Epidemia G - Episodio IV

Y llegamos al final de la historia. Qué motivó a la Corporación Sombrilla a este plan descabellado? Lograrán su objetivo? Agradezco todos los comentarios positivos, los mails de aliento y las calificaciones. Es muy estimulante ver que los frutos de mi imaginación les resultan interesantes a otros.

EPISODIO IV

CAPITULO I

Lorena entró a su edificio jadeando, casi agotada por la maratónica sesión de sexo en el parque con las dos desconocidas. Acomodándose las ropas como pudo, consiguió llegar hasta su casa, pero nuevamente la calentura no la dejaba casi pensar. Imágenes de tetas y conchas, de ardientes besos lésbicos e interminables placeres sáficos inundaban su cabeza y su entrepierna. Mientras esperaba el ascensor, entró al edificio su vecinita adolescente del departamento inmediatamente encima del suyo. Esta pendejita que tanto ella odiaba, por la música a alto volumen, el incesante ruido y el absoluto descaro con el que se vestía, exhibiendo su cuerpo como si fuese una puta barata de cualquier esquina. Ahora mismo tenía un short mínimo, que dejaba asomar la perfecta redondez de sus firmes nalgas, y una escotadísima musculosa negra con la inscripción "Slut" en blanco, que dejaba más que adivinar sus increíbles tetas. Además, estaba maquillada como para demostrar lo puta que era. Rellenísimos labios rojo fuego, ojos delineados hasta el hartazgo, sombras violáceas combinando con plateado, cejas finísimas, estiradas a base de delineador, pestañas kilométricas que enmarcaban unos maravillosos ojos color celeste. Lorena entendió, en ese preciso instante, que las mujeres la volvían loca. La excitaban hasta límites insospechados. Su propia concha era ahora un mar, sus pezones erectos amenazaban con rasgar la remera que le cubría las tetas. Tenía que cogerse a esta pendeja. Entró primero al ascensor, aunque debía bajarse antes. Buscaría la forma de generar el contacto y concretar su objetivo.

La chica entró al ascensor, detrás de la pesada de su vecina de abajo, que además de romperle las pelotas todos los días con la música, la miraba siempre con asco por la ropa que ella usaba. A ella le encantaba vestirse bien de puta, así los pendejos le regalaban cosas, le daban todo tipo de atenciones, y cuando a ella uno le gustaba, se dejaba coger hasta el cansancio. Así que ¿por qué tenía que juzgarla la pelotuda esa? Seguramente le faltaba pija, por eso era tan estirada. Apenas entró al ascensor, Sabrina giró para darle la espalda a la pelotuda, así no tenía que verle la cara. En sus auriculares sonaba Taylor Swift, a un volumen que no le permitía escuchar nada de alrededor.

Lorena no pudo esperar a llegar a su piso, ni contenerse más. Se bajó el pantalón de jogging que llevaba, dejando expuesta su empapadísima concha. Llamó a la chica tocándole el hombro con dos dedos, y cuando ella giró, aprovechó la diferencia física y la empujó hacia abajo, forzándola a arrodillarse y rápidamente empujó su concha hacia la boca de la chica. La pendejita quiso gritar, pero sólo pudo abrir la boca para abarcar más ampliamente la concha de su vecina atacante.

Las hormonas propias de la adolescencia, sumadas al comportamiento sexualmente hiperactivo de la chica, más el flujo infectado con el virus tuvieron un efecto instantáneo. En unos mínimos segundos, la chica se encontraba con sus manos acariciando las piernas de su esbelta vecina, mientras su lengua devoraba aquella concha de exquisito sabor. Su propia calentura era indescriptible. Mayor a la que jamás había sentido por ninguno de los chicos con los que había cogido antes. ¿Esto quería decir que le gustaban más las mujeres? No lo sabía, pero indudablemente chupar una concha, mientras mirando hacia arriba podía ver las fantásticas tetas de su vecina eran mucho mejor que cualquier pija que hubiera tenido adentro. ¿La vecina le chuparía la concha a ella, después? O tal vez podría enseñarle otras cosas. Seguro que tenía mucho que aprender. Cuando la vecina le hubiese enseñado bastante, podría ir al colegio y cogerse a varias de sus compañeras, que estaban buenísimas. O a su amiga de la otra cuadra, que aunque no era linda tenía un par de tetas monstruosas, maravillosas, que podría chupar por horas. Todos los pensamientos sólo aumentaban la cantidad de flujo que manaba de su concha, que explotó cuando su vecina le acabó en la boca.

