Erasmus

Manos y uñas de mujer.

Erasmus

Este es mi primer relato erótico, así que lo correcto es que comience presentándome. Mi nombre no es importante por que todos me llaman Gurú. Para algunos soy joven todavía, para otros ya no tanto, pero lo cierto es que a mis 27 años no les ha faltado ni un gramo de actividad. Tengo un físico atlético aunque no práctico ningún deporte. No soy atractivo, pero desde luego no soy un adefesio. Vivo en una pequeña ciudad de España, y entre mis aficiones está el estudiar. Actualmente estoy en la Universidad, estudiando mi tercera carrera, lo que me ha permitido conocer a mucha gente como pronto podréis leer. No tengo ningún interés en fantasear o fanfarronear por lo que podéis creer que cuanto os escriba será cierto.

Desde que el sexo me interesa he tenido cierta devoción por las manos femeninas bien cuidadas. Con las uñas limpias, mas o menos largas, bien manicuradas, pintadas de colores pastel o intensos de fantasía. No soporto las uñas postizas o mordidas, y mucho menos aun rotas o sucias. Me parecen un signo de distinción, respeto e inteligencia, y realmente me provocan intensas sensaciones. El término fetichismo no es que me agrade pero quizás sea el más indicado para denominar mi obsesión. He conocido adoradores de pies, pero nunca de manos, aunque estoy convencido de que así será.

Esta historia se inició con el pasado curso lectivo. A mi facultad nunca le faltó población femenina, sin embargo debido a que soy bastante popular y a que tengo una reputación bastante decente no pude intentar nunca nada. La gente que me llama Gurú y que sabe por que lo hace entiende que siempre tenga gente cerca. Tengo fama de solucionar los problemas de quien me interesa. Pero esta vez debía resolver un problema para mi mismo. Una profesora me hizo un encargo muy especial. Debía ser quien ayudase a relacionarse a dos nuevas compañeras. Eran dos estudiantes Lituanas que apenas conocían el castellano y a las que mis compañeros no hacían ningún caso. Habían llegado a España con una beca Erasmus. Sylvia era morena, no muy espabilada, y poco agraciada físicamente. Realmente había nacido en Hungría y tuvo que ir a vivir junto a su familia a una región rural de Lituania de muy joven. Su compañera Katia era sin duda la joven que menos se le parecía de toda Lituania. Era, y espero que siga siendo, bastante alta, cerca de 175 centímetros, morena de pelo largo y ondulado. Su piel era suave, pálida, satinada, dulce y estaba adornada con pequeños grupitos de pecas estratégicamente colocados, sobre sus mejillas, y en su escote y hombros. Su esbelta figura quedaba rápidamente fijada en quien la observaba con sus tejanos ajustados y sus camisetas ceñidas. Sus pechos eran medianos pero muy firmes. Su boca grande de carnosos labios era digna de ser admirada, tal y como hice durante aquellos excitantes días. Pero sin duda lo que más me impresionó de ella fueron sus bellísimas manos. Sus rectos dedos, eran largos y sin ningún tipo de dureza, y estaban perfectamente rematados con unas uñas que me hipnotizaron. Cada día aparecía con ellas pintadas de algún modo distinto. El día que nos presentaron era un color cereza metalizado que las hacía aun más interesantes. Con sus balbuceos en inglés me pareció terriblemente sexy, y desde ese momento solo pensé en tener sexo con ella. Concretamente sexo oral.

En poco tiempo me gané su confianza. Mis amistades las aceptaron muy bien aunque apenas las entendían. Ellas se sintieron cómodas lo que me permitió dar pasos algo más largos cada día. Sin embargo acceder a Katia llevaba aparejado acceder también a Sylvia, y eso impedía mi objetivo final. Eran amigas a la fuerza. La distancia de sus hogares las hacía estar siempre juntas. Intenté enfrentarlas con malentendidos, intenté que algún vampiro de mis amigos se interesase por Sylvia, pero todo fue inútil.

