conversación.

Ya sabes que salgo con Raúl, aunque hace días que no nos hablamos y por tanto tampoco nada de lo otro. Al final creo que lo acabaremos dejando.

Es un cretino tu novio. No sabe lo que se pierde. Eres preciosa.

Me ruboricé y él aprovechó el momento para besarme. Fue un beso suave, sólo rozando mis labios. Levantó mi barbilla y me miró a los ojos. Volvió a besarme, repitió hasta que nuestras bocas quedaron fundidas.

Mientras seguía besándome sus manos se dirigieron a mi chaqueta, desabrochando los dos únicos botones que la cerraban.

Quedé con la camiseta que tapaba mi sujetador, pero fue fugaz, ya que no tardó nada en sacarla por encima. Me puse de pie para que pudiera retirarme la falda.. Segundos después, estaba tan sólo con mi pequeño tanga.

Me movía entre la vergüenza de ser la primera vez que estaba con Diego y la excitación que me producía aquella situación. Me contemplaba y me gustaba. La primera vez que estaba con un chico siempre me sentía un poco incómoda, aunque con él todo parecía distinto

Decidió descender un poco mi tanga pudiendo contemplar mi sexo. Se dirigió a él y comenzó a besarlo y a lamerlo. En esos momentos me mojé muchísimo, recordando todo lo que había vivido yo sola la noche anterior.

Siguió besándome por todos lados y quedé desnuda  a su disposición y dispuesta a aceptar todo lo que me pudiera ofrecer.

Antes de pedirme que me tumbase de nuevo pidió que me situase junto a la ventana para contemplar mi cuerpo totalmente desnudo. Afortunadamente, unos días antes me había depilado por lo que me sentía guapa y atractiva.

Me tumbé a su lado. Él permanecía vestido. Tenía un aire viril que me volvía loca. Sus manos buscaban mi cuerpo y sus dedos mi sexo.

Me gustaba. Era generoso en el sexo. Se ocupaba de mi disfrute al contrario que Raúl, que tan sólo pensaba en que hiciese alguna felación y penetrarme, sin importarle en absoluto si yo gozaba con aquello o no.

Tomé la iniciativa y quité la camiseta a Diego. Me gustaba su torso desnudo, cuidado de gimnasio. Sin embargo, era él quien me manejaba y de nuevo me tumbó haciendo que separase totalmente mis piernas.

Acarició mi sexo. Pasaba el dedo por mi rajita que empezaba a parecer una fuente, vaciando todos los líquidos que tenía en mi interior. Su dedo me penetró y empezó a entra y salir de forma rítmica. Abrió mis labios vaginales y tocó mi clítolis. Empecé a gemir. Diego conocía el cuerpo de una mujer y sabía como hacerla disfrutar.

Hizo que situase mi sexo encima de su cara con mis piernas separadas. Sentí como su lengua se deslizaba sobre él. Disfrutaba como nunca. Mi vagina debía empapar su barbilla a la vez que su lengua hacía que cada vez emanaran mayores efluvios de mi interior.

Mi excitación era enorme. Jadeaba y gritaba como no recordaba haberlo hecho jamás. Mi sexo se fue entregando hasta terminar en un fuerte orgasmo que me dejó rendida, cayendo el peso de mi cuerpo sobre la cara de Diego.

Tardé unos segundos en recuperarme y enseguida caí en que se merecía disfrutar también. Por lo que desabroché su pantalón y se lo bajé ligeramente, hasta las rodillas.

Mi boca se aproximó a su miembro que ya estaba totalmente erecto. Era grande, bastante más que el de Raúl, por lo que llevándolo hasta la garganta no llegaba al final.

Lamía y besaba aquel tesoro. Me sentí muy cómoda con Diego, como si fuese mi novio de toda la vida. Me consideraba una chica afortunada y sabía que si mis amigas lo supieran sería la envidia de todas ellas.

Decidí quitarle los pantalones antes de seguir trabajando su miembro. Ahora estábamos los dos totalmente desnudos.

Ya no me sentía cohibida. Todo lo contrario, Diego me hacía sentir muy cómoda, haciendo que todo lo que sucedía fuese muy natural.

No sólo era guapo, con un cuerpazo y un miembro enorme. Diego además aguantaba muchísimo y me tocó entregarme a fondo para poder extraer su semen. Tuve que esmerarme, succionar, lamer y jugar con mis manos para poder arrancarle aquel orgasmo que tanto deseaba que tuviera. Quería a estar a su altura también en el sexo.

Quedamos tumbados, uno junto al otro. Me gustaba estar así con él. No hacía frío en casa por lo que permanecimos así durante casi una hora, teniendo momentos en los que nos invadía el sueño a ambos.

Estando en duermevela miré el reloj. Era la hora de comer. Pensé en pedir algo de comida china, como le había propuesto a Diego, pero recordé que tenía algunas viandas congeladas.

Pregunté si tenía hambre y si le apetecía lo que tenía. Ambos estábamos de acuerdo en que no deseábamos que viniese nadie a casa a molestarnos. Me vestí con una fina camiseta y un pantalón corto y me dirigí a la cocina a prepararlo todo.

