Erasmus guarro y perverso

Dos jovencitas, una elemana y otra española, entregadas al sexo más guarro y perverso en su aventura Erasmus. ADVERTENCIA: relato sólo apto para amantes del género scat.

Apenas a dos semanas de haber iniciado mi aventura Erasmus, una discusión por una bobada  destrozó la relación con mi compañera de habitación. Lorena había sido amiga mía desde el instituto y ahora que cursábamos la misma carrera, decidimos afrontar juntas también esta experiencia. Lo que intento decir es que nos conocíamos bien. En un par de semanas o así la cosa estaría arreglada, pero hasta entonces… ¿qué? Casi habíamos llegado a las manos. Por el momento al menos, resultaba imposible seguir bajo el mismo techo.

Unos amigos españoles que estudiaban una carrera distinta, nos buscaron la situación. Una chica alemana que habían conocido allí, estudiante de Biología como nosotras, había quedado en su apartamento de estudiante al haber tenido que regresar a su país su compañera a causa de un problema familiar.

La solución no era mala, sobre todo teniendo en cuenta que ambas, Lorena y yo, aunque jamás lo admitiríamos, sabíamos perfectamente que sería algo temporal, pues pronto haríamos las paces. Ya había ocurrido otras veces. La cuestión era quién se iba y quién se quedaba. Me fui yo. Decidimos echarlo a suerte y salieron pares cuando yo dije nones.

-La única pega es que es muy puta –comentó como algo graciosísimo uno de ellos y todos rieron. Yo por mi parte, meneé la cabeza con irónica condescendencia.

-Sois de un machismo que da asco.

-¡Ey!... encima que te avisamos.

Nuevas risas.

-¿También vais a mearme encima para marcar vuestro territorio?

Rieron con más ganas aún. Desde que nos conocimos en la terraza del club social de la universidad, habían andado detrás nuestra tirándonos los trastos sin éxito. Tanto Lorena como yo teníamos pareja en España. No es que fuéramos unas mojigatas tampoco, entiéndase. Como cualquier chavala de nuestra edad hoy día, algún cuerno que otro le habíamos puesto a nuestros respectivos novios, pero eso no implicaba que fuéramos unas golfas. Por mi parte, había decidido que no sería infiel a Carlos si no surgía al que realmente mereciese la pena. Si hay que hacerlo se hace, pero hacerlo por hacerlo es tontería.

-Mira cómo nos agradece que nos preocupemos por ella.

-¿Por mí?

-Ya sabes lo que dicen en España: dime con quién vas y te diré quién eres.

-Sí –añadió otro- y  también cría fama y échate a dormir.

-Oh, por favor…

Me levanté hastiada por la conversación, dirigiéndome a la barra para pedir una cerveza y alejarme así de tanta tontería unos minutos. Con un poco de suerte, habrían cambiado de tema para cuando volviera.

-Dejad que la chavala haga con su vida lo que quiera –les recriminé en otro momento más tarde-. Es libre para hacer lo que le dé la gana siempre que no perjudique a nadie.

Judith era un bellezón de mujer. Nada más conocerla quedé impresionada por su belleza. Nada sutil, sino más bien del tipo abrumador. Ya sabéis: alta, enormes tetas, amplias caderas combinadas don una estrecha cintura… el tipo Scarlett Johansson más o menos, pero con un palmo más de altura. Realmente impresionante.

-Ey, tú eres Sandra, ¿no?

Realmente quedé sorprendida al verla entrar en el apartamento. Ni siquiera nos habían presentado ni habíamos hablado antes. La cosa urgía y ella se encontraba en una salida con su grupo a un centro de investigación de la ciudad, con lo cual se arregló todo por teléfono. El portero me franqueó la entrada y… bueno, allí estaba.

La entrada de Judith fue como la de un elefante en una cacharrería, con sus enormes tetas meciéndose libres debajo de su ajustada camiseta blanca. Un auténtico espectáculo. Nunca me había planteado el tema de la atracción lésbica, pero entendí perfectamente el arrebato de lujuria y deseo que una hembra así podía provocar en un hombre.

-¡Qué guapa! –apreció halagándome al tiempo que me saludaba con los dos besos de rigor.

-¿Hablas español? –pregunté sorprendida.

-Un poco. De niña iba vacaciones a España con familia. ¿No te dijeron tus amigos?

-No.

No, no me dijeron nada. Muy simpáticos ellos. Hablo perfecto inglés y pensé que ese sería el idioma en que nos manejaríamos. En fin, lo haríamos igualmente en ése o en italiano. Si haces un Erasmus, es precisamente para aprender otras lenguas. No tiene sentido ir a Florencia para hablar castellano con una alemana.

Judith se quitó la camiseta y yo todavía me sentí más abrumada al ver descubiertas aquellas fantásticas tetas suyas. Créanme: era realmente fantásticas. Grandes y algo caídas, con esa indescriptible belleza que sólo lo natural posee. No tengo nada en contra de la cirugía estética, pero hasta el momento al menos, jamás vi unas tetas de silicona cuya hermosura pudiera competir con las naturales.

-En casa me gusta estar cómoda –me explicó ya en inglés leyendo la sorpresa en mi mirada-. Siempre tengo la calefacción puesta y me sobra la ropa. Soy natura… ¿lista? –pronunció esta última palabra en español mientras se quitaba los pantalones- ¿Se dice así?

Sonreí.

-Naturista. O nudista.