Hacía rato que el ascensor se había detenido en el piso de Lorena, que la tomó de los brazos y en un par de movimientos la metió a su departamento y le comió la boca con desesperación.

Menos de una hora después, Soledad llegaba a su casa, semidesnuda, todavía confusa y mareada, pero segura que lo único que quería en su vida era coger con otras mujeres.

CAPITULO II

Alejandro y Santiago, el ejecutivo, no habían hecho dos cuadras desde el edificio de Corporación Sombrilla, cuando vieron a un par de obreros de una cuadrilla municipal, que trabajaban en un foso en la vereda. Se miraron, sonrientes, y se arrojaron sobre los operarios, que sorprendidos trataron de reaccionar.

Un minuto después, Santiago chupaba la gorda pija de uno de los obreros, mientras el otro cogía violentamente a un extasiado Alejandro, que se esforzaba por arquear más y más su espalda para ofrecerle su culo a la increíble pija que se lo estaba cogiendo. Todo esto sucedía a la vista de todo el que por allí pasaba, aunque afortunadamente aún era temprano y era una zona de poco movimiento.

Media hora después, los cuatro hombres salían del foso y comenzaban a recorrer las calles, buscando otros hombres con quienes coger.

Separándose, no debieron andar mucho hasta encontrar nuevas víctimas, que producto de la sorpresa caían fácilmente, para culminar en ardientes sesiones de sexo que incluían fantásticas penetraciones anales, mamadas imposibles, pajas mutuas, y ardorosos besos cargados de leche de las mamadas previas, y así ir multiplicándose en la búsqueda de otros machos.

Alejandro sentía que su excitación era incontrolable. Ya nada lo calmaba. Necesitaba pija permanentemente. Caminando sin rumbo encontró un gimnasio, de esos de barrio, donde no había espejos ni aparatos modernos. Sólo hombres musculosos, la mayoría inflados con esteroides, trabajaba absurdos pesos en desvencijadas máquinas. Relamiéndose, el chico entró calladamente y fue hasta el vestuario, esperando encontrar alguno de estos monstruos desprevenido mientras se cambiaba o bañaba y someterlo a su deseo.

El chico no podía creer su suerte, al ver a un ejemplar de macho casi perfecto. Anchísima espalda, brazos con bíceps perfectamente marcados, pectorales increíbles, una tabla de lavar en los abdominales, piernas perfectas, todo envuelto en una bronceadísima piel, se coronaban en una cara angelical, con ojos verdes profundos y un pelo castaño claro muy ondulado, casi enrulado, que caía casi hasta los hombros. Alejandro no podía ocultar la gigantesca erección que tenía. Parecía que su pija había crecido de tamaño desde ésta mañana, pero eso seguramente era imposible. Se acercó sigilosamente hasta el adonis que sólo envuelto en una toalla, se secaba sentado en uno de los largos bancos del vestuario, y cuando éste cerró los ojos para secarse la frente, Alejandro de un salto le metió la pija chorreante en la boca.

Un par de minutos después, Johnny, el musculoso veinteañero, tragaba la primera carga de leche de su vida, sellando su deseo de pijas para siempre. Se quedaron desnudos, besándose, abrazándose y acariciándose con un excitadísimo Alejandro, que pocos segundos después imploraba que Johnny le llenase el culo con su impresionante pedazo de carne, cosa a la que el musculoso accedió gustosamente. Así estuvieron, cogiéndose mutuamente, mamándose el uno al otro, hasta que otro patovica entró al vestuario. Al verlos ambos se quedaron inmóviles, temiendo que se tratase de un homofóbico que pudiera hacer un escándalo. El barbudo musculoso se quedó mirándolos, extrañado de ver semejante descaro de dos tipos que estaban cogiendo en el gimnasio. Se acercó, para increparlos y buscar la forma de expulsarlos del lugar, pero Johnny y Alejandro fueron más rápidos. Un minuto después, Johnny bombeaba el culo de Carlos, mientras Alejandro le daba de mamar su primera pija. Casi simultáneamente le dieron la leche, y Carlos supo que eso era lo que quería de aquí en adelante, para siempre.

Dos horas después, el gimnasio era una orgía de pijas y culos que deseaban ser penetrados, con musculosos hombres que gemían y gozaban unos de los cuerpos de los otros sin ninguna culpa, entregados absolutamente al placer.

