Entrenamiento de un sumiso (fragmento)
Traducción de un fragmento de "Resurrección, una historia de amor S/M" ("Resurrection, An S/M Love Story", de Debra Hyde) ofrecido gratuitamente por Pink Flamingo Publications
Resurrección, una historia de amor S/M (fragmento)
Título original: Resurrection, An S/M Love Story
Autora: Debra Hyde (c) 2000
Traducido por GGG, marzo de 2004
Empecé a acariciarle, a veces con completa suavidad, a veces con un poco de sobeteo rudo, especialmente alrededor de algún músculo principal. Le di un toque rápido y lleno de determinación a sus genitales, disfrutando del modo en que sus huevos me copaban la mano y, aún más, de la forma en que su polla luchaba por volver a la vida y expresaba su admiración por mí. Incluso aunque tuviera que quejarse a través de la correa especial para pollas que todavía la rodeaba. De vez en cuando mis manos vagaban por su cara y mis caricias le arrancaban suspiros de placer y esperanzadas expectativas. Podía adivinar que estaba imaginando lo que podría venir luego.
Le hice abrir la boca con los dedos y los inserté, exigiéndole que sometiera a mi masaje los dientes, las encías y la lengua. Oí alguna vez que los entrenadores de caballos usaban esta técnica con los potros recién nacidos, enseñándoles a someterse tanto al toque como al sabor de los humanos desde su nacimiento. Supuestamente esto permitía al entrenador más adelante domar para la silla al animal sin traumatizarlo porque, para cuando el caballo era lo suficientemente mayor como para sentir el bocado o la cincha ya estaba totalmente sometido a los humanos.
El argumento había permanecido conmigo, y ahora tenía curiosidad por ver cómo reaccionaría a ello un hombre sumiso.
La respuesta, al menos con Miles, fue espléndida. Cerró los ojos y se sumergió en la sensación de mis dedos exploradores mientras vagaban rodeando sus dientes, recorriendo sus encías, mientras dominaban su lengua. Una vez más, adorable, simplemente adorable.
Retiré los dedos y los pasé a través de su pelo hasta que estuvieron secos de su saliva. Le tomé de las orejas y dije, "Como podías sospechar he estado inspeccionándote. ¿Te gustaría saber que tal lo hiciste?"
Miles asintió. Lo mismo hizo su polla palpitante y ansiosa.
Tiré hacia abajo de sus orejas, forzándole a arrodillarse.
"Has aprobado."
Solté las orejas de mi agarre y tomé asiento y me puse cómoda. Crucé las piernas, la derecha sobre la izquierda, y extendí la pierna.
"Arrástrate hacia mí, querido, y que tu lengua conozca mis botas."
Miles se puso a cuatro patas y se apresuró a poner la cabeza sobre el objeto asignado. Su lengua resultaba tan bien en mis botas como lo hacía en mi boca.
Hay algo respecto a que un hombre me lama las botas que me calienta de mil demonios. Es aún más salvaje que besarme los pies desnudos, quizás porque las botas le niegan el acceso real a mi cuerpo, quizás porque me excita ofrecerle el degradante sabor del polvo sobre mi calzado. Sea lo que sea lo adoro y me hace codiciar más.
Pero no demasiado como para acelerar a Miles. Intentaba disfrutar de sus esfuerzos. Empezó con unas series de besos rápidos, casi infantilmente tímidos, como si estuviera un poco cortado de estar en este compromiso. ¿Como si? ¡Por supuesto que estaba cortado! Era un hombre desnudo, arrodillado en mi suelo con mi pie enfundado en una bota en sus manos y sus labios sobre el cuero. Ese nivel de sumisión tenía que ser humillante. Pero luego llegó a perderse en su labor, sus besos se hicieron más lentos y más lánguidos, con los labios separados y suavizados, preparado para emplear la lengua.
Desde mi perspectiva podía permitirme el lujo de la indulgencia. Simplemente me limité a seguir sentada y observar. Miles besó mi pie como uno puede besar los labios de otro, pasando del tímido picoteo introductorio al lento, sensual ardor del besuqueo en serio. Sí, observaba, y luego guiaba.
"Haz más uso de tu lengua, Miles," indiqué. "Déjame ver tu lengua lamer de plano los lados de mis botas."
Miles extendió la lengua y la aplicó completamente contra mi bota, como le indicaba. Sus lamidas eran lentas y regulares, cubriendo cada pulgada de la bota.
"Me gustaría que pudieras verte ahora, querido," le provoqué. "Ahí de rodillas, desnudo y empalmado, con esa gran lengua que tienes sobresaliendo y haciendo lo que se espera de ella."
Miles pronunció un mutilado "sí, Se'ora," a través de sus labios ocupados. Sonó como el gato Silvestre con novocaína. Y se sonrojó cuando le dije cuanto, riendo. Su polla se meneaba excitada, traicionando cualquier esperanza que pudiera tener de que no supiera que le gustaba ser mi entretenimiento.
"Métete el tacón en la boca," ordené. "Veamos si puedes chuparlo de la forma en que tendrías que chupar un consolador."
Miles gimió ante esa propuesta y desplazó un poco su posición arrodillada. No creo que fuera por que le estuvieran haciendo daño las rodillas. Se echó la mano abajo para tocarse la abultada polla, pero le advertí contra ello con un provocador, "ah, ah, ah, no sin permiso expreso." Luego me puse seria.
"Ahora abre bien la boca. Veamos cuanto puedes meterte."
Mi tacón era de unas modestas tres pulgadas (7,5 cm) pero sería una prueba válida para él, porque tenía unas buenas cinco pulgadas de contorno. Me preguntaba si Miles tendría mandíbulas para tanto.
Luchó con él, ahogándose cuando conseguía meterse una parte decente del tacón en la boca, gimiendo defraudado cuando no podía mantenerlo allí mucho tiempo, resignándose a regañadientes a muchas lamidas y alguna chupada corta ocasional. Le di mi aprobación y comprensión acariciándole el pelo mientras trabajaba.
Mis palabras, no obstante, eran de un tono más humillante.
"Ah, así que ahora te haces una idea de cómo son las cosas cuando las señoras tenemos que meternos una polla, ¿verdad?"
Miles sorbió un débil asentimiento. Soberbio. Combinaba el ansia de sumisión con el tímido embarazo, haciendo que me embriagara de placer. Nos alimentábamos cada uno del otro, y el juego se estaba convirtiendo en vertiginoso. Cuando me centré en su cruda esencia, en su lascivia, fue cuando sentí agitarse mi poder. Ciertamente, cada lamida y lametón, gemido y sonrojo de mi sumiso me hacía sentirme más y más elevada, pero sin embargo el poder estaba ante mí para demandar y hacer mi voluntad.
Retiré mi pie de las manos de Miles, suave pero súbitamente y sin previo aviso.
"No hay nada como una buena limpieza con saliva para que las botas tengan mejor aspecto que nunca," dije como de pasada, levantando las piernas y cruzándolas, la izquierda sobre la derecha. "Pero tu trabajo está solo a medias. Veamos si puedes repetir la actuación. Y sabes, Miles, que quiero verte repetir los movimientos exactamente como lo hiciste con el otro pie."
Adorable Miles. Volvió a sus besos infantiles y empezó a repetir la actuación. Pronto mis botas estuvieron bien cuidadas.