Era mi fantasía y ahora es mi realidad

Fue mi primer amante y pese a que ocurrió hace algún tiempo aún sigo acordándome de su olor a masculinidad y a menta y de vez en cuando me parece que sus ojos vuelven a estar fijos en mí, observando cada uno de mis movimientos, observando como lo que aquella tarde empezó como un experimento, me cambió la vida hasta convertirme en lo que soy… y en lo que me gusta ser.

Fue mi primer amante y pese a que ocurrió hace algún tiempo aún sigo acordándome de su olor a masculinidad y a menta y de vez en cuando me parece que sus ojos vuelven a estar fijos en mí, observando cada uno de mis movimientos, observando como lo que aquella tarde empezó como un experimento, me cambió la vida hasta convertirme en lo que soy… y en lo que me gusta ser.

Tenía diecinueve años cuando empecé a prestar atención a los relatos eróticos y a las páginas de internet en las que habían videos de relaciones sexuales o, como ahora comprendo, vídeos de sexo. Ahora lo digo con normalidad pero por aquel entonces yo era una chica gordita, tímida y muy introvertida que se sentía completamente perdida y sin saber qué hacer cuando todas mis amigas hablaban de tal postura o de tal concepto sexual. Era virgen y no me extrañaba serlo. Siempre tuve muy poca autoestima, siempre me vi como el patito feo del colegio, del instituto y de la universidad y el hecho de que mi hermana mayor fuera una preciosidad no me ayudaba demasiado a mejorar mi autoestima. Vestía siempre con ropas anchas, preferiblemente pantalones tejanos y jerseys sueltos pero siempre con algo de escote porque aunque mi físico no fuera muy agraciado siempre he sido muy coqueta y presumida y mi lema ha sido y será: vístete siempre para poder ir tanto a clase como a una discoteca. Mi punto fuerte era mi cabello, aún lo sigue siendo. Tengo un largo cabello de color castaño claro, suave y liso y me llega hasta el culo. Mi otro punto fuerte eran mis pechos, una 110 de sujetador, unos pechos firmes y grandes, suaves, con grandes pezones oscuros que se vuelven como rocas cuando estoy excitada. Quizá por eso siempre llevaba jerseys que denotaran mi voluptuosidad y quizá también por eso siempre llevaba el cabello suelto, hacía que me sintiera más femenina, más sexy y eso me gustaba.

Pero esta es una historia de sexo y en toda historia de sexo siempre hay dos personas como mínimo. Mi contrario era él. Alberto. Alberto, el chico más guapo que jamás había visto en mi vida y al que conocía desde que era una cría porque habíamos ido juntos al colegio; Alberto que resultó que entró en mi misma Universidad, en mi misma Facultad, la Facultad de Derecho. Alberto era un dios del sexo para mí y para cien chicas más. De metro ochenta, cabello rubio ceniza espeso y fuerte, ojos de color miel, piel tostada, sonrisa de anuncio de dentífrico y un cuerpo hecho para el pecado que había obtenido a base de ser capitán del equipo de fútbol del instituto y competidor de natación de un conocido club de la ciudad. Espaldas anchas, vientre plano, caderas estrechas y piernas firmes. Siempre estuve enamorada de él y él siempre me vio como su amiga.

Pero aquella tarde fue diferente. Me sentía… rara… Había tenido un día complicado y estaba cansada y como siempre que algo sale mal el resto del día sólo puede ir a peor, perdí el autobús que me llevaba de la universidad a casa. Me estaba quejando por mi mala suerte mientras maldecía al profesor que había acabado cinco minutos más tarde y me estaba acordando de toda la familia del conductor que autobús que por una vez que yo necesitaba que llegase tarde había llegado temprano cuando un SEAT León de color blanco se detuvo frente a mí. Recuerdo que parpadeé y que me quedé boquiabierta cuando vi que la ventanilla del copiloto se bajaba y el rostro sonriente de lo que todas las chicas del momento llamarían "perfecto espécimen macho" me miraba. No le reconocí. Juro que no le reconocí. Llevaba varios años sin verle, desde que él se marchó en el segundo curso del instituto… Y había cambiado. Pero en cuanto me saludó y me dijo "¿Te llevo, Becky?" supe que era él. Alberto era la única persona que me llamaba de aquella forma y por supuesto la única persona a quien yo dejaba que me llamase así.

Titubeé y él sonrió cuando se dio cuenta.

