Epidemia G - Episodio III

Sigue la saga, y el virus empieza a extenderse. Quedará alguien que no se contagie?

EPISODIO III

CAPITULO I

La mesera dejó en la mesa la jarra con clericot que habían pedido. Javier agradeció, mientras las dos chicas se miraban sin saber bien cómo reaccionar.

Carla y Laura, hastiadas por la actitud de Marcelo, fueron al toilette, con la eterna excusa femenina de retocar su maquillaje. Obviamente, la intención era la de decidir qué hacer, ya que estaba claro que esos dos idiotas no iban a ser los que las llevaran a la cama esa noche. Cuando se quedaron solos en la mesa, Javier increpó a Marcelo:

-         ¿Qué carajo te pasa, boludo? Las dos minas venían entregadas y vos te quedás callado, no les das pelota, ni las mirás. ¿Te interesan o te querés ir a la mierda? Me quedo yo solo con ellas y veo cómo la remo, si no.

Marcelo sólo podía pensar en tener la pija de Javier dentro de él. Su cabeza no podía pensar en otra cosa. Con la escasa capacidad de concentración que podía tener, le dijo a Javier que se había olvidado de comprar los forros, así que sería mejor que Javier fuese al baño a ver si había máquina expendedora o si debían salir a comprarlos a alguna farmacia. Javier, visiblemente molesto con su amigo, que no hacía nada por seducir a las chicas y que encima se había olvidado del encargo, se paró y fue hacia el baño.

Marcelo aprovechó el momento y, metiendo su mano dentro del pantalón, apretó un par de veces su durísima pija, empapando sus dedoscon su presemen. Con la total impunidad que le proveía la escasa luz del bar, metió sus dedos llenos de presemen en la jarra, y luego volvió a llenarlos con presemen, para cubrir el borde de los vasos delos que las chicas y Javier habrían de beber. Finalmente, sirvió los cuatro vasos, justo en el momento en que Javier volvía del baño con los bolsillos cargados de forros, y las chicas volvían de retocarse el maquillaje.

Marcelo alzó su vaso, y dijo:

-         ¡Brindemos! Por una hermosa amistad.

Javier lo asesinó con la mirada, mientras las dos chicas se reían por lo bajo, burlonamente, del estúpido brindis propuesto por Marcelo. Pese a todo, los cuatro bebieron.

Javier trataba de mantener una conversación con las mujeres, mientras Marcelo sólo mostraba interés por su amigo. Se había sentado nuevamente a su lado, pero estaba cada vez más cerca. Al mismo tiempo, Laura charlaba cada vez más animadamente con Carla, casi dando la espalda a los dos chicos. Javier miró a Marcelo que le sonreía y seguía conversando como si nada, pero las ganas de matarlo ya se habían disipado. Al contrario, se sentía cómodo hablando con su amigo, y poco a poco su interés por las dos putitas se iba esfumando. En realidad, Marcelo estaba muy elegante hoy, y era innegable que tenía un cuerpo muy bien trabajado. Si no fuese porque no le gustaban los hombres, seguramente podría tener alguna historia tórrida con su amigo. Era evidente, por el bulto que le notaba a su amigo, que al otro le pasaba lo mismo con él. ¿Es que acaso Marcelo era puto y nunca se lo había dicho? Bueno, después de todo, él se sabía bastante atractivo también, y no podría culpar a su amigo si le generaba esa excitación. Era casi un halago que la pija de Marcelo estuviera tan dura como para inflar así el pantalón, ¿no? ¿Cómo podría culpar a su amigo, si el cuerpo hermosamente trabajado de Marcelo le provocaba a él mismo una curiosa erección? Nunca había sentido esto, pero le resultaba intrigante, excitante, imaginar a su amigo en la cama, cogiéndose mutuamente, besándose, chupándose las pijas el uno al otro.

CAPITULO II

Laura no podía quitar sus ojos de las tetas de su pelirroja amiga, que no paraba de hablar y de tocarla cuando gesticulaba, rozando sus piernas, sus hombros, y accidentalmente sus propias tetas. Carla, a su vez, sentía su propia concha empapada, imaginando el maravilloso culo de su amiga, mientras en su cabeza su lengua se hundía en la húmeda entrepierna de la rubia. Laura, continuando una imaginaria conversación, dijo en voz alta a su amiga:

-         No entiendo como éstos dos tarados no te avanzaron, con esas tetas fantásticas que tenés. Encima tenés el botón de la blusa desprendido, y se ve tu corpiño de encaje. A cualquiera eso le volaría la cabeza, y le daría ganas de zambullirse a chupártelas.

