Era mi fantasía y ahora es mi realidad (2)

Mientras me duchaba después de tomar la decisión de no ir a clase aquel día no podía evitar recordar la sensación de la tarde anterior cuando me había corrido en la mano de Alberto escuchando sus palabras, en medio del parque, a la vista de cualquiera que hubiera pasado por allí y hubiese podido verme y mientras recordaba aquello no podía dejar de pensar qué era lo que podría pasar a partir de entonces

Aquella mañana estaba nerviosa e inquieta y no sabía por qué. Mentira. Sí lo sabía sólo que no quería pensar en ello. Mientras me duchaba después de tomar la decisión de no ir a clase aquel día no podía evitar recordar la sensación de la tarde anterior cuando me había corrido en la mano de Alberto escuchando sus palabras, en medio del parque, a la vista de cualquiera que hubiera pasado por allí y hubiese podido verme y mientras recordaba aquello no podía dejar de pensar qué era lo que podría pasar a partir de entonces. Recordaba haber dicho que iba a ser su zorra, ¿lo había dicho realmente? Visto ahora, desde unos años más tarde, recuerdo mi confusión y recuerdo también el haber estado aquella mañana en un estado de irrealidad en el que no recordaba exactamente en qué punto empezaba la realidad y acababa mi fantasía.

Siempre había sido modosita, recatada, tímida y callada. Por supuesto que siempre había tenido mis propias fantasías, fantasías que se habían incrementado cuando había entrado en la pubertad y mis hormonas se habían empezado a revolucionar. Pero siempre habían sido eso, mis fantasías, privadas, calladas, sólo mías. Pero ya no lo eran y lo sabía, era plenamente consciente de que en aquellos momentos había alguien más que conocía mis fantasías y más que eso, parecía dispuesto a hacerlas realidad. Creo que eso era lo que hacía que estuviera tan confusa. Siempre había mantenido la realidad en un lado y mis fantasías al otro y de repente, mis fantasías se cumplían, se había cumplido una de ellas y aunque me negase a mí misma el querer que se cumplieran todas las que tenía, en el fondo de mi corazón sabía que quería que se cumplieran. Y en cierto modo, eso me aterraba.

Pero había más cosas que me aterraban y que era incapaz de decir en voz alta por miedo a que alguien me escuchara. Había leído libros sobre la dominación y por supuesto, con mi inocencia e ingenuidad había mirado información en internet donde las fotografías y los vídeos se habían quedado grabados en mi cabeza. Ese mundo me asustaba. No quería experimentar el dolor, no quería que me pusieran pinzas en los pezones ni que me vistieran de látex ni cuero negro, no quería que me golpeasen hasta hacerme moretones ni que me azotaran con un látigo hasta que la sangre saliese de mi espalda y mi trasero… Tenía suficiente con el dolor que había sentido en toda mi vida para además buscar más dolor… sabía que no soportaría aquello y si Alberto pensaba que era lo que yo quería iba a ser aterrador tener que decirle que no era eso.

Cuando el teléfono sonó lo cogí de forma tranquila pensando que sería algún compañero de clase para preguntar por qué no había ido. Me quedé clavada en el suelo cuando escuché las primeras palabras.

-Buenos días Becky –la voz de Alberto sonaba más grave y baja que el día anterior-. ¿Cómo has dormido?

-¿Alberto? –pregunté sin saber qué responder a su pregunta.

-El mismo. Pensé que dormirías hasta tarde después del orgasmo que tuviste ayer en el parque, pero parece que sigues siendo madrugadora –rió en voz baja-. Dime, ¿te has masturbado ya hoy?

-Alberto, no sé que crees que

-Ayer lo dejamos muy claro Becky ¿ya no te acuerdas? –casi podía sentir su sonrisa al otro lado de la línea telefónica y me pasé la lengua por los labios en un gesto inconsciente-. Me suplicaste que te follara y te corriste con mis dedos en tu coño de zorra… un coño bonito, pero un coño de zorra después de todo… Luego me prometiste que serías mi puta… ¿lo recuerdas ahora?

