Entregándome al negro

A veces uno no puede evitar entregarse a cualquiera que se dé cuenta de cómo es uno. Lo escribo y lo publico por orden de mi amo.

Me imagino la escena subiendo por las escaleras mecánicas del metro, distraído, pensando en mis cosas. Cuando miro hacia delante le veo. Está dos escalones por delante mía; lleva una camiseta de tirantes blanca que contrasta con sus brazos negros y musculosos. Sin pensar demasiado en lo que hago, subo al siguiente escalón para tenerle más cerca y entonces siento su fuerte olor a sudor. Apoyo el brazo derecho en la barandilla, justo al lado de su brazo pero sin llegar a tocarle. La proximidad y el olor me excitan muchísimo, y empiezo a notar la presión en mi pantalón.

Justo cuando bajo la mano para colocármela, el intenta agarrar la barandilla y se encuentra con mi brazo. Mira hacia atrás justo a tiempo para verme hipnotizado por sus músculos y tocándome el paquete. No dice nada, me sonríe con superioridad y me mira a los ojos. Yo aparto la vista y me pongo colorado.

La escalera mecánica termina y voy por el pasillo a unos cuantos pasos detrás de él. No se vuelve, pero sabe que estoy ahí. Al pillarme mirándole mi excitación se ha multiplicado; no puedo evitar que la erección se me marque por encima de los pantalones.

Cuando subimos por la escalera final, se vuelve un segundo y me ve ahí detrás, aún mirándole (no puedo quitarle los ojos de encima) y... ¿siguiéndole? Intento convencerme a mí mismo de que no le estoy siguiendo, sólo es que llevamos el mismo camino. Ya vamos por la calle; es una noche de verano bastante cálida. Entonces él gira una esquina, no sin antes dedicarme una breve mirada y rascarse disimuladamente el paquete con la mano derecha. "Me está probando", pienso. Mi camino sigue hacia delante, pero él ha torcido a la derecha. Intento seguir hacia adelante sin pensar, pero al pasar por la esquina que acaba de doblar no puedo evitar mirar por si puedo verle alejarse con su cuerpo perfecto. Sin esperarlo, le veo apoyado en la pared de la calle, prácticamente invisible en la oscuridad; sólo se distingue su camiseta y sus ojos brillantes mirándome fijamente. Mi paso, tan seguro unos momentos antes, empieza a dudar y antes de darme cuenta me he parado. Él sonríe.

  • Eh, tú - me dice, como para pararme. Pero yo ya estoy parado, sin poder apartar la vista de él.

  • Hola - le digo.

  • Ven.

Me acerco automáticamente sin pensar en lo que estoy haciendo, abandonando la seguridad de la calle iluminada e introduciéndome en la oscuridad del callejón.

  • ¿Por qué me mirabas en la escalera del metro?

Yo no contesto. Me pongo colorado otra vez, y aparto la vista.

  • Contéstame. ¿Eres maricón no?

Él se agarra la polla mientras dice esta última frase y a mi me empiezan a temblar las piernas.

  • Sí, eres un blanquito maricón. Todos los blanquitos maricones queréis polla negra, ¿verdad?

Sigo en silencio. Al apartar la vista de sus ojos la centré en su paquete, bien marcado por los vaqueros, como dándole la razón.

  • Ponte de rodillas - me dice. Sigo paralizado, sin poderme mover, pero él me agarra el hombro y me empuja hacia abajo con fuerza, dejándome de rodillas con la cara frente a su paquete. Sin soltarme, se baja la cremallera y se saca la polla.

Es exactamente como en las películas. Grande, negra, venosa, totalmente dura y con un capullo sonrosado que dudaba que me cupiera en la boca.

  • ¿Qué, te gusta? ¿Quieres chupármela puta?

En ese momento desaparece la parálisis y sólo puedo pensar en comérsela. Acerco la cabeza y abro la boca, pero en el último momento él me para dándome una ostia.

  • No te he dicho que me la chupes. Te he dicho que si quieres. Contesta.

Sigo sin poder quitar los ojos de su polla.

  • Sí... - digo en un hilo de voz.

  • Sí ¿Qué?

  • Sí, quiero chupártela - contesto, con más ganas

  • ¿Ah, sí? Pues no lo parece. Pídemela.

Me quedo callado, sorprendido... Él vuelve a darme una ostia.

  • Te he dicho que me la pidas, ¿O es que no quieres?

  • Dame... dame polla...

  • Más fuerte.

  • DAME POLLA

  • Así, con ganas. Otra vez.

  • DAME POLLA... por favor...

Entonces me coge la cabeza y me mete de golpe su enorme polla hasta el fondo de la garganta. Sin darme casi tiempo a respirar comienza a follarme la boca con fuerza, casi haciéndome vomitar.

  • Toma polla puta... Te gusta ¿eh, maricona?

