Érase una vez, un jacuzzi (1)

Un fin de semana que cambió por completo mi concepción del sexo y del placer...

Aún me estremezco tan sólo recordar aquél fin de semana, en el que cambió por completo mi concepción del sexo y del placer...

Por aquel entonces yo era una jovencita inocente y, para qué negarlo, inexperta en las artes amatorias. Me podría describir como una chica más o menos alta, con curvas, muy bien puestas y unos pechos generosos, tiernos y turgentes. A mis 21 años, había tenido un par de novietes algo sosos, cuya falta de imaginación en la cama había hecho que mi idea del sexo fuera bastante limitada. Qué equivocada estaba.

Todo empezó una noche de aburrimiento, de esas que solía tener bastante a menudo. Me metí en el chat un poco por matar el tiempo. Al poco, un chico me habló. La conversación se fue tornando interesante, las indirectas iban que venían, tanto, que cuando me quise dar cuenta había quedado con un perfecto desconocido al día siguiente. Fijamos el punto de encuentro en un lugar bastante concurrido de la ciudad. Al llegar, veo un todoterreno blanco mal aparcado. Me acerco y observo al conductor. Me quedé estupefacta en ese mismo momento. ¡Pedazo de tío! Estaba sentado y aún así parecía alto. De constitución delgada, tenía unas manos largas y finas, al igual que sus piernas. Llevaba una barba bien cuidada y las gafas de sol le daban un toque de malote impresionante. Era mayor que yo, por entonces tendría unas 29 primaveras. Creo que me puse cachonda sólo de verle. Subí al coche y fuimos a dar un paseo por la playa. Y tanto que era alto, me sacaba una cabeza y media. La conversación siguió siendo fluida, aunque me encontraba muy cohibida de ver el efecto que tal hombretón tenía en mí. Estaba tan mojada y a la vez impresionada con el porte que tenía el tío, que me temía que pudiera mancharle la tapicería del coche, ya de regreso a casa. En la despedida, mi cuerpo temblaba. Empecé a juguetear con sus gafas de sol, amenazando con llevármelas si no me daba algo a cambio. Cómo deseaba que esos labios carnosos recorrieran cada centímetro de mi cuerpo... Sin embargo, dada que era la primera cita y que era un caballero, me plantó un beso más casto de lo que mis entrañas esperaban. Un beso que me dejó con un calentón más que impresionante y que hizo que al subir a casa, me tuviera que dar una buena sesión de amor propio... no hacía más que pensar en esas manos, en esa boca, en esa lengua jugueteando con lo más profundo de mi sexo.

Seguimos hablando y tonteando por la red, el tipo estaba en la ciudad por trabajo pero se iría pronto. Me propuse a no perder más el tiempo y el siguiente fin de semana, con el pretexto de que me dejara usar su jacuzzi, me ofrecí a acercarme a su casa. Como no podía ser de otra manera, el tío aceptó. Como yo, se había quedado con ganas de más y las conversaciones previas habían ido subiendo de tono. Así que me duché, perfumé y depilé hasta el último pelito de mi desnudo y hambriento cuerpo y me dirigí a su casa. Era la primera vez que hacía algo así, pero no dudé ni un momento. Durante el trayecto no hacía más que imaginar todo tipo de cosas cachondas, anticipando lo que iba a pasar. Hoy en día puedo decir que no tenía ni idea...

Llamé al timbre y me abrió. “Segundo piso”, dice, por el telefonillo. Durante unos segundos me lo pensé al abrir la puerta, si entraba ya no había vuelta atrás. Pero el ansia de mi cuerpo pudo más que el sentido común y subí sin dilación. Al llegar, me estaba esperando, apoyado en el marco de la puerta y su sonrisa era de todo menos casta. Invitadora, pícara, con un toque de algo que en ese momento no supe identificar.

Me acerco a él, tímida, insegura, con toda la intención de darle dos besos pero en cuanto me tiene a dos centímetros, me agarra de la cintura y me lleva hacia él, plantándome un morreo impresionante. Jugueteando con mi lengua y mis labios a la vez que con una mano se aferraba a mi cintura y con la otra me apretaba el culo con ganas. Ni siquiera habíamos entrado en el piso y me estaba manoseando de lo lindo. Besándome la boca, chupándome las orejas, el cuello, la barbilla. Buf, aquello era de película. De repente, deja de besarme y me empuja hacia el pasillo con urgencia. Me quedo allí, parada junto a la pared, sin saber muy bien cómo reaccionar. Cierra la puerta y me dice:

  • Hola.
  • Hola...

El corazón me iba a mil. Y él me miraba desde lo alto. Parecía muy seguro de sí mismo y sonreía de una forma extraña. Creo que estaba a la par excitada como aterrorizada. Me acababa de meter en casa de un extraño, al fin y al cabo. Me coge de la mano y me lleva por toda la casa, enseñándomela.

  • Este es el comedor, esta la cocina. Aquí tienes el baño y el jacuzzi. Hay toallas preparadas por si te quieres bañar ahora.

