Epidemia G - Episodio II

Continúa la saga de la Corporación Sombrilla. Obviamente, el lector sagaz habrá descubierto elementos de Resident Evil, REC, Contagio, y otras obras, pero con el componente erótico. Espero que sigan disfrutándola!

EPISODIO II

CAPITULO I

Jimena lamía incesantemente la concha de su jefa Sandra, que no paraba de gemir y retorcerse, mientras a su lado Andrea y Carla tijereteaban furiosamente. Cuando Sandra acabó en la boca de Jimena, ambas se trenzaron en un ardiente beso, en el que la saliva y el sabor del flujo se entremezclaba, generando en ambas renovada excitación. Sandra miró a Jimena, y le dijo:

  • No sé qué me pasa, nunca pensé que me gustaban las mujeres, pero ahora quiero cogérmelas a todas. Chuparles las tetas, comerle las conchas… Y si son hétero, mejor todavía. Sentir cómo se rinden a mi voluntad, como terminan acabando como perras y sintiéndose tan tortas como yo me siento ahora.
  • Te entiendo, dijo Jimena. Hace 15 minutos ni se me hubiera cruzado por la cabeza estar con otra mujer. Ahora no puedo parar de pensar en conchas y tetas. Y si se me cruza una hétero, estate segura que la convierto antes de que pueda darse cuenta.
  • ¿Y tu marido? Preguntó Sandra.
  • No tengo la menor idea. Espero que la esté pasando tan bien como yo. Pero la idea de coger con él, o con cualquier otro hombre, no me genera el más mínimo interés.

El grito ahogado de horror de Karina de contabilidad, al ver a las cuatro mujeres desnudas, en una escena que destilaba sexo, fue suficiente para dejar ver su heterosexualidad. La respuesta fue inmediata. Jimena saltó sobre ella, forzando un fogosísimo beso, mientras Sandra levantaba la pollera de la pálida rubia y apartaba su bombacha de algodón, hundiéndole la lengua en la conchita. La rubia lloriqueaba mientras un indescriptible calor se apoderaba de su cuerpo, al tiempo que Jimena le mordisqueaba los durísimos y enrojecidos pezones, que ahora imploraban la atención de la boca que los succionaba. Karina se dejó caer sobre la cara de Sandra, que ya le comía la concha descaradamente, mientras Jimena se ponía de pie, enfrentando su entrepierna con la cara de Karina, que temerosamente sacó su lengua hasta encontrar el clítoris que se le ofrecía.

En el laboratorio, Eduardo recibía en su boca y su culo las primeras acabadas de leche que lo hacían retorcerse de placer, al tiempo que su propia pija explotaba en un incomparable orgasmo. Se puso de pie, aun temblando por las nuevas sensaciones, y junto a los otros dos hombres se dirigieron hacia la oficina del jefe del laboratorio, imaginando una intensa orgía entre los cuatro. Justo en el momento en que entraron a la oficina, el jefe gruñía explotando dentro del culo del cadete, que acostado sobre el escritorio sonreía e imploraba que le llenara el culo de leche. Eduardo y los dos hombres sonrieron y se sumaron a la escena, lamiendo y engullendo las pijas de los otros, besándose, acariciándose y sumergiéndose en una orgía que, a medida que pasaban las horas, crecía en número de participantes y en intensidad.

CAPITULO II

Cerca de las seis de la tarde, los cuerpos de los hombres que estaban sudados, extenuados, cubiertos en leche, y que continuaban entrelazados, fueron soltándose, dándose furiosos besos mientras se despedían. Ahora cada cual debía continuar la tarea de esparcir esta nueva sexualidad que los dominaba.

Acomodando sus ropas como pudo, sin nada debajo de sus pantalones que dificultosamente ocultaban la permanente erección, Eduardo bajó hasta el piso donde su esposa se despedía de Sandra y las otras chicas con ardorosos besos, para emprender juntos el camino de regreso a su casa. Jimena se vistió apenas con lo mínimo indispensable, dejando de lado su destrozada ropa interior. Era mejor así, para no perder tiempo cuando se encontrase cara a cara con alguna otra perra a quien cogerse.

