Entregado a la locura de Lucía (y 2)

Tenía que cumplir con el deseo de Lucía de darla por culo mientras su chico se la follaba, y mi chica lo contemplaba.

Vivía en un calentón continuo desde aquel día que Lucía me insinuó que podríamos montar una fiesta guarra entre su chico, mi chica, ella, con la que había sido infiel a Sonia, y yo. No nos quedaban tantos días de vacaciones en aquel pueblo costero por lo que cada noche llevaba a Sonia hasta el Potemkin a tomar algo.

Cuando entraba en el bar sólo me venían recuerdos a la cabeza de aquella noche loca con Lucía, cuando nos quedamos solos después de la fiesta de aniversario. Aquella mamada, aquel polvo espectacular... no se olvidan fácilmente.

Una noche de sofocante calor entré decidido al bar con Sonia, que no se podía imaginar los planes. No tenía ni idea de como hacerlo, pero sospechaba que a Lucía le apetecía que diera yo algún paso. Aquel día la camarera llevaba una falda bien corta, una ceñida camiseta que marcaban bien sus grandes senos y hubiera pagado dinero por caerme al suelo y poder comprobar si llevaba o no bragas, como aquella noche loca.

En un momento la vi entrar en el baño, y la seguí, haciéndome el torpe equivocadizo entrando en el de mujeres como ella hizo en el de caballeros aquella noche loca. Mi torpeza fue mucho mayor, y dentro había más chicas que me abuchearon fuertemente al abrir la puerta. Lucía me miró y sonrió por el bochorno que me estaban haciendo pasar aquel grupo de gritonas. Me metí en el de caballeros, me di un poco de agua y traté de recuperar la compostura.

El destino me quiso guardar la sorpresa de rencontrarme con Lucía a la salida.

-¿Qué tal esta noche para nuestra fiesta?, pregunté.

-Yo vengo preparada para la ocasión, ¿no me ves?, me respondió mientras se señalaba a sí misma, dirigiendo sus manos hacia su minifalda.

Miré alrededor, y me vi en condiciones de meterle mano para comprobar si había o no braga. Deseaba volver a rozar aquel chocho con mis dedos, pero me encontré con una tela y un guiño de Lucía.

-Me la quitaré en su momento. ¿Cómo lo vamos a hacer? Yo ni se lo he insinuado a Juan.

-¿Que tal quedarnos hasta el cierre y jugar a algo que nos obligue a desprendernos de ropa?, pregunté a Lucía invitándola a participar de la estrategia.

-Perfecto, no dejes que tu chica se vaya antes de tiempo, me respondió cómplice.

La noche fue larga, los clientes parecían estar esperando lo mismo que yo y no querían irse. Ya entrados en la media noche, alguna torpeza intencionada de Lucía fue animándoles a recogerse hasta que al final quedamos sólo los cuatro. Se fueron apagando luces y Lucía volvió a poner aquel disco que nos acompañó noches antes en nuestro desenfreno.

Nos levantamos con ademán de marcharnos, nos acercamos a Juan para pagarle y espontáneamente, nos invitó a una ronda mientras empezaba a recoger. Sonia estaba resignada, había intentado que nos fuéramos a casa un par de veces pero la convencí para quedarnos. Todo volvía a transcurrir redondo.

Lucía, que desde la distancia seguía todos nuestros pasos, preguntó a Juan dando a creer que ya no había ningún cliente:

-¿Nos jugamos a los dados quién recoge?

-Bien, hoy tengo menos posibilidades de perder, que entren ellos en el juego, dijo bromeando sin sospechar lo que iba a ocurrir en un rato.

Lucía quería que nos jugáramos a los dados nuestras prendas, había que llevar el juego hacia ello. Mostré emoción por jugar una partida mientras nos tomábamos aquella copa;  el caso es que al final en vez de una fueron un par de ellas, con nuestros anfitriones y mi querida Sonia bien concentrados en la partida.

Me hice el torpe un sinfín de veces, me tacharon de inútil... y en un momento dijo Lucía:

-Bueno, aquí hay que jugarse algo.

-Eso, eso, asintió Sonia emocionada con la partida, y que tampoco imaginaba nada.

La siguiente mano la perdí yo de nuevo, y Lucía se puso de pie y preguntó:

-¿A ver qué nos das?

-Mi camiseta, ¿vale?, respondí de forma natural mientas me la quitaba, haciéndome un poco más el borracho de lo que estaba. Miré a Sonia, parece que se le cortó la emoción, y por eso o los nervios, ella perdió la siguiente ronda.

