Eres un hijo de puta
Nuestras vidas se cruzan una y otra vez, y sé que eres un hijo de puta
Eres un hijo de puta, seguro. No hay más que verte. Suelo cruzarme contigo cuando llegas al gimnasio. Creo que sales de trabajar de tu consultoría a la misma hora en la que yo salgo de mi triste oficina. Veo tu innecesariamente cara moto entrar zumbando por la calle, innecesariamente rápido, innecesariamente ruidosa. Te bajas con sumo cuidado para no manchar tu traje negro, pero al entrar en el gimnasio ni te giras cuando golpeas con tu casco o con tu bolsa de deporte Armani a algún chaval que espera en la puerta. Todo te importa una mierda. Todo menos tú.
Hace unos meses te vi quedándote a hablar con la chica de la entrada cuando le enseñaste la tarjeta de socio. Está buena. La típica rubia maciza que seguro que te follas, como a otras muchas rubias macizas, todas igual de buenas, todas igual de zorras, que se dejarían hacer de todo por tu cuerpo y por tu cartera. Mientras ella te contaba algo tú mirabas los mensajes del móvil. iPhone último modelo, por supuesto. Ella, por un momento, se entristeció al darse cuenta de que no prestabas atención en absoluto a las sandeces que te decía, pero bastó un guiño tuyo antes de dirigirte al pasillo para devolverla su tonta sonrisa. Cuando yo pasé al lado del mostrador ella ya estaba cogiendo su Samsung contando a alguna de sus amigas que te había visto. Ni levantó la cabeza por mi. Podría haber llevado una pistola, o podría haber pasado en pelotas, que habría dado igual, esa puta estúpida sólo tenía neurona para tu encuentro con ella.
Te imaginé a los pies de su cama, de pie, todavía vestido con tu traje y tu camisa negra, y ella moviéndose a gatas sobre el colchón conformándose con chupar los dedos con los que la acababas de masturbar. Después bastaría que te bajases los pantalones y tus calzoncillos Calvin Klein para que ella lamiese golosa tu gorda polla. Las rubias tontas son así. Pero tragan. Joder si tragan. Literalmente. Chupan como unas zorras que son. Seguro que te la comió hasta los huevos, mirándote, buscando tu aprobación. Lamer, chupar, engullir, lamer, chupar engullir. Hasta que te corras en su garganta. Después, quizá, siguen hasta ponértela dura para que las folles. Sin devolverlas la atención, sin atender su coño con tu lengua siquiera. Sólo tumbarla boca arriba y penetrarla. Duro, fuerte. Largo. Hasta escucharla correrse, pero sólo buscando tu satisfacción personal.
Yo sí te haría disfrutar, no como ellas.
Hace unas semanas te vi en un bar. Fanfarroneabas con un amigo en la barra. En una hora no menos de diez niñitas se acercaron para alimentar su ego. A varias ya te las habías pasado por la piedra. Lo sé, porque yo era la camarera, y te estuve escuchando. Ellas se acercaban zorreando, luciendo su juvenil escote, moviendo el culo tras la minifalda. Tú las tratabas suficientemente bien como para que te quisieran volver a comer la polla, pero suficientemente mal para que se fueran con ganas de más para luego. A tu amigo le enseñaste unas fotos con el móvil. No me costó espiarte sin que te fijases en mi. En una se veía a una de las chicas en los baños del bar, arrodillada y mirándote.
Al poco se acercaron las dos más altas y más guapas, las más pijas que os habían entrado. Pensé que os iríais con ellas, pero no. Te fuiste sólamente tú, con una de cada brazo, dejando a tu amigo con su copa. El muy imbécil intentó después hacerse el simpático conmigo para bajar su calentura. Y una mierda.
Horas después, las golfas volvieron al bar, riendo y contando a sus amigas cómo se habían enrollado contigo, cómo de grande la tenías, cómo os había follado… Mintieron cuando dijeron que ellas no se habían tocado. Seguro que en cuanto las metiste en tu casa te serviste otra copa mientras las decías que se desnudasen y se comiesen. Seguro que eres un hijo de puta al que le gusta mirar. Tú no regresaste.
Yo no habría vuelto esa noche al bar dejándote en casa. No me habrías dejado. Me habrías pedido más.
Hace unos días mi mejor amiga me dijo que estaba enamorada. Un chico fantástico, atento, inteligente, simpático… Y guapo y con dinero. Tras contarme mil mierdas añadió que un gran amante. En todos los sentidos. Que la primera noche la dejó en el portal, pero la segunda le llevó a su casa e hicieron el amor, con los ojos vendados, muy dulce. Que si nunca había notado un pene así, que si aguantó varias veces seguidas… Todo muy ñoño, como es ella. Y me enseñó una foto. Tu foto. Sin embargo, sé que aquella noche volviste al bar con tu amigo, casi a la hora de cierre. Tú estuviste más comedido, pero él se tomó tres copas y perdió la compostura, casi gritando que os acabábais de follar a una. Que la vendásteis los ojos y os la turnasteis. Que no se dio cuenta cuando empezó comiéndosela a uno y luego os cambiásteis. Que si la pusisteis a cuatro patas y cada vez que se corría cambiábais. Que si no, menudo aburrimiento de tía, porque era como follarse a una muñeca hinchable. Al acabar de contarme su historia, sacó el móvil y te mandó un corazón. Tú, por supuesto, no respondiste.
Yo te garantizo que no follo como una muñeca hinchable.
No estoy tan buena como la rubia del gimnasio, ni tolero que no me hagan caso cuando hablo. Ni soy tan dócil como las niñitas del bar y no me follas y me largas de tu casa así como así. Ni tan inocente como mi mejor amiga, sé distinguir dos pollas. Pero estoy segura de que, en el fondo, estás harto de no estar con una mujer de verdad. Que te diga a la cara que eres un hijo de puta, pero que te quiere follar. Que no te pida que la uses, que no te pregunte si te gustan sus tetas infantiles, que no te incordie suplicando que la hagas el amor. Una que te quiera follar, y que la folles. Que no te va a pedir más, pero que no va a babear cada vez que te vea. Que se comería un coño mientras miras si eso os da placer a los dos. Que jodería a su mejor amiga, vendada, con un consolador, y que se follaría también a tu amigo sólo para pasarlo bien. Alguien que sepa lo que quiere, y que sepa cómo se hace.
Esto era muy largo como para decírtelo a la cara, por eso te he dado esta carta al salir del gimnasio. Y por eso te he dicho “léelo y, si quieres empezar a follarme, mi dirección está por detrás”.
Todavía no me he quitado el abrigo cuando llaman a la puerta. Eres tú.
Te digo que esperes, que todavía no estoy lista.
Diez minutos después, te abro y entras.