Era cornudo sin saberlo

Carlos tenía la fantasía de ver a su mujer follar con otro delante de él, porque quería sentirse cornudo. Se lo había comentado a su mujer y ella lo había rechazado de plano. “Sólo te quiero a ti y nunca lo haré con otro”, le había respondido. Carlos le dijo que sabía que lo quería y que eso no significaba que él no la quisiera, sino que tenía esa fantasía. Así que contactó conmigo para que le ayudara a sentirse cornudo, con el debido respeto para su fantasía.

Luego supe que esa fantasía le venía de la infancia, de la adolescencia pues cuando era joven él y su mejor amigo, estaban enamorados de la misma chica y un día que estaban de fiesta en el apartamento de su amigo, se emborracharon y se pudieron a bailar con ella por turnos. Aunque en uno de los bailes la chica se besó con su mejor amigo, y él comprendió que había perdido y que ella ya había decidido quién le gustaba.

Esa noche ellos la pasaron en la cama y él en un colchón inflable que le pusieron en el suelo, junto a la cama, donde vio a su amigo follando con la mujer que amaba. Desde su cama sólo veía lo que hacían debajo de las sábanas, pero se veía perfectamente que estaban follado. A él le dolió mucho aquello, pero de pronto sintió mariposas en el estómago y se le puso la polla dura. Y mientras ellos follaban en el cama de arriba, él se pasó la noche haciéndose pajas en el colchón neumático del suelo, mientras miraba como ellos lo hacían.

Pasó el tiempo, se casó con su actual mujer, aunque siempre recordaba aquella escena pues le marcó, según me dijo luego, y siempre que follaba con su mujer a cuatro patas se imaginaba que ella le chupa la polla a otro. Pero no le decía nada para no molestarla, aunque llegó un día en el que no pudo más y le propuso que follara con otro delante de él. Que hicieran un trío. Su mujer le dijo que no, que no quería, pero él insistió e insistió y al final consiguió que ella aceptara hacer un trío. Que él también participara para que ella tuviera el convencimiento de que no lo hacía para ponerla a prueba. Ella tenía miedo de que si decía que si a follar con otro, él le dijera que era una puta. Que lo decía para ponerla a prueba.

Pero no era eso y ella se convenció de ello cuando hicieron su primer trío. Y luego hicieron otros y poco a poco, Carlos se fue apartando de la escena, de la cama, para dejarla a ella sola con el otro hombre. Su mujer no dijo nada, pero fue aceptando que él se quedara al margen, que ya no fueran tríos, sino polvos de ella con otro macho. Y acudieron a clubes swinger, conocieron gente y siguieron practicando este tipo de relación.

Pero a Carlos le faltaba algo. Eso me dijo cuando se puso en contacto conmigo a través de la web. Le excitaba ver follar a su mujer con otro mientras él se masturbaba, pero necesitaba más, necesitaba sentir la humillación que sintió en la adolescencia con su mejor amigo. Necesitaba sentir que él no era el macho preferido, sino el cornudo que aceptaba los cuernos de la mujer que amaba. Eso me dijo y lo entendí perfectamente. Lo hablamos y quedamos en que él me presentaría a su mujer como un participante en un trío más, uno más de los muchos que habían hecho, pero esta vez yo haría de macho dominante sin que su mujer lo apreciara.

Y cuando llegué al piso aquella noche, nos presentamos, tomamos unas copas y pronto comenzamos a intimar porque su mujer se había desinhibido en todo ese tiempo y ahora era ella la que llevaba la iniciativa. Y fue ella que se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme, a decirme cosas guarras. Le gustaba que la llamara al oído puta y zorra, que era una perra salida, una guarra en celo que le gustaba follar con todo el que se le ponía a mano. Eso la encendía. Carlos mientras tanto, nos miraba complacido y se masturbaba lentamente, saboreando el instante de ver a su mujer con un macho que esta vez sí, lo haría cornudo.

Porque la diferencia con los tríos que hacían hasta entonces, según le había explicado a Carlos, es que él tenía que hacer de marido cornudo, es decir, de participar como macho secundario, como marido consentidor y tendría que obrar de acuerdo con unas pautas convenidas de antemano. Por eso, cuando vio que nos morreábamos con arrebato, se levantó, cogió a su mujer y comenzó a desnudarla para mí. Le fue quitando la ripa, poniéndole las manos debajo de las tetas, levantándolas y ofreciéndomelas. Y luego le bajó las bragas y le dio la vuelta para que pudiera admirar su culo.

  • ¿Te gusta mi mujer? -me preguntó

  • Mucho, está buenísima

  • Pues follátela.

  • Tienes que pedírmelo en las debidas condiciones.

  • Te suplico que te la folles.

Y la cogí en brazos y me la lleve a la cama donde la follé con pasión, mientras Carlos, por indicación mía, se arrodillaba en el suelo y nos besaba y lamía el sexo o le lamía el culo a su mujer cuando se ponía arriba. Le gustaba lamerme el culo que aparecía negro por encima de mi polla mientras ella se echaba sobre mí para follarme. Y cuando tuve mi primera corrida, le dije que cumpliera con el papel de marido cornudo y le lamiera a su mujer el coño para dejárselo limpito de mi leche.

Y Carlos se abalanzó sobre él y lo lamió y degustó con frenesí, dejándolo brillante y como los chorros del oro. Y volvimos a follar de nuevo, pero está vez su mujer me dijo al oído algo que yo ya me imaginaba por su forma de comportarse conmigo.

  • Sé que le gusta ser cornudo desde hace tiempo, lo que él no sabe es que lo es de verdad desde hace mucho, desde antes de casarnos, porque su jefe es mi amante desde que éramos novios y le he puesto siempre los cuernos cuando sale de viaje.