Entrégate a la pasión

Diana y Max coinciden en un fin de semana de disfrute como ningún otro, en el que probarán los límites del deseo y la pasión carnal.

Tenía 28 años cuando conocí a Max, de 40.

Por aquel entonces, yo estaba en un momento de exploración en mi vida. Como periodista, tenía un trabajo que me gustaba, pero el continuo ajetreo me hacía coquetear con la idea de independizarme. Mi esposo Alfonso, de 32 años, era un hombre cariñoso y amable, a menudo absorto en su demandante trabajo como gerente de una consultora financiera. Teníamos una buena vida juntos, pero tras apenas 4 años de matrimonio, comenzaba a preocuparme que la costumbre y rutina estuvieran socavando nuestra dinámica de pareja.

En mi necesidad de romper la rutina y hacer actividades estimulantes, me había dedicado a probar cosas nuevas. Comencé con yoga y ejercicios, luego me animé a hacer retadoras excursiones al aire libre, y hasta me atreví a planificar esos viajes de fin de semana que nunca habían sido prioridad. De vez en cuando, mi esposo me acompañaba y compartíamos buenos ratos, aunque he de decir que Alfonso era un tipo más de ciudad y confort.

Así fue como, después de varias invitaciones fallidas, por fin aceptamos pasar unos días en la casa de veraneo de los amigos de mis padres, Alba y Manuel.

Alba y Manuel eran una pareja encantadora que mis padres habían conocido en un cóctel un par de años antes, y se habían vuelto inseparables desde entonces. Alfonso y yo habíamos compartido con ellos en los breves viajes a casa de mis padres, quienes vivían en otra ciudad, a 2 horas en avión. Acordamos que yo me iría antes, ya que había tomado unos días de vacaciones en el trabajo, y deseaba aprovechar el tiempo con mis padres. Alfonso se uniría unos días luego, tras finiquitar algunos compromisos.

Me alegré de inmediato de haber aceptado la invitación. La casa era preciosa. Pintada en azules vibrantes y blancos luminosos, tenía una gran sala de estar, un bonito comedor y una cocina abierta, todo con muebles y decoración de estilo náutico, creando un ambiente propicio para descansar y compartir en familia. Desde la sala de estar, los ventanales conectaban con el amplio patio cubierto de grama y más allá, una piscina. La residencia estaba ubicada en una exclusiva zona vaecacional, cercana de la playa.

Ese primer día fue bastante tranquilo. En la casa estaban mis  padres, Alba, Manuel y sus pequeños nietos, Aaron y Andrés de 6 y 8 años. Aprovechamos la cena para conversar sobre nosotros, nuestros intereses, y nuestra vida familiar, con graciosas anécdotas del pasado, mientras tomábamos una copa. Después de comer, mamá y yo ayudamos a Alba con los quehaceres. Al terminar, me fijé que los niños jugaban al parchis e interesada, me acerqué a ellos para unirme a la partida.

-Pequeños, sean amables con Diana - les indicó Alba, con un guiño de ojo. - Estos dos estarán felices de que mañana llega su padre.

-¡Sí abue! - respondieron ambos, contentos.

Aaron y Andrés eran hijos de Maximiliano, el hijo mayor de nuestros anfitriones. Había escuchado mucho sobre él, se notaba que estaban orgullosos y compartían un vínculo especial con su primogénito. Según comentaron, se dedicaba a los bienes raíces y tenía 10 años de matrimonio con Rebeca, la madre de los niños, aunque luego me enteraría por él mismo que seguían unidos sólo por los niños.

Antes de dormir, pasé unos minutos conversando a solas con mis padres en su habitación. Preguntaron por Alfonso, y le aseguré que en un par de días se nos uniría. Ya en mi cama, le llamé para comentarle sobre mi día y luego dormí plácidamente.

A la mañana siguiente, la casa era un revuelo con los niños corriendo de un lado a otro luego del desayuno. Los adultos nos sentamos en el área de la piscina, hasta que los niños vinieron tímidamente donde mi.

-Diana, ¿quieres jugar con nosotros? - preguntó Aaron con ternura, mientras me tomaba la mano. No pude resistirme y de inmediato me puse en pie.

-Chicos, permitan que Diana converse con nosotros - dijo su abuela.

-No te preocupes, a Diana le encantan los niños - indicó mi madre, mientras nos alejabamos para jugar a las escondidas.

En casa, a menudo extrañaba tener niños cerca. Mamá tenía razon, desde siempre me habían gustado y solía soñar despierta con tener mis propios hijos.

Corrimos de un sitio a otro por toda la casa y el patio, mientras yo hacía mi mejor esfuerzo por "esconderme" y reíamos a carcajadas.