Cerré los ojos.

-Sí –le dije.

-¿Y lo sigues queriendo? –preguntó Alberto.

Mi cabeza gritó que no, pero cuando abrí los labios salió un rotundo sí que hizo que Alberto riera.

-De acuerdo zorrita, te complaceré. Por el momento creo que te mereces un castigo… ¿tú no crees que te mereces un castigo por haber faltado a clase?

No contesté de forma inmediata. Escuchó como suspiraba pesadamente como si estuviese cansado de aquella conversación. Me mordí el labio inferior y jugueteé con el cable del teléfono enrollándolo con mi dedo índice una y otra vez.

-¿Rebeca?

-Sí… -susurré cerrando los ojos como si de aquella forma pudiera tener más valor para decir lo que quería.

-Dilo más fuerte Becky, no te escucho –replicó él.

-He dicho que sí Alberto –repetí más alto.

-¿Sí, qué Becky? –insistió él.

Noté como mis mejillas se acaloraban.

-Sí, merezco un castigo.

-Eso es, buena chica –me halagó-. Estaré en tu casa en diez minutos.

Colgó sin darme tiempo a contestarle. Recuerdo que me quedé mirando el teléfono como una idiota escuchando como la línea sonaba. Nerviosa lo colgué y me retorcí las manos mientras mi cabeza me decía que cuando Alberto llamase no abriese la puerta. Pero lo deseaba. Deseaba abrir la puerta, deseaba que él entrase y deseaba que me castigara, sólo el pensarlo hacía que mis pezones se pusieran duros y que mi coño se mojara.

El timbre de la puerta sonó ¿Ya habían pasado diez minutos? Temblando abrí la puerta. Alberto estaba más guapo si es que eso era posible. Sus pantalones vaqueros y la camiseta negra se ajustaban a su cuerpo esculpido en el gimnasio y la cazadora de cuero que llevaba le daba el mismo aire rebelde que me había enamorado de él en el instituto. Su sonrisa era depredadora, la misma de la tarde anterior. Estaba claro lo que pasaba por la mente de Alberto en aquellos momentos, y era lo mismo que pasaba por la mía; él deseaba humillarme, someterme y dominada y yo me estaba muriendo por que lo hiciera.

Alberto me miró de arriba a bajo, evaluándome y por unos instantes me sentí torpe vestida con aquella vieja camiseta y los pantalones deportivos. Al menos mi cabello estaba limpio y brillaba.

-Hola zorra, ¿sigues queriendo que te castigue?

Asomé la cabeza por la puerta avergonzada de que algún vecino pudiese estar escuchando la conversación y Alberto se rió.

-¿Ahora te avergüenzas? Ayer no te importó correrte en el parque –añadió irónico-. Anda, entra zorra, que tenemos mucho que hacer para que cumplas tu castigo.

Me aparté de la puerta y esperé a que entrase antes de cerrar la puerta. Alberto miró a su alrededor y me alivió ver un destello de aprobación en sus ojos al recorrer mi pequeño piso con la mirada.

Lo seguí mientras él caminaba hacia el pequeño salón y me quedé de pie, quieta, parada, esperando por algo, no sabía qué hasta que él habló. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo que estaba esperando era una orden suya; sólo pensar en ello hizo que mi coño pulsara de antelación por lo que me podría esperar.

-A partir de ahora y siempre que esté yo delante sólo llevarás falda y en su ausencia, no llevarás nada, así que quítate los pantalones –me dijo mirándome fijamente y haciendo una seña hacia los pantalones deportivos que llevaba-. ¿Llevas bragas?

Mis manos que se habían movido automáticamente para bajarme los pantalones sin siquiera detenerme a pensarlo, como si fuera un gesto mecánico que funcionaba con sólo oír la voz de Alberto, se detuvieron al escuchar su última pregunta.

-Claro que llevo bragas –le repliqué enfadada porque pudiera suponer que no las llevaba.

