Era más puta de lo que yo pensaba
Después de una cena muy cachonda vamos a un local liberal donde mi mujercita se transforma en una verdadera chupapollas pero a mí no me deja participar. Me vuelve loco viéndola tan cachonda y vaciando a cuatro machos delante de mí y con ayuda de sus mujeres.
.- Por lo menos la velada resultará completamente diferente a lo habitual.
.- ¡Claro mujer! Lo peor que puede pasar es que te pongas un poco colorada y que nos cobren las copas un poco más caras que en un pub ‘normal’; pero el sobreprecio se compensa porque seguro que alegraremos un poco el ojo.
.- Ya se te notan las ganas que tienes de ver tías desnudas. Para tí esto es como ver una película porno en directo y estás emocionado pero a mí me da algo de reparo.
.- A lo que tienes miedo es a dejarte llevar y que acabes haciendo en público algo que te pueda sacar los colores. O de que se te abra una puerta y tengas que dejar salir en libertad a la fiera que llevas dentro.
No me había percatado, hasta ahora que las escribo, de lo premonitorias que eran estas palabras que pronuncié con ánimo de envalentonar a mi mujer para que no fuera a retractarse a última hora de su promesa de acompañarme a un local de intercambio. En aquel momento me sentia embriagado de lujuria y un poco menos de ese vino que no había dejado de servir en la cena para serenar las inhibiciones y abandonar el restaurante animados y predispuestos a vivir una experiencia cuando menos singular. Mi mujer, Ana, a la que había notado rara en los últimos días, quizá alterada, se había contagiado de mi excitación y buen humor y se ofrecía sin mucho recato a seguir mis jueguecitos cada vez más atrevidos. A los postres insinuaba su escote apoyando los brazos sobre la mesa y a ratos se sentaba de lado y cruzaba las piernas para que viera sus muslos y yo pudiera acariciar su sexo sobre la braguita.
Mientras la camarera tomaba nota de los cafés, Ana se ausentó para ir al aseo y se llevó el bolso. No sospeché que tramaba algo pero al volver la vi sonreír con picardía mientras recorría el restaurante. No había casi público en la sala así que el espectáculo era todo para mí. Mi preciosa mujer se había desabrochado un o dos botones la blusa de raso y por el bamboleo de su pechera deduje que ya no llevaba el sostén que le había visto escoger para la velada.
-. Por eso se ha llevado el bolso -pensé- está más caliente de lo que pensaba. Muy mal se nos tiene que dar la noche para que no tengamos sexo del bueno. Aunque no pase nada en el pub liberal seguro que al menos me hará una felación o a lo mejor podré jugar con su culito, cavilaba yo.
.- ¿Qué miras tan atentamente?
.- No veas lo sexi que resulta ver cómo caminas sin sostén. Si hasta se te han endurecido los pezones. Mira como los tienes.
.- No es lo único que se ha excitado. Toma.
Con cierto dismulo puso su mano sobre la mía y me entregó un paquetito de tela, algo mojado, que no reconocí como su braguita hasta que empezó a sonreír con esa picardía de niña mala que ella tan bien interpreta y que tan cachondos pone a los hombres. Alcé la mano y me llevé el puño a la nariz. Cómo no hacer gala a ese gesto tan mascullino de inspirar los olores femeninos de allí de donde se depositan como un frasco de perfume pero hecho de encajes y rasos. Aspiré fuertemente su olor y la reacción animal fue inmediata en mi miembro. El ligero endurecimiento de mi pene en toda la cena se tornó en un fuerte calentamiento de las sienes, un subidón de lujuria y una erección poderosísima.
Seguíamos hablando como si nada, haciendo bromas sobre su desnudez, oculta para todos menos para mí que no sólo sabía que su cuerpo estaba más expuesto que nunca a las miradas de los demás sino que conocía cada uno de sus ángulos y curvas. Disfrutaba, con su olor flotando junto a mi cara, del conocimiento de sus tiernos pechos. Yo, de todos los hombres de esa sala, era el único que había despojado de su sostén a aquellas dos maravillas: las había besado y acariciado y obtenido de ellas como respuesta un estremecimiento de su propietaria y una activación de su sexualidad, que parecía pasar a un estadio superior tras la fase de caricias a sus senos.
Me sentía como un gran conquistador en medio de aquel restaurante semi vacío por ser dueño de los secretos de aquel cuerpo que Ana se empeñaba en insinuar. De ese vientre y sus redondeces tan estimulantes, que ahora se marcaba en su blusa de raso porque Ana sacaba pecho estirándose sobre la silla, dejando que la tirantez de la tela transparentase sus aureolas, evidentemente marrones y claramente coronadas por dos pezones tremendamente erectos. Esos que tanto me gusta llevarme a la boca y sentir como se endurecen al contacto con mi lengua.
