Es Complicado: 1 - Muy tímido para un demonio

Jorge es un chico algo reservado, que lleva tiempo enamorado de un compañero de clase, Adrián. Un día, y de la forma más espontánea, Jorge invita a cenar a Adrián, aun sabiendo que éste es heterosexual... o tal vez eso es lo que Adrián quiere que todos piensen.

Muy tímido para un demonio

Me tiene contra la pared. Está detrás de mí, su pecho sin separarse un milímetro de mi espalda. Me acaricia los muslos, el culo. Siento su respiración en mi nuca, y su rabo entre mis nalgas. Me besa el cuello, y yo cierro los ojos, soltando un leve suspiro. Noto como poco a poco entra en mí, y de mis labios escapa un gemido. Susurra mi nombre... Me estremezco... Cada vez me folla más violentamente, oigo sus gruñidos cerca de mi oreja. Está cerca de correrse, y yo también...

Jorge, sal ya de la ducha, que llegarás tarde a clase —mi madre me devuelve al mundo real justo antes de llegar al orgasmo, dándome un susto de muerte. Vuelvo a ser consciente del agua que cae sin parar al mismo tiempo que desaparece todo rastro de él —. De hecho, yo también voy a llegar tarde como no me espabile.

Mamá, ¿no puedes esperar a que yo termine de usar el lavabo para entrar?

Ya te he dicho que voy a llegar tarde —oigo que dice, junto con un ruido como de líquido saliendo a presión. No puedo evitar poner los ojos en blanco.

Por favor, dime que no estás meando...

¡Llego tarde! ¡Y tú también, sal ya de la ducha, venga! Me voy, nos vemos por la tarde. Te quiero, cielo —tan repentinamente como ha entrado, se marcha, dejándome solo otra vez. No sé si seguir con lo que tenía entre manos antes de la interrupción, porque lo cierto es que mi excitación ha desaparecido por completo.

Cierro el grifo y abro la cortina de la ducha. Me veo reflejado en el empañado espejo: un chaval de dieciséis años, delgaducho y con la piel bastante clara. En realidad, no puedo quejarme de mi físico. No soy ningún tiarrón, como ya he dicho estoy muy delgado, pero a mí me gusta mi cuerpo tal y como está.

Me seco rápidamente y salgo del cuarto de baño sin molestarme en cubrir mi desnudez con una toalla. Total, no hay nadie en casa, mamá se ha ido hace unos minutos... Subo a mi habitación y me visto, contemplando en el espejo cómo estoy. Cuando me convence mi aspecto —una camiseta roja, con unos cuernos que bien podrían ser de toro o de demonio (no estoy seguro) en la parte de detrás, y unos vaqueros cortos, justo por las rodillas. Ah, y mis Converse grises, claro—, salgo de mi cuarto y bajo a la cocina, donde un café frío me espera. Está asqueroso ...

Salgo de casa y me apresuro en llegar al instituto, donde me encuentro con Laura, que es, desde siempre, mi mejor amiga. Y detrás de mí llega Carlos, mi otro amigo. Y ya está. No tengo más amigos que esos, pero sinceramente no necesito más. Ellos son amigos en las buenas y en las malas, no como otros...

Entramos en ese decadente edificio charlando de cosas que realmente no tienen ninguna importancia ni ningún interés y llegamos a clase, donde la profesora de biología está esperando a que todos los alumnos entren en el aula.

No puedo evitar fijarme en él , que ya está sentado en su lugar habitual. Adrián... Desde la primera vez que le vi, hace unos dos años, he estado enamorado de él. No solo es guapísimo (tiene unos ojos que me matan, enormes, de un color gris verdoso) sino que también es bastante majo, y listo. Y tiene un cuerpazo...

En fin, tomo asiento, un par de filas detrás de Adrián, y la profe empieza la lección de hoy. Aunque yo no la escucho. No puedo concentrarme, porque desde donde estoy tengo unas vistas... interesantes. Desde mi asiento veo las piernas desnudas de Adrián, y también parte de sus calzoncillos. Tiene un culo majestuoso. Así, con esas vistas, ¿quién va a prestar atención a la muermo de la profesora?

La clase termina y salgo de clase corriendo. Me estoy meando. Me dirijo rápidamente al baño, que está, como de costumbre, hecho un puto asco. Huele mal y, además, el suelo está mojado. Y no quiero saber de qué está mojado...

Me coloco frente a uno de los dos únicos urinarios que hay y me bajo la bragueta. No me gusta mear en baños públicos; me cuesta una barbaridad. Puedo pasarme perfectamente cinco minutos esperando que mi rabo decida soltar la orina de una vez. Y si eso no fuera suficiente...

Oigo la puerta abrirse. No necesito ni girarme para saber quién es: Adrián, que se coloca justo a mi lado. Intento no mirar, pero es que me resulta imposible, así que, con el rabillo del ojo, procurando que no se dé cuenta, veo claramente cómo se saca la polla y empieza a mear. La tiene grande, y eso que está flácida. No me quiero imaginar cómo será cuando se le ponga dura... Bueno, me lo quiero imaginar... Noto un hormigueo en mi entrepierna y de repente me pongo muy nervioso.

