Eriol I: Una mirada basta.

Me sentí extraño, no sabría describir bien esa sensación, es como un hormigueo en el estomago, te sientes nervioso, pero tranquilo al mismo tiempo, comienzan a sudarte las manos y no puedes despegar los ojos, de la persona causante de esas sensaciones... Eso es lo que sientes cuando te enamoras.

Ahí estaba yo, paseando por el campus a medio día, saltándome las clases para poder estar un rato con mi novia, Amandine. Paseabamos de la mano en silencio, obserbando como la brisa arrastraba las hojas secas de los árboles que reboloteaban a nuestros pies, un suspiro profundo se me escapó entre los labios. Ella era sin duda, la chica más hermosa, la más tierna, amigable y agradable que había conocido, era francesa. Su tez palida hacía resaltar ese bonito lunar que tenia en la mejilla, era delgada y tenia unos buenos pechos, una larga cabellera roja ondulada, caía como una cascada sobre sus hombros, tenía unos hermosos y grandes ojos verdes como dos esmeraldas, labios carnosos de un rosa palido, daban ganas de beber de ellos y comprobar cuan dulces podrían ser. Era delicada como una rosa blanca, con esa ternura casi insoportable, una sonrisa suya bastaba para desarmarte completamente. La conocí en un intercambio a Francia, era la hija de la vecina de la familia que me acogía en su casa, puedo asegurar que lo primero que me atrajo de esa hermosa criatura, semejante a un ángel, fue su sonrisa, sin duda alguna. Nuestro primer encuentro fue gracias a Natalie, la mujer que me acogía en su casa, una noche invitó a cenar a Amandine, poniendome al tanto de que la chica tenia mi edad y era tan linda como una flor en plena primavera y alegó con tono risueño, poniendo en práctica sus dotes de casamentera, que aquella chica era perfecta para mi y lo era, por lo menos yo lo pensaba así en aquel entonces. Después de aquella cena, Amandine y yo nos volvimos muy cercanos, salía con ella siempre que ambos podiamos y terminamos teniendo un romance de verano, que no solo quedó en el verano.

A los pocos meses de volver a mi casa y empezar mi último año de bachillerato recibí una noticia que nunca me hubiera esperado pero que me hacía muy feliz. Amandine habia convencido a sus padres para que la dejaran terminar sus estudios en España, su madre al principio se opuso, sabiendo de sobra que lo hacía por mi, su padre, un acaudalado empresario francés, no veia incoveniente, es más le parecia bien que la chica aprendiera un nuevo idioma, finalmente ambos padres cedieron y mi querida Amandine a las pocas semanas se estaba instalando en Salamanca, en un piso no muy lejos del mio. Los meses pasaron y mi relación con Amandine no cambiaba ni un ápice, ella era dulce como la miel y estaba seguro de que la amaba más que a alguna de mis exnovias en su día.

-Julián- La dulce voz de mi amada con ese tenue acento francés, me sacó de mis ensoñaciones, miré hacia ella encontrandome con ese par de brillantes esmeraldas que me observaban con inquietud -¿Estás bien? Llevas extraño toda la semana...

''Cierto'', pensé. Me desvivía por ella, le daba todo el cariño que podía y tenía, llegué a amarla, como dije antes, más que a ninguna... pero el tiempo hizo replantearme muchas cosas...

-No.. estoy bien... son solo cosas de la facultad... - bajé la vista, con cierto remordimiento por mentirle a ese ángel caido del cielo. Paro de andar, notaba su mano tirar de la mia para que también me detuviera, sin más tomó mi rostro, con esa delicadeza habitual en ella, me besó, como siempre lo hacia, de forma dulce y sosegada. Mi corazón ya no respondía como antes a su cercanía, ya no se aceleraba con es facilidad, cada vez que su aliento, fresco, con un toque a fresas, rozaba mis labios. Me había dado cuenta hace bastante que lo que sentía por Amandine se había ido hace mucho... Él, con una sola mirada, me había arrebatado mi mundo prefecto.


Hace dos meses exactos, crucé miradas con la que sería la persona que más odiaria a partir de entonces. Me dirigía a la cafetería del campus a la hora de comer con mi particular grupo de amigos, aún no los conocía mucho puesto que era mi primer año de universidad, pero eran bastante majetes los chavales, me llamaban el casanova del campus (era estúpido) porque la mayoria de las chicas botaban la baba por mi, según dicen, yo no me percataba, ya que no soy de los que alardea de buena aparencia y no me importa demasiado la opinión de los que me rodean, sobre todo de las chicas, pues con mi hermosa y deslumbrante Amandine tenía bastante. Me considero un tio normalito, piel blanca, no muy bronceada, sin nada de bello, alto delgado, un cuerpo marcado, lo justo, pelo castaño casi rubio, que me cubría parcialmente la parte derecha de la frente, no me gusta llevarlo muy corto, todos decian que el color de mis ojos era extraño, era un color miel que acababa en un verde oliva en los bordes, los había heredado de mi madre que era inglesa y parte suiza. A lo que mis preferencias sexuales respecta, nunca antes me habia interesado por alguien de mi mismo sexo, quizás algunas veces me sorprendia a mi mismo observandole el culo a un desconocido o a uno de mis amigos, pero nunca me planteé una relación física con un hombre, solo tenía ojos para mi bella Amandine.