Pero mi excitación, mi sensación de poder era absoluta al acercar el puño a mi nariz para aspirar su fragancia más íntima. Pocas veces había gozado de una situación tan morbosa con mi mujer, que solía ser pacata y hasta incomprensiblemente vergonzosa. Verla sonrojada, erótica, dispuesta al juego y sin ropa interior, con sus bragas en mi mano y sus piernas entreabiertas a la vista me parecía una conquista infinita, una superación de la frustrante rutina del metesaca semanal. Ella que gozaba de unos orgasmos tan intensos cuando nos acostábamos, parecía agotar su lujuria en cuanto cesaba su última contracción de placer. Su brevedad erótica me tenía completamente desconcertado y por un lado me sentía un gran macho cuando alababa mi poderío sexual por hacerla gozar tanto con mi gran miembro, pero por otro su sequedad más allá del polvete semanal me dejaba permanentemente con ganas de más y mi imaginación volaba sin recato a escenas de lo más morbosas en las que me hubiera gustado que ambos fuéramos protagonistas.
Quizá por eso escribo hoy estas líneas para recordar que, aunque insatisfecho, aún sentía que tenía mi matrimonio bajo control. Qué poco imaginaba que aquella noche, en la que estaba disfrutando tanto de puro cachondo, se iba a convertir en la primera de mi nueva vida.
.- Aquí es. Toma, guarda tus bragas en el bolso por si te hacen falta. No quiero llevarlas en el bolsillo del pantalón que bastante me abulta ya la calentura que llevo por tu culpa, ¡tía buena!
.- Calla, que yo estoy igual. Deberíamos ir a casa a terminar lo que hemos empezado.
.- De eso nada, ya estamos en la puerta y tengo curiosidad por ver el ambiente. No creo que se te pase el calentón que llevas porque esperemos un rato más. A lo mejor ves algo que te dé ideas que yo pueda disfrutar.
.- Je,je. Qué gracioso. Venga entra que noto el fresco bajo la ropa.
El local era mitad pub liberal, mitad club swinger. Pasamos a la sala y pedimos unas copas en la barra desde donde vimos que la mayor parte de las personas habían llegado bastante antes y ya habían hecho sus corrillos charlando unos con otros. No parecía un local de perdición ni hubiera llamado la atención de quien no estuviera advertido de sus particularidades de no ser porque allí sólo había parejas, al contrario que en los pubs ‘normales’ donde casi siempre hay más chicos que chicas. Las otras parejas nos miraron, curiosas, al entrar, como valorándonos, pero no dejaron a sus acompañantes para darnos las bienvenida. Habíamos llegado tarde y habían empezado sin nosotros lo que, afortunadamente, nos ayudó a sentirnos más cómodos.
Al cabo de un rato, ya terminando la primera copa me empecé a dar cuenta de que lo que parecían tranquilas conversaciones ante unas copas, eran tórridos acercamientos bajo las mesas. No había un hombre que no tuviera las manos implicadas en la exploración de la o las mujeres que estuvieran a su alrededor y algunas féminas bamboleaban sus brazos en un movimiento muy sospechoso de sube y baja.
Se lo indiqué a Ana que giró su taburete para comprobar la escena, abriendo las piernas sin darse cuenta. Al ver su sexo imaginé que los hombres que estaban sentados en las mesas frente a la barra podrían espiarlo aún mejor que yo y volví a sufrir una tremenda erección. Mi pene babeaba como el de un adolescente así que quise ir al baño a limpiarme y de paso pedí otras dos copas. La noche tenía que seguir adelante porque prometía.
En el baño estuve a punto de sacudírmela hasta el final pero me contuve pensando en que, con suerte, podría derramarme en la boquita de mi mujer y sali rápidamente. En la sala las cosas se estaban poniendo calientes con las parejas ya desinhibidas y magreándose. Algunos habían desaparecido y Ana me informó de que estaban detrás de unas cortinas que ocultaban lo que supuse que eran los reservados.
Con menos público en las cercanías y con más atrevimiento por mi parte me situé entre las piernas de Ana. Con mis manos en las rodillas empecé a subir por las piernas desnudando sus muslos. Pronto mi mano acariciaba su sexo, tan mojado como esperaba. Casi sin rozarla llegó al clímax entre suspiros mirando hacia el fondo del local. De un salto bajó del taburete y corrió al baño. Al momento, una figura se alzó desde uno de los sofás y tomó su mismo camino. Sus ojos estaban fijos en mi mientras caminaba. Sentí su mirada sobre mi bragueta, abultada por mi inquieto miembro. Su sonrisa cómplice me dijo que había sido testigo del orgasmo de Ana y al pasar me giñó un ojo.
