Eros y Tanatos

Te viste a ti misma, absolutamente desnuda, inerme, vencida…Estás erguida, únicamente porque tus manos están atadas a un gancho de metal fijo en el techo de una bodega, como los ganchos en los que cuelgan las reses en canal. Tus brazos así extendidos hacia arriba, provocan que tu pecho, tus tetas, se proyecten deliciosamente hacia delante...

EROS Y TANATOS

HOLA…..

Esa palabra es lo único que necesito. La puerta que conduce al mismo tiempo al éxtasis y a la muerte. Todavía me sorprende lo que puede significar la articulación de dos sílabas, la concreción de un instante en el que la palabra es anuencia para la tragedia.

Puedo sentirlo…más concretamente, puedo olerlo: el aroma distintivo del deseo mezclado con el sufrimiento. Pocas cosas me excitan más. Y en este momento estoy muy excitado.

A través del humo de los cigarrillos, por encima del Gibson Martini –una concesión bastante superficial que me hago de vez en cuando-, más allá de la música tecno que envuelve el ecléctico bar, fastidiosamente ambientado por esa tendencia minimalista tan llevada y traída, te veo.

Miento: no te veo nada más, te observo, te analizo. Porque, para tu dicha y desdicha, me he fijado en ti.

He observado con detenimiento la manera como mueves tus manos al hablar; cómo éstas complementan con énfasis las palabras que no puedo escuchar y los gestos que me tienen absorto desde hace un rato. Manos largas, expresivas, muy blancas…podría engañarse uno pensando que esas manos tienen un dejo de ingenuidad. Pero sé, con la certeza que da la experiencia, que tus largos dedos han sentido otra piel y se han crispado con el orgasmo.

¿Cómo lo sé? Por tu mirada y tu boca. Tu mirada es un relámpago de pasión: vivaces, llenos de reflejos, de reto, pero sobre todo, de deseo. Puedo verte encima de cualquier hombre –o mujer, que lo mismo da- exprimiendo su éxtasis con la fuerza de una mirada.

Tu boca es lujuria: de palabras, de pensamientos, de carne. Tu boca ha albergado labios, lenguas, glandes. Tus ojos dominan, pero tu boca posee.

Hace unos minutos te paraste a bailar. Tuve que interrumpir mi respiración…es un reflejo condicionado que se activa cuando me sorprendo. No pude evitarlo al ver el equilibrio de tus formas: tu esbelto talle, tus tetas abundantes y firmes coronadas por grandes pezones que despuntan agresivamente por encima de tu top blanco, unas nalgas maravillosas y unas piernas magníficas, largas y torneadas.

Todo tu cuerpo es desafío…y por eso, por eso precisamente, me fijé en ti.

Pude ver la cara del imbécil que bailó contigo, tratando de ser simpático, de agradarte….cuando lo único que importa son tus tetas, nalgas y piernas….tu boca en una polla, tu sudor cayendo en el piso, tu sangre resbalando por tus caderas….pobre diablo.

Pero tuvo una función ese pendejo: te acercó a mi. Y cuando deslizaste tu figura frente a mi mesa me viste..o mejor aún, viste que te miraba como nadie te ha mirado. Estoy seguro que penetraste mis ojos, traspasaste mi mente y percibiste las imágenes que en ese preciso instante cruzaban por ella:

Te viste a ti misma, absolutamente desnuda, inerme, vencida…Estás erguida, únicamente porque tus manos están atadas a un gancho de metal fijo en el techo de una bodega, como los ganchos en los que cuelgan las reses en canal. Tus brazos así extendidos hacia arriba, provocan que tu pecho, tus tetas, se proyecten deliciosamente hacia delante.

Tus pies están fijos en el suelo, pero unos grilletes sujetan tus tobillos, de tal manera que mantienen tus piernas abiertas, revelando impúdicamente tu sexo, delineado apenas por una delicada línea de vello que te has empeñado en dejar.