Mientras mis amigos pedían la bebida al camarero, pude sentir unos ojos clavados en mi, alzé la vista y allí estaba, unos ojos grises, claros, me observaban desde la otra punta de la estancia, su dueño portaba una cazadora negra de cuero con una camiseta blanca lisa, tenía el cabello negro, muy negro, no lo llevaba muy largo, le caia por la nuca y cubria su frente, totalmente liso, pero algo desordenado que le daba un aire despreocupado, tenía un rostro joven, cerca de mi edad o un par de años mayor, sus rasgos eran suaves y tenía un lunar en el mentón que se me antojó extremadamente sexy, era muy guapo, más de lo que me habría gustado admitir. Su mirada era intensa, sin saber porque, mi corazón se puso a mil, tragué saliba debilmente, obligándome a mi mismo a apartar la mirada, me ponia nervioso.

-Hey, Julián tio, que te quedas tonto- miré hacia mi compañero, Carlos se llamaba, reí avergonzado.

-Lo siento... ultimamente me cuesta centrarme.

-¿Y eso? Normalmente estas en todo... ¿Problemas con la chati francesa?- Carlos elevó ambas cejas esperando un respuesta positiva de mi parte, al acecho de cualquier oportunidad para hincarle el diente a mi ''chati francesa'' como todos en aquella mesa. Me miraron espectantes.

El camarero me salvó de tener que explicar mi falta de amor hacia Amandine, dejó sobre la mesa los refrescos que cada cual había pedido y un par de tapas, inmediatamente el tema de conversación cambió a otro, como yo esperaba que sucediera. Alzé la vista nuevamente, buscando esos ojos grises que no tardé en encontrar, seguian mirándome con esa intensidad que me ponía nervioso y me avergonzaba. Aquel desconocido apartó la mirada, apurando una taza de café, pude advertir que de perfil era aún más guapo. Me sentí incómodo por un momento, sin ser capaz de levantar la vista de aquel Adonis, que con total calma e indiferencia se levantó y abandonó el local echándose al hombro lo que parecia ser el empaque de una guitarra. No sabría describir que fue lo que sentí en aquel momento, observando a ese muchacho, incluso me puse cachondo mirándole descaradamente el culo en esos vaqueros caidos pero ceñidos a las piernas y evaluando su anatomía, cuando salía de la cafetería. Sacudí la cabeza, volviendo en mi, suprimiendo cualquier pensamiento lascivo hacia aquel muchacho de ojos grises, un mar de confuciones se abrió paso en mi interior, volví toda la atención a mis compañeros, intentando olvidar esos ojos grises. Con un poco de suerte no lo volvería a ver, pensé, pero en el fondo sabía que me equivocaba.


Un sonido infernal que personalmente odiaba, me avisaba a fuertes pitidos que la mañana había llegado, alargué la mano para apagar el despertador, gruñendo por lo bajo, odiaba despertarme con ese molesto pitido, pero era lo único que lo conseguía. Después de unos minutos volviendo en mi, me levanté hacia la ducha, 45 minútos más tarde, ya estaba vestido y desayunado, me eché la mochila al hombro y salí de casa rumbo a la facultad que no quedaba muy lejos. Mi móvil vibró dentro de mi bolsillo, reproduciendo Claro de luna de Ludwig van Beethoven, tono que tenía especialmente para una persona, contesté sin pararme a mirar la pantalla.

-Buenos días Amandine.

-Bonjour Julian- Me saludó como cada mañana con ese fresco acento al pronunciar mi nombre, sonreí para mi, mientra ella continuaba hablando -Hoy tengo que ir a hacer unas compras y otros recados antes de ir a visitar a mes parents, no podré verte hoy...

-Pero.. si te vas mañana..

-

Pardonnez-moi

mon amour, lo siento mucho, ma mère me pidió que hiciera unos recados en el último momento... -Suspiré de manera forzada, para demostrar que almenos algo me importaba, no la vería en dos semanas al menos, pero francamente, la idea no me molestaba, todo lo contrario, necesitaba sentirme libre, aprovecharía bien esas dos semanas.