Realmente era una mujer atractiva. Bastante alta y un poco jamona. Guapa de cara y terriblemente sexi y simpática -eso lo supe después-. Volvió al cabo de un ratito con Ana de la mano; charlaban de alguna anécdota graciosa porque Ana se reía confiadamente cuando llegó a mi lado y me la presentó.
.- Susana, este es Luis, mi marido.
.- Encantado, le dije, mientras ella se acercaba a darme dos besos poniendo su mano sobre mi rodilla con naturalidad.
Al cabo de unos minutos estabamos en un reservado de la parte del local destinada a los intercambios. Susana era una especie de clienta VIP que por iniciativa propia, actuaba a veces de anfitriona de los novatos. Le gustaba ser amable, ayudar a los indecisos y, sobre todo, ser la primera en disfrutar de las caras nuevas. Aunque fuera charlando.
La conversación no podía ser más caliente con tantas anécdotas que nos contó Susana. Había participado en cientos de orgías. se había acostado con hombres y mujeres, en grupos, en pareja, había mirado y se había dejado ver. se había masturbado y había masturbado a otros.
Me tenía ganado, no dejaba de espiarle el escote y me relamía mirando sus labios tan jugosos. Era una mujer realmente liberada y feliz con su existencia y su charla nos desinhibió aún más. Sobre todo a Ana que me dejó de piedra cuando espetó casi sin venir a cuento que llevábamos más de una hora en el local y ella aún no había enseñado las tetas ni yo tenía la polla fuera de la bragueta.
Susana se rió con ganas y empezó a soltarse los botones de la blusa. Yo miré alrededor, a los otros reservados y lo cierto es que había mucha gente desnuda y practicando sexo. No me había dado cuenta porque yo estaba de espaldas a la zona de ‘acción’ y más pendiente de las tetas de Susana y del coñito de Ana que me dejaba ver de vez en cuando al abrir sus piernas. Ahora sí que estaba realmente empalmado. Susana se abrió la blusa pero se la dejó puesta. Aún así le vi casi todo el pecho cuando se levantó para dar un vistazo por el local. “Ahora vuelvo”, dijo.
No tardé ni un segundo en lanzarme sobre mi esposa para comerle la boca y meterle mano sin recato. Recorrí otra vez sus piernas hasta su sexo, caliente y húmedo, que me recibió con agradecimiento mojándose aún más. Con la otra mano le saqué la blusa de la falda por detrás y acaricié su espalda. Con sólo una mano solté los botones la abrí dejando sus pechos al aire.
.- Ya tienes las tetas al aire, ya estás como todas, pero ninguna tiene un cuerpo como el tuyo. Eres la más bonita del local. -.Quería que estuviera confiada y que estaba orgulloso y contento de estar allí, con mi mujer semidesnuda siendo el hombre más envidiado por gozar de esa mujer.
.- Vamos, sácame a bailar.
Y se levantó rápidamente con las tetas fuera hasta la mitad de la pista, donde todo el mundo pudiera verla. Bailaba como una posesa, girando las caderas, con la minifalda cada vez más arriba, enseñando los cachetes del culo y pronto su sexo enardecido.
La música cambió y se hizo algo más lenta. Ana se acercó a mi y puso mi mano en su entrepierna. Quería que la masturbara ante toda la sala, ahora que había llamado la atención bailando de esa manera. Puse la mano en su húmedo sexo y al momento se me hundieron dos dedos dentro de su raja.
.- Así, así. Más adentro -jadeó- métemelos hasta el fondo. Con sus manos me agarró de la muñeca forzándome a que la penetrase aún más con los dedos mientras se agachaba. Se dobó por la cintura dejando la visión de su culo a todos los clientes del local, que podían ver cómo mis dedos entraban y salían de su coño, como sus jugos le iban resbalando por los muslos. Estaba fuera de sí de puro cachonda.
.- Te la voy a meter delante de todo el mundo -le dije.
.- Noo. Sácatela si quieres pero ni me la metas ni te toques ni te la voy a chupar. Aguantaté.