-Eso. Me gusta estar desnuda siempre que puedo. ¿A ti no te gusta ir desnuda?

-Sí, sí… no hay problema.

En realidad nunca me había planteado la cuestión, pero ciertamente no tenía ningún prejuicio en contra.

Tenía un cuerpo envidiable. En pelotas estaba realmente buena.  Insisto en que nunca había sentido inclinaciones lésbicas, pero el cuerpo de aquella chica era algo verdaderamente envidiable. Y además era muy guapa de cara también.

Rió divertida.

-¿Qué miras así? Tú también eres muy guapa.

Reí yo también algo cortada. ¿Tan evidentes eran mis pensamientos? No resulta cómodo sentirse así de transparente.

Judith era una chica  fascinante. Supersimpática y con una personalidad arrolladora que te ganaba.  Totalmente desinhibida en el plano sexual, follaba con quien le daba la gana y cuando le daba la gana, sin esconderse de nadie ni procurar guardar las apariencias. No tenía pega alguna para enredarse en tríos, orgías, intercambios de pareja… A mí me encantaba su forma de ser, tan libre de tabúes y prejuicios y empecé a verla como una especie de heroína, hasta el punto de que hechas ya las paces con Lorena, preferí continuar en el apartamento con Judith en ligar de regresar con ella.

Otra cosa que me llamó poderosamente la atención en ella, fue su falta de afición a la higiene personal y sus poco delicados hábitos en casa. Pasaba días y días sin ducharse y nunca cerraba la puerta del WC, ni siquiera cuando hacía sus deposiciones. Por supuesto, tampoco se cortaba lo más mínimo para disimular el ruido producido por éstas, llegando con toda claridad a los oídos de quien en casa se hallase con ella el sonido de sus pedos y de los zurullos que soltaba al caer al agua.

Nuestro apartamento de estudiantes era un continuo desfile de tíos. Si hubieran dejado su firma en las sábanas de su cama todos los que por ellas pasaron, habrían cambiado el color de las mismas. De uno en uno, de dos en dos… hasta con tres llegó a encerrarse en su cuarto en una ocasión.

Una de ellas aconteció mientras preparaba un examen parcial para el día siguiente. Judith era realmente escandalosa en sus devaneos amorosos. Todo el vecindario se enteraba cuando ella follaba. Se la pasó gritando y voceando mientras le destrozaban el culo o le taladraban el coño, pidiendo más y más como su en ello le fura la vida. Imposible concentrarse. Ante ello no me quedó más remedio que coger los libros y los apuntes e irme a mi antiguo apartamento y pedirle permiso a Lorena y su nueva compañera para quedarme aquella noche allí con ellas estudiando, accediendo ambas sin ponerme pega alguna a ello.

Al día siguiente, ya por la tarde tras el examen, comenté el asunto con Judith.

-¡¿Tenías un examen?! Pero mujer, ¿estás tonta? Por supuesto que hubiera evitado hacer ruido de haberlo sabido. ¿Por qué no me lo dijiste?

Quedé un tanto cortada. ¿Cómo iba a decírselo? Se fueron directos al dormitorio tras llegar a casa y después ya no salieron de allí. No me hubiera atrevido a cortarles el rollo llamando a la puerta para pedirles que no hicieran tanto ruido.

-¿Cómo que no te hubieras atrevido? Eres mi compañera de apartamento y mi amiga. Tienes toda la confianza del mundo y mi permiso para hacerlo. Me enfadaré si me entero de que ocurre de nuevo algo así y no me avisas.

Lo dijo muy seria. Sonreí y acepté halagada. ¡Tenía toda la confianza del mundo y su permiso! Estaba encantadísima con mi nueva compañera y ahora ésta me confirmaba que también yo era alguien importante para ella. No podría precisar en qué momento comencé a enamorarme de ella. Nunca antes me había sentido atraída sexualmente por una mujer. Imposible determinar cuándo el sentimiento de amistad comenzó a convertirse en algo más profundo.

A raíz de aquello, se dieron varias ocasiones en que le tomé la palabra. Al principio llamaba primero a la puerta esperando que ella saliera para hablar conmigo, pero Judith no tenía tampoco reparos para eso y respondía a mis golpecitos sobre la madera invitándome a pasar. Las primeras veces me resultó violento, imaginad el cuadro. Ella siendo enculada a cuatro patas en la cama, o cabalgando sobre su amante ensartada por su polla hasta las entrañas, o mamándosela… y yo como una estúpida en la puerta, pidiéndoles que no hicieran tanto ruido. Después, cogida ya confianza, entraba directamente y bromeando, sin llamar siquiera. En alguna de ésas, incluso me propusieron unirme a la fiesta, a lo que yo respondí agradeciendo la invitación, pero rehusando turbada.

Judith me atacaba simpáticamente después a causa de esas negativas, llamándome frígida, monja, mojigata y cosas así, ante lo cual yo la mandaba a la mierda y ambas reíamos divertidas. Hablábamos sobre ello y yo me excusaba diciéndole que tenía novio.

-¿Y qué? Yo también.

-Serás puta… -solía ser mi respuesta y reíamos de nuevo.

Nos habíamos convertido en más que amigas. La influencia de Judith en mí comenzó a dejarse notar. Por ejemplo, ella no entendía por qué siendo tan guapa mantenía el color negro azabache de mi pelo en lugar de teñírmelo de rubio para gustarles más a los chicos, consiguiendo  que finalmente accediera a ello. Tampoco le gustaba su longitud, que llegaba hasta mi cintura, ni su textura rizada, ante lo cual yo misma, sin que ella me lo pidiera ni insinuara, decidí cortármelo a la altura de los hombres y alisármelo.