Yo no puedo contestar, pero comienzo a restregarme contra su pierna como un perro en celo. Él se ríe de lo ridículo que es mi movimiento.

  • Quítate la camiseta - me dice mientras me saca la polla de la boca, dejándome por fin unos segundos de descanso. Yo obecezco rápidamente, y antes de volver a meterme la polla en la boca me da unos golpes con ella en la cara.

  • Ahora los pantalones y los calzoncillos. Rápido zorra. Y no dejes de chupar.

Ahora él se queda quieto y deja que sea yo el que se la chupe, y mientras me deshago del pantalón y los calzoncillos como puedo, sin sacármela de la boca en ningún momento.

Cuando ya estoy totalmente desnudo (mientras él sigue totalmente vestido, sólo con la polla fuera) me agarra del pelo para ponerme de pie y me arroja de cara contra el capó de un coche. Sé lo que va a hacer y comienzo a asustarme... Esa polla me puede romper por dentro...

  • Sabes lo que viene ahora, ¿verdad?

  • Sí - contesto con un hilo de voz. Noto como apoya su capullo justamente en la entrada de mi culo haciéndome unas cosquillas muy agradables, probablemente lo único agradable que me esperaba a partir de entonces. Escucho cómo escupe en mi culo para lubricarlo y noto un escalofrío.

  • Te va a doler. Te va a doler bastante. Si quieres paro - dice mientras aprieta suavemente la punta de la polla contra la entrada de mi ano, que empieza a relajarse pero sin llegar a dejar entrar nada. Dios, el cosquilleo parece inundarme todo el cuerpo con olas de placer por cada empujoncito, cada vez más y más fuerte... Empiezo a sentir la necesidad de que me folle.

  • Contesta, puta. Si me dices que me vaya lo haré. Si no, voy a follarte como una perra. ¿Qué dices?

El frotamiento empieza a volverme loco. Nunca he estado tan excitado como en ese momento, y el ritmo implacable me hace gemir de placer.

  • No... No te vayas... Sigue...

Él se ríe sin parar el movimiento.

  • Que puta. ¿Qué quieres?

  • Quiero... tu polla.

  • ¿Seguro?

De repente disminuye el ritmo. Noto cada centímetro de su enorme polla rozando la entrada de mi ano. Lentamente, inexorablemente... El placer siempre me hace perder el control.

  • Sí... fóllame... Por favor...

Sin casi darme tiempo a terminar la frase mete la polla hasta el fondo. El dolor me llena entero y no puedo evitar soltar un grito, pero él me tapa la boca con su manaza y me impide soltar más que un gemido atenuado. Continúa follandome, cada vez más fuerte. Cada empujón deja de dolerme un poco y me hace sentir un poco más esas cosquillas de la próstata tan agradables. Su follada es salvaje, cada vez más rápida y rítmica.

  • ¿No querías polla? Aquí tienes zorra. Disfrutas como una perra ¿verdad? Oh, si... Qué buen culo tienes... Se nota que te han follado poco, eso me encanta...

No sé cuánto estuvimos así, perdí la noción del tiempo a los cinco minutos. Su follada parece no terminar nunca. Al cabo de no sé cuánto tiempo noto como empieza a aumentar el ritmo y noto su aliento en mi nuca.

  • Te voy a llenar de leche cabrón.

En cinco empujones brutales se vacía dentro de mí mientras jadea en mi cuello. Saca la polla y noto el culo vacío, goteando el semen que no puede retener.

  • Date la vuelta y ponte de rodillas - me dice. Yo le obedezco y vuelvo a tener su polla frente a mi cara; sucia de mi culo y su semen, pero prácticamente igual de dura que antes. Me la restriega por la cara, ensuciándome.

  • Límpiala entera, maricón.

Comienzo a chupársela otra vez. El sabor es horrible pero no puedo parar de hacerlo. Sólo puedo pensar en dejársela limpia, perfecta. Cuando ya la noto bastante limpia y estoy a punto de parar, el la saca y comienza a pajearse sobre mi cara. Antes de darme cuenta de lo que está pasando se corre otra vez, llenándome la cara y la boca que he dejado abierta. La corrida parece no terminar nunca; el semen me resbala por el cuello y el pecho como si me estuviera duchando.

Cuando termina, me empuja la cabeza con fuerza hacia un lado; pierdo el equilibrio y me caigo al suelo. Él se va sin mirar atrás, sin ningún resto en su cuerpo de lo que acababa de hacer, al revés que yo, que estaba en el suelo desnudo, con semen resbalando por mi cara y mis piernas y una erección como nunca había tenido. Cuando se marcha empiezo a buscar mi ropa para ponérmela, pero antes de hacerlo me humillo una vez más y me masturbo desnudo junto al coche. Luego empiezo a vestirme lentamente y vuelvo a seguir el camino a casa, esperando que nadie conocido me encuentre por el camino.