Entusiasta del cunnilingus

El pubis de Silvia se elevó para encontrarse con mi boca. Terminé de quitarle el bikini y hundí la cara en la olorosa intimidad. . . ¡El Paraíso!

Entusiasta del cunnilingus

por Clarke.

El pubis de Silvia se elevó para encontrarse con mi boca. Terminé de quitarle el bikini y hundí la cara en la olorosa intimidad. . . ¡El Paraíso!

L amer la vagina de una mujer es lo que siempre deseé hacer, pero, por alguna razón, nunca había funcionado. Hasta que conocí a Silvia. . . era una chica muy especial.

--¿Te gustaría que estuviéramos solos para poder intimar? --le dije en nuestra primera cita.

--Yo no soy esa clase de chica --me respondió. Y en el mismo momento separó bien mis piernas y me apretó el sexo.

Así iban a ser las cosas con Silvia. Me dijo que no me lamería el pene, pero comenzó a succionarme los huevos como para dejarme seco. Me dijo que no podría metérsela en el ano, pero al rato se puso en cuatro patas en el suelo y se separó las cachas con sus propias manos. Me dijo que no tenía nada que ver con el voyeurismo y los dos nos escondimos en un placard para mirar cómo una parienta suya culeaba con su amigo.

Una noche, en una fiesta, Silvia me aseguró que nunca había permitido a nadie que le lamiera la vagina.

Era un living oscuro, con mucha gente toqueteándose por todas partes. Ella estaba sentada en el apoyabrazos de un sillón. Yo me paré y luego me arrodillé frente a ella. Coloqué las manos sobre su pollera, levantándola más allá de sus rodillas. Cuando vi que comenzaba a separar las piernas, mi corazón aceleró a toda velocidad.

Apoyé una mano entre sus muslos. Estaban transpirados. Ella se rió nerviosamente y separó aún más las piernas. Le acaricié los senos por encima de la seda de su top. Tenía pezones muy sensibles y se pusieron erectos inmediatamente. Sus piernas se relajaron y llevé la otra mano hacia la parte alta de sus muslos. Me puse rápido en contacto con el género suave de su bikini. Apreté su vello a través de la tela. Ella se inclinó hacia mí, se levantó el top y me ofreció una de las tetas para que se la chupara. Respiraba jadeando entre suaves gemidos.

--No podés lamerme ahí --me decía con firmeza, aunque sin aliento.

Coloqué la cabeza entre sus piernas. Tenía un olor irresistible, mi nariz se aproximaba ya a su concha. El bikini se deslizaba bajo el impulso de mis dedos. Mi sexo me dolía bajo tanta presión.

El pubis de Silvia se elevó para encontrarse con mi boca. Terminé de quitarle el bikini y hundí la cara en la olorosa intimidad. . . ¡El Paraíso! Metí la lengua entre los labios de su sexo. Estos se separaron y me dejaron sentir la carne jugosa que escondían. Silvia gemía mientras yo le hundía la lengua y comenzaba a deslizarla despacio hacia arriba. La succionaba con fuerza. Mi miembro parecía a punto de perforar la bragueta del pantalón. Y yo seguía besándola y absorbiendo su deliciosa miel. Comenzó a gemir en voz alta mientras apretaba sus muslos sudorosos contra mis mejillas. Sentí como llegaba en largos e intensos orgasmos. Mi boca y mi lengua se inundaron con su intimidad superando por lejos lo imaginado en mis más trabajadas fantasías.

No pude contenerme. Mi verga estalló dentro de mis pantalones. Seguí lanzando leche entre largos espasmos, como si hubiesen abierto una canilla. Mientras tanto seguía adherido a la concha de Silvia, que parecía no terminar de acabar nunca, incapaz de detener mis lamidas.

Lo que más me divirtió después fue notar que toda la gente en la habitación se estaba franeleando a conciencia y que nadie pareció darse cuenta de cómo acabé satisfaciendo al fin mi compulsivo deseo de lamer el lujurioso fruto de una mujer.