Cuando me vio aparecer por la puerta con mi nuevo look, esbozó un gesto de complacida sorpresa quedando boquiabierta.

-¡Qué… GUAPA!!

Yo me sentía muy feliz cada vez que la veía tan agradada conmigo.

En una ocasión ambas, cada una por nuestra parte, salimos de fiesta. Una compañera de clase de Judith ligó con un chico polaco esa noche y ella le dejó las llaves del apartamento para que usara su dormitorio. Ella misma también acabó ligando más tarde y cuando regresó con él a casa, muy cachona y algo bebida, se encontró la puerta de éste cerrada por dentro y a su amiga y el amante de ésta tan profundamente dormidos a causa de su borrachera que no escucharon sus llamadas tocando sobre la madera. Siendo como ella era, ni corta ni perezosa, se dirigió con su ligue de esa noche a mi habitación, tumbándose a mi lado sobre la cama e invitándole a follarla allí.

El chico debió sorprenderse.

-¿Y si se despierta…?

-No hay problema. Es una puta, como yo.

Yo no escuché aquello, todavía dormía, pero poco a poco fui despertando a causa del movimiento que imprimían a la cama y sus suspiros y gemidos de placer, que no resultaban tal escandalosos como acostumbraban debido a la situación (algún respeto le inspiró, sic), pero bastaron para ello.

Imagínenlo. Ir saliendo poco a poco del sueño de esa manera. Me puse muy cachonda con la situación y, ni corta ni perezosa, me uní a ellos sin mediar palabra.

Hicimos cosas esa noche que nunca se me hubiera ocurrido pensar que llegara a hacer nunca. En su segunda corrida, el chico, un senegalés negro como el tizón y fibroso como un búfalo, se vació largamente en el coño de Judith mientras yo le metía un dedo en el culo como él mismo me había pedido.

-Túmbate boca arriba –me solicitó entonces ella-. Antes me tragué yo su leche –me aclaró al ver la extrañeza en mi gesto-. Esta es tuya.

Sonreí halagada. Nunca antes había accedido a tragarme el semen de ningún hombre. Era algo que me repugnaba y cuya idea misma se me hacía desagradable. Pero todo depende de la situación. En ese momento me pareció algo morboso y era además mi admirada compañera alemana la que me lo pedía, con lo cual accedí gustosa a ello.

Judith se arrodilló sobre el colchón colocando una rodilla a cada lado de mi rostro. Luego colocó su potorro a escasos centímetros de mi boca y apartó sus hermosos labios vaginales con los dedos. Un sofocante tufo a coño sucio y sin lavar desde hacía días llegó denso e intenso a mis fosas nasales. Sentí desagrado, pero no rechazo. Hay que entender lo que quiero decir. El olor no resultaba agradable, pero no me provocaba deseos de apartarme de él. Al contrario. Pasado el primer momento, incluso me resultó excitante. De alguna manera, era parte de Judith, de su condición de hembra hipersexual y su poderosísima femineidad. Me gustó. Accionando sus resortes vaginales, dejó caer largamente en mi boca abierta un espeso cuajarón de yeta que yo tragué con sumo placer.

Se sorprendió cuando sintió mi húmeda lengua lamiendo la entrada a su gruta. Me miró a los ojos desde arriba. Yo, devolviéndole la mirada, introduje aquella en ésta para buscar los últimos restos de esperma en su interior, agarrando con mis manos sus soberbios muslos que mantenían confinada entre ellos mi cara para atraerla hacia ella y sentarla directamente sobre mi boca. Judith sonrió complacida (es evidente que no era el primer boyo en que se metía) y yo me sentí la mujer más feliz del mundo en ese momento.

Tras una intensa y desenfrenada sesión de sexo salvaje, quedamos los tres dormidos en mi cama, abrazadas Judith y yo a nuestro fornido semental negro, nuestras cabezas apoyadas sobre su musculoso pecho. Estábamos rendidos y algo achispados todavía.

Ya a la tarde siguiente, intentando combatir la resaca con un par de cervezas, hablamos del tema. Era sábado y no había clase por tanto, con lo cual habíamos tenido toda la mañana para dormir. Estábamos distendidas, relajadas y todo eso. Judith me confesó que le había encantado montarse un boyo conmigo. No tenía pega alguna en reconocer y afirmar si bisexualidad. Yo por mi parte, le expliqué que jamás anteriormente había sentido atracción ni me había liado con ninguna tía, pero que ella me gustaba muchísimo. También que a raíz de tan atracción había comenzado a mirar de otra manera a las demás mujeres, como si en mí hubiera sido sembrado el germen de la bisexualidad y comenzara su planta a florecer.

Charlamos, reímos… se partió cuando la acusé de tener un potorro apestoso.

-No vi que te apartaras.

-¡Serás guarra…!

Muchas risas. Nos enzarzamos en una graciosa pelea de gatas, en la cual ambas aprovechamos para meternos mano a las tetas, el culo… al final acabamos en una guerra de cosquillas, en  la cual  Judith, algo más corpulenta que yo, consiguió dominarme colocándose encima, sus rodillas sobre mis brazos,  bloqueándome de esa manera y dejándome a su merced.

-¡Reconoce que te gustó!