-¿Aún sigues haciendo caso al policía que nos dijo en el colegio que no subiéramos a coches de extraños, verdad? –bromeaba y su tono lo decía. Sonreí y me armé de valor, después de todo, sólo era Alberto.

-¿Y desde cuándo tú eres un extraño Alberto? –le preguntó imitando su burla.

-Venga, sube, tienes suerte de que haya pasado por aquí, suelo tomar el otro camino.

Agradecida me subí al coche y mientras me ponía el cinturón de seguridad miré por la ventana y me sentí orgullosa al ver como otras personas que habían en la parada esperando por otros autobuses diferentes me miraban con envidia. Sonreí. Si yo viera a alguien con un hombre como Alberto también hubiese sentido envidia.

Treinta minutos de trayecto después yo seguía sonriendo. Habíamos hablado de todo y de nada. Qué habíamos hecho, cómo estaban nuestras familias, la casualidad de habernos encontrado en la misma facultad, el motivo por el que queríamos ser abogados… fue una conversación intrascendental y sin demasiada importancia. Cuando detuvo el coche frente a la puerta de mi pequeño apartamento, la conversación era fluida como si todos los años que habían habido en medio de los dos nunca hubiesen existido y nos hubiésemos visto el día pasado.

-Bueno, gracias por traerme. Llevaba un día de locos –le agradecí-. ¿Cómo te las arreglas para aparecer siempre cuando te necesito?

Era cierto y ambos lo sabíamos. En más de una ocasión cuando algún matón de cursos superiores se metía conmigo en el recreo, siempre aparecía Alberto y aunque se llevó varios puñetazos por defender a la "niña gorda de su clase" Alberto nunca dejó de inmiscuirse y de defenderme.

-Creo que es instintivo. Siempre parezco saber qué necesitas y cuando lo necesitas –me sonrió mientras estiraba el brazo hacia el asiento trasero y cogía mi carpeta entregándomela-. Si quieres podemos compartir el coche –le miré-. Ir y venir de la facultad cada día a cambio de pagar la gasolina entre los dos –hizo una mueca-. Últimamente ando algo mal de fondos

-¡Claro! –ni siquiera me detuve a pensármelo-. Sería estupendo, me ahorrarías muchas horas de trenes y autobuses.

-Entonces te recojo mañana a las siete ¿va bien?

-Perfecto –abrí la portezuela del coche-. Hasta mañana Alberto y gracias de nuevo.

Si alguien de los que estáis leyendo esto os habéis encontrado en mi situación, os imaginaréis como estaba yo en aquel momento. Acababa de encontrarme con mi mejor amigo y con mi amor de infancia y acababamos de quedar para lo que parecía volver a retomar nuestra amistad. Estaba eufórica, nerviosa, exaltada, y muerta de miedo por si él cambiaba de idea y decidía que no le convenía que le viesen con una chica gordita como yo.

Siempre he sido cuidadosa con mis cosas, sobre todo son las cosas que no quiero que nadie vea, pero aquella tarde salí del coche con tanta prisa que no me di cuenta de que me dejaba en el coche una pequeña carpeta con varios documentos que había impreso en la facultad y no me di cuenta hasta que dos horas después tenía mi habitación y todo el apartamento patas arriba buscando aquella dichosa carpeta.

Cuando fui consciente de que no iba a encontrarla, me hundí, literalmente. Si alguien encontraba aquellos documentos no iba a poder volver a la Universidad. Fue el momento perfecto para maldecirme a mí misma por ser tan estúpida como para tener la costumbre de poner mi nombre en todas mis carpetas y sobre todo por ser tan estúpida como para haberme pasado la hora libre en la facultad escribiendo fantasías sexuales que luego había escondido entre los documentos que había impreso. Si alguien encontraba aquella carpeta

Sonó el móvil y lo cogí sin mirar el número. No debería de decir lo sorprendida que me quedé cuando reconocí la voz de Alberto al otro lado de la línea telefónica.

-¿Cómo has conseguido mi número?

-Está en la carpeta.

Recuerdo que parpadeé confusa.

-¿Qué carpeta?

-La que te has dejado en mi coche.

-Dime que no lo has leído… -casi supliqué al ser consciente de lo que sus palabras significaban.

Alberto rió al otro lado de la línea.

-¿Sabes? Nunca imaginé que la chica aplicada, tímida y responsable fuera capaz de escribir palabras como coño, culo y polla… De verdad Becky, me has sorprendido.