-¡Chicos! Tienen mucha energía, ¿qué les parece si hacemos una pausa? - pedí luego de unos minutos, de pie en el medio del salón.

-Vale Diana, gracias por jugar con nosotros - dijo Andrés.

-Bueno, me voy a sentar con los abuelos un momento, ¿pero qué tal si me regalan un abrazo?

No había terminado de decirlo cuando ambos corrieron hacia mí, y me abrazaron tan fuerte que estuve a punto de caer.

-¡Eh pequeños! ¡Deben tratar con más cuidado a la visita! - dijo una voz masculina detrás de nosotros.

-¡Papá! - Gritaron soltandome y corriendo hacia la puerta.

Me volví para saludar y presencié el tierno encuentro.

-¡Veo que han extrañado a papá! Pero si han sido solo un par de días - Dijo él, dejando una maleta de mano en el suelo y sacudiendo el cabello de los niños.

-¡Hijo! - Alba entró en el salón y también fue a recibirle - Cuéntame, ¿qué tal estuvo el camino? ¿Has comido algo?

-Todo en orden, mamá - Él le besó tiernamente en la frente.

-Hijo, te presento a Diana, la hija de los Vidal- dijo Alba, haciendo un gesto11 hacia mí - Diana, este es Maximiliano, mi hijo mayor.

-Max - indicó él avanzando hacia mí y tendiendome la mano.

-Un placer- respondí.

El recién llegado era un hombre alto, delgado, con ojos verdes y sonrisa impecable. Vestía pantalones cortos azul marino y camisa manga corta blanca de lino. Su cabello castaño claro, algo largo y revuelto, dejaba ver algunas canas, que contrastaban con su apariencia juvenil. Sorprendida, pensé que el hijo de mis anfitriones lucía joven y atractivo.

-Espero que los pequeños no te hayan dado mucho trabajo.

-Para nada, son muy dulces - dije sinceramente.

-Los niños la adoran - dijo Alba. - A ver niños, dejad que papá se instale por favor.

El día transcurrió de forma muy agradable. Almorzamos, conversamos, compartimos. Estaba feliz de estar con mis papás. Por la tarde, dimos una caminata por el boulevard de la playa mientras Max jugaba con los niños. Esa noche, tras la cena, hice una pausa para llamar a Alfonso. Quería asegurarme que todo estaba en orden para su viaje del día siguiente.

-¿Cómo lo has pasado, cariño? - me preguntó.

-Muy bien, ansiosa de que llegues. Sé que te gustará el lugar.

-Sobre eso, eh, mi vida... Tengo noticias.

-Cuéntame - dije, ya un poco preocupada.

-Pues, verás, hemos obtenido la cuenta de D&B.

-Eso es maravilloso! - le dije, genuinamente emocionada por el- Felicidades, sé lo duro que has trabajado para cerrar ese trato.

-Así es. Me siento muy satisfecho. Pero hay algo más...

-¿Qué pasa?

-Pues que, tienen una auditoría en un par de semanas y nos comprometimos a tener todo a punto. De hecho, diría que por eso nos dieron la cuenta... Eso significa que no podré acompañarte como tenía pensado.

-¿De veras, cariño? ¿No hay algo que puedas hacer? ¿Alguien a quien puedas delegar? - Trataba de que no se notara la decepción en mi voz. No quería hacerle sentir mal.

-Lo siento mi vida... Estamos a tope entre esto y los demás clientes. Quiero asegurarme de que todo marche bien.

-Entiendo... De verdad, espero que todo les salga bien.

-Gracias por entender. Por favor, disculpame con Alba y Manuel, con tus padres también. Y en cuanto a nosotros, prometo compensarte. Ya lo arreglaremos cuando regreses, ¿sí?

-Está bien, te amo - dije, resignada.

-También te amo. Disfruta tu estadía.

Bajé al salón, donde papá, mamá, Manuel y Alba estaban bailando al ritmo suave de la música. Me dejé caer en el sofá con un suspiro, y me serví una copa.

-¿Todo bien, Diana? ¿Qué tal está Alfonso? - preguntó papá, mientras hacía girar a mamá entre sus brazos.

-Bien papá, tuvo un excelente día en el trabajo. Pero lamentablemente, surgieron nuevos compromisos y no podrá venir.

-Es una pena - dijo Manuel - estaba guardando unas botellas de aquel Whisky que tanto le gustó para compartir.

-En otra oportunidad será - apuntó mamá, quizás notando mi decepción. - Vamos, cariño, anímate.

Por toda respuesta, alcé mi copa y di un trago largo mientras Max aparecía por las escaleras.