-¡¡No!!

¡Cosquillas! Me estaba matando con una tortura atroz.

-¡Déjame!, ¡déjame!... –suplicaba yo sin poder dejar de reír, haciendo verdaderos esfuerzos para conseguir articular las palabras en medio de aquel ataque de hilaridad irresistible.

-¡No hasta que no lo reconozcas!

-¡Vale, vale…! –accedí entre carcajadas en aquel insoportable suplicio-. ¡Lo reconozco!

-Cerda… -me acusó y reímos de nuevo.

Ya calmadas y de nuevo sentadas al sofá, me volvió a peguntar, ahora en serio, aunque sin dejar de sonreír ni abandonar aquel tono de complicidad femenina.

-Me gustó –le reconocí igualmente.

Hablando de ello, se vino el tema de su falta de afición al jabón y sus costumbres marranas. Comentamos sobre el asunto, explicándome ella, como si de la cosa más normal del mundo se tratara, que le excitaba el olor corporal.

-Porque me gusta y excita el olor corporal –me respondió divertida y con toda naturalidad del mundo cuando le cuando le pregunté por qué dejaba pasar tanto tiempo entre ducha y ducha.

-¿Te excita? –pregunté yo sorprendida, provocando con ello su risa.

-Me encanta.

-¿El tuyo?

-Y el de los demás.  Especialmente el de mis amantes.

Por un momento llegué a pensar que me estaba tomando el pelo.

-¿Cómo está eso?

-El olor cumple una función esencial en la sexualidad animal. Nosotras lo sabemos, ¿no? Estudiamos Biología.

-Sí… claro.

-Pues eso. El olor corporal de los machos tiene por función a traer a las hembras y yo soy hembra, hembra.

-A ver si lo entiendo: ¿te gusta que huelan?

-¡Me encanta que huelan! Que suden y pasen días enteros sin ducharse. El intenso olor de las pollas sin lavar, el de la mierda… sabes que también éste cumple una función ¿no?

-Claro… dentro de la misma especie, avisa a los individuos del sexo, tamaño aproximado etc del animal del cual proceden.

-Pues eso. ¿Qué hay de extraño pues en que una hembra se excite con esos olores y, por extensión, con lo que con ellos se relaciona?

Tenía su lógica la explicación de Judith. Por otro lado, tenía en mí la aprobación derivada de la fascinación que ella me inspiraba.

-A ti también te excitó el tufo de mi coño, ¿no?

-Mucho –acepté asintiendo con la cabeza y sonriendo.

-¿Lo ves? Es algo totalmente natural. Es un prejuicio cultural el que nos hace percibir  el olor corporal como algo desagradable.

Gesticulé en silencio, como dándole la razón, pero sin acabar de quedarme claro que fuese ésa la razón.

-Mira, ven… -me conminó incorporándose un tanto para acercarse un poco a mí.

-Ven… -insistió algo más enérgica, aunque con simpatía, como quien llama a una tontita, al ver la extrañeza en mi rostro.

Me acerqué entonces sin entender todavía qué pretendía y ella, alzando con una mano la amplia camiseta blanca con que únicamente iba vestida, tomó con la otra mi cabeza y la atrajo hacia sí para meterla allí adentró y colocarla contra sus tetas, bajando de nuevo la tela a continuación para  encerrarla. Luego, ya por encima de la prenda, presionó con ambas manos para hundirla entre sus enormes melones.

-Respira entre mis tetas. Comprueba cómo huelen.

¡Y cómo olían! Debía llevar como una semana sin ducharse y encima habíamos estado jugando el martes y el jueves al vóley.

Me encantó su olor. Fue algo… no sabría cómo decirles. Como descubrir la belleza en algo que hasta entonces te había parecido repulsivo y por ello nunca te habías parado a contemplar.

No quería salir de allí. Llevando mis manos hasta aquellas dos maravillosas montañas de carne, las agarré sobre la tela para apretarlas contra mi cara y sentirme así aun más prisionera en ellas. Las adoré, besé, lamí…

Seguimos charlando entre bromas y risas. Descubrí así que Judith era una apasionada de lo que ella llamaba el sexo sucio y guarro, quedando realmente muy sorprendida yo con aquel conocimiento. Le excitaba sobremanera entregarse a todo tipo de marranadas integradas en un contexto de juego sexual.

-¿Qué es lo más fuerte que has llegado a hacer? –llegué a preguntarle verdaderamente intrigada con el asunto en un momento dado.

-¿De verdad quieres saberlo? –me desafió.

Yo, por mi parte, la miré recelosa, pero con una curiosidad invencible.

-Por supuesto que quiero saberlo, pedazo de puta.

-¡Ja, ja, ja! –rió-. ¿Estás segura?

-¡Que sí, coño! Deja de hacerle la interesante.

-¡Ja, ja, ja!

Se inclinó hacia delante para acercarse, aproximando su rostro con sus preciosos ojos azules fijos en los míos.

-Me encanta comer caca.

-¿Qué…? –pregunté desconcertada.

-Mierda… ¿no sabes lo que es? Son una auténtica comemierda. Me encanta que se caguen en mi boca. Me corro de gusto masticándola y saboreándola antes de tragarla.

¡Me quede helada! Sin saber qué decir. Ella por su parte, volvió a recostarse sin dejar de mirarme fijamente. Se divertía mucho con aquello.

-¡Hala, va! Te estás quedando conmigo.