¡Mi mujer dándome órdenes como si fuera una dómina! Lo nunca visto! Obedecí y me la saqué. La tenia dura como una estaca y agradeció el verse libre, pero no podía tocarme. Ana me tenía la mano derecha agarrada por la muñeca y cuando quise cogerme el miembro con la izquierda me la llevó a su culo. Empecé a magrearlo con fuerza haciendo que se balanceasen sus tetas y a acercarme sin disimulo a su oscuro agujero. Me dejó hacer por primera vez. Cambié de mano y los dedos de la derecha, bien lubricados por los jugos de sus corridas, se abrieron paso en su esfínter. Ana resoplaba de gusto. Mi polla daba brincos de ansiedad y excitación y las cosas aún se iban a poner más calientes.
Susana llegó a nuestro lado. Se bajó la falda y todos vimos que venía sin bragas, solo con medias y liguero. Estaba preciosa tan desnuda y tan vestida, con ese rubor en el rostro de la calentura que sentía. Se plantó delante de la cara de Ana y comenzó a masturbarse.
Ana y Susana gemían sonoramente, tanto que la música parecía oírse menos, mientras yo masturbaba a mi mujer y nuestra nueva amiga lo hacía sola. A mi enhiesta herramienta nadie le hacía caso y sufría sola y muy dura viendo cómo gozaban esas dos hembras. Creí que podría correrme sin que me tocasen, pero Ana me lo prohibió. “Si te tocas o te corres nos vamos y no volvemos nunca. Ya te pajearás en casa, recordando lo que ves aquí”.
Por detrás de Susana llegó otra mujer, ésta más mayor, igualmente desprovista de ropa y ataviada sólo con lenceria. También empezó a masturbarse frente a la cara de mi mujer. Frenéticamente, con ansia, como si quisiera alcanzar a Ana que a esas alturas ya llevaba sus buenos cuatro orgasmos con mis dedos.
Dos mujeres más acudieron al centro de la pista también para masturbarse. La escena era de cuatro mujeres, mayores que Ana, masturbándose frente a ella, cada una con su coño diferente a las demás:depilados y peludos, de grandes labios o pequeños y delicados, pero todos brillantes de jugos. Y yo, al lado de mi mujer con una mano en su coño y otra en su culo, maniobrando sus orgasmos. La sentía estremecerse, contener la respiración para profundizar sus sensaciones, para sentir más placer al expulsar el aire en cada embestida de mi mano en su coño. Yo hacía lo que podía por darle placer y tratar de olvidar mi propia situación, enardecido por el cambio en Ana, su sexualidad desbordada y mi pene tieso doliéndome y pidiendo alivio. Veía a las otras mujeres tocarse con lujuria y yo quería avanzar mi mano hacia ellas, hacia Susana que miraba el desconcierto de mi rostro y el padecimiento de mi verga.
Debía estar estorbando y Susana decidió sustituirme. Me apartó con delicadeza y me ofreció un taburete para que presenciara el fin de fiesta. Volvió con las demás y entre todas empezaron a sobar a mi mujer que apenas podía sostenerse de gusto. Los hombres no habían permanecido ociosos presenciando la escena. Todos tenían su polla en la mano y se la masajeban blandamente. A un gesto de Susana se fueron acercando a la pista.
Evidentemente nuestra anfitriona sabía medir los tiempos y estaba coregrafiando una orgía en la que mi mujer era la protagonista y yo el único espectador, ahora que los otros cuatro hombres se habían sumado a la fiesta.
.- ¡No te toques, prometelo! Fue lo último que pudo gritar Ana antes de que un tipo bastante más grueso que yo le metiera en la boca un pene ancho como no he visto otro. Ana no extrañó el calibre y empezó a chupar y chupar, como si quisiera sacarle jugo; con ansia. El tipo gemía de gusto y Ana quiso seguir saboreando aquel macho lamiendo su verga en toda su extensión, de arriba a abajo, sobando sus cojones. Se la metía y chupaba con fuerza para luego recorrerla con la lengua antes de follarla con la boca. El hombre no tardó en corrrerse. No me extrañó pues a mi me hubiera vaciado en dos segundos, sólo de la excitación de que hubiera accedido a llevarse mi pene a la boca. Lo que sí me alucinó fue que se tragó todo el semen de aquel extraño con evidente satisfacción. Se relamía y todo, la muy puta, y pedía más. No le faltó polla que llevarse a la boca porque acto seguido se colocó en posición otro de los tipos para que mi mujercita, esa recatada esposa que compartía mi lecho, vaciara sus cojones como había hecho con su compañero.
