Ernestina, mi nueva sirvienta negra
Por fin llego mi nueva asistenta, era negra como la anterior, que follaba muy bien, pero esta era monja...
Cuando se marcho mi anterior asistenta, con la cual había llegado a tener una relación muy especial, esta me dijo que la agencia me enviaría a Ernestina, la cual era peculiar.
El día que llegó, cuando abrí la puerta, me quede espantado. Allí había una negrita de unos veinte años, con el pelo corto, vestida con una falda por debajo de la rodilla, camisa abotonada hasta el cuello y chaqueta azul de punto, parecía una monja de paisano. Ernestina, que hablaba bastante bien el castellano me lo confirmó. Era novicia en un convento y tenían que trabajar para sustentarse, y ella se había puesto a servir con tal fin.
Me quede un poco perplejo, pero en fin se trataba de que limpiara, y a ello se puso. Me dijo que ya la anterior criada le había indicado algunos de mis gustos y que me serviría a la perfección. No limpiaba muy bien, era bastante sucilla, aunque hablaba mucho y presumía de sus supuestas virtudes.
Un día que me quede en casa, en pijama, pues tenia que hacer unos informes y no tenia porque ir a la oficina, observe como fregaba el suelo arrodillada, moviendo el culo rítmicamente, aunque la zafia ropa que llevaba no dejaba traslucir sus formas. Le pregunte porque no usaba la fregona, y me dijo que fregar de rodillas era una forma de sacrificio y que eso aumentaba su virtud. Este comentario me pareció ya excesivo, y le dije que era una guarra, que realmente no limpiaba nada bien, que cocinaba peor, que no paraba de hablar, y que la iba a despedir.
En ese momento se quedo sin voz y temblorosa, yo aprovechando la situación y para humillarla más le metí la mano por debajo de la falda y le enganche la entrepierna. Ella boqueo, no daba crédito a lo que le estaba pasando, aunque no se movió. Note que la braga era sedosa, lo cual me extraño en ella, y levantándole la falda, me encontré con unas preciosas bragas de satén morado, con encajes.
Aquella ropa no correspondía con su supuesta beatería, y le pregunte por ello.
Ella estaba allí arrodillada, con los guantes de fregar puestos, la falda volteada y el culo en pompa.
Es ropa que a veces nos dan, esta en concreto era de una hermana, que fue muy pecadora antes de entrar en el convento- Me dijo ya un poco más recuperada.
¿Y a ti no te gusta follar, zorrita? Insistí
Ella ya se incorporo algo, impidiendo que mi mano siguiera en ese calido lugar, y me dijo que a ella cuando había probado, no le había gustado, y que por eso no era ningún sacrificio para ella privarse del sexo.
Yo ya estaba caliente, pues el culo de la novicia que había vislumbrado estaba muy bien hecho, un poco gordito pero terso y suave.
Pues yo creo que es porque no lo has disfrutado bien. Le dije- ahora vas a ver,
La eche sobre su espalda. Le quite como pude la falda, mientras ella me indicaba que lo que yo hiciera lo consideraría un sacrificio más. Aquella beata me ponía nervioso, le quite las bragas y allí me encontré un coño con abundante pelo fosco ,le metí un dedo y empecé a hurgar en su interior, estaba bastante seca, y no parecía demostrar mucho interés si bien tampoco se oponía.
Me puse a horcajadas sobre ella, como si fuéramos a hacer un 69 y con mi boca chupe entre sus carnosos muslos a ver si se animaba, cuando le di unos suaves mordiscos a los labios de la vulva, ella me aferro y levantando su cabeza tropezó con mi polla, la cual ya se quería escapar del pijama, de hecho el glande fue fugazmente capturado por los carnosos labios de la negra. Al mismo tiempo se abrió más de piernas y empezó a gemir, cuanto más fuerte le mordía, más retemblaban las carnes. La monjita se estaba poniendo cachonda. Lo cual se lo dije ¡Guarra, que tu coño quiere babear¡- excitándose aún mas.
Nos levantamos como pudimos y le tumbe en el sofá, le quite o más bien le arranque la blusa y me encontré con un sostén morado a juego, que contenía unas pequeñas tetillas morenas. Una vez desabrochado empecé a manoseárselas, estaban poco desarrolladas, boca arriba, casi parecía plana, pero tenía dos pezones negros puntiagudos, que merecían toda mi atención. Yo iba en plan suave acariciándole y chupándole todo el cuerpo, pero note que de nuevo ella se ponía distante y algo incomoda. En un momento de inspiración le mordisquee algo mas fuerte de lo debido los pezones y vi que eso le gustaba. Que gruñía y que por su boca entreabierta salía un hilillo de baba. Le gustaba jugar, pues esto era fácil. Le dije que se pusiera a cuatro patas, y mientras deslizaba mi pene entre sus nalgas le iba dando cachetes en las nalgas y empujones, a la par que le insultaba- Guarra, eres como todas, una puta, peor que una puta, te gusta pecar conmigo ¿a que si?.- Ella empezó a musitar, casi parecía entrar en éxtasis. A mi francamente aquello me divertía pero no me excitaba gran cosa, y además tenia ganas de mear.
Ella puso el culo abierto, quería que le desgarrara, pero empecé a orinar encima de su espalda, ella sorprendida se dio la vuelta y seguí orinando sobre sus tetillas y su cara, recibiendo la meada en su abierta boca. En un momento ella cogió mi polla y empezó a mamármela con fruición, sus uñas me hacían marcas en el culo pues me empujaba hacia su boca, como si quisiera tragarse hasta los testículos, que casi le cabían pues tenia una boca enorme.
-Guarra, te cabe mejor mi polla en tu boca que en tu coño-
En sus blancos ojos veía autentico agradecimiento, aunque nada de lujuria. Cuando ya estaba yo bastante caliente me aparte de ella empujándola nuevamente al suelo, y montándome encima la folle bruscamente, ahora si que estaba húmeda, destilando su coño un abundante moco pegajoso. Ella se contorsionaba, se pellizcaba los pezones y se arañaba los muslos. Tumbada como estaba le dije que levantara más las piernas para que le viera bien su sucio culo, poco a poco le fui metiendo la verga por el esfínter, mientras ella a la vez que sufría se corría de placer
-No puedo más, no puedo más-. Decía murmurando, pero sin dejar de culear. Estaba disfrutando al tiempo que lloraba.
Al final me corrí dentro de su culo y ella quedo medio desmayada, toda sudada, con las piernas abiertas y los brazos levantados, enseñando sus sobacos sin depilar, en medio de la orina, semen y sus propias babas. Me limpie con el crespo pelo de su cabeza el pene y me fui a duchar. Cuando volví estaba más recuperada y me indicó que todos estos sufrimientos los consideraba como penitencias, y que gracias a ellas su virtud aumentaba.
Harto de aquella guarra piadosa, le dije que recogiera y terminara de limpiar. Cuando se fue, llame a la agencia de empleadas domesticas para decir que Ernestina no volviera. No estoy dispuesto a que nadie se gane el cielo a mi costa.