() - Epilogo
Martínez ganó el juego que tenía con Victoria, así que ahora exploremos un poco cómo es la vida de la chica y su madre.
Victoria bajó del autobús con una expresión sombría en el rostro, algo bastante atípico para una chica de su edad considerando que era viernes y eso significaba que se venían dos días completos de libertad… pero libertad era un término ya muy ajeno para Victoria desde que el doctor Martínez se había mudado con ella y su madre, al punto de que prefería estar en cualquier otro lado menos en su casa, pero no podía estar fuera de ahí más de lo requerido, el doctor se lo había prohibido y a menos que tuviera algo MUY importante qué hacer, como alguna tarea o algo por el estilo, sus propios pies siempre la regresaban a su casa sin dilación.
Y ahí estaba ella, delante de la puerta de su propia casa, o mejor dicho, de su prisión. Con los ojos irritados por querer llorar por la desesperación pero no poder hacerlo abrió la puerta y entró a su casa.
Caminó hasta la sala y se encontró con su mamá en la cocina preparando la comida, pero aunque era una imagen bastante normal para cualquier chico en un ambiente familiar, no lo era para nada en la vida de Victoria.
Natalia, su madre, se encontraba desnuda, sólo con un delantal y unas largas medias negras cubriendo su desnudez, además, tenía enterrado en el coño un vibrador que llenaba la estancia con un zumbido y que provocaba que sus piernas estuvieran empapadas con sus fluidos vaginales, pero además, la pobre mujer estaba con la mirada siempre en el horizonte y una sonrisa boba en el rostro.
Cuando Natalia reparó en la presencia de su hija, la miró y dijo:
—Vicky, que bueno que llegas. Sube a cambiarte, tu papá casi llega y la comida no tarda en estar.
—Sí mami —asintió Victoria más por obligación que por voluntad propia y comenzó a ir a las escaleras.
Así había sido desde que el terapeuta de ambas, el doctor Martínez, había empezado a salir con su mamá y finalmente terminó viviendo con ellas. El doctor algo les había hecho, una especie de hipnosis, para ponerlas bajo su completo control. A Natalia la había hecho renunciar a su trabajo para tenerla todo el día como una ama de casa y le había lavado el cerebro para volverla en una feliz y obediente esposa con una necesidad de ir desnuda todo el día y con un vibrador metido todo el tiempo en su coño.
A ella por otro lado, también le había dado órdenes un poco más específicas, con la diferencia de que dejó despierta su conciencia, tal vez porque le daba placer torturarla al convertirla en una prisionera de su propio cuerpo, estar consciente de todo lo que él le hacía hacer, pero no poder hacer nada para evitarlo.
Victoria llegó a su habitación, arrojó su mochila a una esquina del cuarto y acto seguido empezó a desnudarse, tal y como eran las órdenes que Martínez le había dado. Una vez toda su ropa “de calle” estuvo en el piso, fue hasta su cómoda y abrió el cajón de su ropa interior y de esta, sacó una diminuta tanga de color blanco que comenzó a ponerse. Una vez estuvo cubierta de allá abajo , caminó hasta su closet y sonrió un poco nerviosa por lo que vio.
Antaño su closet estaba lleno de ropa de moda que le gustaba salir a presumir con sus amigas, pero ahora la mitad de este estaba lleno de disfraces para cumplir los más raros fetiches. Esto se debía a que Martínez no estaba seguro todavía de qué rol darle a su nueva niñita, por lo que decidió ponerle una orden de elegir cada día un conjunto y seguir el rol que hubiera escogido, por lo que había disfraces para interpretar a una enfermera, a una lolita gótica, a una porrista ninfómana, una gatita en celo, una colegiala inocente, una conejita entre otros más.
Con la mano temblorosa a raíz de que trataba de resistirse, Victoria tomó un diminuto vestido color rosa pastel; ese día le tocaría interpretar a una lolita.
Se puso el vestido que de lo diminuto que era, apenas le cubría las nalgas, luego regresó a su cómoda y sacó unas calcetas blancas, tras eso, fue a su tocador y comenzó a peinarse su largo y lacio cabello en dos coletas y una vez estuvo preparada, regresó al closet y dentro de él buscó dos muñecas con las que bajó al piso de abajo, llegó a la sala y se sentó en el piso, sintiendo el frío de este en sus nalgas, y se puso a jugar con las muñecas.
No estuvo mucho con esa rutina, pues pronto escuchó cómo abrían la puerta, lo que significaba que Martínez había llegado. Su corazón se llenó de horror al saber lo que venía, pero en su rostro se dibujó una sonrisa y de su boca salió un muy sincero y alegre:
—¡Llegó papi!
Victoria se puso de pie y corrió a recibir al doctor, quien se quedó con los ojos abiertos y con una gran sonrisa al ver el outfit que su ahora hijastra había elegido para ese día, todo esto mientras la muchacha saltaba sobre el hombre de tal forma que este la agarró de las nalgas para evitar que cayera y se daban un apasionado beso de boca a boca y jugueteaban con sus lenguas.
Entonces en el recibidor apareció Natalia, todavía con la mirada perdida y su sonrisa boba en los labios.
—Cariño, ya llegaste —le saludó la hipnotizada mujer y le dio un beso en los labios.
—¿Ya está la comida? —preguntó Martínez, con una gran sonrisa en los labios por esa recepción.
—Ya casi querido —respondió Natalia sin perder su sonrisa boba.
—Bien —dijo Martínez—. Victoria y yo esperaremos en la sala a que la comida esté lista.
—Sí querido —contestó obedientemente la mujer y regresó a la cocina, dejando tras ella un rastro de sus propios fluidos a razón de todavía tener en su coño ese vibrador a su máxima potencia.