Uno detrás de otro se fueron turnando aquellos cuatro tipos en la boca de mi esposa, a la que por detrás eran las mujeres las que manejaban su placer. Le sobaban las colgantes tetas, le metían los dedos en sus orificios provocándole espasmos con cada orgasmo. Ese trabajo tan bien repatido entre los sexos gracias a la orquestación de Susana se deshizo en cuanto el último hombre se corrió en la boca de mi mujer mientras la suya le estaba metiendo dos dedos por su culo. Las esposas, novias o compañeras de aquellos bien mamados hombres se estaban quedando con ganas de polla, ya que Ana las acaparaba con sus recién descubiertas ansias de chupapollas.
Pronto se llevaron a sus acompañantes masculinos a los sofás y comenzó la verdadera orgía. Todos contra todos; mujeres y hombres con otras mujeres y hombres,bisexualidad y morbo en grandes dosis. Me excitó ver a un hombre compartiendo la polla de un compañero con la que podría ser su pareja y con la que se le veía que mamaba bien a gusto.
Yo ya no sentía más excitación. Había llegado al máximo viendo gozar a la perra de mi mujer con mi verga completamente tiesa pero el asombro me había impedido disfrutar o tocarme, aunque Ana me lo había prohibido. Veía la orgía anestiado por la insólita situación en la que me hallaba y no me dí cuenta del paso del tiempo hasta que Ana llegó desde los aseos y me habló dulcemente.
.- Métete la polla en los pantalones que nos vamos.
.- ¿Ya? Yo no me he corrido.
.- Ya te correrás en casa, yo soy una mujer decente y no quiero que mi marido ande echando su leche por cualquier club. Si quieres descargar lo harás en casa. Aquí la única que tiene derecho a gozar soy yo. Me has provocado, has sacado la puta que hay en mí y, por ahora, quiero jugar a este juego de esta manera. Guardaté la polla y puede que en casa te chupe los huevos mientras te pajeas pensando en lo que me has visto hacer. A partir de hoy quiero ver cómo se masturbas en cuanto llegues a casa. Te desvistes, te plantas delante de mí y te la meneas hasta que te corras. Te quiero bien manso para que no me molestes en la cama cuando recuerdes lo que ha ocurrido aquí. Ya decidiré yo cuando quiero acostarme contigo. La buena noticia para tí es que, por ahora, la tuya será la única polla que entre en mí. Volveremos aquí y haré felaciones a cuántos hombres quiera y dejaré que me toquen pero no que me penetren; no quiero quedarme embarazada.
Vamos, vayamos a casa que tienes que hacerte un par de pajas.
Y así me quedé, con la boca abierta de puro asombro, Mi mujer tenía trazas de dómina y me estaba obligando a ser su cómplice sexual, a tener que correrme a diario delante de ella, y a tragar con su recién adquirida vocación de felatriz.
Ni que decir tiene que cuando llegamos a casa me desnudé a toda velocidad y en el mismo pasillo empecé a masturbarme. Ana me agarró del pene y me llevó al salón, me tumbó en un sofá y ella se arrodilló ante mi miembro.
.- Empieza -dijo-.
Mi mano recibió la orden y se puso en marcha subiendo y bajando por la polla más dura que me he notado en toda mi vida. Dí un respingo al notar su lengua en mis testículos. Me los lamía con muchas ganas, con cariño, con ardor. Se metía uno en la boca y me apretaba el otro. A veces fuerte.
Me estaba haciendo disfrutar y lograba retrasar mi eyaculación. Estuve más de diez minutos maniobrando con mi pene hasta que Ana notó que se acercaban los síntomas del orgasmo y decidió que era el momento de la sorpresa final. De repente noté como dos dedos se introducían en mi ano con fuerza y buscando llegar a lo más profundo. Había estado lubricando con su saliva mis testículos y el sobrante resbaló hasta el ano por lo no tuve ningún dolor. Todo lo contrario. En cuanto empujó con sus dedos mi orgasmo se disparó sin vuelta atrás, lancé potentes chorros de esperma sobre mi abdomen, piernas y pecho entre grandes jadeos. Ana siguió estimulando mi ano con sus dedos hasta que dejé de menenarmela y entonces quisó probar un poco de mi esperma, lo que nunca había hecho.
.- Delicioso, pero hoy me ha gustado más ordeñar a aquellos cuatro machos.
Se fue a la ducha y nos dormimos.
Han pasado seis días y cada tarde al llegar del trabajo me he bajado los pantalones delante de ella y me he masturbado recordando su cara de gusto al tragarse el semen de cuatro extraños. Mi vida ha dado un giro que no alcanzo a comprender pero, de momento, llegó más y mejores orgasmos en una semana que en todo el verano.