-Lo dices como si se tuviera que dar por supuesto –me contestó Alberto burlón-. Y nunca hay que dar nada por supuesto con una zorra como tú ¿verdad Becky? Y no me contestes así de nuevo o el castigo será peor –añadió.

Me sonrojé cuando noté que mi coño se humedecía ante sus palabras y en un gesto instintivo porque él no se diera cuenta de mi excitación apreté las piernas ganándome una sonrisita burlona por parte de Alberto.

-Creo que estás de acuerdo conmigo –comentó de forma sarcástica-. Quítatelas –me ordenó-. No quiero que vuelvas a llegar bragas a no ser que yo te lo diga explícitamente ¿entiendes puta?

-Sí.

-¿Sí, qué? –preguntó con tono severo.

Me estremecí sólo de escuchar su voz dura y severa con aquel ligero matiz burlón de quien sabía que estaba haciendo conmigo lo que quería.

-Sí, señor… -susurré avergonzada por mostrarme de aquella forma.

-Mucho mejor –enarcó una ceja y se sentó cómodamente en mí sofá-. ¿Piensas que puedes quitarte los pantalones y las bragas tú sola o tengo que llamar a alguien para que lo haga? Tal vez lo haga

Ante la sola mención de la posibilidad de que alguien más a parte de Alberto me viera sometida y humillada de aquella forma, mis mejllas se sonrojaron y a juzgar por la expresión de Alberto, él se dio perfecta cuenta de ello.

Metí las manos en la cinturilla del pantalón y tiré hacia abajo deslizando también las bragas. Mejor hacerlo deprisa y todo junto que despacio, era como arrancarse una tirita, dolía menos si lo hacías deprisa; y eso hice.

Temblé de frío y de deseo anticipado cuando noté el aire de la habitación entre mis piernas, acariciando mis muslos calientes y el vello cuidado de mi coño. Me estremecí y Alberto se rió ante ello. Aparté los pantalones y las bragas a un lado y me quedé quieta, con la mirada en el suelo, estremeciéndome sabiendo que la mirada de él me estaba acariciando continuamente.

-Abre las piernas –me ordenó su voz-. Quiero ver tu coño.

Me avergoncé al notar el calor entre mis piernas cuando le obedecí. No me había tocado, sólo me había mirado, sólo me había hablado y mi coño ya estaba empapado. No entendía esa reacción y me avergonzaba no tener control sobre las reacciones de mi propio cuerpo. Al parecer, a Alberto le encantaba que no pudiera tener ese control.

-¿Ya estás mojada? Al final va a resultar que eres una perfecta zorra ¿verdad? Abre más las piernas y dobla las rodillas ligeramente inclinando el coño hacia delante, quiero ver cómo está

Obedecí. La posición me resultaba incómoda pero no protesté. Me gané una mirada aprobatoria de su parte por no quejarme.

-Tan bonito como lo recordaba –comentó con voz impersonal-. Brillante por tus jugos, rosado, ardiente y jugoso… El coño de toda una zorra… me va a encantar meter mi polla dentro de él y follarte hasta que no puedas caminar –sonrió.

-¿Quieres que me quite algo más? –pregunté avergonzada de estar allí de pie, con las piernas abiertas, consciente de mi semi desnudez, consciente de que los ojos de Alberto estaban clavados en mi coño expuesto a su vista.

-Aunque siempre encuentro placentero ver unas grandes tetas como las que tú tienes, no es necesario. Siempre he creído que es más humillante que una mujer esté medio desnuda que desnuda del todo –sonrió de forma felina-. ¿Es así?

Parpadeé sin saber qué debía responder y si ni siquiera había una respuesta aceptable para aquella pregunta.

-¿Es así, qué? –pregunté intentando ganar tiempo para encontrar una respuesta que le fuera satisfactoria.

-¿Te sientes humillada estando medio desnuda? –insistió.

Sentí como me ruborizaba para mayor vergüenza bajo la mirada de Alberto que se rió suavemente.