-         Ay, ¡gracias!, exclamó Carla, e inmediatamente subió la apuesta: y a vos ¿te gustaría zambullirte?

Laura se limitó a sonreír, mientras su mano se escurría por debajo del corpiño de la tetona, alcanzaba un pezón y lo pellizcaba salvajemente, arrancando un gemido de la pelirroja. Sin esperar respuesta, la boca de Laura buscó la de Carla, y ambas se trenzaron en un beso enorme, mientras sus manos recorrían el cuerpo de la otra, tratando de infiltrarse bajo las ropas.

Javier tenía sus piernas abiertas, la cabeza echada hacia atrás y sus ojos cerrados, mientras Marcelo, arrodillado bajo la mesa, le chupaba la pija con angurria. En pocos segundos, no pudo contenerse más, dándole a su amigo una descarga de leche que el chico saboreó y tragó con extremo placer. Incorporándose rápidamente, Marcelo estrechó sus labios contra los de Javier, que saboreó los restos de su propia leche junto a la saliva de su amigo. Sin tener plena conciencia de lo que hacía, su mano estaba ya dentro del pantalón de Marcelo, acariciando una empapada pija cubierta de leche, que Javier untó en sus dedos y llevó a su boca, saboreando a su amigo. Sin dudar un segundo, se arrodilló frente a la entrepierna de Marcelo, y en un rápido movimiento abrió la bragueta y se metió la enorme y durísima pija en su boca.

Enviada por la encargada del local, la mesera se acercó sigilosamente, y le habló a las chicas:

-         Por favor, me dicen que paren un poco porque están dando un espectáculo, y aunque está todo bien con ustedes, están demasiado zarpados en el sexo que están mostrando.

-         ¡Perdón! Dijo Laura, actuando una supuesta vergüenza.

-         Nos dejamos llevar, dijo Carla, que mantenía sus enormes tetas expuestas a la vista de la mesera, que intentaba mirar hacia otro lado.

-         ¿Sabés qué? Dijo Laura, ¿Podrías traernos una ……? Y hábilmente bajó la voz para evitar que la mesera la escuchara.

-         ¿Qué te traigo?, dijo la mesera, acercándose para intentar escuchar mejor, sobre el alto volumen de la música que sonaba.

Laura tomó la cabeza de la mesera con ambas manos, y trabó sus labios contra los de la desprevenida morochita. Al mismo tiempo, Carla aprovechaba el breve uniforme de la mesera y acariciaba las suaves piernas de la chica, que luchaba por escaparse de la situación, mientras la rubia ya le hundía la lengua en su boca. Forzándola a arrodillarse sobre el sillón, entre ambas, Laura continuaba con su beso, mientras Carla hundía su lengua entre las piernas de la mesera, que ya casi no ofrecía resistencia. Segundos después, Mariela se quitaba la remera, dejando que Laura le chupase las tetas, mientras Carla la hacía delirar chupándole la concha como nunca se la habían chupado. Se recostó en el sillón, dejando a Carla hacer lo que quisiera, mientras Laura le cubría la boca con una empapada concha, que Mariela comenzó a lamer apasionadamente.

CAPITULO III

El "seguridad" se acercó a Javier, que rebotaba sentado sobre la pija de Marcelo, que sentado en el sillón estaba absorto cogiendo el culo de su amigo. Cuando Roberto vio lo que estaban haciendo, se puso firme y tomando del brazo a Javier lo hizo levantarse y quedando cara a cara empezó a insultarlo y a tratar de llevarlo hacia la salida. En un rápido movimiento, Javier plantó sus labios sobre los de Roberto,el seguridad, mientras que Marcelo se hacía cargo de la pija del musculoso morocho, que quedó congelado sin saber cómo reaccionar. En un intento por zafarse, empujó a Javier contra el sillón, y trató de sacar a Marcelo de su pija, sólo para darse cuenta que esa cálida humedad que se la estaba chupando era la sensación más maravillosa que le habían dado jamás. Roberto empezó a mover sus caderas, acompañando la mamada de Marcelo, mientras que Javier volvió a la carga con el beso en la boca del musculoso, que ahora lo recibió con extremo placer.