-¿Tú crees? –preguntó desafiante.

La observé en silencio, estudiando el gesto de su rostro y su mirada.

-¿Lo dices en serio?

-Completamente.

Sin pestañear y con toda la tranquilidad del mundo, me comentó como el amante de su madre la había iniciado en aquel tipo de prácticas. Un tío bastante más joven que ésta, pero al tiempo mayor para la propia Judith, que compartió cama y casa con su progenitora durante un par de años, durante los cuales mi putísima amiga se había dejado seducir y le había puesto los cuernos a su misma madre en su propia casa con un tío veinte años mayor que ella, siempre sin que ésta se enterase y siendo una chiquilla de tan sólo catorce.

Lo siguiente fue mostrarme vídeos en la pantalla de su ordenador. No se cortaba lo más mínimo. Los tenía grabados en una carpeta personal del portátil que llevaba a las clases. No pude dejar de plantearme la posibilidad de que algún día lo olvidase o perdiera, o de que alguien se lo robase y nuestros compañeros y conocidos acabasen conociendo de esa manera aquellas aficiones suyas. Al parecer, no le preocupaba gran cosa.

-Estamos aquí de pasada. Cuando acabe el curso regresaré a Düsseldorf, donde todos seguirían sin saber nada. Y aunque también allí lo supieran, tampoco me preocuparía demasiado –añadió encogiéndose de hombros sin apartar la vista de la pantalla mientras contemplaba como en ésta un tío cachas escultural vertía desde su estómago hasta la última papilla en la cara de una preciosa walkiria rubia, que con la boca bien abierta recibía aquel “manjar” y lo tragaba con evidente placer.

-Qué asco, tía – no puede evitar comentar con un gesto de extrema aprensión.

-Qué va… es supermorboso.

La miré impresionada. Ella sonrió.

-¿Quieres vomitar en mi boca?

¡Ni siquiera pude contestar!

Entre bromas y preguntas por mi parte, fue avanzando la conversación, durante la cual mi excitante amiga volvió a ganarme con su morbo y perversión. Tenía una especie de don innato. Te hablaba de una forma y manera que hacía que avaras  percibiendo como morboso y atractivo todo aquello que ella entendía que lo era, fuera lo que fuese.

-¿Te gustaría probarlo? –llegó a preguntarme con una perversa sonrisa, desafiándome a aceptar.

-No lo sé… realmente me has puesto cachonda.

Volvió a sonreír, alargando al tiempo el brazo para sobarme ligeramente una teta.

-Pruébalo. Confía en mí. Te gustará.

La miré confusa, indecisa. Mi mente era un remolino de emociones y morbos agitados que la enturbiaban y dificultaban pensar con claridad.

-¿Qué… qué es lo que propones exactamente?

-Un trío. Métete en la cama conmigo y con mi amante. Déjate llevar…

-¿Qué amante?

Tenía tantos…

-Abdul.

-¡¿Abdul?! –pregunté completamente sorprendida.

Ni siquiera sabía que se estaba acostando con él. Mucho menos podría haber sospechado aquello.

-¿Estás haciendo… esas cosas con él?

Asintió sonriente.

-Joder, Judith… de verdad que eres la tía más puta que he conocido en mi vida.

Rió divertida sin dejar de sobarme la teta.

Abdul era un empleado del Kebab en que trabajábamos algunos fines de semana –siempre que nuestras obligaciones estudiantiles lo permitían, claro-, cuando había alguna fiesta especial o algo así que aumentaba la afluencia de clientes. De esa manera nos sacábamos algún dinero extra. La propia Judith había encontrado el trabajo a través de un amigo.

En fin, Abdul era un moro a la más típica usanza. Salido, machista y casado con una musulmana croata eternamente cubierta con su velo islámico. La mujer era realmente guapa, con unos deslumbrantes ojazos azules que debían combinar con la espléndida melena rubia que se adivinaba oculta merced a sus cejas doradas. Oro reservado sólo para el moro, que a nadie más permitía admirarlo.

Me caía mal Abdul. Por su machismo y su despotismo. Varias veces me había echado los trastos, de la forma más directa y, a mi forma de verlo, soez. Ni siquiera  estando delante su esposa se escondía. Ya se sabe. Los varones musulmanes pueden acostarse con todas las mujeres que quieran, aceptándolo sus medias naranjas sin derecho a sentirse celosas ni protestar. Me tomaba por la cintura, intentaba besarme… A Judih le hacía mucha gracia aquello y se reía. Yo por mi parte, me zafaba de él de cualquier manera sin demasiados miramientos. No era sólo que no me atrajera, sino que me producía auténtica repulsión. No era feo –al contrario, era bastante guapo y atractivo-, pero su forma de ser lo hacía repugnante a mis ojos. Y además era bastante mayor que nosotras –debía andar bien avanzado en la treintena de edad, mientras que Judih y yo apenas rebasábamos la veintena-. Eso para ella no suponía reparo alguno,  claro. Ya con tan sólo trece años había andado la muy puta revolcándose con un tío de treinta y tantos, pareja de su madre para más INRI. Para mí en cambio, tal diferencia de edad seguía suponiendo por aquel entonces un obstáculo de gran entidad.

Acepté. Ya lo he dicho antes. Cuando Judith te habla de algo que ella concibe morboso, es imposible que no acabes excitándote y poniéndote cachonda. Al menos para mí así ocurría.