-¡Vaya! - Exclamó con una sonrisa al verme apurar mi copa. Yo me atraganté un poco, con vergüenza - Los peques ya duermen plácidamente. Han tenido un día con mucha actividad.

Se sentó a mi lado en el sofá, mientras miraba a nuestros papás danzar.

-Qué dicha, tener esa chispa después de tantos años de matrimonio... Me preguntó cómo se logrará - comentó él, absorto.

Yo asentí, pensando en mi matrimonio. Evitaba pensar esas cosas, pero en verdad, a veces sentía que.. Nuestros caminos se estaban separando, y que cada vez más nuestros intereses, prioridades y planes tomaban rutas divergentes.  Era algo que me negaba a admitir, incluso a mi misma.

En ese momento, la música cambió por una más animada y Max se puso en pié, invitándome a bailar. Acepté de buena gana, dispuesta a detener el curso que estaban tomando mis pensamientos, y me dejé guiar por sus brazos firmes. Max era un bailarín experimentado, y en pocos instantes me encontré girando y riendo con él. Colocando una mano en mi cintura, me atrajo hacia él, quedando un poco más cerca. No era algo íntimo, seguíamos a una distancia prudente y sin embargo, ahora podía notar su perfume combinado con el jabón, un olor masculino y muy agradable... Cerré los ojos. Una parte de mi deseaba compartir un momento así con Alfonso. Sentir la solidez de su cuerpo cerca del mío. Dejarme llevar al ritmo de la música, sentir ese calor en el vientre y...  Cuando la pieza terminó, fue como si un encanto se rompiera.

Di un paso atrás, y contrariada, me retiré a la cocina con la excusa de traer bocadillos. Me sentía extraña, casi culpable. Debió ser la combinación de emociones, el vino, la desilusión de alejarme de Alfonso no hoy, sino cada día durante los últimos meses. La rareza de soñar despierta con él mientras danzaba con otro hombre. Necesitaba descansar, me dije, restándole importancia. Me despedí de todos, y mientras subía las escaleras, pude sentir la mirada de Max fija en mi...

Era temprano cuando salí de la cama, me di una ducha rápida y me dispuse a hacer estiramientos. Me observé en el espejo. Vestida con un conjunto de yoga lavanda, siempre había pensado que mi figura era armoniosa. 1,75 m de altura, contextura normal y pechos pequeños. La curva de mi trasero y mis largas piernas eran mi parte favorita. Mi cabello castaño oscuro caía liso un poco más abajo de los hombros. Tez clara, ojos almendrados y unos labios rellenos.

Bajé a preparar una taza de té. Todos dormían, la casa estaba en silencio, y me permití disfrutar ese momento de quietud mientras me llevaba la taza a los labios y caminaba hacia los ventanales.

Entonces lo ví, a Max. Estaba fuera, a mitad de camino entre la casa y la piscina, haciendo flexiones y vestía únicamente unos pantalones cortos deportivos. Me quedé observando la línea de sus brazos, su espalda, los músculos tensandonse bajo su piel bronceada. Su cuerpo era fuerte y atlético bajo la luz de esa hora temprana.

Tan diferente de Alfonso... Dí un sorbo al té, pensando en todas las veces que intenté motivarle para incorporar la actividad física a su rutina. Pero no tenía caso, incluso el sexo se volvía cada vez más esporádico entre nosotros.

Y pensando en el sexo... ¿Cómo sería un tipo como Máx en la cama? El pensamiento me hizo sentir una incómoda calidez en el vientre. Imaginé abrazarme a esa espalda, mientras él usaba sus brazos firmes para mantenerse encima de mi, moviendo sus caderas profundamente....

En ese momento, Max se puso en pie y notó mi presencia.

Me sonrojé de inmediato, avergonzada por mis inapropiados pensamientos.

-¡Buen día! - dijo caminando hacia mí, con la respiración un poco agitada - Así que te gusta madrugar - me miró de arriba a abajo, y su mirada me hizo sentir desnuda.

Involuntariamente, bajé la mirada para examinar mi propia vestimenta.

Mierda. Un ceñido conjunto de yoga, pantalones a las cintura y top, que dejaba apreciar una franja de piel en mi torso. Creí tragar saliva y Max, con aspecto divertido, entró en la sala pasando por mi lado.

-¿Vas a ejercitarte? - dijo tomando una toalla que colgaba de una silla para secar las gotitas de sudor en su frente.

-Yo... Sí, iba a... - me sentía torpe. Torpe porque este hombre me había pillado mirándole, y me había devuelto el gesto. De pronto, la idea de estirarme sabiendo que él podría observarme, se me hizo imposible.