-Ya veo que sí –asintió y se echó hacia delante en el sofá-. Quiero que te portes como la perra que eres, así que vas a ponerte a cuatro patas en el suelo y vas a venir hasta mí, vas a abrirme el pantalón y vas a chupar mi polla con placer ¿entiendes?

-Yo no… -tartamudeé-. Yo no he hecho eso nunca… -susurré.

-¿No has hecho qué?

Le miré. Lo sabía. Estaba segura de que él sabía alo que yo me estaba refiriendo. Pero no era suficiente; él quería que lo dijera. Igual que lo había hecho en el parque, quería humillarme hasta el límite, le gustaba verme en el límite y sabía que a mí me gustaba que me empujara allí.

-No he chupado una polla nunca, señor

-¿Y te da asco?

Me encogí de hombros.

-No creo que vaya a gustarme –admití con reticencia.

-¿Y desde cuándo importa lo que te gusta a ti y lo que no, putita? –se burló-. Creo que ese será un estupendo castigo por no haber ido a clase –añadió divertido-. Ahora quiero ver como vienes hasta aquí moviendo ese culo desnudo y haces lo que te he dicho perrita.

-No creo que yo

-¿Me estás cuestionando? –bajé la mirada ante su advertencia-. Ya arreglaremos eso más tarde… -estiró el brazo y de un solo tirón, descorrió las cortinas del balcón dejando a la vista de cualquiera que se asomase en el piso de enfrente, lo que estaba pasando en mi salón-… Ahora, las cortinas van a quedarse así hasta que me chupes la polla Becky, así que tú decides

-Si lo hago… -empecé a decir. Alberto me miró-… si te chupo la polla –me corregí automáticamente-… ¿las cerrarás?

-Las cerraré cuando yo quiera y quiero tenerlas abiertas para que cualquiera pueda apreciar tu condición de zorra ¿entendido? Ahora ven aquí y chupa mi polla Becky. Pide que te deje chuparme la polla, perra… Ahora –ordenó autoritario y tajante.

Obedecí. Me arrodillé en el suelo y apoyé mis manos inclinando mi cuerpo hacia delante apoyando parte de mi peso en la palma de las manos.

-Rebeca, no voy a repetirlo. Ven aquí ahora como una buena perrita –insistió Alberto.

Cuando empecé a moverme sobre mis rodillas y manos escuché la risa de Alberto, baja, profunda, atractiva. Se estaba riendo de mí, se estaba riendo de mí y yo lo estaba permitiendo y lo que aún iba más allá de mi comprensión, me estaba excitando. Las tetas se movían aún dentro de mi camiseta y los pezones empezaban a estar rígidos y pesados. Me asustaba mi propia reacción y al mismo tiempo me gustaba… era algo completamente imposible de explicar.

Cuando llegué frente a Alberto, él no se molestó en hablar. Se limitó a abrirse el pantalón y a bajarse los pantalones y los calzoncillos hasta medio muslo. La reacción al ver por primera vez la polla de Alberto es algo que siempre recordaré.

Era gruesa, no demasiado larga, pero lo suficiente para que yo no creyera que aquello pudiera caber en mi boca ni en ninguna otra parte de mi cuerpo. Alberto no me dio tiempo a que pensara en nada más. Atrajo mi cabeza rodeando en su puño mi cabello y me acercó la boca a su polla. Abrí la boca para intentar protestar y ese fue el momento en que él metió su polla dentro de mi boca con un gemido de satisfacción que hizo que me sintiera poderosa a pesar de estar de rodillas y medio desnuda frente a él.

Me dejé guiar por sus manos. Moví mi cabeza arriba y abajo lamiendo y succionando su polla siguiendo sus indicaciones. Metí su polla en mi boca y cuando intenté sacarla Alberto me lo impidió obligándome a retenerla dentro de mí mientras se reía en voz baja y suave.

-Odias hacer esto ¿eh?

Le miré intentando odiarle, incluso creo que fruncí el ceño, pero sólo conseguí que el se riera más de mí.

-Oh, sí, ya lo veo. Odias hacer esto… pero las perritas buenas lo hacen… Y tú eres una perra muy buena ¿verdad? –me acarició la cabeza obligándome a mantener un ritmo más rápido mientras movía sus propias caderas.