Todavía me recalentó más durante los días siguientes, llevando ni temperatura y excitación a niveles realmente críticos. Mi mente y mi cuerpo fueron durante aquellos una verdadera olla a presión llegada al grado de ésta que ya no puede soportar fácilmente, amenazando estallar en cualquier momento. Creo que me hubiera follado entonces a cualquiera que hubiera acertado a estar ante mí en el momento y lugar adecuado. Judith se encargo sin embargo de que nunca coincidieran éstos estando yo sola y sin ella cerca, asegurando el mantenimiento de mi calentura hasta el sábado.

Habló con Abdul ya el viernes, comentándole el asunto. Y él aceptó encantado, claro. ¡Dios! Me producía auténtica rabia y rebeldía acabar entregándome a aquel baboso, pero el estado de excitación y calentura en que me mantenía me impedía cortar con aquello.

El mismo sábado, estando en el local y mientras lavaba los platos en la cocina, el muy cerdo me abordó desde atrás por sorpresa como un auténtico animal salido. Pasándome los brazos por los costados, agarró sin ningún tipo de recato mis tetas al tiempo que pegaba su paquete contra mi culo y acercaba su boca a mi oreja para hablarme.

-Cómo me pones, calentorra…

¡No podía soportarlo! Detestaba a aquel baboso, era algo superior a mis fuerzas. Sin embargo, me dejé hacer sin poner ninguna resistencia.

-Sabía que al final acabarías cayendo.

Claro… cómo no. ¡Dios! ¡No me resultaba posible aguantarlo! Y sin embargo aguanté, descubriendo así el morbo de la entrega a aquello que odias y te produce el mayor rechazo. ¡Era tan excitante!

-Me lo vas a dar todo esta noche, ¿verdad? Vas a hacerme de todo.

-Síiii… -afirmé transportada a un limbo de placer en el cual pensar era algo prohibido y sólo el sentir estaba permitido.

-Venid sin bragas ni sujetador, y moviendo mucho el culo y las tetas. Y no traigáis abrigo. Como vais vestidas ahora.

Se refería al uniforme de trabajo. Falda negra y camisa blanca de hilo.

-Ok –acepté.

Estaba loca. Hacía un frío de narices. Cuando se lo comenté a Judih, sonrío evidentemente excitada.

-Iremos vestida como nos pide.

-Pero tía… ¡qué dices! ¡Hace un frío de narices ahí afuera! ¿Cómo vamos a andar así por la calle?

-Por eso nos lo ha pedido. En primavera o verano es más corriente ver chicas así vestidas por ahí. En pleno invierno en cambio, seremos las únicas. Contoneándonos como unas putas y con los pezones superduros a punto de taladrar nuestras camisas. ¡La gente nos devorará con la mirada!

Realmente la idea era excitante. Me gustó. De nuevo, el don innato de Judith.

-Relájate. Sé sumisa. Verás lo caliente y cachonda que llega aponerte todo esto.

Él esperaba fumando asomado a la ventana de su apartamento cuando llegamos. Un quinto piso de un bloque en un barrio proletario. Incluso desde allí abajo pude apreciar su odiosa sonrisa. Su excitante y deliciosamente odiosa sonrisa.

Fue como Judith había dicho. La gente se quedaba mirándonos pasmada, volviéndose las cabezas asombradas a nuestro paso. Fue un auténtico espectáculo. Pedimos al taxi que nos dejara a varias manzanas de distancia de allí, para así dilatar nuestro momento exhibicionista. Un coche con varios chicos pasó a nuestro lado tocando el claxon y gritándonos piropos bastante ordinarios y soeces, ante lo cual Judith reaccionó desabrochándose la camisa y sacando a tomar el aire sus enormes y espectaculares tetas, meciéndome al tiempo para imprimirles un obsceno balanceo.

Los chavales frenaron en seco, dando casi lugar a que tuviera lugar un accidente cuando el vehículo que venía detrás de él estuvo a punto de estamparse con ellos. Judith y yo por nuestra parte nos desternillamos de risa, pasando a su lado lanzándoles un beso pero sin detenernos.

Un poco más adelante nos cruzamos con dos parejas de mediana edad. Ellos se quedaron mirándonos con cara de pasmados, ante lo cual sus mueres se irritaron, empujándoles e increpándoles por su actitud, refiriéndose a nosotras como putas. Nuevamente rompimos a reír.

Judih era una auténtica zorra. Ni siquiera se cortaba ante lo más sagrado. Al llegar al bloque de Abdul, nos encontramos en la portería con un anciano que volvía con sus nietos de algún sitio. Un niño y una niña adorables de unos diez años él, algo menos ella. Mientras el hombre introducía la llave en la cerradura para abrir, los pequeños nos miraron con ojos muy abiertos y curiosos. Ni corta ni perezosa, comenzó mi amiga a pasarse la lengua obscenamente por los labios mirando al niño a los ojos. Luego se llevó ambas manos hasta sus tetas para levantarlas y exhibirlas orgullosa ante él. Yo por mi parte,  reí en silencio su depravación, que realmente me pareció excitante y me puso aun más cachonda.

Ya en el ascensor, yo misma fui la que, aprovechando que había quedado a espaldas del viejo y, por tanto, éste no me veía, me saqué una teta fuera para enseñársela con todo el descaro del mundo al chiquillo. Ahora fue Judith la que rió, pero ella no se cortó para hacerlo en silencio. El hombre volvió la cabeza hacia el lado en que le quedaba ella, opuesto al mío, para mirarla confuso, devolviendo yo la teta a su lugar dentro de la camisa.