Estaba junto al microondas cuando vi que Diego se encontraba justo detrás de mi. Me agarró por encima de la camiseta y tocó mis pechos.

¿Tienes hambre? – Le pregunté sonriente.

Si. De ti. Quiero comerte entera.

Al girarme, Diego me subió la camiseta quedando mis pequeños pechos a su disposición y empezó a morderlos. Me abrió el pequeño pantalón y lo bajó. No llevaba braga así que de inmediato quedé desnuda de nuevo. Yo procedí a sacar el pene de su boxer, tocarlo y por último llevarlo a mi boca.

No tuve dificultades en conseguir que llegase al máximo tamaño. Mi lengua hizo su papel y mis manos bajaron su calzón, quedando desnudo ante mi.

Me atraía mucho mi primo. Me gustaba ser una auténtica golfa con él. Le hice subir a la encimera de la cocina, para continuar con la felación. Jamás hacía eso la primera vez que estaba con alguien, pero con él todo era diferente.

Seguí jugando con él. Quería volverle loco y lo conseguía. Estaba tranquila, porque viendo lo que había aguantado antes, podía tener aquel miembro a mi disposición sin temer a que mi boca se llenase de semen y quedase flácida.

Decidimos dejar la comida para mejor ocasión y volver de nuevo al salón de la casa. Empezamos a besarnos y a tocarnos.

Sus dedos se volvieron a dirigir a mi sexo. Mi vagina estaba a su disposición. Terminamos sentados en el sofá. Queríamos tocarnos y empezamos a hacerlo.

Me gustaba como me tocaba y sobre todo, tocarle yo a él. Me sentía familiarizada con su pene y a pesar de su tamaño, estaba deseando que me penetrase.

Me coloqué primero sentada en el sofá, con las piernas abiertas para permitirle que me tocase a su antojo, todo lo que quisiese. Yo también sujetaba su pene con fuerza.

Me iba situando a su antojo, dirigiéndome, haciéndome lo que le daba en gana, pero sobre todo haciendo que disfrutase del sexo.

¿No quieres “cogerme”? – Pregunté entre risas.

No. Voy a “follarte” – Me respondió de forma simpática.

Me cogía como una ligera muñequita. Me dirigía a su antojo y eso me encantaba. Se situó detrás de mi y empezó a besarme los pechos de nuevo. Mientras, iba sintiendo su miembro, que se apoyaba en los cachetes del trasero.

Antes de continuar sacó un preservativo de su cartera y se lo colocó. Me sorprendió que lo llevara encima y le pregunté.

¿Siempre llevas preservativos encima?

Sólo cuando voy a visitar a chicas tan bonitas como tú.

Seguimos en lo que nos interesaba. Separé las piernas todo lo que pude para permitir que un pene de considerables dimensiones pudiera penetrarme.

Se sentó en el sofá e hizo que yo hiciera lo propio encima de él. Nuestros sexos se encontraron y comenzó a penetrarme. Me tocaba el clítolis a la vez que su miembro entraba y salía. Me movía de manera ligera, haciendo que me colocase de mil formas distintas.

Disfrutaba mirando su cara de satisfacción mientras que lo hacía conmigo. Era un chico estupendo y viendo la dureza de su miembro, sin duda estaba muy interesado en mi. Algo que me halagaba.

Me volvía y volteaba mientras que yo me dejaba llevar. El sofá se nos quedaba pequeño por lo que se levantó y me llevó al centro del salón.

En el suelo me tomó a su antojo. Separé las piernas y adoptando la postura del misionero volvió a penetrarme.

Su pene era enorme pero yo estaba muy lubricada por lo que no sentía dolor, todo lo contrario, arrancaba en mi sensaciones que rara vez había conseguido en mis escasas experiencias con hombres.

Me colocó de nuevo sobre él. Mi vagina volvió a ser penetrada. Atrajo mis pechos hacia él para lamerlos. Estaba excitadísima.

Estaba siendo poseída con todas las consecuencias. En esos momentos habría hecho cualquier cosa que él hubiera querido y lo que decidí fue una locura. Decidí llevarla a la cama de mis padres, algo que jamás había hecho con Raúl, y lo más llamativio. Le agarré su miembro y le retiré el preservativo.

Hazselo a tu prima sin condón.

¿Estás segura?

Hazlo y llega fuera. Tonto ¡¡¡¡

Me tumbé sobre la cama y me la metió otra vez. Esas horas que estaba pasando con él hacía que pareciese que le conocía de toda la vida. Su miembro se adaptaba perfectamente a mi. Estábamos hechos el uno para el otro, pensé.

Continuó montándome cuando no era yo quien cabalgaba sobre él. Por fin su excitación fue tan grande como la mía.

Clara. Voy a correrme.

Hazlo cariño. Pero hazlo fuera. Sigue, sigue.

Terminamos y nos dirigimos a la ducha juntos. En el recorrido no paramos de besarnos. Diego se empeñó en ser él quien me enjabonase y me lavase y yo, obediente y servicial, hice lo que me pidió, mientras dejaba que me siguiera tocando y besando

Quien desee este relato con fotos puede solicitando indicando el título al correo electrónico pedroescritor@hotmail.com