Carla y Laura se habían instalado en el baño de mujeres, y a cada chica que entraba la atacaban, y rápidamente la reducían, para luego sumarla a una creciente orgía que iba aumentando en intensidad con cada nueva integrante. En poco rato, todas las chicas en el bar eran parte de la orgía que se desarrollaba en el baño, chupándose, frotándose, tijereteando o acariciándose, en todas las poses imaginables.

Roberto golpeó la puerta de la oficina del dueño del bar, en el apartado primer piso, y la abrió sin esperar respuesta. Néstor le dijo que pasara y preguntó qué había sucedido con los que estaban cogiendo en la mesa 5. Roberto se acercó a Néstor, y sin darle tiempo a nada, lo forzó a arrodillarse y hundió su pija en la boca del dueño del bar.

La mesera había vuelto a la barra, despojada de corpiño y tanga, y se acercó a la encargada, haciéndole un gesto como para decirle algo al oído. Susana se acercó a Mariela, que tomando por sorpresa a la alta rubia le hundió la lengua en la boca, mientras su mano derecha apartó la tanga y le hundió los dedos en la concha. Susana luchó por zafarse, pero en pocos segundos correspondía al beso, al tiempo que sus propios dedos se hundían en la empapada concha de Mariela. Ambas se arrojaron al suelo, y se trenzaron en un furibundo 69, ante la atónita mirada del barman, que no podía creer lo que veía.

Néstor había bajado de su oficina y, esquivando a Mariela y Susana, se acercó al barman, abalanzándose sobre él y comiéndole la boca en un inesperado beso. El barman trató de escapar, pero pronto estaba de rodillas, con su boca chupándole la pija a Néstor, que miraba cómo Roberto se estaba cogiendo a un cliente en una de las mesas, mientras los dos chicos que habían empezado todo el descontrol cogían con otros clientes en distintos reservados.

Media hora después, la misma imagen de orgías homosexuales que se repetía en los edificios, dominaba todo el bar irlandés, con todo el mundo entregado al sexo y al placer.

CAPITULO IV

Apenas eran las 8 de la mañana y en la oficina de presidencia de la Corporación Sombrilla, una videoconferencia se desarrollaba, con Sanford Richards, el director local explicando que en sólo 24 horas, el nivel de dispersión era mucho más alto del esperado. Si continuaba ésta progresión, en un plazo máximo de 10 días ya podrían comenzar la nueva etapa del plan.

Satisfechos, del otro lado de la pantalla felicitaron por el trabajo y terminaron la conexión.

Richards se reclinó en su sillón, mirando por la ventana el paisaje matutino de la ciudad. Realmente no esperaba que nadie fuese hoy a la oficina, siendo que todos habían sido infectados ayer, y que ahora andarían por todas partes diseminando el virus.

En la TV de su despacho, comenzó a controlar los canales de noticias para ver si algo empezaba a mencionarse de comportamientos sexuales aberrantes o cosas similares. Mientras buscaba, control remoto en mano, vio en uno de los monitores de seguridad que había hecho instalar, como buen maniático del control que era, que un joven esperaba en el piso de recursos humanos. Nadie había para recibirlo, y nadie iba a venir tampoco.

Llamó al interno del escritorio más cercano al joven, pero al ver que no respondía, decidió bajar él mismo para saber de qué se trataba.

Cuando llegó al piso, Richards encontró a un jovencito de no más de 18 años, que miraba asustado a su alrededor.

-         ¿Quién sos?, dijo con voz imperativa Richards.

-         Me llamo Alejandro, soy el nuevo cadete. Se supone que tenía que empezar hoy. Vine temprano porque no quería llegar tarde en el primer día, pero no sé si me zarpé en lo temprano o si pasa otra cosa.

Richards no sabía qué hacer con el chico. Cualquier cosa que dijera podría complicar el plan. Tampoco podría decirle que se fuera, porque podría levantar sospechas. Pero infectarlo era peligroso, porque si el chico lo atacaba, lo infectaría a él también. Le dijo que pasara a la oficina del gerente de recursos humanos, mientras que iría a tratar de ubicarlo, porque todos estaban en una reunión muy importante en el último piso.

Alejandro se acomodó en el sillón del suntuoso despacho, sin saber muy bien qué hacer. Cinco minutos después, su hastío y aburrimiento lo habían hecho pasearse por todo el lugar, mirando y curioseando por todo. Le llamó mucho la atención que la alfombra, alrededor del escritorio, presentaba claras manchas de lo que parecían acabadas. Imaginó que el gerente de recursos humanos se debía coger a todas las minas de la empresa, bajo amenaza de echarlas. "Qué grosso debe ser tener todo ese poder", pensó.