CAPITULO III

Soledad llegó a su escuela, con la pollera de su uniforme subida hasta casi su entrepierna, dejando asomar sus nalgas y, ante algún movimiento extremo, dejando ver su sexo descubierto. La camisa blanca estaba abierta hasta casi su ombligo, y sus tetas asomaban casi hasta la aureola de sus pezones, mostrando claramente que no llevaba corpiño. El interior de sus muslos estaba completamente empapado, cubierto de flujo que brotaba de su concha, por el estado de constante excitación. El viaje en colectivo desde su casa le había resultado ameno, con la madura morocha a la que pudo pajear disimuladamente entre la multitud apretujada, después de meterle dos dedos empapados de flujo en la boca, aprovechando una brusca frenada.

En cuanto entró al colegio, vio a las chicas del otro turno en la clase de gimnasia, con sus shortcitos y remeras, moviéndose rítmicamente al compás de los gritos de la profe. Qué buena está la profe, pensó. Me la comería toda, imaginaba, mientras su entrepierna ya era un torrente cálido. Fue lentamente hasta donde estaba la profesora, y suavemente, en un claro ejercicio de seducción, le dijo:

  • Profe, tengo un problema serio y necesito hablar con Ud. ¿Tendría 5 minutos para ésta chica desesperada?

Estela, la profesora de gimnasia, la miró extrañada. Ella no era muy buena consejera, pero una alumna pidiendo ayuda era algo que no se podía obviar. Les dijo a las alumnas que siguieran con la rutina de ejercicios, y guió a Soledad hasta su oficina, en la parte de atrás del vestuario. La profesora se acomodó en su silla y con un gesto invitó a la chica a sentarse, que hizo caso omiso de la invitación y se paró al lado de la profesora, apoyando su culo sobre el escritorio y estirando sus piernas de manera de que su mínima pollera se subiera aún un poco más. Mientras miraba con hambre a la profesora desabrochó los dos botones que mantenían su camisa en su lugar, al tiempo que, con la voz más seductora que podía poner, dijo:

  • Profe, yo estoy re-caliente con vos de hace mucho… quiero pedirte que me cojas, por favor.

La profesora estaba aterrorizada. Nunca una mujer la había avanzado así, y mucho menos una alumna. Ya le habían comentado que ésta era una chica "fácil", pero nunca pensó que lo era con las mujeres. Intentó ponerse de pie, pero la chica la trabó con sus piernas, impidiéndole levantarse de la silla, pero al mismo tiempo dejando su boca a escasos centímetros de la vagina de su alumna. La profesora trató de girar la cabeza para evitar mirar al sexo de la chica, pero Soledad la tomó de los pelos y forzó el encuentro de su concha con la boca de la profesora, que no atinó a cerrarla a tiempo, intentando gritar.

Apenas un minuto después, Estela comía la concha de la chica con desesperación, mientras la pendejita gritaba y gemía como una perra en celo. En un minuto, Soledad acabó en la boca de la hambrienta profesora, que al mismo tiempo tuvo un sonoro orgasmo, que dejó totalmente empapada su bombacha y su pantalón jogging. Siguieron por un rato más, con todo lo que había aprendido Soledad de su ardiente vecina, hasta que ambas estaban más calmadas. Allí, mientras se pajeaban mutuamente, pergeñaron un plan para ir llamando una a una a las otras alumnas, hasta que todas entendiesen que coger con otra mujer era lo mejor.

Empezarían por Lucrecia, una tímida pelirroja de pelo corto, muy callada y de piel lánguidamente blanca y pecosa. La profesora se vistió a medias, como pudo, y salió de su oficina hasta el patio, donde llamó a la coloradita, diciéndole que necesitaba hablar con ella en la oficina. Apenas la chica entró, Soledad se le abalanzó, mientras la profesora cerraba la puerta con llave. Para cuando se dio vuelta y se sacó la ropa, la colorada ya estaba prendida a la concha de Soledad y chupaba como condenada, mientras Soledad hacía lo propio con la conchita virgen de Lucrecia, que gemía y temblaba por la profunda excitación que la otra chica le provocaba. Como pudo, Estela empezó a lamer las tetas de la colorada, que finalmente aceptó el avance y se acomodó de forma tal que dejó a la profesora chupando la concha de Soledad, mientras ella podía comerle la concha a Estela. Formaron así un triángulo de sexo oral lésbico que duró varios minutos, el que después continuaron con diversas posiciones, hasta que la profesora dejó a las dos chicas tijereteando y fue al patio a llamar a su siguiente alumna, que un par de minutos después estaba revolcándose en el piso de la oficina con la sexy profesora.

Un par de horas después, el vestuario era una orgía lésbica de proporciones inimaginables, con casi la totalidad de las alumnas del colegio cogiéndose mutuamente, chupándose, besándose y acariciándose hasta la extenuación.