De acuerdo, lo había leído.

-Alberto, dime que no le has enseñado a nadie

Esta vez su risa fue más fuerte, casi una carcajada. Genial… aquello sólo podía pasarme a mí. Me encontraba con alguien de quien había estado enamorada y por quien aún estaba un poco colgada e iba a esfumarse antes siquiera de haber vuelto a mi vida.

-Tranquila, no se lo he enseñado a nadie –me dijo con lo que imaginé una sonrisa en la cara-. Dime una cosa ¿en serio te interesa esto?

Me quedé callada sin saber qué contestarle.

-¿Becky? –insistió Alberto-. ¿Estás ahí?

-Sí, estoy aquí… -suspiré mientras me sentaba en el sofá.

-Contéstame –fue una orden sutil-. ¿De verdad te interesa esto de… -escuché ruido de hojas pasando-… ser atada, sumisa, recibir órdenes… ¡Joder! –exclamó entonces-. ¿Follar en un sitio público?

-¿Qué? –le pregunté entonces demasiado brusca-. Mira, no tienes ni idea de lo que es ser como yo. Sé que no tengo el cuerpo perfecto y siempre estoy a la sombra de las demás, pero puede gustarme lo que a mí me de la gana y me gusta eso ¿de acuerdo? –ni siquiera le dejé contestar-. Me gusta desnudarme para ir a dormir y masturbarme mientras pienso que alguien me está mirando y me está susurrando que soy una zorra y una guarra ¿de acuerdo? –respiré y continué -. Me gusta hacerlo porque me siento sexy haciéndolo ¿vale? Y a nadie debería importarle si mis fantasías incluyen que me den órdenes en la cama, que me digan que soy una perra en celo, que me aten a la cama y me follen como quieran y cuando quieran y que me guste como me siento cuando imagino cómo sería ser sumisa ¿de acuerdo? Así que si mañana me devuelves mi carpeta no volveré a ponerme en tu camino, gracias.

Colgué. Le colgué el teléfono a Alberto y empecé a caminar furiosa por mi apartamento. Y cuánto más pensaba en lo que le había dicho, más furiosa me ponía. ¿Cómo diablos me había atrevido a decirle algo así a Alberto? Gemí desesperada. ¿De verdad le había dicho que me gusta que me susurren lo zorra que soy y que además me siento sexy cuando lo hacen? El teléfono volvió a sonar y cuando lo cogí de nuevo estaba temblando.

-No vuelvas a colgar zorrita… -la voz de Alberto, baja y grave, y la orden que me dio junto con aquel apelativo hizo que mi mente se quedara en blanco y obedeciera. Sé que debería haber colgado de nuevo pero no pude hacerlo-… Vamos a hablar de esto Becky ¿de acuerdo?

-No quiero hablar de

-Claro que no quieres hablar, lo que tú quieres es que te follen y te llamen guarra y zorra, ¿no es eso lo que has dicho antes?

-Alberto, por favor no

-Te quiero ver en diez minutos en el parque que hay en la esquina de la calle –le dijo él-. Y no te retrases ¿entendido?

-Si piensas que

-No me has entendido –me interrumpió él con una risa que hizo que me estremeciera-. Si no estás en el parque en diez minutos, detrás de los sauces, mañana toda la calle estará empapelada con fotocopias de tus fantasías, nombre, apellidos y teléfono incluidos, ¿me comprendes ahora Becky?

No me dio tiempo a contestar cuando ya había colgado. Suspiré y me mordí el labio inferior, un gesto que todo aquel que me conocía sabía que era de nerviosismo.

O O O O O

Alberto ya estaba allí cuando llegué. Para mi consternación no llevaba mi carpeta, caminé hacia él hasta donde me esperaba con las manos en los bolsillos, tan confiado como siempre, con la sonrisa perfecta en el rostro.

-No digas nada –me ordenó cuando abrí la boca-. Tengo que comprobar algo antes de nada

Se acercó a mí y sin más preámbulos me empujó contra uno de los árboles de la zona. Se lo permití. Atenazó mi cuerpo con el suyo y sus manos hábiles empezaron a manosearme. Jamás me había sentido tan aterrorizada y humillada en toda mi vida… y tampoco me había sentido nunca tan caliente, desvergonzada y deseosa de sexo como en aquel momento. La mano de Alberto se movió hacia mi coño y empezó a frotarlo. Recuerdos sus ojos color miel mirándome fijamente mientras lo hacía; la tensión reflejada en sus hombros, en sus ojos, en los músculos de su mandíbula

No dije nada y ahora que lo pienso, creo que incluso me olvidaba de tanto en tanto de respirar. Sólo podía jadear mientras sentía su mano fuerte y poderosa friccionando mi coño a través de la tela de mi falda y mis bragas.