-¿Practicas yoga? - Dios, que bonitas nalgas tenía.

"Para ya Diana, para" Me repetía a mi misma.

-Sí, pero antes quise tomar un poco de té. ¿Quieres?

-Claro - respondió él y agradecida de tener algo que hacer, fui hasta la cocina a servirselo. El agua aún estaba caliente - sin azúcar, por favor - dijo él.

Se sentó en el sofá, de espaldas a mi... Podía ver su espalda y su cabello, que le caía hasta la nuca, un poco húmedo. Cómo sería deslizar las manos por su cabello mientras...

Respiré profundo, queriendo retomar el control de mí misma mientras le llevaba la taza de té y él me daba las gracias.

-Voy a salir a estirarme un poco - dije y, por toda respuesta, el asintió.

El aire fresco de la mañana me ayudó a serenarme y enfriar mi cuerpo, que estaba... Algo acelerado. Traté de elegir una ubicación desde donde no pudieran verme fácilmente y, de pie, inhalé elevando mis brazos hacia el cielo....

Cuando entré en la sala un rato después, Max leía el periódico.

-Entonces, cuéntame un poco de ti, jovencita - dijo bajando el periódico y palmeando el sofá a su lado.

"Jovencita". Mierda. Y yo que esperaba poder escabullirme rápidamente hacia mí habitación.

-¿Qué te gustaría saber? - Me senté a su lado, notando que su cercanía despertaba un cosquilleo en mi estómago.

No sé cuántos minutos pasamos conversando, sobre él, sobre mí... Me permití ser sincera, más de lo que hubiera esperado. Cuando me preguntaba algo, era incapaz de disfrazar la verdad. Este hombre no me conocía de nada, no tendría expectativas ni juicios hacia mí. Si hablaba por ejemplo, con mis padres de esto, inevitablemente se preocuparían...

Le conté sobre mi trabajo y sus retos, mis partes favoritas y no tan favoritas. Sobre mi rutina en casa, la búsqueda de nuevas actividades, sobre mi esposo, y la decepción de saber que no me acompañaría.

Él en cambio, me habló de su pasión por los deportes y el mar. Me contó que algunos años atrás, había iniciado una compañía de bienes raíces, que había prosperado y él había dejado prácticamente a cargo de su hermano pequeño. Eso le permitía dedicar más tiempo a su familia y las cosas que le gustaban. Habló de Rebeca, el gran trabajo que hacía con los niños, antes de dejar caer que su matrimonio no era tan ideal como sus padres y todos los demás creían.

Pude apreciar que era un hombre de valores, emprendedor, y seguro de sí mismo. Parecía tenerlo todo claro. En cambio yo... Todos los días me cuestionaba tantas cosas... Deseé un día estar tan segura como él lo estaba de sus elecciones de vida.

-Sí que eres una periodista - dijo de manera jocosa antes de mirar el reloj - Ya casi despertarán todos. Estoy de ánimos para un buen desayuno - Se puso en pie y fue a la cocina.-

¿Te ayudo? - me ofrecí sin tener muy claro por qué

-Claro, ven!

Fui hasta la cocina, donde él reunía todos los ingredientes.

Comenzó a preparar hot cakes y yo hice huevos revueltos, salchichas y corté un poco de fruta. De vez en cuando lo miraba, sus manos masculinas, hábiles, sus brazos desnudos y fuertes... En algún momento volteaba a mirarme y sonreía cálidamente. Su presencia, su cuerpo alto y delgado hacía parecer la cocina más pequeña, inquietandome.

-En la nevera hay zumo, sólo falta algo de café - dijo y ambos fuimos hacia la cafetera. Nuestras manos se tocaron y lejos de apartarlas, nos miramos un instante que pareció eterno. Sus ojos verdes parecieron iluminarse y yo sentí un chispazo. Estando tan cerca, podía apreciar finas arrugas alrededor de sus ojos. Contuve la respiración.

-Eh, ¡pero que agradable sorpresa! - Gracias a Dios, Manuel bajó las escaleras en ese momento - Tiene muy buena pinta - agregó observando los delicados emplatados.

-Sí, Diana tiene manos talentosas - respondió Max, tomando por fin la cafetera y dedicándome una última mirada pícara.

Al poco todos estaban despiertos, listos para desayunar.

-Voy a darme una ducha rápida y alistar a los niños - Max se excusó. El seguía con el torso desnudo, y me sonrojé al pensar que había estado tanto tiempo a solas con este guapo hombre semidesnudo. Esperaba que nadie lo notara.

Luego de desayunar, Aaron y Andrés insistieron en ir a la playa. Ante la insistencia de mis padres, acepté a regañadientes irme primero con Max y los niños, ellos se unirían un rato después.