Yo no podía ni pensar, todo lo que salía por mi boca eran monosílabos. Este tío pensará que soy tontita, me dije para mí misma. Y él no dejaba de sonreír. Al pasar por lo que era su habitación no pude más que pensar en que me llevaba allí con toda la intención de tirarme encima de la cama y hacerme de todo, pero nada más lejos de la realidad. Entramos y salimos de su cuarto sin mediar palabra, aunque estoy convencida de que notó mi mirada de sorpresa cuando salíamos de ella. Seguía de su mano como una niña buena, dejándome llevar. Sospeché en ese momento que aquello le gustaba, no sabría decir por qué. Me volvió a dirigir al baño y me dijo:

  • Pensándolo bien, creo que te vendría muy bien un bañito para relajarte, que te noto un pelín nerviosa...

Nerviosa, ¡ja! Qué gracioso el tío, estaba disfrutando con mi estupefacción y haciendo conmigo lo que quería. También es verdad que no me quejaba, me gustaba extrañamente dejarme llevar. Llenó el jacuzzi con agua que de tan caliente, hervía. Y salió por la puerta. Me dejó allí, sola. Sin mediar palabra. Estaba completamente fuera de lugar, no tenía la confianza suficiente como para decirle algo o como para ir en su busca. Así que decidí que lo mejor sería obedecer, un bañito calentito me vendría bien para relajar... Me desnudo completamente y me meto en el jacuzzi. Mmmm qué sensación más curiosa, pensé. Notaba las burbujas entre mis piernas, acariciando mis muslos, mis brazos, mis pechos. Entre la excitación provocada previamente y el efecto de las burbujas, no pude evitar introducir un dedo en mi lubricado y depilado chochito. Empecé a masturbarme lentamente, como disimulando. Imaginaba que entraba por la puerta y me encontraba así y me daba un poco de vergüenza. Seguí jugueteando con mi clítoris y mis labios, mientras con la otra mano acariciaba mi pecho izquierdo. Estaba tremendamente cachonda. Tanto, que me costó muy poco llegar al orgasmo. Y menos mal, porque como si lo supiera, al poco de correrme llama a la puerta.

  • ¿Estás disfrutando del baño?

Puf, ni te lo imaginas, cabronazo – pensé.

  • Sí, el agua está buenísima. ¿Quieres probarla?

Abre la puerta, adoptando la misma posición que cuando llegué a su casa. Apoyado en el marco, arqueado su cuerpo. Mirándome, divertido, mientras yo intentaba adoptar una posición que le invitaba a unirse al baño.

  • ¿Estás segura? No creo que quepamos los dos a no ser que estemos muy juntos.

Puf. Vale, ya era oficial. Estaba chorreando.

  • Emmm... buenoooo, no creo que haya problema con eso.

Empezó a quitarse la ropa, sin prisa pero sin pausa. Un cuerpo delgado pero fibrado, peludo pero sin pasarse. Pedazo de tío, pensé. Se quedó en calzoncillos y se acercó a mí, divertido. Podía ver sin mucho esfuerzo el bulto de lo que adivinaba como una polla bastante potente. Justo en el borde del jacuzzi, se quitó la ropa interior, liberando aquel maravilloso miembro. No lo vi bien en ese momento, porque enseguida se introdujo en la bañera, pero nunca había visto algo igual. Aquel pollón mediría por lo menos 20 centímetros en su total apogeo. Temblaba, estaba cachonda y acojonada... Pero ya no había salida.

Una vez dentro, me echó un buen repaso, aunque con la espuma no podía ver demasiado bien mi cuerpo. Se pegó a mí, rozando sus brazos con los míos. Su pierna con las mías. Nos miramos, parecía no tener prisa pero yo no podía más. Me lancé sobre su boca como una loba hambrienta, mientras con mi mano iba directa a tocar ese poderoso miembro que se me hacía tan antojable.

  • Sshhhhh tranquila, no tengas prisa. Vamos a darnos un baño, para estar bien limpitos...

Cogió mi mano y la retiró de su entrepierna. Al mismo tiempo, puso un poco de gel de ducha en sus manos y me dice:

  • Ahora te voy a lavar un poco, porque algo me dice que estás muy sucia...

Empezó a untarme el cuello y las tetas de aquel líquido jabonoso, esparciéndolo por los pechos y los pezones, que sobresalían del agua. Me fue imposible no gemir. Estaba que me moría de excitación y casi me da algo cuando noto sus manos bajo el agua, rozando mi pubis, manoseando la parte interior de mis muslos para finalmente acariciar mi húmedo coñito.

  • Ya sabía yo que eras una niña sucia. ¿Crees que no sé que te has tocado mientras yo no estaba?

Estaba alucinando del gustazo que estaba sintiendo con sus manos, sus dedos, acariciando mis partes más íntimas y sus palabras no hacían más que excitarme más. Intenté pasar a la acción pero no me dejó. Me sentía indefensa, en su poder, no podía hacer nada más que obedecer los deseos de aquel hombre que parecía divertirle tener completo control sobre mí....