Era gay. Ahora soy trans (parte 2)

Patricio se transforma, por amor, de afeminado a travesti

Esta es la segunda parte del relato, en la que Patricio, para mantener la relación de pareja con Francisco, primero tuvo que convertirse en amanerado. Ahora va a dar un paso más.

Después de oír eso de “acelerar mi transformación en mujer”, le dije a Francisco que me gustaría hablar seriamente del tema, con toda sinceridad. En la conversación, me dijo que me quería y que la idea que tenía de mí era que yo era su mujer y lo que más le gustaba de mí es que como tal me comportase. Me hizo ver, y eso era cierto en esos momentos, que nuestros amigos ya me veían como un afeminado y que la consecuencia lógica era dar un paso más, intentando actuar en todos los aspectos como una mujer.

Si bien durante los siguientes días tuvimos varias discusiones, al final quien tuvo que ceder fui yo: para conservar la relación, yo tenía que convertirme en travesti, al menos dentro de casa. En muy poco tiempo vi que mi armario se iba llenando de prendas de de mujer, todas compradas por Francisco, mientras que las mías de hombre simplemente iban desapareciendo a la misma velocidad.  Con la ropa de mujer no tuve problemas para llevarla, pues siempre fui una persona delgada y, además, Francisco me puso a dieta. En lo que más sufrí fue con los zapatos, porque no era sencillo encontrar zapatos de mujer de mi talla como los que gustaban a Francisco, con tacones. Además, luego estaba el problema de usarlos, ya que caminar con ellos al principio me suponía un suplicio, no solamente porque me venían estrechos, sino porque era como aprender a caminar de nuevo.

Como decía antes, a Francisco le gustaba que, además de ponerme dentro de casa prendas de mujer, me comportase com tal. Por ejemplo, cruzando las piernas al sentarme o que leyese revistas de moda y belleza o mirase programas de mujer por televisión. Por la calle, por la que circulaba cada vez menos, dado que me sentía como un bicho raro, todavía iba con ropa de hombre, pero en casa me transformaba totalmente en mujer, dejando crecer el pelo hasta tener una media melena.

Cuando hacíamos el amor, tras una buena lavativa, Francisco siempre me hacía poner camisones de raso y me tendía en la cama. Se pasaba mucho tiempo besándome: en los labios, en el cuello, las orejas… para pasar luego a mi polla, chupándola hasta que me corría. Lamentaba que se me empalmase y me decía que un día de estos empezaría a buscar un remedio para que se volviera pequeña y no se levantáse. Me lo decía de tal manera que me excitaba muchísimo, pues me hacía sentir una mujer, y a continuación metía su tranca dentro de mi culo hasta correrse.

Por las mañanas, después de levantarme, yo me pasaba la maquinilla y me maquillaba. A esto Francisco le gustaba mucho. Muchas veces, haciendo el amor me había dicho: “Será pronto, mi vida, sé que necesitas más tiempo, pero ya verás. Me gustaría verte vestida de mujer por la calle, no solamente aquí dentro”.

Si bien en los ambientes en que nos movíamos había parejas en los que no de ellos era travesti, yo siempre tenía miedo a no saber maquillarme. Tuve la suerte de que un amigo nuestro, Javier, era estilista y peluquero. Fue él quien me había dado muchos consejos en esos temas.

Después de pensarlo mucho, le pedía Javier que me ayudase porque para el cumpleaños de Francisco quedaría dar el paso decisivo y convertirme en travesti, saliendo cenar juntos a un restaurante. Javier me dijo que no sería difícil y que me maquillaría como yo quisiera.

Primero de todo, Javier me acompañó a comprar un vestido. Era un vestido de noche largo, de color rojo y lentejuelas, abierto por delante, con una raja que me llegaba hasta las nalgas, hasta el punto de que según como me pusiera se me veían las bragas.. Un buen relleno dentro del sujetador ayudó a simular unas buenas tetas. Medias con lazos rosa y unos zapatos de tacón de 10 centímetros realzaban mi figura. Javier también me aconsejó que llevase guantes largos. O rojos o negros. Al final me decidí por unos negros, para que hicieran constrate con el vestido rojo.

Cuando Javier me preguntó cuál era el peinado y el maquillaje que me apetecía, le respondí que lo dejaba en sus manos, pero que quería ser la sensación de la noche. Yo ya había estado en ese restaurante otras veces y sabía cómo iban vestidos los travestis. En aquella ocasión la reina sería yo. Quería que todos me mirasen, que viesen la suerte que tenía Francisco en ir acompañado con una señora como yo. Javier me convenció que en ese caso lo mejor era exagerar al máximo los estereotipos femeninos, ya que así quedarían eliminados los rasgos masculinos. O sea, casi transformarme en una drag queen, pero sin caer en el ridículo. El trabajo, que hicimos en la peluqería de Javier, duró horas, pero al final cuando me vi en el espejo, presentaba una imagen espectacular, ya que no me reconocía en nada. En la cara, lo único natural era el pelo (pasé de pelucas) porque ya lo tenía largo lo suficiente como para teñírmelo de rubio y hacerme un peinado asimétrico, con flequillo.

En la trasformación del rostro, Javier hizo una obra maestra. Más que maquillada, se podría decir que iba embadurnada, pestañas postizas, perfume intenso y joyas y pendientes exageradamente grandes. Era todo muy estridente y llamaba la atención, pero esto era lo que Francisco quería. Y se lo iba a dar, porque se lo merecía.

En la tercera parte, leeréis cómo nos lo pasamos Francisco y yo en nuestra salida al restaurante.