Sobre el escritorio, a un costado, vio una masita de dulce de leche. Muerto de hambre como estaba, al no haber desayunado, miró para todos lados, y sin dudarlo un segundo, se la tragó. Después se sentó nuevamente a esperar que el tipo importante volviera.

En la oficina de presidencia, Richards puso llave a su puerta, y se sentó a esperar.

CAPITULO V

Lorena salió a correr, como todas las mañanas, bien temprano. Le gustaba estar tan en forma, tener una figura tan esbelta que todos los hombres la miraran, fuera donde fuera. Eso le implicaba mucho ejercicio, comer sano y cuidarse bastante.

Su recorrido era siempre el mismo, ya que tenía tomado el tiempo y le daba perfectamente para volver a su casa, bañarse, desayunar liviano, y salir para su trabajo. El día nublado la ayudaba a no esforzarse tanto, así que hoy mantenía un ritmo bastante rápido. En parte del recorrido, pasaba por el costado de un parque, lo que le venía muy bien por la oxigenación. Iba muy concentrada en la música de sus auriculares, así que no escuchaba nada. Tampoco percibió cuando, desde atrás de unos arbustos cercanos, dos mujeres desnudas salieron a derribarla.

Cayó pesadamente, sin entender qué pasaba. Cuando pudo ver a su alrededor, las dos mujeres desnudas ya se estaban arrojando sobre ella, y mientras una pelirroja tetona le arrancaba las ropas, la otra, una rubia alta y esbelta, le besaba la boca y le introducía la lengua, lo que le causaba un inmenso desagrado, siendo que siempre la homosexualidad le había parecido una aberración, asquerosa.

Ya estaba casi totalmente desnuda, pero la rubia no la soltaba y seguía besándola, pese a sus intentos de soltarse. En ese momento sintió que la otra comenzaba a lamerle la vagina, e intentó zafarse con patadas y giros violentos de sus caderas. Por más esfuerzo que hiciera, no encontraba forma de zafarse.

Sus fuerzas iban disminuyendo rápidamente, y su cuerpo ya casi no le respondía. En su cabeza, buscaba el momento justo para escapar. Lo que no podía entender es que su cuerpo parecía comenzar a disfrutar del ataque de las dos mujeres. Su cabeza rechazaba toda posibilidad, pero su vagina estaba empapada, y sus pezones estaban erectos y durísimos. ¿Es que acaso su cuerpo disfrutaba del sexo lésbico? Siempre le había parecido asqueroso. Y ahora seguía pensando lo mismo. Sólo que su cuerpo reaccionaba cada vez más ávidamente a las caricias, besos y lamidas de las dos mujeres. Ya no tenía fuerza para luchar, y dejaba que la pelirroja y la rubia le hicieran de todo. Sólo atinaba a lloriquear, imposibilitada de defenderse como estaba. Decidió no pensar en lo que le estaba pasando, como mecanismo de defensa típico ante la violación. La rubia había desistido de besarla, percibiendo que ella aún no respondía. Sus ojos cerrados no permitieron que viera que la rubia abrió sus piernas y acercó su chorreante concha a su boca. Cuando Lorena se dio cuenta de lo que pasaba, intentó cerrar su boca y no dejar que aquella rubia asquerosa la forzara a practicarle sexo oral. Pero con las escasas fuerzas que le quedaban, no pudo oponer mucha resistencia. Además, el incesante lengüeteo de la pelirroja estaba mellando su rechazo. Casi imperceptiblemente, sus labios fueron despegándose, permitiendo que pequeñas gotas del flujo de la rubia invadieran su boca. Cuando sintió el sabor, su cuerpo tuvo una reacción inesperada. Casi como si hubiese recargado sus energías como en esos dibujos animados japoneses de peleas, sus labios se sellaron contra la concha de la rubia y comenzaron a succionar el flujo, mientras su lengua comenzaba un intenso trabajo en el clítoris de su captora, que sonreía y gemía retorciéndose de placer. Su propia concha ahora emanaba copiosas cantidades de flujo, y sentía que su orgasmo se acercaba rápida e inexorablemente. Apuró la chupada que le estaba dando a la rubia, y cuando sintió que ésta acababa, inundándole la boca, acabó ella también, llenando la boca de la pelirroja. Las dos mujeres la soltaron y ella quedó quieta en el piso, respirando entrecortadamente, con su cabeza girando sin parar.