« Por favor, no te pongas dura... Por favor, ni se te ocurra... » le pido a mi pene, que sigue ahí, sin soltar gota. Y mientras tenga a Adrián a mi lado, así seguirá. Pero por suerte, mi polla se comporta y no se me empalma. Menos mal...

¿Nervioso? —pregunta Adrián con una media sonrisa cuando se da cuenta de mis problemas para mear.

No puedo concentrarme si hay gente alrededor —admito. Me tiembla un poco la voz, como cada vez que hablo con él. Adrián sonríe, y termina de orinar. Se guarda el rabo en los pantalones y se da la vuelta.

Eres muy tímido, para ser un demonio...

¿Qué?

Los cuernos de tu camiseta. Son de demonio, ¿no? —entonces Adrián abre la puerta del baño. Antes de salir, una especie de valor hasta ahora desconocido en mí, me hace pregunar:

Eh, Adrián. ¿Haces algo esta noche?

Pues no lo sé, ¿por qué?

Había pensado que podríamos ir a cenar a algún sitio —me mira arqueando las cejas. Tras un instante de silencio, responde:

Eso depende. ¿Me vas a invitar? —automáticamente asiento con la cabeza—. Entonces, vale. A las nueve en el Telepizza de la esquina. Hasta luego —y se marcha, permitiendo que mi pene (que ahora está algo morcillón) suelte por fin toda la orina que llevaba dentro.

Me siento (casi) eufórico. Tanto tiempo deseando quedar con él —es decir, a solas—, y ha sido así de fácil. No puedo creérmelo. Me guardo la polla, que por fin ha terminado de mear, y me lavo las manos antes de salir al patio, donde me reúno como siempre con Laura y Carlos. Intentando no emocionarme demasiado, les explico lo que ha ocurrido en el baño. Carlos se ríe y Laura me felicita por mi valor.

Pero tú sabes que Adrián es hetero, ¿no? —me pregunta Carlos.

Eso es lo que dice él...

No, eso es lo que es. A Adrián le van las tías, Jorge. No te hagas falsas ilusiones...

Tío, eres un aguafiestas —digo frunciendo el ceño.

Si te lo digo por tu bien, que luego te ilusionas y... Ya sabes lo que pasa —sí. Muchas más veces de las que me gustaría admitir me ha pasado eso de hacerme ilusiones con tíos que al final resultan ser heterosexuales. Es una mierda.

Pero solo vamos a cenar —digo—. No es... una cita, ni nada.

El recreo termina y volvemos a clase. Y yo, otra vez, vuelvo a concentrarme más en el cuerpo de Adrián que en las explicaciones del profesor. Observo, embobado, cómo se rasca y acomoda el paquete (varias veces), cómo los calzoncillos se le entrevén, cómo los músculos de sus brazos se tensan cuando se mueve... Y me pongo cachondo. Siento la polla a punto de explotar... Es una de las sensaciones más incómodas del mundo; morirte de ganas de hacerte una paja y no poder. Tengo que esperar dos horas para poder aliviar mis deseos sexuales. Cuando llegue a casa me la pelaré a base de bien, ya lo creo.

Adrián mira hacia atrás repentinamente y me pilla de pleno mirándole el culo. Aparto la vista, intentando disimular, pero sé que me he puesto colorado como un tomate, y que seguramente él se ha dado cuenta de adónde estaba mirando. Mierda . Cuando Adrián vuelve a mirar a la pizarra mis ojos se dirigen otra vez a su culazo sin que yo pueda hacer nada por evitarlo.

¡En casa por fin! Nada más llegar, me deshago de los pantalones, las zapatillas y los calcetines y lo tiro todo en el suelo de mi habitación, quedando solo con la camiseta y los calzoncillos. Aunque sé que mamá no está, recorro la casa solo para asegurarme. Perfecto.

Vuelvo a mi habitación y me siento frente al ordenador. Abro internet y entro en una de las muchas páginas porno que conozco y, en pocos minutos ya he encontrado un vídeo que tiene buena pinta. Se trata de un tiarrón musculoso —aunque sin exceso, que no me gustan los tíos que son puro músculo— y moreno reventando a un chavalín que tiene que tener dieciocho años recién cumplidos. El chico se come el enorme rabo del moreno que da gusto...

Me quito la camiseta y los calzoncillos y, como dios me trajo al mundo, comienzo a hacerme una paja. Mi mano se mueve frenética a lo largo de mi polla mientras no pierdo detalle de lo que ocurre en el vídeo —ahora, el tiarrón le come el culo al jovencito, que gime sin parar—. Acaricio mis huevos, que están desesperados por soltar todo el semen que guardan. Cada vez siento más placer, y noto que me falta poco para correrme, pero no quiero hacerlo aún; quiero terminar el vídeo y ver cómo el morenazo escupe toda su leche.