Ya en el auto, en el camino de regreso a casa, Jimena se pajeaba furiosamente imaginando la inminente violación a sus vecinas del edificio, mientras su marido mantenía una imposible erección imaginando las pijas que chuparía y que se lo cogerían al llegar a casa, recorriendo los distintos departamentos de sus desprevenidos vecinos, sabiendo que la mañana siguiente el edificio entero estaría entregado a una orgía homosexual imposible de parar.

Cuando entraron al hall, vieron a Osvaldo, el portero, que los saludaba como todos los días. Se miraron, sonriendo cómplices, y Jimena fue hacia el ascensor, sabiendo que su primera víctima sería su vecina de piso, mientras Eduardo ya saboreaba la cogida que le daría a Osvaldo.

CAPITULO III

En el sótano, la cabeza de Osvaldo acompañaba los rítmicos movimientos de la cadera de Eduardo, que le cogía la boca desesperadamente. El portero sentía ahora en su interior un incomparable hambre por esa pija que lo llenaba, y deseaba ansiosamente saborear la leche que sabía que pronto lo inundaría. Su propia pija estaba enormemente tiesa, y el presemen brotaba a borbotones, haciéndolo presagiar el intenso orgasmo que su primera mamada le proporcionaría. Cuando Eduardo acabó, el inigualable sabor de la leche bajando por su garganta lo hizo explotar, soltando gruesos chorros de leche, que atravesaron la tela de su pantalón, dejándolo empapado y jadeante. Casi sin darse tiempo para reponerse, Osvaldo se puso de pie, y haciendo girar a Eduardo con sus potentes brazos, se abrió el pantalón extrayendo la empapada pija, que en un rápido movimiento se introdujo en el hambriento culo del joven. Osvaldo comenzó a bombear como poseído, mientras Eduardo gemía de dolor y placer, sintiendo esa hermosa y enorme pija en su putísimo culo.

No hizo falta demasiado bombeo, para que al cabo de un par de minutos, Osvaldo explotara dentro del joven, que simultáneamente expulsó de su propia pija enormes cantidades de leche, que el portero capturó como pudo con sus manos, para llevarse a la boca y saborear como si del mayor manjar se tratase. Los dos hombres se quedaron abrazados, semidesnudos, besándose tiernamente, hasta que Eduardo se despidió, explicándole a Osvaldo que quería ir a visitar a su vecino del 4to B, aquel fisicoculturista musculoso que ahora le parecía extremadamente hermoso. El portero sonrió, y se dispuso a ir a visitar al maduro vecino del 1er piso, viudo hace unos años y que seguramente recibiría con beneplácito la cogida que Osvaldo planeaba darle.

Cuando salieron del sótano, Eduardo tomó el ascensor rumbo al 4to piso, mientras Osvaldo terminaba de cerrar la puerta con llave. Cuando estaba por subir, vio parado en la puerta a Marcelo, el chico del 9no piso, y su pija reaccionó de inmediato. Sin dudarlo, llamó al joven para pedirle, con cualquier excusa, que lo acompañara al sótano.

En el 7mo "B", el 69 lésbico era indescriptiblemente ardiente. Jimena lamía y jugaba con la concha de Micaela, que a su vez comía su primera concha con desesperada pasión. Las dos mujeres gemían y gozaban de la otra, hasta que un intensísimo orgasmo les hizo soltar copiosas cantidades de flujo en la boca de la otra. Respirando entrecortadamente, se sonrieron y se abrazaron, besándose ardientemente, mientras sus manos recorrían el cuerpo de la otra. En pocos segundos, sus piernas se abrían y se entrelazaban, dejando sus clítoris frotándose contra el de su compañera. Comenzaron un suave movimiento, que fue aumentando en intensidad hasta que el tijereteo se hizo casi salvaje. Ambas mujeres jadeaban y gritaban como perras en celo, hasta que llegaron a un nuevo orgasmo, casi simultáneamente, lo que las dejó extenuadas. Jimena se puso sus ropas nuevamente, mientras Micaela sólo se calzó una tanga, y salieron juntas a recorrer los departamentos de sus vecinas, mientras el flujo de sus conchas no paraba de fluir, y corría por sus muslos.