CAPITULO IV

Una semana después…

Pequeños grupos de hombres y mujeres permanecían encerrados en improvisados refugios, huyendo de la lujuria de los innumerables infectados que recorrían las calles, cogiendo alegremente sin importarse de nada. Estados de permanente excitación, sólo eran interrumpidos por siestas o rápidas comidas, para luego volver con más fuerza a forzar a sus portadores a trenzarse en maratónicas sesiones de cogidas homosexuales, tanto de hombres como de mujeres. Con la ciudad completamente en manos de los infectados, el virus se expandía lentamente a los suburbios y de allí a poblaciones vecinas, y así se iba propagando cada vez más.

Los infectados encontraban formas cada vez más creativas de contagiar a los que resistían aislados en refugios, infectando con semen o flujo las reservas de agua o de alimentos, y esperando pacientemente hasta que los refugiados salían para sumarse a las hordas que disfrutaban plenamente del sexo.

En otras ciudades, que no habían sido infectadas, científicos y autoridades buscaban la forma de eliminar el virus y restablecer la cordura en los ciudadanos contagiados, pero era una carrera contra reloj, hasta que de alguna forma el virus lograra llegar hasta la siguiente ciudad.

El reverendo Alcides había conseguido aislarse junto a un pequeño grupo de sus fieles en los sótanos de su templo. Afortunadamente, tenían varias habitaciones con camas y suficiente comida como para resistir por un largo tiempo, habida cuenta que sólo eran 10 hombres y 14 mujeres, contando algunos chicos y chicas de unos 15 o 16 años que pertenecían al coro. Leandro, uno de esos chicos del coro, estaba a punto de tomar su baño asignado, según habían repartido los horarios para mantener el orden, ya que era un solo baño para las 24 personas.

Cerró la puerta del baño con llave, y se sacó la ropa frente al espejo. Su 1,80 de altura contrastaba con su extrema delgadez. Su piel era muy blanca y totalmente lampiña, algo que le significaba muchas burlas cuando iba a la clase de Educación Física en su escuela. Lo maltrataban porque parecía una nena. Por suerte, con todo lo que estaba pasando, esa situación no lo atormentaría más, pensó. Abrió la ducha, y cuando sintió la temperatura correcta en su mano, entró decidido en la bañera. El agua caliente caía por su cuerpo, y le daba una sensación maravillosa. Como siempre hacía, lavó su largo cabello lacio de color castaño muy claro, que caía sobre sus hombros. Mientras lo enjuagaba, jugaba con el agua en su cara, dejando que la lluvia de la ducha lo golpeara en el rostro. Como siempre, abría la boca y hacía enormes buches que luego escupía. Inadvertidamente, algo del agua se filtraba por su garganta, cosa a la que nunca le había dado importancia. Siguió enjabonando su cuerpo, con movimientos cada vez más lentos, que iban tornandose más y más sensuales a cada segundo. Casi sin darse cuenta, su pija se había puesto totalmente erecta. Sus manos ahora jugaban con sus pezones, recorrían su entrepierna, acariciaban su pija y sus nalgas. Poco a poco, se había ido relajando, y ahora estaba totalmente entregado al placer de sus propias caricias, sintiendose cada vez más excitado. Sus manos estaban ahora totalmente concentradas en sus nalgas, y cuando llegaron a su ano, un fuego intenso se apoderó de su cuerpo. Sin dudar, se introdujo un dedo, lo que hizo que su cabeza estallara como si estuviese viendo un espectáculo de fuegos artificiales. Luego un segundo dedo, y en pocos segundos, un tercero, que comenzaron a entrar y salir de él, mientras gemía y se arqueaba para conseguir un mejor acceso. Pronto, los dedos eran insuficientes, y buscó entre los artículos de tocador, hasta encontrar un frasco de desodorante, con forma casi perfecta. Un largo cilindro de unos 20 centímetros por 4 de diámetro, que terminaba con forma esférica, era ideal. Con delicadeza, apoyó la parte esférica contra su ano, que se dilató de inmediato, permitiendo la entrada de aquel delicioso juguete improvisado. En menos de un minuto, estaba pajeando su culo con ardiente dedicación, hasta que no pudo contenerse más, y acabó en un intenso orgasmo que le hizo expulsar enormes chorros de leche de su terriblemente endurecida pija.

