Era una noche de luna llena
Una compañera de trabajo. Nos contamos las fantasias sexuales que teníamos en común y conseguimos realizarlas. Fetichismo con pies, atado a una cama y un profundo beso negro.
Antes de nada decir que no quiero dar apenas descripción física sobre mi ni mi compañera de trabajo. Prefiero que imaginéis que sois vosotros o vosotras mismos y que la otra persona coincida con vuestros gustos.
Era una noche de luna llena, una noche de esas que nunca se olvidan. La recuerdo nítidamente. Siempre nos habíamos buscado, en el trabajo coincidíamos continuamente, ella era la directora de marketing de una prestigiosa empresa de comunicación en la que yo era director de compras. Tropezábamos casi constantemente, ella vestía de una manera desmesuradamente provocativa, siempre minifalda, siempre un amplio escote que dejaba entrever sus voluminosos pechos seguramente operados años atrás. Mi atracción por ella iba en aumento día a día, no podía verla, me excitaba al máximo, el pene me dolía de tanto amarla.
Ella tenía que saberlo, en las largas reuniones de coordinación de departamentos en las que empezábamos muy de mañana y acabábamos muy de noche ella no dejaba de mirar mi entrepierna, siempre dura al imaginar como sus pezones podían rozar con suavidad mis labios. Con el tiempo nos fuimos haciendo amigos. Charlábamos por los pasillos de tonterías. Una tarde en una de esas conversaciones insustanciales descubrí que vivía cerca de mi, sola porque no le había gustado nunca amarrarse a una pareja fija.
Retomo a esa noche de luna llena, era un martes 18 de marzo. Tuvimos una larga reunión que duró hasta pasadas las nueve. Una vez concluida nos dirigimos al ascensor, allí ella me comentó que tenía el coche en el taller porque le había dejado tirada por la mañana. Yo me ofrecí a acercarla a casa.
Ya en el camino charlábamos sobre el barrio en el que vivíamos. En concreto hablamos de "El Tommassino", un pequeño restaurante italiano muy bonito y muy íntimo con una cocina exquisita y que quedaba cerca de su casa. Dicho y hecho, sin pensarlo dos veces exclamé:
-Pues resulta que esta noche yo no tengo nada en la nevera así que cenaré fuera, si me lo permites, te invito a cenar.
Respondió que sí con un suave y dulce tono ahogado que dejó entrever que estaba deseando desde hacía rato que le propusiera algo de ese tipo.
Ya en el restaurante nos pusieron en una pequeña mesa apartada con un bonito mantel de color rojo que llegaba hasta el suelo, en un rincón del restaurante. Ella se sentó frente a mí. Llevaba puesto unos zapatos preciosos y unas medias negras muy finas y delicadas. Pedimos un buen vino para comer, fuimos charlando de temas varios hasta que al final de la cena, más animados por la tercera botella de vino salió el tema de las fantasías sexuales. Ella me miró a lo ojos derritiéndome por momentos y me dijo que su fantasía sexual preferida era atar a un hombre con dos pañuelos de seda al cabecero de su cama y hacer de él lo que ella quisiera. Yo por mi parte le confesé que me excitaba muchísimo que me masturbaran con los pies. En ese preciso instante llegó el camarero y nos pidió que eligiéramos postre, yo elegí tarta de tiramisú y ella mousse de chocolate.
Fue al darse la vuelta el camarero para ir a por los postres cuando sentí en mi entrepierna ya excitada desde hacía rato como algo me subía poco a poco hasta posarse sobre mi miembro. Miré sorprendido hacia ella que me sonrió y guiñó un ojo. Baje la mano y cogí su pie, tenia las medias puestas, como pude las rompí con disimulo y le acaricié el pie con mucha ternura. Me bajé la cremallera y saqué mi verga dejándola libre de toda presión. Puse su pie sobre mi polla, ella lo movía cada vez con más rapidez. Su otro pie lo puso al lado. Por un lado sentía el frío de su pie desnudo y por el otro la suavidad de las medias. Vi como su mano derecha bajaba por el mantel y como el movimiento de su brazo me hacía entender que se estaba acariciando su seguro dulce chochito. Me encontraba excitadísimo, el camarero llegó unos cinco minutos después justo cuando mi leche se derramaba por sus pies. La cara de ella reflejaba satisfacción. Con avidez comimos el postre y pagamos la cuenta. Dejamos una generosa propina y salimos casi corriendo hacia fuera. Poco después de pasar la puerta, en la calle, nos fundimos en un beso largo y profundo, su lengua buscaba todos y cada uno de los rincones de la mía. Acercó su boca a mi oreja y me dijo:
-Ahora me toca a mí cumplir mi fantasía.