CAPITULO IV

Eduardo bajó en el 4to piso, y llamó a la puerta del departamento "B", con una excitación que no lo dejaba pensar. Su pija estaba a punto de romper el pantalón, aunque no sabía si era sólo la erección o realmente había crecido de tamaño. El patovica abrió la puerta desinteresadamente, y miró a Eduardo fijamente a los ojos, como ordenándole que se fuera y no lo molestara. El joven, desafiante, dio un paso adelante y entró al departamento, ante la confundida mirada del musculoso, que le espetó:

  • ¿Qué te pasa, flaco? ¿Quién sos? ¿Qué querés?
  • Soy tu vecino del 7mo. Resulta que hay un problema con Osvaldo, el portero, y estoy yendo departamento por departamento a ver qué hacemos.
  • ¿Osvaldo? ¿Qué problema hay con el viejo, si es bárbaro?
  • Sí, es bárbaro, respondió Eduardo. Y chupa la pija como los dioses. Además me acaba de pegar una cogida descomunal.

Los ojos del musculoso se llenaron de ira. Este puto viene acá a provocar, o a qué carajo viene. Alberto, tal el nombre del fisicoculturista, tomó a Eduardo del brazo y vociferando, dijo:

  • Mejor que te vayas de acá, puto. No me gustan los chupapijas como vos. Andate antes de que te lastime, ¿sabés?

Eduardo aprovechó la cercanía y en un rápido movimiento incrustó sus labios contra los de un desprevenido Alberto, que dada su fuerza consiguió desprenderse rápidamente del putísimo vecino.

  • Te dije que te fueras, puto de mierda. ¿Qué carajo te crees? Te dije clarito que no me gustan los putos. A mí los hombres no me van, ¿entendés? ¡A mí me gustan las minas!

Mientras decía todo esto, su pija había ido endureciéndose, y se marcaba innegablemente debajo de su pantalón de jogging, por lo que, señalando el bulto, Eduardo soltó:

  • Me parece que tendrías que decirle eso a tu pija, que está que revienta por el beso que te di. ¿Me querés decir que no te gustaría que me arrodille y te la chupe, o que te entregue el culo y me cojas hasta volarme la cabeza?
  • ¡No! No me gustan los hombres… no… no…

Alberto se quedó quieto, con la mirada perdida, sin mover ni un músculo, hasta que sus ojos se clavaron en los de Eduardo, que sabiendo lo que vendría, sonrió ampliamente. Alberto dio dos pasos hacia Eduardo, hasta quedar cara a cara, y haciendo gala de su fuerza descomunal, giró al joven con un solo brazo, mientras con la otra mano le bajaba los pantalones. Aprovechando la leche que aún mojaba el culo del joven, lo empaló con su impresionante pija, y comenzó a bombear incesantemente, pese al pedido de clemencia de Eduardo, que sentía un inmenso dolor por la enorme pija que tenía dentro. Fueron sólo unos pocos segundos, pero para el joven resultaron siglos, hasta que su culo pudo acomodarse al tamaño del monstruo del patovica, que seguía bombeando ignorando los reclamos de Eduardo, que pronto habían cesado y se habían convertido en gemidos de placer primero, y en súplicas después, con frases como "cogeme, bestia, haceme el culo", o "dale, sentite tan puto como yo y no pares de cogerme". Alberto no pudo contenerse mucho, y enormes cantidades de leche llenaron el culo de Eduardo, al punto que comenzaron a desbordar y chorrear aún antes de que el patovica sacara su pija de dentro del joven. Eduardo había también acabado, por el inmenso placer que Alberto le había dado, y antes de terminar de temblar por su propio orgasmo, sintió la boca caliente del musculoso que le envolvía la pija, y comenzaba a chupársela. Eduardo sonrió, y no pudo contenerse, diciéndole las cosas que ahora Alberto deseaba escuchar:

  • Dale putito, chupame la pija. Sentí como me ponés de duro, y preparate para tomarte mi leche.