Hicimos el corto paseo hasta la playa, elegimos un sitio e instalamos nuestras toallas. Me tumbé simplemente, observando a Max jugar a la pelota con sus hijos. Demostraba ser un excelente padre.

Suspiré... Hijos. Era uno de esos temas que se había vuelto espinoso en nuestro matrimonio. Alfonso y yo nunca parecíamos estar de acuerdo. Aunque quería más que nada ser madre, una parte de mí sentía que no estábamos listos, y me preguntaba si algún día lo estaríamos.

-¿Vienes a bañarte? - Max se quitó la franela, dejándola sobre su toalla

-Ahora los alcanzo.

Me moría por quitarme la braga que traía puesta y entrar al agua, pero me daba pena hacerlo a la vista de Max. Al poco tiempo, mis padres llegaron y finalmente me decidí a bañarme con ellos.

Mientras caminaba hacia el mar, percibí la mirada de Max siguiéndome desde adentro. Otra vez esa calidez en el vientre... Tratando de ignorar aquel cosquilleo, apuré el paso hasta estar a medio cuerpo en el agua.

Me relajé conversando con mis padres. Cuando se cansaron de jugar, Max y los niños se acercaron. Aaron, el más pequeño, se aferró a mí con un abrazo, hundiendo su cabeza en mi cuello. Su padre nos miró con ternura, y deseé conocer sus pensamientos en ese instante.

Unas horas más tarde, volvimos a casa. Enfilamos hacia la ducha que estaba junto a la piscina, para quitarnos el agua salada antes de entrar. Sequé a los niños, que fueron a cambiarse escaleras arriba. Era mi turno de entrar en la ducha. Mientras el agua resbalaba por mi piel, cerré los ojos, queriendo evitar la incomodidad de estar a solas con él, mientras me miraba sin reparos. Sentí mis pezones endurecerse bajo su mirada. Yo también quería mirar su cuerpo así. Cuando abrí los ojos, el me tendió una toalla y aceptándola, me dirigí a la casa sin mirar atrás.

Ya en mi habitación, me asomé por la ventana y logré ver a Max en la ducha. Mi corazón se aceleró. De acuerdo, había llegado la hora de admitir que este hombre 12 años mayor que yo me atraía irremediablemente.

No sólo eso, me hacía sentir como una cría de 14 años enfrentando su primera atracción, algo que hace mucho tiempo no sentía. Ese nerviosismo, ese cosquilleo. Ese deseo se estar cerca de él. Contrariada, pensé en Alfonso y, con una punzada de culpabilidad, me aparté de la ventana para cambiarme.

Alfonso llamó, y una vez más, desee que estuviera conmigo. No sabía el aprieto en el que me estaba metiendo. Me tranquilicé diciendome que sentir que atracción por alguien como Max era algo natural, humano, que no significaba nada.

Abajo, ya todos colaboraban para hacer una parrillada. Los hombres estaban frente a la barbacoa, asando la carne y tomando cervezas. Mamá, Alba y yo decidimos tomar unas sangrías mientras preparábamos ensalada y algunos vegetales para acompañar. En un momento determinado, Max entró a la cocina a buscar algunas bandejas para servir, y me tomó por la cintura mientras se abría paso tras de mi. Yo contuve la respiración ante ese contacto.

Comimos fuera, en el patio, mientras caía la tarde. Luego hicimos grupos para jugar, nuestros padres barajas, Max y yo al parchis con los niños. Nos quedamos allí hasta la noche, cuando los pequeños, cansados, se fueron a dormir.

Cuando Max bajó luego de acostarlos, yo estaba en la cocina sirviendome una sangría. Él se paró y se quedó observandome, de una forma deliciosamente incómoda.

Inconscientemente me mordí el labio inferior.

-¿Gustas? - pregunté a falta de algo mejor que decir.

-Gracias, bebo cerveza - indicó. Pasó cerca de mí para abrir la nevera, sacar una cerveza y entonces percibí su perfume, su olor a masculinidad. Agarré mi copa y huí como un conejillo asustado hacia el patio.

Fuera, nuestros padres estaban conversando amenamente sobre los capítulos memorables de su vida. El alcohol me daba un poco de valentía, y yo aprovechaba de mirar a Max de forma un poco más descarada. Sus ojos chispeaban en la penumbra, y su boca, esa boca... Sonreía de una forma que sugería muchos trucos de placer...

