Epístola de amor
A ver...
Amada mía:
Es un elíseo mi vida desde que tú arribaste.
Torrentes de lava viva enervan mis arterias.
Sofocada está mi alma, sedienta de tus ósculos.
Cada noche que te pienso me arrebata el éxtasis.
A todo lugar que voy, te llevo conmigo.
En todo sitio que llego, tú estás ahí.
Cada jardín que visito me recuerda tu bálsamo.
En donde sea que acecho, te presiento allí.
¡Concédeme, querida; déjame ser tu amo!.
Permíteme desflorar tu más tortuosa médula.
¿El mayor de mis anhelos?... ¡portarte en mi regazo!
Una gota más de amor... ¡y en volcán me convierto!
Un armisticio concédeme, y para mí te cautivaré.
Una dulzura obséquiame, y a tu merced estaré.
O simplemente omisa, déjame acogerte en mis brazos
y entonces te haré mía, y de ti seré yo...
¡por siempre!.
Mas, si es que de ti no soy digno...
¡por favor, guarda prudencia!;
no pretendas que desmaye, querubín, a lucharte.
Solo deja que el tiempo eclipse mis ilusiones.
...Y avasallado a despojos
calladamente inerme
bajo el hechizo lunar penaré amargamente.
Y así permaneceré hasta que Dios me recoja...