Es cierto, mi vida, te corneo con todos... (14)
Cuando llegaste y estaban los chicos del taller de visita, aproveché para demostrarles que los pajeros y cornudos eran ellos, cielito.
Es cierto, mi vida, te corneo con todos... (14)
por Mujer Dominante 4
El otro día, cuando llegaste a casa, estaban los muchachos del taller, que habían venido de visita. Son buenos chicos, mi cielo, pero te miran como si fueras un pajero cornudo. Y eso me molesta, cielito, así que decidí darles una lección. Como para que sepan quienes son los cornudos y los pajeros.
Así que saqué el tema de nuestra relación matrimonial, como para que se mueran de envidia. "Mi marido, chicos, es un hombre que me satisface plenamente. No hay deseo mío, por pequeño que sea que él no esté dispuesto a satisfacer, si se lo pido."
"Qué bien", dijo Miguel que es un poco lacónico.
"¡No te lo puedo creer!", dijo Eduardo con un poco de sorna.
"Y, por ejemplo, ¿qué cosas le pedís?", preguntó Marito, que tiene un cierto sentido práctico.
"Lo que se me cante el culo, boludo. Mi maridito me da todos los gustitos. Vení, mi vida, mostrale a los muchachos como le chupás la concha a tu mujercita."
Al principio estabas un poco tímido e inseguro, vidita, porque no tenías costumbre de que te vieran en esos trámites. Pero yo te di ánimos: "Dale, taradito, ¿qué esperás?" Entonces viniste caminando con las rodillas, con la carita a la altura de mi coño, como siempre hacemos. "¡Miren bien, boludos!" les dije a los muchachos, echando mi pelvis hacia fuera, como para que pudieras lamerme bien la concha. Cuando los muchachos vieron como tu cara se enterraba en mi entrepierna, sacaron sus pollas afuera de los pantalones. A mí me pareció muy bien, vidita, porque sabés cómo me gusta ver pollas. Aunque las de esos tres muchachos las tenía bien vistas y re-vistas. Igual valía la pena, porque son unos chicos muy bien dotados.
Pena que ya no estuvieras en condiciones de verlas, mi vida, porque con tu lengua metida en mi concha no te quedaba espacio para ver nada más. Pero estabas contento, claro. Se podía sentir, por el gusto con que me lamías.
Te aferré la cabeza, como siempre hago cuando te la tengo entre mis piernas, y empecé a frotarte el rostro con mi coño. Los muchachos, cachondísimos por el espectáculo, se tocaban y tocaban las pollas, que iban creciendo de un modo impresionante.
"¡Chupa, pelotudo, chupá con ganas!", yo sé que estas expresiones te estimulan, mi amor. Y enseguida lo verifiqué, por la vehemencia con que me estabas mamando mi rajita.
Los muchachos ya habían pasado de manosearse a unas decididas pajas. Era una gloria ver esas pollas, tan gordas y coloradas, vida mía.
Entonces me tendí en el sofá, con las piernas bien abiertas, para que me siguieras mamando, pero en una pose más relajada para mí. Me seguiste todo el camino, caminando de rodillas, hasta el sofá, sin dejar de mamarme. Mi coño te resulta irresistible, vidita. Los muchachos te aplaudieron.
Como vos no estabas en condiciones para ver nada, me permití una pequeña libertad, mi ángel. Le hice señas a Miguel, para que me pusiera su tranca en la boca. ¡Ahh..., qué placer...!
Ni lerdo ni perezoso, Miguel se puso a hacerse la paja en dentro de mi boca. Estaba muy caliente, cielito, así que me llenó la boca con su espesa leche, en menos de dos minutos. Y eso me pudo, y me corrí en tu cara, mientras me mamabas.
Marito apuró su paja, y con mucha puntería te asestó sus guascasos en la cabeza, pero vos no te dabas cuenta de nada, como siempre que te pongo a mamarme la concha. Pero quedabas muy cómico, con el semen chorreándote por el pelo.
Pero Eduardo estaba serio, con su gran polla parada en ristre. "Está bien", dijo, "reconozco que los pajeros somos nosotros. Pero me parece que merecemos una compensación". Yo entendí en seguida. Así que dándote unos fuertes conchazos, hice que te vinieras en los pantalones. Te quedaste con el rostro enterrado en mi coño.
"Cielito", te di unos golpecitos en el hombro, "ahora que les demostramos a estos tontos que vos sos mi verdadero macho, ¿podrías irte un ratito a dar una vuelta?" Con los ojos vidriosos, sin ver nada, te fuiste como un zombi para la calle. Y yo me quedé solita con los muchachos, que seguramente estaban avergonzados por la lección que acabábamos de darles.
Así que permití que Eduardo me homenajeara el ojete con su pollota. Si era su modo de disculparte, lo disculpé. Yo recibo muy bien ese tipo de disculpas, mi vida. Yo recibo muy bien...
Qué orgulloso te habrás sentido al dejar en claro quienes eran los pajeros, y cómo los corneé contigo en sus propias narices. Aunque no estoy demasiado segura de que te hayas dado cuenta de nada, cielito, ya que parecías caminar envuelto en una nube, al dejar el departamento.
Pero no te preocupes, en las dos horas que siguieron, dejé bien en claro tu honor. Dos veces con cada uno.
Gracias por los comentarios, chicos y chicas. Y por las fotos también, claro. Tengo para elegir. Como siempre, escríbanme a mujerdominante4@yahoo.com.ar