Ya en mi habitación, me acomodé entre las tibias sábanas, sintiendome algo mareada. Mi mente voló hacia Max, recordando su torso desnudo aquella mañana, haciendo ejercicios, en la playa, bajo la ducha... Me humedecí imaginando el tacto de su piel contra la mía, sus ásperas manos tomándome por las caderas. Su pelvis empujando, hondo, más hondo, una y otra vez. Mis manos bajaron y castigaron mi sexo, empapado ante la vívida fantasía. Cómo sería ser besada por esos labios. Cómo sería sentir su fuerza, su calor, mientras ese olor viril inundaba mis sentidos... Uff, mordí la almohada para no hacer ruido, y me dejé caer hacia un tembloroso orgasmo.

A la mañana siguiente, me asomé por la ventana para ver si Max estaba fuera. No quería sorpresas, ya estaba comprobado que el tiempo junto a ese hombre era peligroso para mí.

Bajé y tras unos minutos de estiramientos, decidí hacer sentadillas. En eso estaba cuando, por el lateral del patio, Max apareció llegando desde la calle con shorts y una sudadera empadada. Húmedo, como mi sueño de anoche. Enrojecí de inmediato, ante el recuerdo de la caliente escena que mi mente había dibujado con Max como protagonista. De más está decir que perdí cualquier coordinación, y me encontré haciendo un mal intento de sentadillas.

-Diana, debes cuidar la técnica o podrías lesionarte - indicó Max, que aún tenía la respiración agitada por la carrera- ¿Me permites?- Dijo, acercándose.

-Claro- solté casi sin aliento.

-Bien, debes flexionar un poco más las rodillas. Separa más las piernas, al ancho de tus hombros. Ahora baja. De acuerdo, saca un poco más los glúteos, - Madre mía, no había manera de escuchar eso sin que las piernas me temblaran. Cuando sentí que tomaba suavemente mis caderas para llevarlas hacia atrás, demostrandome la inclinación correcta, creí que desmayaría.

Ahora sentía un enjambre de abejas en mi estómago. Su olor, su aliento en mi espalda. Mi piel erizada ahí donde sus manos cálidas me habían tocado.

Intenté concentrarme en hacerlo bien, y luego, según sus indicaciones, hice otros ejercicios hasta completar una rutina de cuerpo completo. Me faltaba el aliento, no por la intensidad del ejercicio, sino por su cercanía. El parecía aprovechar cada ocasión para tocarme, y yo deseaba que lo siguiera haciendo.

Ese día fue una secuencia de sobresaltos para mi. Cuando Alfonso llamó, apenas pude seguirle la conversación.

Me encontraba inquieta y exitada. Este hombre me hacía sentir como una virgen a punto de ser desflorada.

Me relajé un poco cuando Max salió a hacer algunas diligencias con su padre. Aproveché de distenderme, bromear con mis padres, jugué con los niños, que me tenían francamente enamorada. Más tarde, mi mamá sugirió que hiciera un postre, y me pareció una buena idea para distraerme, así que me puse manos a la obra.

Estaba casi terminando de hacer la mezcla cuando Max apareció por la puerta, cargado de materiales de ferretería para unas reparaciones menores en la casa.

Los dejó en la mesa y saludó a nuestras madres, que estaban sentadas en el sofá, mientras yo me concentraba en incorporar harina a la mezcla  con una intensidad nunca antes vista. Max pasó por mi lado, se lavó las manos, y sin previo aviso, introdujo un dedo en la mezcla que yo tenía entre manos.

Se llevó el dedo a la boca y probando, exclamó:

-Um, ¡tiene muy buen sabor! Vaya que eres una caja de sorpresas, realmente habilidosa - una sonrisa sugerente cruzó sus labios.

Yo me quedé mirándolo en silencio y él, a modo de disculpa, encogió los hombros y agregó:

-Cuando era niño, siempre me gustaba probar todas las mezclas y lamer lo que quedaba en el envase.

-Es cierto, siempre fue así - dijo Alba con una carcajada desde la sala.

"Señora, su hijo me está matando" pensé.

-A ver, que te ayudo con esto - dijo tomando la bandeja donde yo pensaba verter la mezcla.

Luego de limpiarse las manos, hundió sus dedos en el bote de mantequilla. Casi me muero ante la imagen que se dibujó en mi cabeza: Max hundiendo esos dedos con la misma facilidad en otra parte...

Él terminó de engrasar el molde,  y yo me las apañé para colocar la preparación en el horno y ponerme a trabajar en el relleno y la cobertura. Estaba segura de que Max notaba mi turbación y la estaba disfrutando. Sin embargo, se retiró y me dejó terminar tranquilamente.

Más tarde, merendamos con el postre que prepararé. A todos pareció gustarles mucho, y los niños estaban especialmente  encantados. Fui a la cocina por un poco de agua, cuando Max me siguió con la excusa de servirse una porción adicional. De pronto, se paró frente a mi y llevando su mano a mi rostro, me quitó un poco de merengue de la comisura de los labios, acariciando también mi labio inferior. Por supuesto, se lo llevó a la boca.