Alberto chupaba sin parar, hasta que Eduardo le dio la recompensa que tanto quería, y por primera vez en su vida, el musculoso patovica supo que siempre había deseado tragar leche de otros hombres.

CAPITULO V

En el sótano, Marcelo estaba de pie, con la cintura doblada, sus manos en sus rodillas, haciendo que su culo sobresaliese bien para que Osvaldo lo cogiese sin piedad. El portero le daba al chico la pija que ahora tanto le gustaba, y Marcelo gemía de placer, mientras su pija chorreaba presemen. Sabía que quería que le llenaran el culo, así después podría también chuparle la pija al portero para saborear esa leche tan deseable.

Cuando Osvaldo finalmente acabó, llenándole el culo con esa leche maravillosa, Marcelo tuvo su primer orgasmo como puto, sabiendo que no sería el último. Lo disfrutó como nunca había disfrutado un polvo con ninguna concha. Ahora sabía que había nacido para que le dieran pija, tanto por el culo como por la boca, así que tenía que seguir para que la pija de ese hombre maduro tan bello le diera la leche que él quería saborear.

Sin dejar reaccionar a Osvaldo, giró, con su culo aun chorreando la leche del portero, y se introdujo la pija del maduro hombre en su golosa boca, que comenzó a succionar mientras sus manos acariciaban los increíblemente eróticos huevos del portero. Casi por instinto le hizo una mamada única al portero, que rápidamente le dio de tomar su leche, mientras le decía calientes frases que lo excitaban más, y hacían que su propia pija soltara enormes cantidades de su propio semen.

Marcelo miró su reloj, imaginando que Javier pasaría en cualquier momento a buscarlo, y se acomodó las ropas lo mejor que pudo, se despidió de Osvaldo con un tierno beso con el que compartió el sabor a leche con el que el portero ya tenía en su boca, y subió la escalera para salir del edificio.

Cuando Osvaldo salió del sótano, el chico ya no estaba, y Osvaldo pudo subir al 1er piso, tal como le había dicho a Eduardo que haría, a visitar al maduro viudo solitario.

En el 5to "B", la puerta abierta dejaba escapar los gemidos de la ardiente adolescente, que tijereteaba con Micaela mientras le comía la concha a una desbocada Jimena, que profería cachondísimas frases dedicadas a la pendejita.

  • Comeme la concha, nena, dale. Yo sabía que eras tan torta como nosotras, que no te ibas a poder resistir a entregarte a coger con nosotras.

La jovencita no podía responder, su boca llena con el enorme y ardiente clítoris de la vecina, que le entregaba cantidades enormes de ese jugo que ahora tanto le gustaba.

La madre de la chica entró al departamento, azorada por la visión de su hija trenzada con las dos mujeres, que la miraron con enigmática sonrisa. La mujer quedó paralizada, y balbuceando, dijo:

  • Hija, yo no sabía que te gustaba esto. Pensé que te gustaban los chicos. Pero no podés estar así con la puerta abierta, y con todos esos ruidos…

Leonor, la madre de la chica, no pudo terminar la frase, porque Jimena se abalanzó sobre ella, y arrancándole la blusa y el corpiño comenzó a lamerle las tetas, mientras la mujer trataba de zafarse como podía. Jimena, hábilmente, le introdujo en la boca dos dedos cubiertos con su propio flujo, aprovechando que la mujer trataba de pedir ayuda. En cuanto su lengua pudo saborear los dedos de la joven, su cuerpo reaccionó instantáneamente, tal vez por la enorme calentura que tanto tiempo sin un hombre hacía que ella sintiera. Sin darse cuenta, ya estaba chupando los dedos de su atacante, mientras su propia concha comenzaba a dejar escapar enormes cantidades de flujo, que Jimena ya lamía ávidamente. Pocos segundos después, su propia boca estaba ocupada con la concha de la joven, y ambas mujeres se trenzaban en un ardiente 69, mientras su hija adolescente alcanzaba un intensísimo orgasmo, el primero de su nueva sexualidad lésbica, junto con Micaela.