Me había masturbado muchas veces pero en ninguna de aquellas ocasiones había estado tan caliente como me estaba calentando Alberto. Pero entonces él se detuvo y más aún, se apartó de mí. Le miré confusa, con los ojos nublados por la lujuria, en ese lugar entre el presente y el clímax en el que la mente vaga de forma descuidada.

-Si quieres correrte vas a tener que pedírmelo –me dijo divertido-. Quiero que me digas que quieres correrte aquí y ahora Becky. Dímelo.

Si en aquel momento me hubieran dicho que los extraterrestres existían no me hubiese quedado más anonadada de lo que me quedé cuando Alberto me dijo aquello. Le miré tratando de saber si era una broma. No lo era. Su mirada me decía que no lo era. Hablaba completamente en serio.

Me estrechó más contra él y jadeé al sentir su erección contra mi vientre. Inclinó su boca hacia mi oído y me habló en voz baja pero llena de una autoridad que jamás hasta aquel momento yo hubiese imaginado que Alberto poseía.

-Quiero que seas mi zorra, Becky… Serás mi perra… te follaré cuando yo quiera y como yo quiera sin importar el lugar ni la gente que nos rodee… -me lamió el lóbulo y sentí un escalofrío de placer-… puedo darte lo que quieras cuando lo necesites, zorrita… pero tengo que asegurarme que harás lo que yo te ordene… Así que dímelo zorra… ¿serás mi putita?

Me mordí el labio y él sonrió con suficiencia. Se apartó de mí y mi cuerpo se quedó helado por la falta de contacto y por su lejanía. Dio un par de pasos hacia atrás y no se movió.

-Voy a contar hasta tres Becky… si no me has contestado para entonces, te devolveré la carpeta y tus fantasías seguirán siendo eso, fantasías… pero si quieres correrte de gusto como la zorra que eres, si quieres que te folle como a una puta mientras gimes como una perra en celo, tendrás que contestarme Becky… Uno

Le miré. Iba a irse. Iba a marcharse y él era mi única oportunidad para hacer aquello. Sabía que no me sentiría tranquila con nadie más que con él, sabía que no dejaría que nadie me hiciese hervir la sangre como lo hacía Alberto.

-Dos

Y aún así tenía reservas. Me estaba pidiendo que en tres segundos renunciase a la vida de modestia y restricción que siempre me había implantado, me estaba pidiendo que fuese lo que en mis sueños siempre era, una zorra, su zorra, su puta

-Tres… -chasqueó la lengua. Le miré sin saber qué decir-. Lástima… -me pasó la mano por el cuello y se detuvo al llegar al escote de mi jersey-… te hubiera hecho gozar como la zorra que quieres ser… Supongo que ahora nunca sabremos si lo eres o si sólo son fantasías ¿verdad?

Sin pensarlo y antes de darme cuenta, mi voz surgió de mi garganta. Tímida, susurrante, anhelante y para mi consternación, humillada.

-No… no por favor… -susurré-… no me dejes así… Quiero… -me callé cuando las palabras se atragantaron en mi garganta.

Alberto me tomó la barbilla con la mano derecha y me obligó a mirarle mientras una sonrisa depredadora y confiada aparecía en su boca perfecta.

-¿Qué es lo que quieres? –preguntó con voz ronca.

Noté como las mejillas se me coloreaban y como un calor extraño hasta el momento inundaba todo mi cuerpo centrándose en mi vientre y en mi sexo que latía aún furioso por haber sido abandonado de aquella manera.

-A ti… -susurré.

Recibí un azote en mi culo por aquella respuesta y jadeé más por la sorpresa que por el daño que aquella palmada pudiera haberme hecho. Alberto sólo me miró riéndose por lo bajo y aquella risa que debería haberme asustado, una risa depredadora, animal, instintiva, sólo consiguió excitarme más y desear hacer todo lo que él desease que hiciera para no dejar de escucharla nunca.