La fortuna se alía con quien la persigue. Por razones de la carrera tenía que viajar por la provincia para hacer unas fotografías. Eso me iba a llevar un fin de semana entero. Aquello me quitaba posibilidades de actuar durante el fin de semana y además suponía un trabajo extra. Mis quejas se hicieron oír, y llegaron a quien debía. El coordinador del estudio decidió que alguien más tenía que ir conmigo. Como es lógico nadie se presentó voluntario. Mis fotos iban a servir a todos sin el menor esfuerzo. Así que se aplicó la salomónica decisión de un sorteo. Entonces fue cuando sucedió. La castigada fue Katia. Por supuesto Sylvia no tenía ningún interés en aquello así que nadie puso más objeción.

Esta era mi ocasión. Fuera de la Universidad, de mi ciudad, de miradas curiosas. Esa misma tarde de jueves acordamos vernos en una cafetería cercana a su residencia para concretar los detalles del viaje. Decidimos ir en mi coche, y ya que pagaba el departamento, escogimos un Parador Nacional para pasar las noches. El plan estaba cerrado.

Puntual la recogí en mi Alfa GT a las 7 de la mañana en la puerta de la residencia. Se despidió de su compañera y partimos rumbo al norte. Debíamos fotografiar lugares por donde debía pasar un futuro viaducto. El paisaje era impresionante con valles de gigantes, cumbres cubiertas y sin duda borrascosas, pequeños pueblecitos, y muy poca gente. A mediodía ya habíamos llegado al Parador. Era un lugar muy tranquilo y recogido en un valle muy verde. Todo aquello le fascinó a Katia tanto como a mí. Decidimos ir a nuestras habitaciones a refrescarnos y quedamos en la cafetería en media hora. Las habitaciones quedaban puerta con puerta. Me duché y bajé y me vestí con ropa muy cómoda para bajar a la cafetería. Puntualmente llegó Katia con un pantalón de algodón gris y una camiseta negra muy ajustada. Llevaba el pelo recogido en una coleta, y mostraba perfectamente su cuello largo, y listo para ser besado y mordido. Mi reacción fue inmediata. Tuve que acomodarme para no dejarla ver lo evidente de mi erección. Estábamos tomando un aperitivo en una zona apartada, muy cerca el uno del otro, para entendernos mejor, planificando con un pequeño mapa de carreteras el trabajo de la tarde. Y yo no paraba de pensar en esas manos apretando mi cuerpo contra el suyo. Deseaba esa boca.

Llegó la hora de comer. Fuimos al comedor del Parador, ya que no había pueblos cerca. En el comedor solo había un grupo de ejecutivos enfrascados en sus negocios a bastante distancia de nuestra mesa. Me empecé a sentir bastante extraño. Normalmente tenía siempre algo que decir. Algún plan. Pero durante la comida apenas pude decir nada interesante. Sin embargo ella si dijo algo que heló mi sangre. Con un hilillo de voz casi imperceptible pude escuchar. – ¿Le ocurre algo a mis manos? – Al parecer no les quité ojo durante la comida. Busqué con la mirada al camarero intentando hacer como si no hubiese escuchado, esperando que llegara con los postres. – Te gustan ¿verdad? – Me dijo mientras arañaba suavemente mi mano con el índice de su mano derecha. – Umm… si la verdad. Son muy… - No sabía que adjetivo usar sin parecer un extraño pervertido. Pero pronto llegó el camarero con el postre. No volvimos a hablar de lo sucedido.

Los nervios de la situación me dejaron hecho polvo. Nos levantamos para tomar un café. Pedimos unos expresos y yo además un whisky de malta bastante caro. Katia me miró extrañada. Me lo tomé rápidamente y le dije que no me encontraba muy bien. Le pedí un poco de tiempo para echar una pequeña siesta. Tenía que planificar y que no se asustase. Pero era yo quien estaba un tanto confundido. Le pareció buena idea.

