Epidemia G - Episodio I

ATENCION! Esta historia contiene elementos de ciencia-ficción, terror, y escenas de sexo gay Y lésbico. Si no les gustan alguno de estos componentes, les rogaría no leerla porque seguramente no la van a disfrutar. Aquellos que si quieran leerla, les agradeceré sus comentarios y valoraciones. Besos!

EPIDEMIA G - EPISODIO I

CAPITULO I

Marcelo salió rápidamente de su edificio y subió al auto de su amigo Javier, con la cabeza que aún le daba vueltas. Miró a su amigo y supo inmediatamente que deseaba chuparle la pija, trenzarse en besos húmedos y apasionados y finalmente sentirlo dentro de su culo, para después cogerlo él furiosamente. En el asiento trasero del auto, Carla y Laura lo saludaban, aunque él no mostró el más mínimo interés. Sólo habían pasado dos horas desde que Javier lo había llamado para decirle que había invitado a las dos chicas a salir, los cuatro, a tomar algo y que, por lo que había visto en sus perfiles de Facebook, las dos chicas eran muy putas y seguramente terminarían cogiéndolas después de un par de tragos en algún bar del centro. En aquél momento, la idea le había parecido genial, pero ahora las dos mujeres no le interesaban en lo absoluto, y en su cabeza sólo quería coger con su amigo.

Durante el viaje hacia el bar, Marcelo no dijo ni una palabra. La incomodidad de las dos mujeres iba en ascenso, mientras Javier se preguntaba qué le pasaba a su amigo y porqué lo miraba permanentemente de forma tan extraña. Marcelo no podía quitar los ojos del cuerpo de su amigo, y lo imaginaba desnudo y jadeante, lo que le provocaba una erección que se le hacía difícil de disimular.

Javier había elegido un pub estilo irlandés del centro, a sabiendas de la escasa luz que había en el lugar y de los íntimos reservados que el lugar ofrecía, lo que les permitiría avanzar sobre las chicas para generar el clima propicio para llevarlas a un hotel. Llegaron al lugar, y se acomodaron en uno de los reservados, con Marcelo sentándose junto a Javier, ante la atónita mirada de las dos chicas, que empezaban a preguntarse qué hacían ahí con esos dos idiotas.

CAPITULO II

Dos horas antes…

Marcelo cortó la llamada con Javier, que le había contado de las dos putitas que conoció por Facebook, a las que había invitado a salir esa misma noche. Le había pasado los perfiles de ambas, y cuando vio las fotos no podía creer su suerte. Eran dos perras que estaban bastante buenas, y sin dudas tendría una noche de lujuria para la historia. En especial por la que le tocaría a él, que tenía unas tetas impresionantes, y que su amigo gentilmente le había cedido. Aunque Marcelo sabía que Javier era más inclinado a buenos culos, y por eso se había quedado con la otra. Carla, la tetona pelirroja que Marcelo imaginaba cogiéndose esa misma noche, era una provocación caminando. En todas sus fotos la muy perra se esforzaba por mostrar el descomunal tamaño de sus tetas, mientras la expresión de su cara denotaba que quería que se la cogieran de todas las formas posibles. La otra, Laura, era una rubia muy linda de cara, bastante flaca, pero con un culo que claramente tenía mucha hambre de pija, habida cuenta de la forma en que las ajustadísimas calzas que lucía en las fotos se hundían entre sus nalgas. Además, la rubia no podía ocultar lo puta que era, siendo que en las fotos de frente podía verse claramente como las calzas se clavaban en su zanja, dejando ver perfectamente los pliegues de sus labios exteriores. Evidentemente, ésta noche los dos amigos iban a cogerse a este par de perras, que no hacían ningún esfuerzo por ocultar lo putas que eran.

Marcelo se tomó su tiempo para bañarse, afeitarse, y elegir la ropa más adecuada. Se puso un jean negro, combinado con una camisa bastante entallada que marcaba sus pectorales y su perfecto abdomen de tabla de lavar. Completó con un par de zapatillas inmaculadamente blancas y unos lentes de sol calzados sobre el pelo, a manera de vincha.

Cuando todavía faltaba media hora para que su amigo Javier pasara a buscarlo, que seguramente sería más tiempo ya que primero pasaría a buscar a las chicas, Marcelo bajó para ir al kiosco a comprar cigarrillos, algunos forros y volver a la puerta de su casa a esperar la llegada de su amigo. Cumplido el cometido de las compras, Marcelo se acomodó en la puerta de su edificio, mientras imaginaba hundiéndose en las exuberantes tetas de la pelirroja.