-¿Podría saber mejor? - preguntó con voz ronca.

Esa fue la gota que derramó el vaso. Mi cuerpo respondió transformando el calor de mi vientre en humedad.

Dios, por favor, por favor, mátame antes de que haga algo de lo que me arrepienta. En la sala, nuestras familias permanecían ajenas a la sugerente escena.

Bueno, listo, estaba perdiendo la cabeza por este hombre. Él estaba jugando a enloquecerme, y estaba ganando. Me tenía en un estado de exitación constante. Las sensaciones que despertaba en mí, eran ajenas a mi cuerpo desde hace mucho tiempo. Nadie era capaz de encenderme con un gesto o una mirada como lo hacía él, y el constante aleteo en mi estómago me recordaba a mis años de adolescente. Sentía una imperiosa necesidad de explorar esas sensaciones hasta sus últimas consecuencias, sin importar qué.

Un rato después, Alba le pidió a Max comprar algunas cosas que hacían falta en la despensa. Cuando él salió para subirse a su camioneta, lo seguí impulsivamente, deseando a estar a solas con él.

-¿Puedo acompañarte Max? - Me miró desconcertado - Necesito comprar algunas cosas - Asintió lentamente, sopesándolo - Dame un minuto, voy por mis cosas y vuelvo.

Subí a buscar mi bolso, y me miré al espejo. Ataviada con un ligero short estampado y una blusa de tirantes, sólo atiné a colocarme un cardigan por encima antes de bajar  corriendo y anunciar que iría al super con Max.

Me subí al coche donde Max esperaba con los ojos cerrados, la cabeza apoyada en el respaldo del asiento mientras escuchaba un suave bossa-nova. Sentí un deseo irrefrenable de abalanzarme sobre él, aquí y ahora. Max abrió los ojos verdes y me miró con cautela. Respire profundo, cerré la puerta y me coloqué el cinturón mientras él se ponía en marcha.

El aire dentro del vehículo parecía insuficiente, agotado por la tensión sexual que bullía entre nosotros. Sentía que, con cualquier leve movimiento, saltarían chispas. Miré su perfil de reojo, y atisbé su largo cuello, reprimiendo las ganas de acariciarlo con los labios.

Traté de concentrarme en la música, tarareando melodías  conocidas. Quería decir cosas, quería que él dijera cosas. El revoloteo en mi estómago era imposible de ignorar. Sabía que estaba en el límite de algo prohibido.

Pensé en todo lo que estaba mal en aquella atracción. Sin importar las circunstancias, ambos éramos personas casadas. Nos habíamos conocido dos días atrás en unas vacaciones familiares que incluían a nuestros padres y sus pequeños hijos. Si Alfonso hubiera venido, yo... Jamás había pensado en mí como una persona infiel. Nunca antes se había cruzado por mi cabeza la idea de traicionar a mi esposo, ni una sola vez, y aquí estaba, casi lista para cualquier cosa que Max quisiera hacer conmigo.

Mi teléfono resbaló entre mis nerviosas manos, quedando en el resquicio entre el asiento y el espacio central, donde estaba la palanca. Me incliné hacia la izquierda, hacia él, tratando de meter mi mano en el hueco y rescatar mi teléfono. Estaba cerca, tan cerca de Max. Mi mirada bajó a sus piernas, y a su parte más viril, con deseo. Entonces, tomó la palanca para hacer un cambio, y su brazo rozó mi pecho. El corrientezo fue instantáneo y comprendí que ese día iba a satisfacer mis ganas de Max.

Paramos en un semáforo en rojo, y lo miré. ¿Acaso su respiración se estaba acelerando? ¿Dónde estaba el hombre seguro de sí mismo que me había provocado sin descanso estos días? La tensión en su mandíbula indicaba que también le costaba contenerse. Quería que me deseara tanto como yo a él. Acalorada,  desabroché el cinturón de seguridad, me quité el cardigan y lo puse a mis pies, dejando los hombros, los brazos al descubierto, haciendo una silenciosa invitación. Se me iba a salir el corazón cuando le observé mirando mi boca y luego, mis pequeños pechos. Me mordí el labio inferior, expectante.

Un bocinazo nos devolvió al mundo real. El aceleró y agitada, me volví a colocar el cinturón. Pero cuando Max se parqueó en el super, sentí una oleada de pánico. Ahora no tenía escapatoria. Nerviosa, abrí la puerta dispuesta a tirarme fuera del auto, y entonces, con un rápido movimiento, se inclinó hacia mí y estirando el brazo, se las arregló para cerrar la puerta. Juro que no podía respirar.