Ignorando el rastro de fluido transparente y viscoso, Martínez y Victoria fueron a la sala de la casa, con el doctor dejándose caer en el sillón y con Victoria cayendo de rodillas al lado de ese hombre.
—Sé que ya falta poco para comer, pero te traje un dulce Vicky.
Victoria ya sabía a qué se refería Martínez, pero toda la programación a la que la habían sometido le obligaba a seguir interpretando su papel.
—¡¿En serio papi?! —preguntó emocionada la niña que creía que era.
—Está en mis pantalones, búscalo.
Con infantil emoción, Victoria se apuró a desabrochar el pantalón del doctor y pronto, la polla erecta de este quedó libre, impregnando el aire de la sala con su aroma.
Victoria sintió asco, pero su programación le obligó a reaccionar contrario a sus verdaderos sentimientos:
—¡Una verga bien parada! —chilló emocionada—. ¿Puedo?
Con una sonrisa de satisfacción, Martínez asintió y la chica no necesitó una segunda orden, se metió esa polla en la boca y comenzó a chuparle con un ímpetu glotón que denotaba que bajo esa personalidad, el sabor de un pene era su golosina favorita.
Martínez mientras tanto disfrutaba de ese servicio, viendo como la cabeza de la muchacha bajaba y subía y sintiendo cómo ella con su lengua jugaba con su glande o incluso como este llegaba casi hasta su garganta.
Pero el deleite no duró mucho, porque en ese momento Natalia entró a la sala y exclamó:
—¡Victoria! ¿Qué te he dicho de comer golosinas antes de la comida?
De inmediato, Victoria sacó la polla del doctor de la boca y se quedó de rodillas en el suelo, poniendo una cara de cachorro regañado.
—Tu madre tiene razón Victoria —dijo Martínez con una sonrisa en los labios—. Ahora voy a tener que castigarte.
—Está bien papi —dijo Victoria sumisamente, mientras por dentro temblaba al saber lo que significaba eso.
—Asume la posición —ordenó Martínez.
—Sí papi —dijo sumisamente Victoria.
Acto seguido, la muchacha se puso de pie, se sacó la tanga y el vestido y se recargó sobre la mesa de centro de la sala, levantando bien las nalgas para que el doctor tuviera una buena vista.
Martínez se puso de pie y acercó su polla al cuerpo de la muchacha, con esta sintiendo su horrible futuro: ese glande grande, caliente y baboso por su propia saliva, le estaba acariciando el ano. Se venía un anal.
Ahora, este no era el primer anal de Victoria, pero eso tampoco significaba que le terminaran de gustar.
Entonces lo sintió, como esa polla se comenzaba a introducirse por ese agujero que originalmente fue pensado para salidas y sintió como sus músculos del ano se comenzaban a dilatar, causándole dolor y que algunas lágrimas escaparan de sus ojos, pero al mismo tiempo, obligadas por su programación una exagerada sonrisa se dibujó en su rostro.
Las piernas le comenzaron a temblar a cada centímetro que ese pedazo de carne se iba metiendo en sus entrañas, hasta que al fin sintió que sus nalgas chocaban con la cadera de ese hombre.
—No sería un buen castigo si yo hago todo —dijo Martínez con una sádica satisfacción en su voz—. Comienza a moverte por tu cuenta.
—Sí papi —respondió Victoria y pudo sentir que su cuerpo por sí solo empezaba a moverse para propiciar que ese miembro entrara y saliera de su cuerpo.
Victoria de verdad estaba sufriendo, no sólo tenía que sentir ese enorme pedazo de carne rompiéndole el culo, sino que además sus rodillas le dolían por estar apoyadas sobre ellas y su cadera también le estaba doliendo por verse obligada a moverse en esa posición tan incómoda, sin poder hacer nada para evitarlo debido a su cerebro lavado, nada excepto sonreír como una tonta y sentir cómo lágrimas escapaban de sus ojos.
Finalmente luego de unos minutos que se sintieron horas para la muchacha, el doctor tomó a Victoria de sus dos coletas y haló de ellas para hacer que la espalda de la muchacha se arqueara y él pudiera llegar todavía más profundo en los intestinos de esta.
Claro que ese movimiento le dolió a Victoria, pero su hipnotizado cerebro lo interpretó como placer y su coño se sacudió en un violento orgasmo, mientras que una pequeña parte consciente de su mente sintió que el doctor había tenido un gran orgasmo y ahora mismo estaba llegándole las tripas con su semen viscoso y caliente.
Martínez disfrutó de ese orgasmo, como todos los que ese pequeño cuerpecito le daba, y sacó su polla del culo de Victoria, haciendo como un sonido de destapar una botella. El ojete de la muchacha estaba muy dilatado y verlo comenzar a escurrir semen era una vista bastante excitante.
—Lamento tener que castigarte así, Vicky —dijo Martínez con burla mientras acariciaba una de las blancas nalgas de la muchacha—, pero es por tu bien.
Victoria mientras tanto estaba con la cara apoyada en la mesa, bajo un charco de sus propias lágrimas y baba, todavía con la sonrisa boba aunque trataba de jalar aire.
—Sí… papi… —dijo con un tono tonto de voz.
Martínez sonrió, se puso de pie y dejó a la muchacha descansar.
—Naty —dijo con un tono cantarín—. Ya estoy listo para comer, además necesitaré que me limpies la verga.
—Claro que sí mi amor —respondió encantada Natalia—, la polla de mi marido mezclado con el sabor del culo de la puta de mi hija, ¡mi platillo favorito!