En el 8vo piso, Eduardo y Alberto cogían apasionadamente a los dos gemelos que se habían instalado allí, provenientes del interior, para estudiar en la universidad. Los chicos, uno al lado del otro, entregaban sus ahora hambrientos culos a los dos hombres, mientras se besaban entre ellos, olvidando totalmente que eran hermanos. El patovica era despiadado con Lautaro, mientras Eduardo era mucho más dulce y tierno con Lorenzo. Cuando acabaron, Eduardo y Alberto intercambiaron posiciones, para beneplácito de los gemelos, que volvieron a sentir sus culos rellenos de pija. Menos de media hora después, los cuatro salían en busca de otros vecinos, sabiendo que lo único que saciaba su hambre era coger con otros hombres.

CAPITULO VI

Don José acababa de prepararse la cena, y se sentó a la mesa con el plato frente a él, dispuesto a ver una película en la tele. Desde que enviudó, su rutina se limitaba a cenar solo mirando películas.

El timbre lo sorprendió, un poco por la hora de la noche, y otro porque hacía muchísimo que nadie lo visitaba. Abrió la puerta, y encontró a Osvaldo, el portero, mirándolo sin decir nada.

  • Hola, Osvaldo. Qué sorpresa. ¿En qué lo puedo ayudar?
  • Hola, Don José. Disculpe la molestia. ¿Puedo pasar?, dijo mientras entraba sin esperar respuesta. Y justamente, quiero mostrarle algo con lo que me puede ayudar.

Una vez dentro del departamento, el portero bajó su pantalón exhibiendo su durísima verga enrojecida. Don José estalló de furia, y a los gritos, intentó expulsar a Osvaldo del departamento. Obviamente, el portero redujo al maduro sesentón con facilidad, hasta que lo tuvo contra la mesa, ya el plato de comida en el piso, y mientras le bajaba los pantalones, susurraba en el oído del canoso maduro:

  • Ahora tu culito va a ser mío. Hace mucho que no cogés con nadie, ¿no? Bueno, a partir de ahora eso va a cambiar. Después que termine con vos no vas a parar de coger y ser cogido hasta que te mueras, putito.

José gritaba y trataba de escapar, pero pronto la enorme pija de Osvaldo estaba dentro de su culo, provocándole un terrible dolor que lo había dejado inmóvil. El portero, cuando ya tenía al hombre sometido, le forzó la cabeza levemente, y estampó un beso en la boca del hombre, descargándole saliva y el inconfundible sabor de la leche que persistía en la lengua de Osvaldo. José sollozaba, sabiéndose dominado y por el dolor incesante en su culo, hasta que su cuerpo empezó a reaccionar de una forma que no entendía. Poco a poco, el dolor en su culo fue disminuyendo, mientras su excitación iba en aumento, y su pija, que hacía tiempo que no se erguía, comenzaba a devolverle sensaciones que no había experimentado en varios años. Osvaldo lo bombeaba suavemente, y José gemía ahora, sintiendo la fantástica pija del portero que lo estaba cogiendo como nunca antes había experimentado. No sabía que Osvaldo era puto, pero tampoco sabía que ser puto era tan placentero. Si realmente era siempre así, no tenía dudas que de ahora en más iba a tener su culo rellenado por pijas con mucha frecuencia. En cuestión de un par de minutos, y luego de un continuo vaivén del portero, sintió como su culo se llenaba de leche, y acabó el también en un intenso e inédito orgasmo, el primero de su nueva vida de puto.

Para las tres de la mañana, todo el edificio estaba entregado a sendas orgías homosexuales, hombres por un lado, mujeres por otro, todos entregados al placer, todos descontrolados y sin visos de sentirse saciados en ningún momento.

Por toda la ciudad, en los edificios donde vivían los otros empleados de la Corporación Sombrilla, las escenas eran similares. Orgías homosexuales que parecían no tener fin se replicaban en todas partes, esparciendo el virus LG a una velocidad de reproducción que superaba todas las expectativas.