Érase una vez, un jacuzzi (2)

Continuación del fin de semana en el que descubriría lo que es gozar, en todos los sentidos ;)

La imagen era digna de ver, desde luego. Los dos desnudos en el jacuzzi, yo con las piernas abiertas dejándome acariciar lo más profundo de mi cuerpo. Incapaz de moverme, pues no me lo permitía. Dejándome llevar por el torbellino de placer que me recorría el cuerpo. Casi sin previo aviso, me introdujo dos dedos de forma brusca en la húmeda abertura de mi chochito. He de confesar que hasta el momento apenas una persona me había follado con los dedos y no me había gustado especialmente. Sin embargo, esta vez el gustazo fue en aumento, la estimulación era desconocida pero brutalmente placentera y su cara de vicio me estaba excitando cosa mala. Quería tocarle, quería besarle, morderle, rozarle. Pero con la mano que le quedaba libre y mientras no me manoseaba las tetas, las piernas, el resto de mi cuerpo expuesto, me apartaba. Entre la frustración que eso me provocaba y su excelente trabajo manual, acabé corriéndome como una loca, intentando no gritar, aunque sin mucho éxito.

– Qué sucia que estabas... ahora estás perfecta para mí. Y como has sido buena y te has portado bien, creo que es hora de que recibas tu premio.

Salió del jacuzzi con una agilidad impresionante, las gotas del agua se deslizaban por su cuerpo desnudo. Mis ojos recorrían ese cuerpo perfecto de arriba a abajo, embelesados, hasta que por fin se posaron en su espectacular miembro. Desde luego, era el más grande que había visto hasta el momento. Largo y no demasiado grueso, nada más verlo quise tenerlo dentro de mí. Se acercó a mí, que seguía dentro del jacuzzi esperando indicaciones. Estaba llevando la voz cantante y me ponía a mil saberme sin voluntad. Cuando me quise dar cuenta, tenía ese pedazo de polla a dos centímetros de mi cara. La miré con gula, mordiéndome el labio y relamiéndome sin darme cuenta.

– Te gusta, ¿verdad? Eres más golfa de lo que habría pensado, lobita. Anda, sé obediente y abre la boca...

Y tanto que la abrí, estaba salivando tan sólo de imaginarme lamiendo ese pedazo de polla. Me la metió de una vez y hasta el fondo, agarrándome la nuca para que la penetración fuera más profunda. Me lloraron los ojos de la impresión, pero no negaré que me gustó sentirla en todo su apogeo dentro de mí. Le miré cuando la sacó, con los ojos suplicantes. Quería chupársela, lamerla entera, recorrerla desde la base hasta el glande. Sonrió, complaciente, como adivinando mi pensamiento. Y me dejó hacer. Estaba recibiendo mi premio y, ¡menudo premio!

Empecé a lamerle la polla desde su base hasta su glande, agarrándola con la mano derecha, guiándola, tocándola. Con pequeños movimientos circulares jugueteaba con su punta mientras veía cómo su cara reflejaba el placer que estaba sintiendo. Me metí su glande en la boca, presionándolo con los labios mientras con la mano seguía cierto ritmo. Dentro de mi boca, jugueteé con mi lengua y después de eso, me la metí entera, todo lo que pude. Gimió y supe que eso era lo que le gustaba. Empecé a metérmela todo lo que pude y a sacarla, lamiéndole, chupeteándole, absorbiendo ese miembro que a duras penas me cabía y que cada vez se ponía más y más duro. Más y más apetecible. Su gusto fue en aumento y justo cuando pensé que iba a correrse dentro de mí, la sacó de mi boca, gimiendo, para acabar corriéndose entre mis pechos. Noté su leche calentita resbalando por el canalillo y me dieron ganas de saborearla, así que con la yema del dedo, recogí un poco de ese delicioso manjar y me lo introduje en los labios, deleitándome con su sabor. Nunca había hecho nada así, nunca se habían corrido en mi boca pero el hecho de que no lo hiciera, que ni siquiera lo contemplase, hizo que tuviera más ganas que nunca de beberme su jugo. Me miró, sorprendido, como si aquello no se lo esperase, pero sonrió al final.