Me chupo un dedo, el cual dirijo a mi culo. Me lo meto solo un poco mientras con la otra mano sigo masturbándome. Muy lentamente mi dedo va entrando y con cada milímetro mi placer aumenta. Como no hay nadie en casa, y los vecinos no pueden oírme (no hay ningún vecino cerca), no me aguanto ni un solo gemido. Mientras me masturbo, imagino que el jovencito del vídeo soy yo, y que el moreno es Adrián... Siento un hormigueo por todo el cuerpo solo de pensarlo. Ojalá ...

Finalmente, el tiarrón avisa al chaval que se va a correr, y el jovencito le pide que le llene la cara de lefa. Dicho y hecho. Soltando gemidos de placer —que más bien son gruñidos, como si de un animal salvaje se tratara—, el moreno descarga uno tras otro espesísimos chorreones de leche en la carita del joven, que se relame ante la satisfecha mirada del moreno. Mientras observo la escena, no puedo evitar imaginarme a Adrián corriéndose de esa manera en mi cara. Entre agudos gemidos eyaculo con fuerza, sintiendo espasmos por todo el cuerpo. Noto mi semen cayendo sobre mi abdomen, e incluso algunas gotas llegándome al pecho. El dedo que tenía metido en el culo se sale, y mi polla poco a poco pierde su erección.

Me quedo unos minutos así, recuperando el aliento medio atontado después de ese intenso orgasmo que acabo de tener, y después me voy directo a la ducha para deshacerme de todo el semen y el sudor.

He pasado la tarde decidiendo qué ropa me pondré esta noche, y creo ya la tengo: una camisa blanca y unos vaqueros de color negro. Así, como se suele decir, arreglado pero informal . Quiero estar guapo —aunque sé que que a él le va a dar igual si estoy guapo o no, aunque a mí me hace ilusión ponerme guapo «para él»—, pero tampoco quiero arreglarme en exceso.

Miro mi cartera y me deprimo al ver que solo tengo cinco míseros euros. Suspirando, rebusco por los cajones de la mesita de noche, donde suelo guardar monedas, pero apenas logro recaudar ochenta céntimos. Mientras intento encontrar más dinero por debajo de la cama, entra mi madre. Esta noche ella también sale, con sus amigas locas.

¿Qué te parece? —me pregunta, extendiendo los brazos y dando una vuelta para que pueda ver bien el vestido negro que lleva y los altísimos tacones sobre los que se ha montado.

¿Adónde vas así? —digo, medio en broma.

¿Qué te pasa? ¿Acaso no estoy radiante?

Estás muy guapa, mamá —admito, y ella me sonríe—. Oye, ¿no podrías darme algo de dinero para esta noche?

Mamá me mira, entrecerrando los ojos, y conteniendo una sonrisa. Con voz misteriosa y un fingido semblante serio, me pregunta:

¿La conozco? —río, y niego con la cabeza, mientras ella, sonriente, saca un billete de cincuenta euros de su monedero y me lo entrega. Después me acaricia la mejilla y sale de la habitación.

Como ya son las ocho y media, decido ir tirando para el restaurante. Me doy cuenta de que estoy temblando. Hace un poco de frío. O igual es que estoy nervioso. Sí, probablemente sea eso. Cuando estoy casi llegando, recibo un mensaje al móvil. Es de Adrián, y por un momento temo que se haya arrepentido y haya decidido que no quiere cenar conmigo. Pero no se trata de eso: « llegaré un par de minutos tarde. Si eso, espérame dentro ». Así pues, entro en el Telepizza en el que hemos quedado dentro de tres minutos. Está bastante vacío. Elijo la mesa más alejada del resto, bastante discreta, pero visible desde la puerta para que Adrián no tenga problema en localizarme cuando llegue.

¡Dios, qué nervioso estoy! Antes de salir de casa me he mirado como cincuenta millones de veces en el espejo, asegurándome de estar perfectamente peinado, de que mi ropa no tuviese ninguna arruga, ninguna pelusa, ninguna mancha... Me he lavado los dientes tres veces (han quedado relucientes) y me he puesto mucho (tal vez demasiado) desodorante. Porque cuando me pongo nervioso, sudo, y el olor a sudor no es agradable.

Son las nueve y diez. Adrián todavía no ha llegado. Estoy empezando a pensar que me ha dejado plantado... Sí, seguro que me ha dejado plantado. No va a venir. ¿Cómo iba a venir? Por favor, parezco estúpido; es evidente que no vendrá... Aun así, mejor espero un poco más. Igual sí que viene.

Y menos mal que he decidido esperar. Casi cuando el reloj marca las nueve y media aparece Adrián, entrando ahora mismo por la puerta de cristal. Me quedo embobado al verle. Lo cierto es que, aunque viene mucho menos arreglado que yo, ha elegido su mejor camiseta, e incluso se ha peinado. Nada más verle siento que mi corazón —y algo más, un poco más abajo— comienza a latir con fuerza. Me pongo muy nervioso, me sudan las manos...

Adrián me ve, me saluda con la mano, le saludo. Se acerca velozmente y me da la mano. Sonríe, dejándome ver su perfecta dentadura detrás de los tan apetecibles labios rosados que tiene... Yo también sonrío y puedo notar que me sonrojo.