La dejé en el recibidor leyendo un libro y me fui a mi habitación. Me di una ducha rápida y me tumbé en la cama a pensar en cómo debía seguir la función. Pero caí dormido en cuestión de un par de minutos. No se cuanto tiempo pasó cuando alguien golpeó la puerta de mi habitación. Salí a ver quien era vestido tan solo con un pantalón blanco de algodón, sin ropa interior. Abrí la puerta y allí estaba Katia. Con una botella del whisky del que di cuenta antes en una mano y el libro en la otra. - ¿Puedo pasar? – Me dijo con voz provocadora y con una mirada que nunca olvidaré. – Erh… claro… pasa… - Acerté a contestar. Cada vez me aturdía más.

Me senté en la cama mientras ella cogía unos vasos del baño. Sirvió un poco del destilado en cada vaso. Sin sentarse se bebió el suyo de un trago y yo hice lo mismo. Los volvió a llenar mientras decía - ¿Sabes que puedo hacer con estas manos? – Me volví a fijar en ellas. Sus uñas pintadas de azul pastel me hipnotizaron de nuevo. Katia movía las manos en el aire mientras sonreía y yo las seguía con la mirada como los gatos a las pelusas. – Túmbate te lo voy a enseñar – Dócilmente le hice caso. Me tumbé boca abajo. Y ella rápidamente saltó sobre mi espalda, y se sentó a horcajadas sobre mí. Sentí su peso sobre mi espalda y mi culo. Noté su calor a través de la fina tela que nos separaba. Mi excitación era increíble. Puso sus manos sobre mi ancha espalda y comenzó un hábil masaje. Mi cuerpo se relajaba pero mi excitación crecía. Según subía por la espalda pegaba más su cuerpo al mío. Noté su pecho sobre mis omóplatos. Me dijo que me diese la vuelta. Lo hice sin pensar en el terrible bulto de la entrepierna. No dijo nada al verlo, igual que no dije yo nada al verla sin camiseta y sin sujetador. Tenía el pecho tan perfecto como todo lo demás. Se puso a mi lado de rodillas en la cama. Liberó mi pene del pantalón, y por fin sentí el tacto de sus manos sobre el. Comenzó una suave y firme paja a lo largo del tronco, mientras con las uñas de la otra mano acariciaba mi escroto. Yo mientras me dejé llevar, y empecé a pellizcar uno de sus pezones con bastante fuerza lo que hizo que aumentará el ritmo de su movimiento.

De pronto paró. Me sentí desconcertado. Dejé de tocarla pensando que la había dañado. Intente incorporarme para disculparme pero me lo impidió poniendo una mano sobre mi pecho y sonriéndome. Se levanto de la cama y apagó las luces de la habitación. Tan solo entraba la luz del atardecer por las ventanas entreabiertas. Se puso detrás de mí. Colocó con cuidado su camiseta sobre mi cara. Apenas veía algo. Y de pronto sentí algo increíble. Una terrible descarga de placer, cálido y húmedo se apoderó de mi. Me dejó sin respiración. Sentí como mi pene era introducido hasta el fondo de aquella boca que tanto había deseado. No la había besado y estaba lamiendo mi pene con una intensidad increíble. Mientras hacia esto acompañaba el movimiento con una de sus manos. Una de sus tetas rozaba mi pierna. La otra mano presionaba ligeramente mis huevos. La presión de la succión era terrible. Parecía ansiosa. Entre jadeos le indiqué que no podía soportar aquello más. Entonces se aferró con fuerza a mi polla. Estrujó con violencia mis testículos, mientras yo me corría en su boca por el más potente de mis orgasmos. Según salía semen de mi pene y entraba en su boca era succionado y tragado. No quedó ni una gota.

Cuando pude moverme ya se había vestido. La luz estaba encendida de nuevo. Y Katia seguía bebiendo whisky como si aun tuviese sed. Me sonrió desde su sillón. Y supe que ese era el comienzo del mejor fin de semana del Gurú hasta el momento.

El resto de cosas que ocurrieron aquel fin de semana ya las contaré en otras entregas si este relato os interesa. Gracias a quienes me animaron a contar mis historias. Sobre todo a S.

Saludos del Gurú.