No sabes cómo me excitan tus gritos, tu pelo rojo empapado en sudor…sudor frío, de miedo. Huelo tu miedo, con la misma excitación con que huelo tu sexo.

Me aproximo lentamente, disfrutando cómo mis pasos y el eco profundo que éstos producen, aceleran tu respiración. Disfruto intensamente, a tal punto, que empiezo a tener una erecció, cuando empiezas a proferir insultos, cuando tu mirada centelleante me reta, a pesar del miedo…¡Cómo me gustan esas contradicciones! Esas deliciosas disyuntivas de la psique.

Me deseas, te digo….Te desprecio, me gritas y me escupes en la cara…tu esputo da de lleno en mi rostro. Dejo que resbale hasta mis labios para disfrutar su sabor salado y acre. Es lo último que vas a decir, susurro…a partir de este momento únicamente existen el placer y el dolor, anacrónicamente juntos.

Vendo minuciosamente tus ojos y pongo una cinta aislante en tu boca. Los músculos de todo tu cuerpo se tensan dolorosamente, tratando inútilmente de romper las ataduras.

¿Primero el placer o el dolor? Es muy difícil decidir, porque ansío provocarte ambos…iremos alternadamente, empezando por el placer.

Me pongo frente a ti y toco con mis manos tus tetas. No son senos ni pechos, son tetas…me gusta la grosera simplicidad de la palabra. Cuando te toco, te retuerces inútilmente…¡Hipócrita! Sé que en el fondo vicioso de tu ser quieres ser dominada, poseída, derrotada.

Puedo sentir, a tu pesar, cómo tus pezones se yerguen después de un momento de manipularlos. ¿Te pesa, verdad? Te pesa darte cuenta que tu mente me rechaza de forma absoluta, pero tu cuerpo reacciona a mi tacto, como una meretriz.

Entonces acerco mi boca, o más precisamente mi lengua y desde el contorno de una de tus tetas, empiezo a lamerla en toda su circunferencia, avanzando lentamente en círculos concéntricos, acercándome muy poco a poco a tu pezón. Quieres apartarte con todas tus fuerzas, pero mis brazos hacen un candado en tu cintura y te retienen hacia mí.

Cuando al fin llego a tu pezón, lo lamo, lo chupo, lo succiono….jajajajaja….puedo sentir como se endurece adentro de mi boca, entre mi lengua y paladar…cómo crece y transmite todo tu deseo contenido. Repito lo mismo con la otra teta y cuando tengo de nuevo tu pezón en mi boca, lo escucho…fue casi imperceptible pero pude escuchar un tenue gemido…un sonido que no pudiste contener a pesar de que luchaste con todas tus fuerzas por hacerlo. Era lo que estaba esperando: el primer atisbo de tu rendición, de tu excitación.

Lo que no sabes es que ésa es precisamente la señal para el dolor. En cuanto percibo tu gemido, muerdo fuertemente tu pezón. Tu grito se ahoga por la cinta fija en tu boca y mi boca no deja de succionar, engullendo la sangre que empieza a salir de la fresca herida. Me separo y veo el hilo carmesí deslizándose por tu pecho.

Retiro un momento la venda y veo que tus ojos ahora están desorbitados por el odio, el dolor y ¿el placer? Todavía es muy pronto. Cubro de nuevo tu mirada. Escuchas que me retiro y que arrastro algo.

Es una estrecha camilla que coloco entre tus piernas abiertas…ajusto la altura y me recuesto de tal forma que mi cara está justamente debajo de tu sexo. Me detengo un momento y cierro los ojos. Me concentro profundamente en percibir el aroma de tu sexo. El olor característico de un coño. Mi rostro está tan cerca que siento el calor que irradia tu entrepierna…verdaderamente acogedor…jajaja.