Mientras chupaba y lamía su polla, acariciándola con la lengua y rasgándola ligeramente con los dientes mientras Alberto gemía suavemente, para mi vergüenza, me excité. Alberto tenía los ojos cerrados mientras me decía lo buena perrita que era y lo buena chica que era, lo zorra que era y lo estupendo que era tener una putita sólo para él. Sus palabras hicieron que me estremeciera de placer y con disimulo llevé una de mis manos hacia mi coño para masturbarme y aliviar un poco el ardor que sentía.

-Quieta zorra –me reprendió mientras me abofeteaba ligeramente el rostro-. Yo digo cuando te corres ¿entiendes? Me da igual si tienes el coño tan empapado que gotee el suelo, te corres cuando yo lo diga, putita, ¿de acuerdo?

Asentí y Alberto se apartó de mí.

-Basta por ahora… la primera vez que me corra será en tu coño, cariño… -me dijo apartándome de su polla.

-No… -mi boca la buscó de nuevo y esta vez Alberto rió a carcajada limpia.

-Vaya… ¿tanto te gusta mi polla Rebeca? No decías que no te iba a gustar chupármela?

-Por favor… deja que te la chupe otra vez Alberto… por favor, señor… -me corregí.

-Es suficiente… ya rogarás por ella en otra ocasión, ahora me apetece ver ese culo de perra que tienes. Date la vuelta y camina a cuatro patas hacia el centro del salón –me ordenó.

Obedecí. Sentía mi coño caliente, más que caliente ardiendo y disfrutaba con esa sensación que en lo más profundo de mí, no quería que terminara nunca.

-Una vista perfecta –se rió Alberto-. Para ahí y no te gires, quédate así, a cuatro patas, arquea la espalda y pon el cuelo en el aire Rebeca. Quiero ver ese culo en el aire zorrita… Y separa las piernas

Obedecí.

Sabía que desde donde él estaba y donde estaba yo, Alberto podía ver perfectamente mi coño abierto. Me avergonzaba aquella posición, pero no me moví. Tampoco me moví cuando él alabó mi trasero, cuando elogió mi coño jugoso, cuando me describió el modo en que mi coño estaba empezando a chorrear empapando mis muslos y goteando en mi piel. Me mordí el labio avergonzada porque sabía que era verdad, podía notar cada detalle de su descripción y no podía hacer nada por evitar que mi cuerpo reaccionase así.

-Tu boca está hecha para mamar pollas, cariño –me alabó levantándose y caminando a mi alrededor-. Este ha sido tu castigo por no haber ido a clase –apuntó Alberto -. En cuanto al castigo por cuestionarme… -chasqueó la lengua desde detrás de mí-… ¿te has preguntado alguna vez cómo es que te azoten el culo hasta dejártelo rojo y ardiendo?

Sentí una punzada de deseo sólo con imaginármelo.

-Dime Becky, ¿te gustaría saberlo? ¿Quieres que te azote, zorrita mía? –insistió él.

Iba a responder. No sé qué, pero juro que iba a responder pero no pude hacerlo. La mano de Alberto cayó pesadamente sobre la nalga izquierda de mi culo y antes de poder gritar siquiera o ser consciente de que me estaba zurrando el trasero como si fuese una niña pequeña, volví a sentir la mano masculina fuerte, caliente y poderosa en la nalga derecha. Esta vez, sí grité y por ello me gané una nalgada más fuerte que la anterior.

-Nada de gritar… Hoy no… Quiero que gimas, que te retuerzas y que supliques, pero no quiero oír a una puta gritar, ¿entendido?

Asentí en el momento en que volvió a azotarme y esta mientras arqueaba la espalda, me mordí el labio inferior y Alberto me golpeó más fuerte por ello.

-He dicho que quiero oírte gemir –a pesar de que no había gritado, su voz era dura y fría y por mucho que me avergonzase, me gustaba que así fuera.

-¡MMMMMMM!!

