Es Complicado: 3 - Muerto de vergüenza

«Podría estar así, sin apartarme de su boca, para toda la eternidad. Sin embargo, nuestros labios se separan. Mi mirada se cruza con la de él, que me observa atónito, como si no diera crédito a lo que acabo de hacer...»

Muerto de vergüenza

Podría estar así, sin apartarme de su boca, para toda la eternidad .

Sin embargo, nuestros labios se separan. Mi mirada se cruza con la de él, que me observa atónito, como si no diera crédito a lo que acabo de hacer. Duda un momento, tras el cual, cerrando los ojos, vuelve a unir sus labios con los míos. Sujeta mi cara con las manos, y yo poso las mías en su pecho.

Abro la boca y noto cómo su lengua se me introduce y empieza a juguetear con la mía...

Sus dedos se deslizan por mi cuello y, poco a poco, me desabotonan la camisa. Mi pecho siente el aire fresco de la estancia y me da un escalofrío. Dejándome llevar por la situación, me deshago de su camiseta y mis nerviosos dedos acarician primero sus fuertes brazos, después su pecho, sus oscuros, pequeños, endurecidos pezones...

Entonces Adrián se separa de mí. Se levanta de la cama y se queda ahí, de pie, inmóvil, y con una palpitante erección bajo los pantalones.

¿Qué pasa? —pregunto, sentándome al borde de la cama, frente a él. Su rostro está ahora pálido y temo que se encuentre mal, o algo así—. ¿Estás bien?

No puedo —dice simplemente—. Yo... no puedo. No puedo.

Está bien —respondo. Realmente le entiendo. Imagino que estará bastante confundido en este momento. Sin mencionar que acaba de tener un poderoso orgasmo hace escasos minutos—. No pasa nada —. Adrián se sienta a mi lado. Su semblante parece... triste.

Lo siento.

No pasa nada —repito. Y me abotono la camisa que él tan impacientemente me había desabrochado. Me levanto y me dispongo a volver a casa. Pero Adrián cierra su mano alrededor de mi muñeca. Le miro, sorprendido. ¿Ha cambiado de opinión?

Si quieres... Puedes quedarte a dormir. Es un poco tarde, tal vez no deberías estar solo en la calle a estas horas... —el Adrián que está ahora hablando conmigo y el Adrián que veo todos los días en el instituto no pueden ser la misma persona. Adrián siempre ha sido un chulito y un creído. Pero ahora... ahora se muestra tímido, casi avergonzado. Y, aún más, se le ve dulce , inocente.

¿Tú quieres que me quede? —pregunto. Él mueve la cabeza en gesto afirmativo. Suspiro y me siento otra vez en la cama—. Vale. Me quedaré. Pero debería avisar a mi madre...

Como sé que a estas horas mamá todavía estará con sus amigas majaretas dándolo todo en alguna discoteca, o algo así, en lugar de llamarla, simplemente le envío un mensaje: « Mamá, hoy no dormiré en casa. Te quiero » Prefiero no decirle con quién voy a dormir...

¿Dónde voy a dormir? —pregunto, aunque sospecho que ya conozco la respuesta...

Aquí solo hay una cama —me dice, y sonríe de un modo que nunca le he visto sonreír. Es una sonrisa sincera, sí, pero no tiene esa picardía o esa chulería que siempre tienen sus sonrisas. Esta es una sonrisa sutil, breve, y tímida.

¿Y a ti no te importa que durmamos en la misma cama? —le pregunto, mientras por dentro estoy flipando. ¡Voy a dormir (solo dormir, al parecer, por desgracia) con Adrián, en su cama! Él niega con la cabeza y se quita los pantalones, dejándolos tirados en el suelo. Se coloca bien los calzoncillos —se acomoda el paquete, todavía algo abultado, ante mis ojos— y se tumba en la cama.

Oh, Dios mío... Adrián duerme (casi) desnudo. Esto no hace más que mejorar.

Igual que él, yo también me quito toda la ropa a excepción de la interior —miro de reojo a Adrián, y me doy cuenta de que me observa descaradamente mientras me desvisto. Esa mirada me pone nervioso— y, muerto de vergüenza, me meto en la cama con él.

Buenas noches —le oigo decir, y apaga la luz. Cuando la habitación queda oscura, noto una ligera presión en la mejilla. Adrián me ha dado un beso.

Como la cama está pensada para que la ocupe una sola persona, casi no cabemos los dos, así que, para no caer, tenemos que dormir muy juntos. Siento sus piernas contra las mías, sus pies jugueteando con los míos, su pecho casi pegado a mi espalda y una de sus manos realmente próxima a mi culo.