Nos dirigimos a su casa, vivía en una buhardilla. Desde su cama, por la ventana que estaba sobre el tejado, se veía el cielo despejado y la luna llena inundaba de luz el cuarto. Además ella con un elegante gusto encendió unas cuantas velas y un quemador que desprendía aroma a rosa.
Nos tumbamos en la cama, la fui desnudando con tranquilidad mientras le besaba cada parte de cuerpo que le quedaba al descubierto. Primero la rebeca, besé sus brazos y cuello. Luego el sujetador y besé y lamí sus pechos muy despacito, recreándome en sus pezones. Luego le quité las medias rotas por nuestro anterior encuentro, bese sus piernas empezando por sus muslos fui bajando por sus rodillas, empeine hasta acabar en sus pies. Besé su empeine y cada uno de sus dedos llegándome un olor suave pero profundo que me excitaba más si cabe. Le lamí cada hueco que tenía entre los dedos y le besé la planta de sus pies lo cual hizo que se riese por las cosquillas. La veía húmeda, por debajo de su minifalda podía ver su mojado tanga. Le quité la minifalda y le bajé el tanga. Clavé mi nariz en su monte de Venus y estiré mi lengua hasta su clítoris que estaba muy duro y tan grande que sobresalía notablemente de entre sus labios mayores. Lamí y succione con pasión mientras ella me agarraba la cabeza y la apretaba contra su entrepierna. Me quitó la cabeza con brusquedad y me dijo:
-Desnúdate, túmbate boca arriba y pon las manos contra el cabecero de mi cama.
Sacó de un cajón los pañuelos de seda que a quien sabe a cuantos hombres habrían atado antes para disfrutar de esta diosa del sexo. Me miraba con cara lasciva mientras me ataba dejándome sus pechos sobre mi boca que yo lamía como podía. Me dejó a su merced y me dijo:
-Ahora me voy a abrir el culo y me vas a dar un beso negro.
Se colocó de cuclillas sobre mi, con sus manos abrió sus nalgas y clavó su ano sobre mi boca soltando luego las manos y enterrándome, casi asfixiándome con sus glúteos. Estaba muy empalmado, me agarró la polla y empezó a besarme el capullo morado de tanta sangre acumulada. Yo por mi parte hacía círculos alrededor de su agujero negro metiendo pausadamente mi lengua lo más profundo que podía intentando alcanzar lo más hondo de su recto. Su mano derecha seguía sobre mi verga y ahora había metido mi glande en su boca, con la mano izquierda se estaba metiendo dos dedos en su coñito. Lubricó sus deditos y los metió en su culete haciendo cada vez más grande su agujero. Una vez bien abierto su ano, giró sobre mí y agarró mi polla clavándosela hasta el fondo por su culo de un solo tirón. Se empezó a mover con un ritmo apoteósico mientras se acariciaba el clítoris. Deseaba acariciarla pero no podía soltarme, esto me excitaba aun más. Me voy a correr gemí y ella paró de moverse diciéndome:
-¡¡No!! te correrás dentro de mi pero no en ese agujero. Quiero que alcances toda la profundidad de mi útero.
Dicho esto sacó mi verga de su culo y lo metió en su chocho incrementando la velocidad de las embestidas a la vez que se acariciaba su duro clítoris. Me corro gritó, noté como sus músculos se contraían alrededor de mi dura polla lo que hizo que me corriese soltando dentro de ella todo mi semen.
Se levantó y me dijo:
-Mira como me has puesto, me has manchado. Me tienes que lavar.
Acercó su chocho a mi boca y me lo hizo limpiar, sus flujos vaginales se mezclaban con mi semen. Por fin me soltó y abrazados desnudos bajo la luna que entraba por la ventana nos quedamos dormidos.