Fue a por las toallas y me ofreció una a mí, que seguía dentro del agua medio arrugada. Empecé a secarme, he de confesar que de manera un poco exagerada, provocando. Recorría la toalla por mis piernas, todo lo sensual que podía. Parándome en mi entrepierna y entrecerrando los ojos del gusto que el contacto del algodón provocaba en mi todavía húmedo chochito.

– Vaya, vaya. Eres una pequeña zorrilla, ¿lo sabías? Venga, coge tu ropa interior y sígueme. Que aún no he terminado contigo.

Sonriendo, pícara aunque extrañada por tal petición, hice lo que mandaba y fui tras él, que se adentraba en la penumbra de su habitación. Lanzando lo que llevaba en las manos, me abalancé sobre él, besándolo, acariciándolo, mordiéndole el cuello, las orejas, el torso. Dios, después de la mamada estaba cachondísima y tenía tanto cuerpo que recorrer que no sabía por dónde empezar. Nuestras lenguas jugueteaban dentro de nuestras bocas mientras las manos aferraban pechos, culos, nalgas...

Sin darnos cuenta, entre el magreo desenfrenado nos topamos con el borde de la cama. Y sin pensárselo dos veces, me dió la vuelta y caí sobre ella de forma que mi cara estaba pegada al colchón.

– Ahora te vas a quedar quietecita, lobita. Vas a arrodillarte y a colocar la cara bien pegada a la cama.

Mmmm aquello no era como yo lo había imaginado, pero obedecí, sabía que no tenía más opción. Arqueé la espalda y me coloqué tal y como me había pedido. Estaba nerviosa y excitada, no sabía por dónde me iba a venir ni lo que tenía pensado hacerme. Temblaba, no sé si de frío, nervios o de lo tremendamente salida que estaba. Creo que nunca había estado tan salida en mi vida. Estuve unos minutos de esa guisa sin que nada pasara. Minutos que se me hicieron eternos, hasta que noté la proximidad de su cuerpo cerca del mío. Empezó a acariciarme las piernas desde los tobillos. Subía por los gemelos, los muslos, por dentro, por fuera, acercándose a mi zona más sensible pero sin tocarla. Siguiendo por mi cadera, agarrándola fuerte, masajeándola. Así estaba cuando empezó a separar más mis piernas, abiertas, expuestas. Sus manos siguieron su lento avance por mi cuerpo, llegando a mis pechos y sobándolos de lo lindo.

Las piernas me temblaban, deseaba tener esa polla que adivinaba otra vez dura y majestuosa dentro de mí. Gemía y resoplaba del gusto, del ansia. En más de una ocasión estuve tentada a girarme para meterme esa enorme polla dentro de mí, hasta que noté su respiración muy muy cerca de mí... Estaba lamiéndome la parte interna de los muslos, dios mío, me moría del gusto. Sentía su aliento haciéndome cosquillas en las ingles, en mi entrepierna. Puf, el corazón se me salía del pecho, sobretodo cuando noté su lengua recorriendo lo más íntimo de mi cuerpo. No pude evitar dar un respingo cuando la tuve, dura y húmeda, lamiendo mi triangulito. Aquello era espectacular, empezó a comerme el coño lentamente, con su lengua presionando mis labios, haciéndose paso entre ellos, introduciéndose en ellos.

– Mmmm qué rico sabes, qué buena estás, zorrita.

Instintivamente empecé a arquear las caderas, adoptando cierto ritmo que acompañaba la espectacular comida que me estaba haciendo. Gemía, gritaba, me retorcía del placer que empezaba a hacerse incontenible. Mordía la sábana en un vano intento de no gritar que me follara. Que me la metiera, duro, dentro. Que la quería sentir dentro de mí. En vez de eso, aceleró el ritmo, añadiendo sus dedos a la ecuación y ya fue demasiado.

– Joder, cabrón... me estás matando... fóllame... métemela, fóllame... aaaaahhh...