Me excita sobremanera esta situación. Noto la respiración lenta, profunda y acompasada de Adrián, así que deduzco que ya está dormido. Pero yo no puedo dormir. Estoy demasiado alterado . Al estar tan cerca de él, y además, ambos prácticamente desnudos, mi rabo se pone como una piedra. Noto su olor, dulzón y delicioso, una perfecta mezcla de colonia, sudor, ¿ semen ? y algo más que no soy capaz de identificar. También siento el calor que desprende su cuerpo junto al mío, que es tan intenso que me hace sudar un poco.

Adrián se remueve en la cama, y casi se me escapa un grito de asombro: me rodea con los brazos y me atrae hacia su cuerpo... y su polla, que en estos momentos está incluso más dura que la mía (y eso ya es decir), se aprieta contra mis nalgas. Sus manos, ausentes, me acarician el pecho tan suavemente que siento un agradable cosquilleo por todo el cuerpo.

¿Adrián? —susurro—. ¿Estás dormido?

No obtengo respuesta. Al menos, no verbal. Lo que hace es acercarse aún más a mí, y entrelaza sus piernas con las mías. Ahora noto su respiración contra la nuca y hace que se me erice el vello.

Pone su mano sobre mi corazón, que late desbocado, y juraría que le oigo contener una leve carcajada.

¿Adrián?

Jorge —dice en un susurro—. Tengo mucho sueño... durmamos, ¿vale? —no se suelta de mí. Es más, sus piernas se enredan más aún con las mías.

Vale.

Así que ambos dormimos, yo con el corazón latiendo como un poseso, con ganas de llorar —tal es la alegría que siento— y con una erección terrible. Él, al parecer relajado, sin liberarme de entre sus brazos y, como yo, con una erección terrible.

Me despierto con un terrible dolor de cabeza. Me doy la vuelta para ver si Adrián sigue dormido, pero estoy solo en la cama. La puerta de la habitación está entreabierta, y oigo el sonido del agua cayendo constantemente no muy lejos de donde estoy.

Algo mareado, me levanto y salgo de la habitación. Guiándome por el sonido del agua cayendo, llego al cuarto de baño. Adrián está metido en la ducha. Al parecer, me oye abrir la puerta:

¿Jorge?

Buenos días —digo, mientras se me ocurre una idea loca... me quito los calzoncillos, mi nabo semi-tieso quedando en una ansiada libertad, y, sin previo aviso, me meto en la ducha con Adrián.

¿Qué haces? —pregunta, algo nervioso.

Se me ha ocurrido que podríamos ducharnos juntos, ¿no? —acerco mis labios a los suyos, pero antes de llegar a rozarlos siquiera, Adrián pone una mano en mi pecho y me detiene. Le miro, serio—. ¿Estás bien?

Sí... No. No lo sé —lo cierto es que su cara es un poema; enormes ojeras bajo los ojos, las cejas arqueadas, semblante serio, tras lo cual su rostro se transforma y, con una sonrisa, me besa y comienza a acariciarme los hombros y la espalda, hasta llegar al culo.

Suelto un gemido ahogado por la sorpresa cuando sus manos separan mis nalgas y uno de sus dedos tímidamente roza mi ano. Yo mientras tanto procuro no apartar mis labios y lengua de los suyos y recorro su ancha y potente espalda con ambas manos.

Me mete un dedo entero. Dejo escapar un quejido; duele. Él parece darse cuenta y hace ademán de sacarme el dedo, pero yo no se lo permito.

No lo saques... pero hazlo un poco más despacio, por favor... —le susurro, y el asiente con la cabeza.

Llegados a este punto nuestras pollas están ya durísimas, rozándose la una contra la otra constantemente, produciéndome hormigueos que seguro que él también siente. Alejo una mano de su espalda y la dirijo a nuestras ardientes erecciones. Me las apaño para agarrar a la vez su gordo rabo y el mío y comienzo a masturbarnos mientras él sigue explorando mi culo —ya ha alcanzado a introducir dos dedos, que poco a poco entran y salen, entran y salen...—. Noto sus suspiros contra mis labios y su corazón latiendo fuerte contra mi pecho y eso me excita más.

Sin previo aviso me da la vuelta y él se coloca detrás de mí. Noto algo blando y húmedo en mi agujero y suelto un grito de gusto. Su lengua, con movimientos hábiles, recorre mi rosado ano, que tiembla por el placer que se le está procurando. Introduce la punta de la lengua en mi orificio, lame toda la zona una y otra vez, lametones largos, lentos, húmedos, mientras sus labios besan mi agujero sin parar. Yo, con los ojos en blanco, coloco una mano en su cabeza para que no se aparte de mi culo, mientras que con la mano que me queda libre me masturbo desesperadamente, aunque conteniendo el ritmo porque definitivamente no puedo correrme aún.