-Respuesta incorrecta, prueba otra vez Rebeca –no fue una sugerencia, sino una orden, lo supe ante el tono de su voz.

-Quiero correrme… -susurré.

Era la primera vez que decía algo así en voz alta, y por supuesto, era la primera vez que lo decía estando alguien tan cerca de mí como lo estaba Alberto.

Alberto me dio un nuevo azote que envió escalofríos de placer hacia mi coño y me estremecí cuando el calor del azote recorrió mi cuerpo.

-Casi zorrita… dime lo que quiero oír

Alberto desabrochó la cremallera de mi suéter y jugueteó con mis tetas antes de empujar mi sujetador hacia abajo dejándolas libres. Sus manos fuertes y frías jugaron con mis pezones haciendo que yo jadeara de placer mientras notaba como el calor se concentraba en ellos y se ponían duros y rígidos.

Bajó sus manos por mi piel y me propinó otro azote que me hizo quejarme. Como respuesta a mi queja me volvió a azotar y esta vez ni siquiera gemí.

-Dímelo… -insistió de nuevo.

Metió las manos bajo mi falda y sin decir nada, en un solo movimiento estiró de mis bragas hacia abajo, dejándolas a la altura de las rodillas. Me moví para quitármelas del todo pero me volvió a azotar.

-Quieta –me dijo-. Abre las piernas –me dio un par de golpecitos en los muslos y abrí las piernas obediente-, bien, buena chica –me elogió-… Ahora dímelo… -empezó a mover su mano sobre el interior de mis muslos mientras que su otra mano me sujetaba por la cadera, una orden silenciosa de que me estuviera quieta-, dímelo y jugaré con este carnoso y jugoso coño que está muriéndose por que lo toquen, ¿verdad?

Me incitó metiendo dos dedos en mi coño sin dificultad. Me sonrojé de vergüenza. Estaba tan mojada que sus dedos entraron fácilmente y mi coño se los tragó succionándolos sin poner ninguna pega.

-Tienes coño de puta… -sonrió-… estás tan mojada como una perra… Dímelo… -dijo moviendo sus dedos haciendo que me volviese loca.

Ambos sabíamos qué era lo que quería Alberto. Que me humillara. Que se lo pidiera, que se lo suplicara… Y lo hice.

-Quiero que hagas que me corra… -susurré.

-Dilo más alto zorra… -introdujo tres de sus dedos dentro de mi coño que para aquellas alturas estaba empapado y sonrió al notarlo-… estás más caliente que una perra en celo Becky… Dilo más alto… -volvió a ordenar moviendo sus dedos dentro de mi coño.

-Alberto… -jadeé su nombre.

Azotó su mano en mi culo dos veces más. Dos palmadas fuertes, enérgicas que me hicieron dar un salto y un gritito agudo.

-Zorra estúpida… -volvió a azotarme dos veces más-… He dicho que lo digas más alto… Obedéceme, perra

-¡Quiero que hagas que me corra!

-¿Vas a ser mi zorra, Becky? –preguntó mientras me bombeaba con fuerza-. ¿Vas a ser mi puta?

-¡Sí! –grité -¡Sí, lo seré, joder, sí!

-Estás tan caliente que no vas a aguantar ¿eh perra? –sus manos se movieron con agilidad. Mientras una bombeaba mi coño la otra mano me azotaba de vez en cuando el culo.

Noté como la carne se me volvía roja. Nunca me habían azotado el trasero, ni siquiera siendo niña, pero notar como se me iba calentando el culo mientras me follaba el coño con sus dedos hacía que me excitara y que me pusiera más caliente de lo que había estado nunca.

-Voy a hacer que te corras… -me susurró al oído antes de lamerme el lóbulo de la oreja. Rió cuando notó que me tensé entre sus brazos-… Voy a hacer que te corras ahora mismo, aquí, con mis dedos dentro de tu coño, con las bragas en las rodillas, con las tetas fuera del sujetador… -hundió los dedos más profundamente en mi coño y jadeé-… Quiero que te corras como la zorrita que te gusta ser… porque te gusta… ¿verdad?

Ni siquiera podía contestarle. El hormigueo de mi vientre era demasiado fuerte para poder pararme a pensar en una respuesta lógica. Mi cabeza gritaba ¡Déjame! Pero mi cuerpo se contorsionaba para que sus dedos me follaran con más fuerza y más profundidad. Sólo podía escuchar mis propios gemidos y ni siquiera el hecho de estar en un lugar en el que pudieran encontrarme en cualquier momento parecía ser suficiente para parar toda mi excitación. Un nuevo azote me hizo gemir.