Ya en la planta de Abdul, el moro nos esperaba en pie ante su puerta abierta. Sonrió al vernos aparecer en el rellano. Adelantando los brazos, llevó ambas manos hasta mis tetas para sobarlas a placer, dejándome yo hacer con mucho gusto y una gran sonrisa.

-Qué ganas les tenía…

Por supuesto. Aunque no tan grandes como las de Judith, también yo tengo un buen par de tetas. ¿Cómo iba a dejar de babear el moro salido ante ellas?

Me las apretó con fuerza. Con mucha fuerza. El muy cabrón sabía lo que hacía. Conocía perfectamente la intensidad con que debía hacerlo. El punto exacto, justo en el límite para no llegar a producir dolor. ¡Qué placer me hizo sentir el muy bastardo, tan sólo tocándome las tetas!

-Pasad.

Pedimos una pizza para cenar. El muy cerdo era lo más desagradable que se pudiera imaginar. Realmente asqueroso. Me produjo auténtico asco verle masticar con la boca abierta, enseñando a las claras la comida semitriturada en ella. Una repugnante pasta amalgama de queso fundido, masa machacada y ensalivada…

Judith pronto se dio cuenta de mi repugnancia. Sonrió divertida mirándome a los ojos, y supe que planeaba alguna diablura. Sin cortarse lo más mínimo, acercó su rostro al del moro para besarlo e introducirle la lengua en la boca. ¡Dios! ¡Ni siquiera se había tragado éste la comida que había en ella! Con rodo el vicio del mundo, se entregaron a un apasionado y repugnante morreo ante mis ojos, pasando parte de aquella repulsiva masa junto a su saliva impregnada de ésta de la cavidad bucal de él a la de ella. Una vez separados tras largos momentos de asquerosa pasión, Judih volvió a mirarme sonriente mientras, con evidente deleite y placer, tragaba todo lo que había quedado en su boca.

-La pizza sabe mejor ya masticada y ensalivada.

¡Qué asco, por Dios!

Una vez acabada la cena, dejamos a su mujer recogiendo los platos y fregándolos para irnos directamente a la cama sin siquiera cepillarnos los dientes. Ya en ella, nos tumbamos colocándonos una a cada lado de Abdul. El pasó sus brazos por debajo nuestra para, rodeando nuestro torso, agarrarnos una teta a cada una mientras nos morreaba alternativamente. Percibí así el sabor del queso, las especias y la carne de la pizza en la boca de nuestro amante. Tenía razón Judith: era excitante.

De besarnos alternativamente a una y otra, pasamos a un supermorboso morreo a trío que me puso a cien. Comencé a convencerme de que realmente aquello me iba a gustar. Seguía tiñendo mis dudas y, ciertamente, algún miedo, pero la excitación cada vez era más poderosa y desplazaba todo lo demás.

Incorporándose a un lado de él, Judith le colocó al moro las tetas, todavía cubiertas por la camisa, sobre la cara, apoyándose a continuación sobre ésta para aplastarlas contra ella. Comenzó a escucharse el sonido de su respiración a punto de asfixiarse en medio de aquellas montañas de carne, pero no hizo intento alguno siquiera amago, para salir de allí.

-Ven conmigo, guarra –me ordenó ella agarrándome del pelo para obligarme a bajar hasta su entrepierna. Yo me dejé llevar solícita y sin poner pega alguna.

Judith desabrochó los botones de su bragueta con la boca, bajando a continuación pantalones y calzoncillos para revelar el paquete del moro. Algo realmente notable, en línea con la leyenda de bien dotados que rodea a los magrebíes. Un tufo apestoso a polla sin lavar llegó denso a nuestras fosas nasales, excitándonos sobre manera. Con el descapullamiento al desnudar el glande, todavía  se hizo éste más fuerte, revelando además una repugnante pasta blanca, resultado del semen allí depositado desde quién sabía cuándo.

-¿Quieres probar el requesón, cerda? –me desafió mi compañera de piso.

-Sí –respondí yo convencida.

Con todo el vicio y perversión del mundo, metí en mi boca aquella polla supersucia para lamerla y limpiarla con mi lengua, deleitándome en el sabor de aquella guarrada. Más bien  debería decir “intentando” deleitarme. Lo cierto es que no sabía a nada, lo cual me produjo cierta desilusión. Tanto me había calentado Judith con sus palabras acerca del sexo sucio, que había llegado a desear vivamente sumergirme y explayarme en él.

Lo siguiente fue una meada directamente a nuestras bocas. Esto tampoco me produjo ningún reparo. Como estudiante de biología, sabía que la orina no era más que agua, sales minerales, ácido úrico y diferentes elementos químicos tales como creatinina, nitrógeno, fósforo… incluso me resultó bastante agradable su sabor ligeramente salado. Luego, con el tiempo, descubriría que éste puede variar según lo que haya comido el individuo en cuestión en las últimas horas, llegando a resultar bastante desagradable cuando se torna algo intenso. En fin, el tío orinó directamente dentro de nuestras cavidades bucales sin derramar ni una gota fuera, tragando nosotras gustosas todo lo que tuvo a bien regarnos.

-Hora de la verdad… -sentenció Judith  sonriente, mirándome perversamente a los ojos.

Despojado de sus pantalones y calzoncillos, se tumbó Abdul de espaldas sobre la cama, dejando su culo justo al borde lateral de la misma, bien abierto de piernas para ofrecernos su ano.