La pelirroja se acercó, y le ofreció las tetas para que ella las chupara. Sin siquiera pensar en lo que hacía, sus labios se prendieron a los enormes y durísimos pezones que se le regalaban, mientras que la rubia había entrelazado sus piernas con las de ella, y con hábiles movimientos hacía que los clítoris de ambas se frotasen. Lorena se dedicó a disfrutar de los cuerpos de las dos mujeres, sabiendo que ya nunca una pija la iba a excitar como sí lo hacían las conchas y las tetas.

CAPITULO VI

Alejandro daba vueltas por el despacho como un león enjaulado. Ya había pasado más de media hora desde que el tipo importante lo había dejado solo en ésta oficina, y él no sabía qué hacer. Nadie venía, no se escuchaba ningún ruido afuera, y para colmo su calentura le hacía cada vez más difícil pensar. Podría ir al baño y pajearse, como para descargar un poco. Su mano inadvertidamente ya frotaba su pija por sobre el pantalón, y en su mente las imágenes de pijas de todos los tamaños se alternaban con cuerpos de hombres que lo cogían o que él mismo cogía. ¿Pero de dónde salían las imágenes si el jamás había estado con un tipo? Además, ¿por qué hombres si siempre le habían gustado las mujeres? ¿Qué le estaba pasando que sólo podía pensar en pijas, y encima excitarse de esta forma?

Ya no podía soportar más. Tenía que encontrar un hombre que saciara su calentura. Ya no le importaba el trabajo. Salió del despacho, cruzó toda el área de recursos humanos y fue hasta el ascensor. Presionó el botón para bajar. En la calle seguramente encontraría algún macho dispuesto a cogerlo. Cuando la puerta del ascensor se abrió, Alejandro quedó de frente con un alto hombre de negocios, impecablemente vestido, que distraídamente levantó la vista y se quedó esperando alguna reacción de Alejandro. Después de un par de segundos, dijo:

-         ¿Bajás? Éste baja. ¿No sabés por qué no hay nadie en las oficinas? Tenía una reunión importante pero no encuentro a nadie, ni siquiera a las secretarias.

Alejandro se contuvo como pudo de asaltar al hombre en ese preciso instante, sabiendo que con el ascensor abierto el tipo podría escaparse. Entró calmadamente, y presionó innecesariamente el botón de la Planta Baja, que ya estaba accionado. Apenas las puertas se cerraron, el chico se abalanzó sobre el ejecutivo, yendo directo a comerle la boca en un beso profundo, que tomó desprevenido al hombre de negocios. Unos segundos después, ambos se besaban apasionadamente, y rápidamente el chico se arrodilló para chupar la primera pija de su vida.

El ascensor subía y bajaba desde el 9no piso hasta la Planta Baja, y cada vez que se detenía y abría sus puertas, se veía al chico y el ejecutivo en todas las posiciones imaginables. Primero el chico culminó la tarea de chuparle la pija al atractivo hombre de traje hasta que éste le dio la leche que ahora sabía que tanto deseaba. Después, levantándose rápidamente, besó nuevamente al ejecutivo, que pudo saborear su propio semen mezclado con la saliva del pendejito, lo que lo calentaba mucho más. Sin pensarlo dos veces, el hombre se bajó los pantalones y el slip, y se puso de espaldas, arqueándose lo máximo posible, para ofrecerle a ese chico hermoso su culo, que para esta altura imploraba una pija que lo llenara. El chico no lo dudó, y casi sin lubricarlo empujó su pija hasta el fondo de ese irresistible culo. La calentura que ya traía, más la potencia propia de la edad, hicieron que acabara en cuestión de segundos, lo que desilusionó un poco al ejecutivo, que olvidó rápidamente su desencanto cuando el chico lo hizo acostarse en el piso del ascensor, y con un movimiento ágil y rápido se montó en la pija del ejecutivo, y lo cabalgó hasta que el hombre le llenó el culo de leche. Así estuvieron, subiendo y bajando, alternando quién era activo y quién pasivo, penetrando el uno al otro, chupando la pija del otro, durante largo rato. Cuando pudieron recomponerse, salieron del ascensor en la Planta Baja, y abandonaron el edificio.

En el 9no piso, en la oficina de presidencia, Richards observaba sonriente los monitores de las cámaras de seguridad, mientras en el noticiero comentaban alguna noticia de un ataque sexual perpetrado por cuatro hombres contra otro, al que violaron reiteradas veces.