Mientras divagaba, escuchó al portero del edificio, Don Osvaldo, que lo llamaba desde el fondo del pasillo de la planta baja. Marcelo abrió con su llave, y fue al encuentro del hombre, que lucía en su rostro una extraña expresión, mezcla de confusión y algo más que Marcelo no podía precisar.

  • Hola Marcelo, necesitaba mostrarte algo en el sótano. Es medio raro y estoy preocupado porque me pueden hacer despelote a mí.
  • Hola, Osvaldo. Sí, vamos, muéstreme. ¿Qué pasó?

Osvaldo abrió la puerta al sótano, y se apartó para que Marcelo bajara primero, cosa que el muchacho hizo sin sospechar nada. Bajó hasta el primer descanso de la escalera, mientras escuchaba al portero cerrando la puerta y bajando detrás de sí. El joven giró para quedar frente al hombre, y quedó estupefacto al ver lo que vió.

Osvaldo lo miraba fijamente, y su pija erecta le apuntaba directo su cara, dada la diferencia de altura por los tres escalones que los separaban. Marcelo miraba desencajado sin entender qué pasaba. Sabía que el hombre estaba solo hacía un tiempo porque la mujer lo había dejado, pero ¿ahora le gustaban los hombres? Además ¿le gustaban pendejos como él? Marcelo caminó hacia atrás, sin saber cómo reaccionar, hasta que la pared le impidió seguir moviéndose. El portero avanzó rápidamente hacia él, y tomando su cara con ambas manos, estrechó sus labios contra los del joven, hundiendo su lengua en su desprevenida boca. Marcelo sintió asco, por tener la lengua de otro hombre dentro de la suya propia, pero también por el extraño sabor que le recordaba el olor de su propio semen cuando se pajeaba. Una arcada hizo que casi vomitara, pero pronto esa sensación se detuvo. De a poco, sintió como su cuerpo se relajaba, mientras su propia pija iba endureciéndose y sus manos que

primero

pujaban por empujar al maduro hombre, ahora comenzaban a abrazarlo.

CAPITULO III

Una hora antes…

Osvaldo había terminado de hacer la recolección de las bolsas de residuos por los pisos y depositarlas en la puerta del edificio, cuando vio a la parejita del 7mo "A" llegando de vuelta de su trabajo, y los saludó como de costumbre. El hombre se quedó mirándolo extrañamente, mientras Jimena, la mujer, sonreía misteriosamente y continuaba caminando hacia el ascensor. Osvaldo miró a Eduardo, el muchacho, que se había quedado allí en el pasillo, y que no le quitaba los ojos de encima. El portero se sintió incómodo, porque no sabía qué le pasaba al muchacho.

¿

Sería que tenía algo en la ropa?

¿

O que estaba sucio o desaliñado? Sabía que desde que su mujer lo dejó, él se había descuidado bastante, pero tampoco era para que lo miraran de esa forma, pensó.

  • Eduardo, ¿estás bien? ¿Necesitás algo?
  • Nada, Osvaldo, es que me acordé que dejé unas herramientas en el sótano el otro día, cuando bajé a arreglar la térmica de mi departamento, y quería pedirte si me abrís y me acompañás a buscarlas.
  • ¡

Claro, Eduardo! ¿Cómo no?

Sintió alivio porque pensó que aquello era cierto, y caminó raudo hacia la puerta del sótano. Abrió y comenzó a bajar las escaleras, escuchando detrás de él a Eduardo que lo seguía de cerca. Cuando llegaron al lugar donde estaban las térmicas de todo el edificio, Osvaldo buscó con la mirada pero no pudo ver ninguna herramienta olvidada allí. Se volteó para decirle eso a Eduardo, pero no tuvo ni tiempo de reaccionar, porque el joven lo tomó de los hombros y lo forzó a caer al piso, al tiempo que en un rápido movimiento le introdujo una enorme y durísima pija en la boca. Osvaldo forcejeó y trató de zafarse, pero sobre todo de sacarse esa pija de la boca, porque no lo dejaba respirar, ya que había llegado hasta su garganta y le cerraba el paso de aire. Pensó en morder fuertemente, lo que seguramente haría que el muchacho le quitara la pija de la boca, pero algo lo detuvo. El sabor era extraño pero atrapante. Casi exquisito. Sintió que su garganta se relajaba y que la pija del muchacho comenzaba un movimiento de vaivén, mientras su cuerpo se acomodaba para dejar que la pija de Eduardo le entrara mejor hasta el fondo, y sus manos tomaban la cintura del joven para acompañar el acompasado movimiento de sus caderas.