Con los dedos dentro de mí, sin cesar el ritmo, se separó de mi inundado coñito y me dijo, susurrando:

– Así que quieres que te folle, ¿eh? ¿Y cómo piden las cosas las niñas buenas?

– Puf... fóllame joder, fóllame... por favor, por favor...

Como si hubiése dicho las palabras mágicas, de repente apartó su cara de mi chochito y sentí, primero su respiración detrás de mis orejas y después su enorme polla entrando sin ningún esfuerzo dentro de mí. Fue más de lo que esperaba, pegué un grito de placer y dolor que creo que se oyó en todo el edificio. Empezó a bombearme sin ninguna piedad, fuerte, rápido. La metía hasta el fondo y la sacaba del todo, jugando en la entrada con mis labios para luego penetrarme con ansia. Tras unas embestidas, la sacó de repente, dejándome huérfana, vacía, cachonda perdida. Me giré, sorprendida, un poco hasta ofendida, mientras veía cómo cogía un preservativo del primer cajón de la mesita. Mierda. Estaba tan sumamente cachonda que no había caído en que estábamos follando sin condón.

Aprovechando la ocasión y antes de que se pusiera el profiláctico, me lancé hacia su polla y me la metí en la boca. Sabía delicioso, a sexo, a mí. Empecé a hacerle una mamada monumental, subiendo y bajando con las dos manos sobre su tronco mientras me la metía todo lo que podía dentro de la boca. Él gemía mientras me agarraba la cabeza, ayudando a que la penetración fuera más profunda.

– Shhhh para, zorrita. Aún no he acabado con ese coñito...

Me apartó agarrándome del pelo y echándome la cabeza hacia atrás con una mano mientras con la otra intentaba colocarse el preservativo. Cuando se lo puso, me colocó en la misma posición en la que estábamos, sólo que esta vez me giró de tal manera que pudiera vernos reflejados en el espejo que formaba la puerta de su armario. Me metió un dedo en la boca que lamí como si de su polla se tratara, dedo que introdujo en mi coñito, comprobando que seguía igual de húmeda o más que antes.

– Me encanta lo mojada que estás... así puedo follarte como a mí me gusta...

Volvió a meterla dentro de mí, brutalmente. Si no fuera por lo mojada que estaba, me habría hecho daño. Veía su cara de vicio en el espejo, su mano en mi cadera acompañando el movimiento frenético de su cuerpo. Con la otra me daba azotes nada desdeñables en mis poderosas nalgas, que en vez de dolerme me excitaban aún más, si es que eso era posible. Finalmente, su mano izquierda se posó en mi clítoris, aumentando el gustazo que estaba sintiendo. Aquello fue demasiado para mí, que sin sábana que morder acabé corriéndome entre gritos y a los pocos minutos y tras un par de embestidas más, también él se corrió, cayendo con el peso de su cuerpo sobre mí.

Recobrado el aliento, rodamos bajo las sábanas, divertidos. Había sido un polvazo espectacular, no recordaba haber estado tan cachonda nunca hasta entonces. Estaba empezando a dormirme cuando noté su cuerpo más cerca del mío y su miembro, todavía en reposo, jugueteando entre mis labios.

– No creerás que he acabado contigo tan pronto... Todavía hay un orificio que clama a gritos que lo follen...

Abrí los ojos como platos. De repente, estaba asustada. Nunca me habían follado el culo, nunca había sentido especial predilección por esa parte de mi anatomía pero no sabía cómo decírselo. No me atrevía. Él seguía restregando su polla cada vez más dura entre mis labios vaginales mientras un dedito travieso se acercaba peligrosamente a mi zona posterior... Tenía miedo de quedar como una niñata así que cerré los ojos y me dejé hacer... Al fin y al cabo, no hubiera aceptado un no por respuesta. Y tampoco sé si dado el gusto que había sentido hasta el momento, quería negarle cualquier cosa. Estaba totalmente a su merced, era suya. Era su zorrita. Y él lo sabía...