Soplo suavemente sobre tu sexo. Puedo apreciar como tu piel responde al estímulo y se eriza, a pesar del sobrehumano esfuerzo que haces por no sentir. Sé que estás a la expectativa, por encima del miedo. Y así, casi como por accidente, toco tu vulva con la punta de mi lengua, sutilmente. Me deslizo por tus labios externos y toco ligeramente los extremos de tu sexo: el que señala el camino hacia tu ano y el que alberga disimuladamente tu clítoris.

Tu respiración vuelve a acelerarse…tu mente está tratando de no sentir, las venas de tu cuello están hinchadas por el esfuerzo. Tu cuerpo reacciona y tus caderas jalan hacia arriba, tratando de separar tu coño de mi cara. Estaba esperando esa reacción…es más, la deseaba. Sin que tú puedas notarlo, del piso recojo un alambre de púas, lo paso por encima de tus caderas y justo cuando estás luchando por despegarte de mi rostro, hundo las púas en tu carne, jalando el alambre hacia mí. Pude escuchar tu grito debajo de la cinta que cubre tu boca.

He eliminado tus posibilidades de moverte. Si lo haces, si tratas de retirar tus caderas, las púas desgarran tu piel y es insoportable. No te queda más que estar muy quieta y centrar tu atención en lo que yo hago.

Sigo mi tarea metódicamente: mi lengua vuelve a repasar los pliegues de tu vulva y presiona, golpetea ahora la zona del clítoris…lo hace una y otra vez. Y a pesar de tu sublime esfuerzo, de tu tremenda aversión por sentir en un momento como éste, tus labios empiezan a abrirse y de tu vagina empieza a correr el zumo de tu excitación. Puedo ver tus labios internos, rosados, suaves, acogedores.

Mi lengua ahora explora todo espacio posible…abro y cierro mi boca a placer, como si besara tus otros labios, los que en este momento están sellados por una cinta y por tu desesperación.

Entonces, en un movimiento inesperado, aprisiono entre mis labios y mi lengua tu clítoris, ahora más evidente después de la estimulación, y empiezo a succionar, a chuparlo de tal forma, que pareciera que quiero arrancarlo de tu sexo. Tus músculos se contraen y tu espina dorsal se tensa, a pesar del dolor producido por las púas y la tibia sangre corriendo por tus caderas.

Estás más allá del dominio de ti misma. Sin soltar el clítoris, introduzco mi dedo índice en tu vagina y empiezo a hundirlo y sacarlo, a un ritmo semilento. Los flujos vaginales hacen pronto que se deslice con facilidad y empiezo a hacerlo más rápido, pero deteniéndome para recorrer las paredes lisas de tu interior, particularmente la zona frontal, la que te produce estremecimientos, la que te aterra en este momento que toque.

Dos dedos ahora entran y salen de tu sexo, en un movimiento preciso, mecánico, como los pistones de un motor. Con el dedo índice de la otra mano, penetro tu ano, despacio, poco a poco, pero profundamente. Empieza a cobrar ritmo también.

Eres un cúmulo de sensaciones: tu clítoris, tu vagina, tu ano…todo al mismo tiempo. Y entonces, el ritmo frenético: tres dedos entrando y saliendo, mi boca succionando, mi dedo en tu ano con movimientos circulares, a la mayor velocidad que mis músculos permiten.

Ahora ya no tiene caso esconderlo: gimes, tienes ganas de gritar…y al mismo tiempo las lágrimas resbalan por tu rostro. Tu vagina no miente, se contrae y mis dedos y mi boca se llenan de tu orgasmo. Lamo tu sexo, como un gato lamería a su cría…saboreo tu lujuria, tu derrota.

Tu respiración se va recuperando…pero no hemos terminado. No has terminado aún. Me incorporo y retiro la camilla. Escuchas mis pasos que se alejan. Puedo ver por detrás tu cuerpo brillante por el sudor y por la sangre que baja por tus nalgas, como lava deslizándose por las paredes de un volcán. Restos de tu orgasmo chorrean por tus muslos. Verdaderamente eres magnífica.