-Diana, desde que te subiste al auto no has tenido otra intención que provocarme y ahora quieres salir corriendo - dijo con seriedad, aunque su voz ronca le traicionaba - ¿A qué estás jugando?

¿Yo? ¿Yo estaba jugando?

-Yo... Tú iniciaste esto Max, con tus coqueteos velados y ahora yo... - dije, algo indignada.

-Sí, porque sé lo que deseo y hasta donde puedo llegar... Pero tú... Si decidiste venir conmigo, debes estar segura de lo que quieres - miró mi boca.

-Sé que esto va en contra de todo lo que es correcto.

-Mírate chiquilla, toda sonrojada. Te preocupa tu esposo, mi mujer, nuestras familias, y a pesar de eso, estás aquí pidiendo sin palabras que te complazca - tragué saliva - Y lo haré. Si es lo que deseas, gatita, yo lo haré. - rozó mi mejilla y eso fue todo. Me abalancé sobre Max, sintiendo un torbellino en mis entrañas.

Busqué su boca con desespero, el calor en mi interior amenazaba con derretirme... Max todavía sabía a postre de chocolate. Dulce y con un anota amarga, su boca me exploró con avidez, como nunca antes lo habían hecho. Sus labios firmes probaron los mios, su lengua húmeda y caliente enredada con la mía, enviando oleadas de calor a cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Era un beso, si, pero sentía que me hacía el amor entre sábanas de seda. Mis piernas temblaron, y yo me arrimé a su cuerpo, deseando estar más cerca de lo físicamente posible.

En ese momento, Max acarició mis piernas, subiendo desde la rodilla por la cara interna de mis muslos. Lento, muy lento, matándome de placer. Cada sensación era tan intensa con él. Hizo una pausa para mirarme a los ojos, como pidiendo mi aprobación. Sus ojos verdes estaban oscurecidos por el deseo.

Como respuesta, yo abrí mis piernas un poco más para permitirle el avance. Besó mi cuello en el momento justo que sus manos encontraban mi centro. El ligero short  permitía perfectamente sus movimientos. Quise gritar cuando sus dedos deslizaron mi ropa interior hacia un lado y me acariciaron allí, descubriendo mi humedad. Gemí contra su cuello cuando comenzó a hacer círculos en mi botón de placer, mientras yo ardía de gozo.

Volvió a asaltar mi boca y yo bebí de él, sedienta, mientras Max seguía jugando con mi sexo. Quise acariciar sus hombros, sus brazos, su pecho fuerte, con el que tanto había soñado. Bajé mis manos hasta el botón de su pantalón, cuando sentí que se hundía en mí, y tuve que arquea la espalda, dejando caer la cabeza hacia atrás. Primero un dedo y después otro, mi centro era líquido. Comenzo a penetrarme, entrando y saliendo con dos dedos, mientras con un tercero atormentaba mi clítoris. Nunca había deseado tanto algo. Me deshacía de placer, gemía profundamente mientras el besaba mi cuello, mi escote. Mis fantasías nunca podrían estar a la altura de esta experiencia.

Desesperada, ardiendo de necesidad, intenté otra vez desabrochar su pantalón. Suavemente, el me apartó la mano, mientras seguía trabajando en mi.

-Max, no puedo más, te necesito - dije en un jadeo.

-Diana, chiquilla, deja de resistirte y acepta el placer que quiero regalarte - fue su respuesta.

Sabía que el me veía como una inexperta joven, y en comparación a él, seguro lo era. Lejos de molestarme, el pensamiento me exitó aún más, si cabía. Sentirme como una chica, una pequeña muñeca en los brazos de aquel amante maduro llevaba mi morbo a niveles insospechados.

No aguantaría mucho más el ritmo vertiginoso de sus dedos dentro de mí. Nadie me había tocado antes con tal maestría, llevándome rápidamente al borde del abismo. Mis gemidos aumentaron, a medida que sus dedos implacables preparaban la estocada final, penetrándome rápido y profundo. Atiné abrazarme a su cuello unos segundos antes de explotar en un millón de pedazos, diciendo su nombre.

-No pares Max,  ¡no pares! - gemí- Me vengo, uffff me vengo... Joder, que rico, Max...

Permaneció unos segundos más con sus dedos hundidos en mí, sintiendo los espasmos de mi sexo. Luego, los retiró lentamente, y sin dejar de mirarme a los ojos, se llevó la punta del dedo medio a la boca, saboreando me, como no.

-Eres deliciosa, gatita - me dijo en un susurro ronco.

...