-No te preocupes cielo, mañana haré lo posible para acompañarte al aeropuerto... -se hizo una breve pausa que me pareció extraña.

-No deberías saltarte más clases, l'université es importante Julián, pero me encantaría verte antes de irme tanto tiempo, te echaré mucho de menos.

-Y yo a ti... -mentí como un bellaco y me sentí muy mal por ello.

-Au revoir, de parler plus tard. Te quiero.

-Y yo a ti... -repetí la mentira una vez más, pero sin sentirme culpable, ya que la quería, pero no de la misma forma, ya no.

Me guardé el móvil en el bolsillo lateral derecho, distraido en el proceso, inmerso en mis propios pensamientos, no vería a Amandine en dos semanas, una breve sonrisa escapó de mis labios, sintiendome la persona más despreciable a los pocos segundos, borrando todo rastro de dicha sonrisa. A las puertas del campus un sonido sordo me sacó de mis ensoñaciones, reboté contra el cuerpo de algún individuo, la carpeta que llevaba agarrada con una sola mano cayó al suelo dejando un reguero de papeles. Alzé la vista para asesinar con la mirada a aquel patán con el que había chocado. Me quedé mirando a aquellos ojos grises, borrando automaticamente cualquier signo rencor en mi expresión.

-Joder... lo siento mucho, no me fijé por donde iba. -Su voz era suave y rasgada, no muy profunda, pero sin dejar de ser masculina. Se agachó al momento a recoger los papeles que se habían salido de mi ya muy usada carpeta, me quedé prendado un instante y me agaché también, recogiendo el reguero, nervioso, sin mediarpalabra.

Aquella escena parecía salida de una pelicúla, la típica pelicula pastelosa en la que chico, conoce chica y acaban metidos en eso del amor hasta el tuétano. Hubo un momento en que nuestras manos se rozaron, un escalofrio electrizante me recorrió de pies a cabeza, automaticamente retiré la mano, sin brusquedad. Me incorporé al terminar de recoger los papeles y nerviosamente posé mi vista en él. Esta vez no llevaba ninguna chupa, pero vestía una camiseta negra de manga larga, ceñida al torso y unos vaqueros parecidos a los de la vez anterior, llevaba también la guitarra a su espalda. Me sonrió, dios mio que sonrisa, se parecia a aquel actor que tanto le gustaba a Amandine, Aaron Johnson, salvo que él chico que me sonreía tenía los ojos grises claros, cristalinos, se me antojaron hasta cálidos y un cuerpo más marcado, más fuerte.

-Dis..-me aclaré la garganta desviando la mirada- Disculpame a mi -volví la vista a él, devolviendole la sonrisa de la mejor manera que pude, pero con cierta timidez, hasta sentí un ligero calor en las mejillas, estaba sonrojado, que impropio de mi. Me llevé una mano a la nuca, algo nervioso aún ante la presencia de aquel Adonis que me dejaba sin aliento y me volvía imbécil- Andaba distraido...

-Culpa de los dos entonces- El chaval rió de forma suave, fresca, tenía hasta una forma de reirse bonita el cabrón. -Aquí tienes... Julián- Dijo mientras leía mi nombre en una de las hojas, mientras me tendía los papeles que por un segundo había olvidado.

-Gracias -murmuré con una sonrisa, recibiendo los papeles, sin apartar la vista de él, casi incapaz de ello- ¿Y tú eres...?

-Eriol -Sonrió de nuevo, bonito nombre, pensé, como todo en él.

Me sentí extraño, no sabría describir bien esa sensación, es como un hormigueo en el estomago, sientes la cabeza en otro lugar, te sientes nervioso, pero tranquilo al mismo tiempo, comienzan a sudarte las manos y no puedes despegar los ojos, de la persona causante de esas sensaciones... Eso es lo que sientes cuando te enamoras, ya se que piensan ¿y quien cojones puede enamorarse así de rápido y fácil?... pues supongo que yo, no le conocía de nada, tan solo su nombre y lo que veía desde fuera, solo habiamos intercambiado un par de palabras, pero aquel hombre me atraía de una manera que no era normal. Me había enamorado joder y lo sabía muy bien, pero no lo quise aceptar, no, no de un chico, yo ya tenía a Amandine, que era una chica, una relación normal, además era hermosa, jamás podría cambiarla por un chico, eso me dije, como siempre, me equivocaba y yo mismo cavé mi propia tumba por cobardía e hice sufrir a la chica de mis sueños y al que sería el amor de mi vida.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~

Hasta aquí mi primer relato, no sé si estará bien, juzguen ustedes mismos. Sé que no hay nada de erotismo, pero ya lo habrá en la segunda parte, a los que lean esto, muchas gracias, espero sus opiniones.

Att: Jack el D.