Entregado a la oscuridad

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No podría asegurar cuanto tiempo paso, desde que privado de toda visión me deshice de toda vestimenta (excepto de su collar), me arrodillé, y esperé en completa oscuridad  y sepulcral silencio.

El delicado giro del pomo me despertó de mi ensimismamiento, en el mismo instante que ese temblor volvió a recorrerme desde la nuca hasta el fin de la espalda.  Se fue acercando el repicar de sus tacones,  cadenciosos, acentuados, pero sin prisa, mientras que todo mi bello se erizaba para recibirla.

Se detuvo, y su perfume invadió sin ninguna resistencia el único sentido que tenía disponible.

-          Hola, perro.

-          Hola, Diosa.

Al milisegundo de oír su chasquido de dedos, me incliné para besarle los pies. Los retiró, y me acarició el pelo cariñosamente, mientras sentí en mi mejilla el frio tacto de goma de su arnés favorito y el gélido pellizco de las pinzas metálicas en mis pezones.

No necesite ninguna orden. Empecé lamer con suavidad y delicadeza el extremo redondeado, cuál caramelo. Subrayando con mi lengua cada surco estriado, recreándome en cada rincón.

La siguiente vez que me tocó el pelo no fue tan cariñosamente, me lo agarró fuertemente atrayéndome hacia ella, ensartándome con su siliconado amigo,  hasta que llegó la primera arcada. Su satisfacción se escapó  en forma de risita breve, y ese era el pistoletazo de salida. Comencé a chuparle la polla con absoluta pasión, devorándola y degustándola por completo, como se que a ella le gusta.  Intercambiándome aleatoriamente suaves embestidas con sablazos profundos hasta encadenar arcadas. Con el último, me apartó la cabeza levemente hacia atrás y mantuvo su juguete en mi garganta durante unos cuantos segundos que se hicieron eternos. Retiro suavemente su instrumento de mi interior mientras acariciaba mi mejilla.

-          Dame mi ofrenda, perro.

Intentado recuperar el compás de mi respiración y  con la venda en mis ojos humedecida, me incliné para ofrecerme a cuatro patas, con los antebrazos apoyados en el suelo y las nalgas ligeramente elevadas.

Se posicionó detrás de mí y me aplicó lentamente lubricante en su próximo objetivo.  Introdujo suave y lentamente su arnés dentro de mí, hasta el fondo. Clavó sus uñas en mi espalda y las fue arrastrando, a ritmo con sus movimientos de cadera, de menos a más, estremeciéndome a cada arañazo y escapándoseme un gemido por cada rasguido.

Me agarró fuertemente de la cadera  para no desestabilizarse a la par que incrementaba el ritmo de sus embestidas. Mi pene enjaulado buscaba inútilmente el camino de escapar de su jaula, obviamente sin éxito. Como líneas paralelas, mis gemidos se agudizaban con cada embestida, cada vez más fuerte y más placentera que la anterior.

Sólo podía babear y gemir, cada vez más, hasta que sus uñas se clavaron en mi cadera como puñales y su orgasmo  lo inundó todo, silenciando cualquier gemido y respiración.

Se mantuvo unos segundos agarrada a mí, respirando profundamente, mientras sacaba lentamente su arnés de mi interior. Oí como se lo desabrochaba y caía al suelo. El ruido de sus pasos me rodeo hasta situarse delante de mí.

-          De rodillas, perro. Olfatea

Me embriagué del olor de su sexo cercano  a mi cara, rebosante de placer, satisfacción y deseo.

La bofetada que cruzó mi cara me devolvió a la realidad.

-          Suficiente.

Se agachó, y de dos fuertes tirones arrancó las pinzas. Sujeto mi cabeza con ternura y me retiro la venda, empapada de sudor y lagrimas. Tras intentarme acostumbrarme a la claridad, lo único que pude observar fue su sonrisa, esa sonrisa por la que hace tiempo ya, rendí mi voluntad.

-          Ven perro, hidrátate.

Señalando sus muslos, vientre y axilas perladas de sudor. Ilusionado por el premio recibido disfruté limpiándola cada centímetro señalado.

-          Buen chico, abre la boca.

Se incorporó, y me regaló su saliva que cayó limpiamente en mi boca.

-          Gracias Diosa.

-          Vístete y recoge todo, perro. Te espero en el coche. Aún no he acabado contigo.