No tarda mucho en hartarse de comerme el culo y se incorpora. Noto la punta de su nabo en mi entrada y el corazón comienza a latirme tan fuerte que duele. Nunca me han follado y temo que me vaya a hacer daño. Pero Adrián parece haber notado mi temor y, tras darme unos tiernos besos en los hombros y el cuello, me susurra cerca del oído:

No te preocupes. Te prometo que no te haré daño... —y confío en él. Incluso logro calmar algo mis nervios. Respiro hondo, esperando a recibir su tranca dentro de mí.

Me la va metiendo muy, muy, muy lentamente. Primero, únicamente el glande, y se detiene para que yo pueda acostumbrarme a la intrusión. Duele, es cierto, pero no tanto como yo había pensado que dolería.

¿Todo bien? —me susurra con voz tierna, y yo asiento lentamente. Me besa en la mejilla y de nuevo muy despacio sigue introduciéndome la polla. Noto cómo va ingresando milímetro a milímetro y el dolor ahora es algo más agudo. Se me escapa un quejido e inmediatamente Adrián se detiene—. ¿Te hago daño? —su voz refleja preocupación.

No... no, está bien. Sigue metiéndomela así, despacito... —le pido. Le oigo respirar hondo y, tal y como le pido, sigue penetrándome mientras me acaricia los hombros lentamente, tal vez porque me nota algo tenso y quiere que me relaje.

Tras dos o tres minutos de lentísima penetración, logro albergar todo su rabo en el culo. La sensación es extraña: por un lado, me siento realmente feliz por estar perdiendo mi virginidad con él , pero por otro... es doloroso tener esa tranca dentro. Parece que él entiende que ahora mismo no estoy sintiendo mucho placer, porque se queda quieto; no hace siquiera ademán de comenzar con la follada. Simplemente permanece así, con su rabo dentro de mí, esperando a que mi culo se acostumbre a ese deseable intruso.

Pero no puede aguantar mucho tiempo inmóvil, y sus caderas comienzan un sutil movimiento hacia adelante y atrás. Su polla comienza a moverse dentro de mí y me alegro al notar que ya no me duele prácticamente nada. Ahora, lo que siento es... placer. Solo eso. Cierro los ojos y suspiro. Adrián entiende que ya puede acelerar, aunque sea solo un poco. Y así lo hace. Sus caderas adquieren ahora un movimiento más profundo, su pene saliendo hasta la mitad y volviendo a ingresar, primero despacio, y poco a poco más rápidamente.

Oh, Dios... —susurro, ante lo cual Adrián empieza a penetrarme más profundamente: noto cómo su rabo sale casi por completo de mí para volver a entrar con brusquedad—. ¡Ah! —ahora que mi culo se ha acostumbrado a su polla, Adrián empieza a follarme con más fuerza. Sus manos se aferran a mis caderas y las embestidas son cada vez más poderosas. Sus gemidos se suman a los míos (los siento, cálidos, en la nuca) y ambos nos dejamos llevar por el placer que nuestros cuerpos se entregan mutuamente.

¿Te gusta?

Oh, sí... n-no pa-... no p-pares... —logro pronunciar, pues el placer me está llevando a una especie de éxtasis donde algo tan sencillo como articular sonidos coherentes me resulta complicado.

Adrián me penetra cada vez con más fuerza y celeridad. Sus huevos chocan contra los míos, sus manos me agarran ahora firmemente de los hombros y yo me hago una paja mientras gimo, suspiro y grito su nombre. Con cada embestida, el chasquido que produce el choque de la carne contra la carne resuena en la ducha, produciendo en mí un efecto casi hipnótico.

Jorge... voy a correrme pronto —me advierte.

No me la saques... No pares, sigue así, por favor... —le pido. Quiero sentir cómo tiene un orgasmo dentro de mí.

Y Adrián prosigue con las embestidas, que han llegado hasta el punto de ser casi agresivas —aunque parece que se contiene porque no quiere hacerme daño—, me la mete tan hondo que mi cuerpo entero se ahoga en puro placer... Y noto que no me falta mucho a mí tampoco para soltar mi leche.

¡Ah, joder, oh, sí! Jorge, me corro, me corro, me co- ¡DIOS, SÍ! —Adrián grita cerca de mi oído, y eso me pone tantísimo que noto un potente hormigueo por los huevos y el rabo.

Él, con fuertes gritos en mi oído e incontrolables espasmos. Yo, ciego de placer, temblando de pies a cabeza. Ambos llegamos al clímax casi al mismo tiempo. Yo contra la pared de la ducha —los espesos lefazos resbalando lentamente hasta llegar al desagüe— y él dentro de mí, y siento hasta la última gota de sus abundante néctar inundándome las entrañas, llegando hasta lo más profundo de mi cuerpo.