Se quedó jadeando, apoyado contra los azulejos de la ducha, preguntándose qué había pasado. No podía creer la sensación de tener su culo invadido. ¿Una pija verdadera sería mejor? Tenía que sacarse la duda. Cerró la ducha, se envolvió en una toalla y salió del baño, buscando alguien que le ayudara a disipar esa duda. Justo cuando salía, entró Ana María, ya que era su turno para bañarse.

Leandro recorrió apenas 10 pasos, hasta que pasó por la puerta de la oficina improvisada del reverendo, que estaba sentado a su escritorio, y al verlo pasar, lo saludó amistosamente. El chico sonrió, y entrando a la oficina del hermano Alcides, cerró la puerta tras de sí. El reverendo lo miró extrañado, sin entender bien qué hacía el chico envuelto en una toalla ahí en su oficina. Leandro dio la vuelta hasta quedar detrás del escritorio, de pie junto al reverendo. Su erección era notable bajo la toalla, y el chico, movido por un impulso que desconocía, tomó al religioso de la nuca y en un inesperado movimiento, hundió su pija erecta en la boca de Alcides. El hombre quiso incorporarse y empujar al chico, pero la fuerza de la juventud de Leandro era mucha contra sus débiles cincuenta y pico de años. El presemen que chorreaba de la pija del chico rápidamente asaltó los sentidos del maduro hombre, que segundos después movía su cabeza rítmicamente, chupando ese maravilloso pedazo de carne que lo excitaba más allá de todo lo que conocía. Un par de minutos después, el reverendo sentía la tibia leche del muchacho bajando por su garganta, y sabía que esa no sería la última vez que iba a estar tragando el semen de otro hombre. Cuando el chico terminó su copiosa eyaculación, el reverendo se puso de pie, y tomando al chico de los hombros, lo hizo girar hasta quedar echado sobre el escritorio, poniendo el joven culo a absoluta disposición del excitadísimo hombre, que lo penetró sin dudarlo. Leandro pudo finalmente confirmar que una pija dentro suyo era mejor que cualquier improvisado juguete, y se relajó para disfrutar de una cogida que fue subiendo de intensidad hasta tornarse casi violenta, cosa que el chico apreciaba más a cada segundo. Cuando el reverendo acabó, Leandro hizo lo mismo, e inmediatamente comenzaron a tramar cómo pensaban ir seduciendo al resto de los hombres.

En el piso del baño, Ana María y su amiga Marta se comían la concha mutuamente, y pensaban en la furibunda orgía que pronto organizarían con sus compañeras refugiadas.

Apenas seis horas después, las puertas del refugio se abrían, y 24 personas salían a sumarse a las orgías callejeras que eran ahora parte de un paisaje común.

EPILOGO

En las oficinas centrales de la Corporación Sombrilla, aisladas totalmente del mundo exterior, el presidente le hablaba al directorio reunido:

  • Hace apenas un año, éste grupo, cansado de ser víctima de discriminación homofóbica, decidió llevar a cabo un plan para homosexualizar a toda la población mundial. Sumando los recursos de todos, logramos adquirir esta corporación, y la usamos de base para desarrollar el virus que nos permitiera alcanzar nuestro objetivo. Hoy podemos decir que estamos a punto de lograrlo, a medida que las ciudades del mundo van cayendo y en menos de dos meses, de acuerdo a las proyecciones, no quedará ningún rincón del planeta donde un heterosexual pueda esconderse. Cuando pase el fervor inicial de los infectados, recuperaremos la productividad y el ser humano podrá continuar desarrollándose, pero en un entorno íntegramente homosexual, donde el odio y la discriminación no tendrán cabida.

Todos los miembros del directorio, hombres y mujeres, festejaron aplaudiendo ruidosamente, y casi inmediatamente comenzaron una orgía donde los hombres se disfrutaban mutuamente, y las mujeres gozaban unas con otras.

En la oficina de presidencia de la filial Buenos Aires de la corporación, el presidente local gemía, acostado sobre su escritorio, mientras un musculosísimo macho lo cogía salvajemente. A escasos metros, la gerente de finanzas se frotaba furiosamente contra una deliciosa adolescente, mientras a su lado, Alejandro el cadete, tenía dos enormes pijas dentro de su culo, y con su boca recibía la leche de una tercera.

La escena se repetía en otras empresas, colegios, clubes, gimnasios, barrios y en todo lugar donde hubiese una mínima concentración de personas.

Los últimos reductos iban cayendo rápidamente, y no quedaba ciudad grande del planeta que no hubiese sucumbido ante la epidemia de homosexualidad que provocaba el virus de la Corporación Sombrilla.

Era sólo cuestión de tiempo, y ya nunca el mundo volvería a ser como antes…

  • FIN -