Era gay. Ahora soy trans (parte 1)
Patricio se transforma, por amor, en afeminado.
Me llamo Patricio, aunque esto era antes de transformarme en Patricia. Desde joven me atraían más sexualmente los hombres que las mujeres, cosa que en mi familia asumieron con naturalidad, pues eran muy liberales en ese aspecto. Al cumplir la mayoría de edad me independicé de mis padres y pronto conocí a varios hombres con los que tuve relaciones y con algunos de ellos formé pareja estable, viviendo juntos. En general no había problemas ni de convivencia ni de ningún tipo. Mi pareja y yo siempre éramos teníamos ingresos económicos cada uno por su lado, así que ninguno estaba atado al otro por dinero.
Hace cosa de cuatro años, tras romper una relación con otro hombre, conocí a Francisco. Profesionalmente, ostentaba un alto cargo en una entidad financiera y se había divorciado de su mujer hacía poco. Tenia una buena posición económica y por su ead, 40 años, 15 más que yo, casi me doblaba en edad. Era alto y robusto y también una persona en general alegre y divertida, pero también elegante y muy formal.
Tras salir algunas veces, formamos pareja estable y yo me fue a vivir con él en su chalet. Para mí fue como un auténtico flechazo, porque aparte de atracción sexual, estaba perdidamente enamorado de él. Creía firmemente que había encontrado al hombre de mi vida. Poco a poco fui notando que él cogía la posición dominante, sobre todo en el tema sexual, cosa que en el fondo me gustaba.
Un día, mientras nos estábamos vistiendo para ir a cenar a un restaurante con unos amigos, me hizo un regalo, una cajita cerrada con papel de regalo y un lazo. Al abrirla vi que dentro había unas bragas de mujer de color rosa. Ante mi sorpresa, me rogó que me las pusiera, que tenía ilusión en que las llevara a la cena. Como se había portado muy bien conmigo, le hice caso. La verdad es que me caían bastante bien y eran muy cómodas al tacto.
Sin embargo, la cosa no terminó ahí, sinó que en los siguientes meses me continuó haciendo regalos, digamos, de mujer: una pulsera, unos pantalones que marcaban mi culo, camisas de seda, incluso un collar de perlas. Yo a esas prendas me las ponía en casa, en la intimidad, cuando estábamos juntos. Lo veía así más agradable conmigo, aunque en alguna ocasión ya le señalé que yo, aunque me sentía atraído por los hombres, no afeminado,. Sin embargo, al final siempre se salía con la suya y terminaba poniéndolas y luego hacíamos el amor con un gusto increible, no sólo él, sino yo también, debo reconocerlo.
Una vez que íbamos a salir a cenar para celebrar nuestro primer aniversario de convivencia me pidió que me pusiera varias de las prendas que me había regalado, unos leggings muy ajustados de un color negro brillante, una blusa de seda, un collar, pulseras, un perfume…
Le intenté hacer ver que eso no me iba, que dentro de casa aun lo podía tolerar, pero que a la vista de todos era demasiado para mí. Sin embargo, no quiso entenderme y me sentí obligado a ceder. Los dos salimos a cenar a un restaurante de ambiente gay refinado, él con un traje bien masculino y viril y yo que iba vestido de tal manera que pasaba por lo que no era en esos momentos, un afeminado. En realidad en otras mesas cercanas había parejas del mismo tipo, en la que uno de los dos portaba alguna prenda más propia de mujer que de hombre. Sin embargo, en ellos estaba claro que eran afeminados. Incluso algunos se habían maquillado.
Durante la cena Francisco me dio pruebas de su amor hacia mí, con continuos besos y caricias. Me preguntó cómo me sentía llevando esas prendas. Para evitar incomodarle le respondí que bien. En el fondo, todo hay que decirlo, por motivos que ignoraba, me excitaba mucho portar esas prendas femeninas.
Antes de salir del restaurante me entregó un último detalle: dentro de una pequeño paquete había una barra de labios y Me pidió que me los pintara. En casa, en la intimidad, ya lo había hecho, pero jamás en público. Para no llevarle la contraria, accedí a su propuesta y luego volvió a besarme. Salimos del restaurante cogidos de la mano, yo con el collar fuera de la camisa y moviendo el culo, con los labios pintados y dando la sensación a todos de que mi pareja, Francisco, estaba saliendo con un afeminado. Tenía claro que para mantener la relación tenía que ser yo un afeminado. Tras montar en su coche, en lugar de volver a casa, me llevó a una discoteca, también de conocido ambiente gay, donde en los bailes no cesó de meterme mano y de besarme.
Al regresar al chalet, Francisco me echó sobre la cama y me folló como una bestia mientras me decía “¡qué buena esta mi chica!”. Ciertamente, me hizo sentir como si fuera una mujer.
A partir de ese día fui cogiendo un papel muy femenino dentro de la pareja, amanerando mis gestos al máximo. Al principio lo hacia un poco forzado, porque haría todo lo posible para mantener mi relación. Francisco me regalaba casi exclusivamente prendas femeninas, como camisones y alhajas. Con el tiempo lo fui aceptando con toda naturalidad, pues Francisco me ofrecía continuas pruebas de amor. Sucedió por esos días de que la empresa donde trabajaba cerró y me quedé en el paró. A Francisco eso no le preocupó nada, pues ganaba bastante dinero, más que suficiente para mantenernos bien a los dos. Incluso me dijo que la situación venía que ni pintada para “acelerar mi transformación en mujer”, que fueron sus palabras textuales.
Si os ha interesado esta historia, pronto podréis leer la continuación.