El ascensor llegó al 7mo piso, y Jimena abrió la puerta decidida. Encaró directamente la puerta del 7mo "B", y llamó al timbre, mientras aflojaba dos botones de su blusa, de forma que sus marcadas tetas dejaran ver que no llevaba corpiño.

  • ¿Quién es?, se escuchó detrás de la puerta.
  • "Jimena, tu vecina de piso. Necesitaba comentarte una cosa que pasó con el portero… estoy desesperada", dijo fingiendo voz angustiada.

Micaela abrió la puerta de su departamento, dejando pasar a su compungida vecina. Una vez que había entrado, cerró la puerta y se dio vuelta para quedar de cara a Jimena, que se había quedado calladamente de pie exactamente detrás de ella, con lo que quedaron cara a cara. Micaela se sorprendió, y Jimena le dijo:

  • Mi marido se está cogiendo al portero en el sótano, ¿podés creerlo?, dijo sonriendo.

Micaela la miraba extrañada, sin saber qué decir. Jimena continuó:

  • Resulta que a los dos les gusta la pija, casi tanto como a mí me gustan la concha y las tetas de una buena perra como vos.

Micaela estaba muda. No sabía cómo reaccionar. Trató de desviar la vista hacia abajo, pero se encontró con la blusa casi completamente abierta de su vecina que exhibía un par de importantes tetas, que casi la estaban rozando. Quiso salir hacia un lado, pero Jimena la bloqueó con un brazo. Hizo lo mismo hacia el otro lado, pero la vecina volvió a bloquearla. Micaela miró a los ojos de Jimena, implorando que la dejara ir, confundida y sin entender cómo su vecina, recientemente casada y aparentemente feliz y heterosexual hasta la última vez que la había visto, ahora estaba a punto de violarla. La boca de Jimena se lanzó contra

la

de Micaela, que en cuanto entró en contacto con los labios de su vecina sintió repulsión. La lengua de Jimena se había metido en su boca y le transmitía el inconfundible sabor del flujo vaginal que ella conocía por su profesión de ginecóloga. Intentó denodadamente zafarse de los brazos de su captora, pero en pocos segundos su cuerpo la estaba traicionando, sintiendo la humedad de su propia vagina inundando su tanga y su pantalón de algodón blanco, dejando ver a su vecina la excitación que iba apoderándose de su cuerpo.

CAPITULO IV

Ocho horas antes…

Jimena y Eduardo llegaron a las oficinas de la empresa donde trabajaban juntos. La Corporación Sombrilla la había contratado hacía poco tiempo, luego de la adquisición por un misterioso grupo extranjero, que había cambiado la política de contratación de familiares, lo que permitió que ella entrase a trabajar junto a su marido. Se despidieron con un pico, y ella fue hacia su oficina, mientras Eduardo se iba a su escritorio en el área de laboratorio.

Jimena llevaba más de media hora enfrascada en unas complejas planillas de Excel que mostraban unas progresiones numéricas que no terminaba de comprender, cuando el teléfono la distrajo. Atendió, escuchando la voz asustada de su marido que le decía:

  • No sé qué pasa, se volvieron todos locos. Encontrémonos en la puerta y salgamos de acá!!!!
  • Pero ¿de qué hablás? ¿Qué pasa? ¿Quién se volvió loco?

En ese momento, la llamada se cortó, y Jimena, asustada, corrió al ascensor para ir al piso del laboratorio donde su marido trabajaba.

En el laboratorio, dos de los compañeros de trabajo de Eduardo, desnudos, lo habían sometido, y uno le había metido la pija en la boca, mientras otro le había arrancado los pantalones y el bóxer, y se preparaba para penetrarle el culo. Eduardo luchaba y trataba de zafarse, hasta que sintió la durísima pija de su compañero entrando en él. En ese momento, la sensación de esa enorme pija en su culo sumado al sabor de la que le llenaba la boca, tomaron por asalto sus sentidos, haciendo que casi de inmediato su cuerpo se relajase y dejase que esos dos hermosos hombres lo cogieran.