Regreso y llevo en mis manos un enorme consolador, un falo magnífico montado sobre un arnés de cuero, que yo mismo diseñé. Ato el arnés a tu cintura, enciendo el vibrador y lo introduzco en tu todavía sensible vagina….lo meto hasta el fondo y lo sujeto firmemente para que no se mueva, para que permanentemente sientas su estímulo. También sujeto con cinta un pequeño vibrador justo en tu clítoris. La sensación es intensa: tus nalgas empujan hacia delante, tu respiración vuelve a agitarse….es imposible zafarse del extasis.

Entonces me coloco detrás de ti y pongo mis manos en tus caderas…con un solo movimiento, empujo con todas mis fuerzas mi polla erecta, reluciente, magnífica, en tu ano. De no ser por la cinta, tu aullido hubiera sido impresionante. Dejo mi falo adentro, sin moverlo, para que te acostumbres a su presencia, al dolor unido al estímulo artificial de los aparatos en el arnés.

Después de un momento, empiezo a mover mis caderas, adelante y atrás, en un rítmico vaivén. Mis manos se aferran de tus tetas, las asen, las estrujan, pellizcan tus adoloridos pezones. Sigo moviéndome con frenesí, con delicia, porque estoy desflorándote, estoy borrando cualquier signo de ingenuidad y de inocencia que pudiera albergarse en ese cuerpo de reto, de desafío.

Irónico, ¿no es así?: Génesis y escatología….pene y ano.

Siento como mi glande se expande, siente la necesidad de expulsar mi semen y bañar tu interior. Yo sé que también tienes la necesidad de acabar otra vez, contra tu voluntad.

Sólo en el momento en que ya es difícil contener mi eyaculación, quito la venda de seda negra de tus ojos…y en un enorme espejo que tengo frente a ti, lo ves todo:

Ves tu cuerpo denudo, sujeto, dominado; ves la sangre correr por tu cintura y el sudor empapar tu cuerpo; ves la tortura del deseo envolviendo tu sexo; mi cuerpo pegado atrás del tuyo; ves tus ojos desorbitados y la mueca de tu boca escondida debajo de una cinta adhesiva….pero ves algo más.

Ves como la venda que antes ocultaba todo de tu mirada envuelve tu cuello y ves cómo mis manos tiran de ella, aprieta inexorablemente tu tráquea, impidiendo entrar el aire que necesitarías para gemir o para gritar. Tus ojos casi salen de las cuencas de tu cráneo, tu cara enrojecida en un último esfuerzo por sobrevivir y mi cuerpo impulsado por un increíble orgasmo. Justo en mis últimos espasmos de éxtasis, tu cuerpo cuelga exánime, abatido.

Clímax tanatológico, lo llamaría yo…no puedo evitar sonreir. Me separo de tu cuerpo y antes de vestirme, veo el gran espejo y miro tu ojos, que aún mantienen una expresión que no sé si es de terror o de sorpresa…quizás una mezcla de ambos. Luego el silencio, sólo roto por el tenue zumbido del consolador.

Todo eso ves en mi mirada, aunque no lo vas a descifrar ahora. No tan rápido. Lo que superficialmente percibes es una mirada oscura, intensa, que te traspasa. Justo cuando retienes mi mirada, me paro, tomo mi copa y ocupo un lugar en la barra del bar, dándote la espalda.

Después de unos minutos te acercas a la barra, a mi izquierda. Pides un agua mineral, con tu mano pasas unos mechones rebeldes detrás de la oreja, volteas disimuladamente hacia mí, pero con toda intención. Retienes nuevamente tu mirada en mi rostro y dices en voz baja, HOLA.

Luego desvías tu mirada y se forja en tus labios una sonrisa ajena a toda inocencia. Tu boca es ahora una delgada línea, la línea que separa el éxtasis de la muerte.