Su rabo sale de mi culo y puedo notar cómo su lefa se escurre por mi agujero y resbala por mis muslos. Me doy la vuelta y veo su rostro, las mejillas sonrojadas, una amplia sonrisa, los ojos cansados... Me acaricia el pecho y el abdomen mientras yo hago lo mismo con sus duras nalgas. Se ríe, alegre, y yo también. Nos besamos durante unos momentos, y sus manos me tocan las mejillas y el cabello con muchísimo mimo...

Tras el intenso y placentero polvo —el primero de mi vida, y ha cumplido las expectativas con creces—, nos duchamos. Él enjabona mi cuerpo y yo el suyo. Me entretengo especialmente en sus grandes huevos, en su polla, que tras el orgasmo está en reposo —aunque con mis caricias se pone dura otra vez— y en los músculos de su abdomen y pecho. A él parecen gustarle especialmente mis hombros, axilas y nalgas, puesto que es ahí donde más tiempo dedica.

La agradable ducha termina. Nos secamos —el uno al otro—. Con tanto roce hemos vuelto a empalmarnos, así que, como he hecho antes, junto su polla con la mía y nos masturbo. Nos besamos y, mientras mis manos están ocupadas en nuestros rabos, las suyas lo están en mis glúteos, los cuales acaricia sin llegar nunca a cansarse. No tardamos en llegar al orgasmo, primero yo, medio minuto después él. Esta vez nuestras trancas sueltan mucho menos semen que en la ducha. Limpiamos rápido el estropicio y salimos del cuarto de baño, desnudos. Yo voy detrás, así que por el camino me dedico a babear ante la imagen de su durísimo culo, su ancha espalda y sus fuertes piernas casi sin una pizca de vello.

En la habitación, nos vestimos en silencio. Después Adrián se tumba en la cama, taciturno. Le observo un momento y me doy cuenta de que toda la alegría que mostraba en el cuarto de baño ha desaparecido. Ahora está serio, con gesto pensativo, ojos tristones...

¿Estás bien? —pregunto, sentándome a su lado. Él se encoje de hombros.

Lo cierto es que no lo sé... —admite—. Nunca había hecho esto. Con un chico, quiero decir. Yo... hasta ayer, estaba convencido de que era hetero. Pero ahora... —con gesto cansado, se frota los ojos y, tras suspirar, me dice—. Oye, mis padres volverán en cualquier momento...

¿No quieres que hablemos? ¿Quieres que me vaya? —pregunto. Él no responde, pero entiendo que eso es precisamente lo que quiere—. Vale —me levanto de la cama, pero Adrián me llama.

Oye... no te enfades, ¿vale?

No estoy enfadado —aunque no estoy seguro de mi sinceridad. Él sonríe tímidamente—. Llámame más tarde, si quieres, no sé, para hablar, o lo que sea —realmente no sé qué decirle. Me inclino para besarle en los labios, pero él gira la cara, así que mis labios se posan en su mejilla. Pongo los ojos en blanco y suspiro, algo indignado—. Vale... Adiós.

Nos vemos...

Salgo a la calle. Hace algo de calor, aunque no el suficiente como para hacerme sudar. El sol brilla, aunque hay algunas nubes cerca del horizonte. Nubes de tormenta. Espero que no empiece a llover antes de llegar a casa...

Estoy algo aturdido. Por la actitud de Adrián. Anoche no halló inconveniente alguno en que le comiese la polla, a pesar de ser, supuestamente, heterosexual... Más tarde, le resultó perfectamente normal que durmiésemos abrazados, prácticamente desnudos... Y luego lo hacemos en la ducha y, nada más terminar, toda su alegría, toda la seguridad en sí mismo, todo se esfuma y Adrián se convierte en un chico deprimido. Y, mejor aún, prácticamente me echa de su casa, así sin más.

Supongo que entiendo que esté confuso —tiene que ser algo «traumatizante» (a falta de otra palabra más apropiada) darte cuenta de que en realidad te gustan los tíos—, pero... ya que se ha mostrado tan cercano, ya que ha decidido compartir algo tan íntimo conmigo, podría por lo menos confiar en mí, hablar conmigo acerca de cómo se siente... No sé. Algo.

En fin... Llego a casa y en la cocina me espera mi madre que me mira con una sonrisa de oreja a oreja mientras, con unas ojeras que le llegan hasta las rodillas, se toma su café. Café solo. Sin leche. Sin azúcar. Sin nada. No entiendo cómo le puede gustar tanto esa porquería.

Bueno... ¿Cómo ha ido? ¿Cuándo vas a presentármela? —dice mientras sus ojos analizan mi cuello, probablemente en busca de algún chupetón o algo. Pero no encuentra nada, evidentemente.

Algún día —le aseguro.