-Ven aquí.

No colocamos entonces nosotras con nuestras caras mirando hacia arriba, apoyadas contra la cama de espaldas justo debajo de sus glúteos. Comenzamos entonces a lamerle su ojete intensamente con la intención de aflojar su vientre.

Tardó no obstante en llegar nuestro “premió”. Su ano se encogía y dilataba para hacerlo salir, haciéndose ello de esperar. Finalmente, una pequeña punta de oloroso pastel marrón asomó allá, momento en el cual Judith me desplazó para colocar su boca abierta a unos escasos dos centímetros del ojete del moro.

¡No me podía creer que fuera a hacerlo realmente! Sin prisa pero sin pausa, el largo y pastoso zurullo fue saliendo para alojarse en la boca de mi amiga, que muy gustosamente lo recibió en ella. Yo, por mi parte, me hice instintivamente hacia atrás, de repente recobrada algo de lucidez y profundamente impactada por la escena. Judith alargó su brazo no obstante para, agarrándome por la solapa de la camisa, retenerme cerca de ella.

Tras masticar y tragar la mierda salida del culo de Abdul, sus labios y toda la zona alrededor de éstos pringados de ella, quiso aproximarse a mí de nuevo para besarme en la boca. Yo volví  alejarme con un gesto de repugnancia, pero no había caso. Mi amiga alemana me tenía bien sujeta y sus labios buscaron los míos, pese a los intentos de esquivarlos que hice moviendo a un lado y otro el rostro, y acabaron sellados contra ellos, introduciendo su lengua en mi boca.

Lo hizo con toda la mala idea del mundo, pasándome la mayor cantidad de porquería posible. Luego se apartó un poco para mirarme perversa los ojos.

¿Qué estaba haciendo? ¿En qué demonios me había metido? Aquello ya no era orina. Ésta es estéril, en ella las bacterias no pueden progresar. En modo alguno puede resultar perjudicial para la salud. En el caso de las heces en cambio, hasta un tercio de su volumen está integrado por hongos y bacterias. Su ingestión puede provocar muy serias y graves infecciones en el orga mismo. Tomábamos nuestras precauciones, claro. Dos estudiantes de Biología no  podían desconocer los riesgos, ni tampoco cómo combatirlos, Sin embargo, el prejuicio y la repugnancia psicológica seguían allí, imposibles de apartar. Presa de un morbo insano, me atreví a iniciar un intento de degustación pegando mi lengua contra el paladar.

-¿Qué tal? –preguntó Judith con malicia infernal brillando en sus ojos.

-No está mal… -respondí con débil e insegura vocecilla.

Yo misma me vi sorprendida. Realmente no hubiera sabido decir si aquello tenía mal o buen sabor. Era todo tan confuso… Quizá fuese desagradable y el morbo y excitación del momento me hicieran percibirlo de forma algo distinta. Como un ligero y excitante dolor que, integrado en el juego sexual, se percibe confusa y contradictoriamente como algo agradable. En todo caso sabía a mierda, claro, pero… ¿realmente me desagradaba ese sabor o más bien la repugnancia que me inspiraba era debida a un prejuicio cultural?

-Anda… ven –me invitó entonces con una dulce sonrisa.

Tirando de mí suavemente, llevó nuestros rostros juntos de nuevo bajo el culo de Abdul, a escasos centímetros de su ojete. Lamimos éste entonces a la par, recogiendo de él los restos de mierda que lo habían untado y pugnando por introducir nuestras lenguas en su túnel oscuro.

Una nueva pastelada surgió de repente, cogiéndonos a ambas por sorpresa. Esta vez ya no me aparte, yendo muy por el contrario a buscarla yo misma con mi ansiosa boca abierta, deseosa de recibirla en ella. Peleé con Judith por mi porción, mastiqué, tragué don deleite y placer… realmente me entregue a ello en cuerpo y alma. Era como había prometido Judith: ¡aquello me encantaba!

Nos morreamos y revolcamos por el suelo, pasándonos la caga del moro de boca a boca junto nuestra abundante saliva. Pronto es tuvimos cubiertas de aquélla. Ella amasaba mis tetas pringando mi blanca camisa de marrón, y yo pasé al momento a hacer lo mismo con la suya.

Aquella noche descubrí los placeres del sexo más guarro y depravado, pero no todos ellos. Aun habría de descubrir más cosas, profundizando en el abismo de un mundo tan perverso como excitante, en compañía de mi preciosa amiga alemana. Luego, el curso acabó y ambas regresamos a casa, ella a Alemania y yo a España. No obstante, nunca perdimos el contacto y aun a día de hoy, Judith sigue siendo una de mis mejores amigas, además de mi eventual amante y compañera de aventuras sexuales. Bien bajando ella a España, bien subiendo yo a Alemania, no hemos dejado pasar un año sin vernos y en algunos de esos encuentros, incluso he llegado a ser yo la que le ha enseñado a ella algunas cosas nuevas. No es que la alumna haya superado a la maestra. No, no es eso. Simplemente, ambas seguimos  profundizando en este morbo por nuestra cuenta, y luego compartimos experiencias y nos enseñamos mutuamente lo que hayamos podido aprender.

En fin, quizá escriba algún otro relato hablando de ello. Espero que éste os haya gustado. Un beso a todos donde más os guste (que espero sea en vuestro sucio y oloroso ojete) ;-)