-Claro que te gusta… eres una zorra… -sonrió-… dímelo… dime que te gusta que te esté jodiendo con mis dedos… -susurró mientras movía sus dedos con más rapidez dentro de mi coño -. Dime que te gusta ser tratada como una perra

-¡Dios, sí! –jadeé-¡Me gusta ahhh ahhh me gusta muchooo!

-¿Eres una perra? –preguntó Alberto.

-Soy… una perra.. –contesté como pude entre gemido y gemido, con voz entrecortada.

-Entonces córrete como una perra –me ordenó sin gritar-. Córrete, zorrita… ¡Córrete!

Lo había estado intentando hacer desde el momento en que él había metido los dedos en mi coño pero no fue hasta que me lo ordenó que mi cuerpo no reaccionó. Jadeé, gemí, me retorcí como una puta con sus dedos dentro de mi coño, noté como mi flujo salía de mi sexo empapando su mano y aún así él no dejaba de bombearme. Sentí como me mojaba los muslos, las piernas y las bragas y aún así Alberto no dejaba de mover sus dedos en mi coño.

-Más –me ordenó-. Córrete más. Te quiero tan mojada como una zorra salida. Quiero que empapes tus bragas, quiero que te mojes entera –siguió jodiéndome el coño mientras yo no dejaba de gemir, mi mente ajena al hecho de que estábamos en un parque donde cualquiera pudiera verme o escucharme. No me importaba. Sólo me importaba obedecerle, correrme-. Joder, que zorra eres… Gime para mí, Becky, gime para mí.

Y gemí. Gemí y me retorcí, y jadeé y cuando los espasmos del orgasmo sacudieron mi cuerpo, vi el límite del cielo y el infierno y el calor inundó mi cuerpo mientras soltaba un alarido que sonó más animal que humano.

-¡OOOOOOHHHHH SSSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII! ¡AHHHHHHHHHHH SIIIIIIIIIIIIIII!

Alberto me azotó el culo un par de veces con gesto aprobador y un suave "pop" se escuchó cuando mi coño dejó salir sus dedos. Noté el vacío dentro de mi cuerpo cuando me abandonó y cansada, agotada, aún con los espasmos de mi recién alcanzado clímax, me dejé caer al suelo sin importarme que mi culo ardiendo diese en el suelo, mis piernas dobladas y mis bragas aún a media pierna, con las tetas fuera del sujetador, mi respiración jadeante y mi piel sudorosa.

-Eso es… la zorrita se ha corrido como una guarra… -sonrió mientras me miraba desde su posición. Se acercó hasta mí, se acuclilló a mi lado y rozándome el pezón del pecho izquierdo se rió suavemente al ver como se endurecía de nuevo-… Has nacido para esto Rebeca… Estás hecha para ser una sumisa ¿verdad?

Por primera vez en mi vida fui capaz de decir lo que pensaba de verdad, lo que quería decir de verdad. Jadeando aún por las convulsiones del orgasmo alcé la mirada.

-Sólo para ser tu sumisa –le contesté.

Me pareció ver un brillo de aprobación en sus ojos, el mismo brillo de orgullo que había visto cientos de veces cuando los jugadores de su equipo ganaban gracias a sus instrucciones.

En silencio me ayudó a levantarme del suelo y me susurro un "Quédate quieta" que me fue imposible no cumplir. Así que obedecí. Me quedé quieta mientras él apartaba pequeñas ramitas y horas de mi cabello y luego lo atusaba y peinaba con sus dedos, después, con suavidad y deliberada lentitud, metió mis pechos dentro del sujetador y deslizó sus manos por mi cintura redondeada bajándolas hasta mis caderas donde jugueteó unos segundos rozando la piel con las yemas de sus dedos. Luego me adecentó la falda y metiendo las manos bajo la misma me urgió a moverme para terminar de quitarme las bragas. Aprovechó para inhalar profundamente cuando estuvo arrodillado a la altura de mi coño y eso hizo que gimiese ligeramente y aunque me mordí el labio para intentar que no lo escuchara, su risita condescendiente me indicó que lo había oído perfectamente. Vi como se metía mis bragas en el bolsillo de su cazadora y luego se puso de pie para mirarme.

-Veremos si eso es cierto.

CONTINUARÁ