Era toda una dama

De cómo aquella hembra enloquecía al pueblo y de cómo su marido se había fusionado de cuerpo y alma con su esposa.

Era toda una dama que no sabía pensarse de otra manera.

Enfundada en polleras y pantalones ajustados paseaba su estampa para alegría de los ojos de los machos cabríos.

Con sus salidas domingueras el caserío se vestía de gala y los varones deleitaban sus ojos al disfrutar del bamboleo de ese traste sin desperdicio, dueño de los veranos y de las mas ardientes masturbaciones.

Puesto sobre unas piernas bien torneadas asentadas en pies largos y delicados, y bajo una cintura fina, su redondez y volumen hacían de ese culo una sinfonía al caminar que arrancaba no pocos silbidos y muchos más suspiros.

Con pasos largos y la cabeza erguida, su dueña caminaba segura de sí misma, abstraída de tantas miradas y ausente a los piropos con que celebraban su paso.

Los domingos eran esos días en que salía a lucir su belleza por el pueblo para jolgorio de los varones y envidia de las mujeres.

Arriba de su cintura se extendía su cuerpo con grácil lomo y firmes y proporcionados senos para concluir en una redondeada cabeza cubierta por una melena de largos cabellos que le cubrían los hombros y parte de la espalda.

Esa misteriosa mujer, visitante en vacaciones, únicamente se exhibía los días de fiesta, al crepúsculo, por las calles del pueblo y despertaba las más variadas fantasías en todos los vecinos.

No eran pocos los que afirmaban que era una delicia en la cama y que sus labios sabían a miel.

En realidad nadie podía probarlo porque no dirigía la palabra a ninguno, limitándose a salir de su casa, dar unas vueltas por el pueblo para encerrarse nuevamente en su hogar hasta el próximo domingo.

De lunes a sábado el único que salía y entraba a esa casa era su marido, envidia de más de un varón por su mujercita, y único conocedor del apasionante secreto de amor que lo unía a ella cuando se ensartaba el consolador en su hambriento culo y, con su mano, masturbaba su pene hasta arrancar el semen mientras el espejo le devolvía su imagen vestido de mujer, culiado por un macho de plástico, mojado por la acabada y corrido el maquillaje por la transpiración. Toda una dama.

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