Jimena no había conseguido llegar al ascensor, porque vio en el cubículo consecutivo al suyo propio a sus dos compañeras de sector, una de ellas casi sin ropas, arrojada de espaldas sobre la impresora, mientras la otra, arrodillada frente a ella, le comía ardientemente la concha, y ambas parecían extasiadas y deseosas de estar ahí haciendo exactamente eso. Jimena se quedó inmóvil, sin entender lo que veía, sabiendo que ambas chicas tenían novios y que incluso una de ellas estaba próxima a casarse con su chico.

Estaba tan enfocada en ver a sus dos compañeras, que no percibió a su jefa que, desnuda, se había parado detrás de ella, y en un rápido movimiento, la tomó de sus hombros y la hizo girar, para hacerla caer en el piso, y trabándole la cabeza con sus piernas, le cubrió la boca con su concha. Jimena luchaba por zafarse de esa posición, pero el flujo de su jefa invadía lentamente su boca, haciendo que sus deseos de lucha fuesen cesando, siendo reemplazados por el ardiente deseo de comerle la concha a esa hermosa mujer que se le estaba ofreciendo.

CAPITULO V

30 minutos antes…

Por videoconferencia, el nuevo director de Corporación Sombrilla para América Latina les había dado un discurso de los planes para el próximo "quarter", aunque a ninguno de los presentes le cerraba mucho ese extraño plan de expansión. Sobre todo, cuando el director hablaba de la agresiva política de conquista de mercado, que nadie sabía bien cómo podrían concretar. Lo bueno, pensó Sandra, la gerente de marketing y desarrollo de mercado, eran las masas dulces que habían servido como desayuno. Eran muy adictivas, ella misma se había comido cinco, pero vio que varios de los gerentes se habían comido muchas más. Bajaron todos en el ascensor desde el último piso, el de presidencia y salas de reuniones de dirección, hacia los pisos de cada uno de los gerentes. Increíblemente, dos de ellos, el de recursos humanos y el de finanzas, se habían trenzado en un beso de lengua a la vista de los demás, que rápidamente bajaron del ascensor dejando a los dos hombres seguir con su ardoroso romance. Poco profesional, pensó ella, mientras caminaba hacia su oficina. Al pasar por el cubículo de Andrea, una pasante que había ingresado hacía poco tiempo, no pudo resistirse a mirar las perfectas piernas de la morochita de pelo corto, que la miró con una sonrisa. Sandra sintió que su concha se inundaba, y que esa pendejita era lo ideal para sacarle la calentura que la había invadido. Sin pensarlo, se arrojó sobre la desprevenida chica, que con el empujón hizo caer el portarretratos con la foto de su esposo y su hijo recientemente nacido. Sandra arrancó el culotte de Andrea, y hundió su lengua en la sabrosa concha de la joven, que no podía reaccionar ni gritar ni moverse. En pocos segundos, los expertos lengüetazos de Sandra la hacían gemir y retorcerse, aunque Andrea no entendía cómo otra mujer podía provocarle estas sensaciones. Jamás una mujer le había resultado atractiva, pero ahora la idea de acabar en la cara de Sandra y después comerle la concha se le hacía más y más irresistible.

En el despacho del gerente de recursos humanos, el cadete más joven de la empresa estaba acostado sobre el escritorio al tiempo que el gerente, junto con el de finanzas, le cogían el culo y la boca. El chico estaba absolutamente fascinado con la novedosa sensación de dos pijas dentro de su cuerpo, ya el recuerdo del sexo con mujeres tornándose cada vez más lejano y borroso en su mente.

A medida que los empleados fueron llegando, las escenas de sexo fueron multiplicándose, todas con el mismo factor común:

ocurrían

entre personas del mismo sexo.

CAPITULO VI

45 minutos antes…

En el manos libres del teléfono se escuchaba:

  • Estamos listos para comenzar la operación en todas las filiales de América Latina, así que en 15 minutos tendremos una videoconferencia con los gerentes locales, donde se les servirá un simpático desayuno infectado con el virus LG. Si las proyecciones son correctas, en un plazo de 15 días, la totalidad de los habitantes de las ciudades donde tenemos sedes serán completamente homosexuales, dominados por sus deseos de sexo desenfrenado, prácticamente improductivos y fácilmente dominables.
  • "Perfecto", se escuchó del otro lado del teléfono, y la comunicación cesó.