-Otra vez –me azotó de nuevo-… Gime así otra vez puta

Cuando una de sus manos se coló entre mis piernas y acarició suavemente mi coño mojado no pude evitarlo.

-¡¡¡¡Ohhhh síiii por favor síiiiii!!!!

-Puta… -susurró él sin dejar de azotarme-… abre más tus piernas –me ordenó acariciándome más profundamente el coño-… quiero verte el coño mientras te zurro, perra

Obedecí.

-Mássss –supliqué-… Por favor Alberto mmmmmm siiiiii

Los azotes del culo empezaron a disminuir y la fuerza en que su mano frotaba mi coño mientras dedos expertos lo abrían y lo dejaban completamente expuesto, aumentaba. Sentí como uno de sus dedos me penetró del mismo modo en que lo había hecho la tarde anterior y a ese dedo le siguió un segundo y un tercero, rápidamente, sin vacilar, sin tiempo a arrepentirse.

-¡AAHHHHHH!!! –gemí mientras elevaba más mi trasero para que mi coño pudiera tener mejor acceso.

Le escuché reírse pero no me importó.

-Eso es perra… Te corres cuando yo lo decido… -me susurró mientras me jodía el coño con su mano-… Te corres cuando yo te doy permiso…. –insistió clavándome los dedos más profundamente-… Tú sólo eres una zorra que tiene que obedecerme… Gime putita, gime otra vez

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Mmmmmmm Siiiiiii Mássss Jódeme mássssss más fuerte mmmm Ohhhhh síiiiiii!!!!!

-Tan suave… -murmuró mientras me acariciaba el culo recién azotado-… tan rojo… tan caliente… Menudo culo de puta que tienes Becky… Voy a tenerlo siempre así de rojo… como un tomate –añadió riendo entre dientes al notar mi vergüenza-. ¿Vas a suplicarme ahora zorrita? –preguntó en tono suave dándome un azote más-. Suplícame que te folle y lo haré Becky… -añadió-… Sin juegos, follaré tu precioso coño hasta que gimas como una perra… luego follaré tu culo mientras azoto esas deliciosas y carnosas nalgas y volveré a follarte el coño una vez más. Profundo, duro, salvaje… como a toda buena puta como tú le gusta ¿verdad que sí zorrita?

-Sí… Me gusta mucho, me gusta así… -me sorprendí a mí misma diciendo aquellas palabras mientras movía mis caderas para que sus dedos profundizaran más dentro de mí.

-Suplícame… -me susurró acercando su boca a mi oreja. Sentí como me lamía el lóbulo antes de tirar de él con sus dientes-. Suplícame que te folle zorra

-¡Fóllame por favor!! –grité -¡Jódeme como una puta!

-Las cortinas siguen abiertas Rebeca –me dijo sin aflojar el ritmo con el que me estaba jodiendo con sus dedos-. Cualquiera puede ver tu culo y tu coño tomando mis dedos como una puta… cualquiera puede escucharte gemir como una perra en celo

-Por favor Alberto… Por favor… -supliqué entre gemidos -¡Fóllame por favor!

-Córrete Becky –me ordenó-. Ahora ¡Córrete!

Lo hice. Había estado en el borde durante varios minutos y por más que quise hacerlo no pude correrme hasta que él me lo ordenó. Hasta que escuché su voz ordenando que me corriera no pude hacerlo.

Me desplomé en el suelo de mi propio salón, con las cortinas abiertas de par en par, con sus dedos en mi coño, con la respiración agitada y el culo rojo y dolorido por los azotes recibidos.

-Buena perra… -me dijo Alberto con voz ronca por el deseo y la excitación-. Ve a la habitación Rebeca, voy a follarte hasta que tu coño y tu culo estén llenos de mi semen y luego volveré a follarte… Una y otra vez… y otra y otra

La excitación de sus palabras fueron visibles en la humedad de mi coño. Estaba deseando que Alberto me follara. Todo el día si él quería. Era su puta, su zorra y sabía que nada podría cambiar eso nunca.

Continuará.