-Sonia, una prenda, gritó Lucía.

Me miró y la invité a compartir el juego, total, podía empezar por sus sandalias. Entró en el juego, y desde ese momento supe que no había marcha atrás.

Para romper un poco el hielo, me acerqué a mi chica, la abracé fingiendo tener frío y le susurré al oído: ¿Estás bien?

Me dio un beso y, bien por el alcohol, bien porque no quería aparentar ser la mojigata del grupo, me sonrió cómplicemente. Yo le devolví el beso, y nos morreamos delante de los otros dos.

-Juanito, pon otra copa que esto va cogiendo tono, le pidió Lucía a su chico.

Así fue transcurriendo el juego hasta que Juan y yo quedamos en calzoncillos, y las chicas prefirieron entregar antes sus ropas íntimas que las minifaldas o las camisetas. Lo que no podían ocultar eran sus pezones erectos bajo la ropa, pequeños los de Lucía, algo más grandes los de mi chica sobre un pecho más pequeño, pero bien redondo, esbelto y firme. Parecía todo ordenado, pero antes de acabar todos desnudos hubo un momento de tensión, cuando Sonia perdió y tuvo que mostrar alguna de sus intimidades. Sorprendentemente se quitó la parte inferior, creyendo que podía ocultar más sus partes. Al bajarse la falda corta, mostró su chochito perfectamente recortado, no depilado del todo. Miré a Juan, y le vi observar con deseo a mi Sonia. Después perdió, o se dejó perder, Lucía, y sin más miramientos se levantó la camiseta volviéndome a mostrar aquellos pechos que me volvían loco, con grandes aureolas y pequeños pezones puntiagudos. Quiso aparentar improvisación y se acercó a su chico tapando como podía sus abultadas tetas, para darle un beso. Juan le respondió con otro beso y con caricias alrededor de los pezones.

Al final estábamos los cuatro desnudos, Juan medianamente empalmado con un aparato de tales dimensiones que Sonia se llevó la mano a la boca al verlo, lo que arrancó la carcajada de Lucía.

Yo tenía muy claro lo que quería hacer, dar por culo a Lucía mientras Juan se la follaba como me propuso en nuestra despedida. No me obsesionaba porque suponía que había mucha noche por delante.

Juan y Lucía nos llevaron al almacén, que yo bien conocía, pero tenía que disimular. Sonia se pegaba a mí por detrás:

-Estamos locos, ¿no te importa lo que pueda pasar esta noche? Esa polla me ha vuelto loca, me susurraba mientras pegaba sus pechitos a mi espalda.

Juan y Lucía siguieron hacia adelante, y yo me quedé con Sonia detrás.

-Hemos empezado este juego, estamos tranquilos y calientes... ¿nos dejamos llevar?, le pregunté yo.

Nos volvimos a morrear jugando con nuestras lenguas, acariciándonos... y Lucía, desde el almacén preguntó:

-¿Queréis venir? Tenemos aquí un colchón para calentones, y sonreía mientras me guiñaba un ojo.

Nos acercamos y vimos a Juan estirado tocándose para llevar su pene al máximo esplendor. No sabía muy bien cómo actuar, así que me tumbé igual que Juan, y vi a Lucía que invitaba a Sonia a entrar, empujándola levemente, aprovechando para tocarla el culo. Como si estuviera todo programado, ambas descendieron a la vez, y empezaron a jugar con nuestros penes, acariciarlos, besarlos, lamerlos, engullirlos. Vi como Sonia no perdía de vista el trabajo de Lucía, o mejor dicho, el descomunal falo de Juan. Lucía se dio cuenta y ya sin tapujos le invitó a probarlo. Me miró Sonia buscando un gesto de aprobación, y me empecé a acariciar mientras mi chica engullía por primera vez delante de mí el pene de otro hombre. Lucía le ayudaba y compartían fluidos, incluso en algún momento dejaron de lado el aparato para besarse, entregarse la lengua de una a otra, y mordisquearse mutuamente los pechos como si de dos lesbianas convencidas se trataran. Juan volvió a reclamar atención y Lucía invitó a Sonia a sentarse encima de aquella polla interminable. Los gestos de Sonia lo decían todo, esa mezcla de dolor y gusto solo podían ser síntoma de placer. Enfrascados en una cabalgada tremenda, Lucía se acercó a mí, apartó mis manos de esa polla que ya conocía, y empezó a tragársela mientas colocaba su coñito en mi boca, ese chocho depilado y carnoso que me volvía loco y que se calentaba por momentos. Separé sus labios y volví a jugar a penetrarla con la yema de los dedos mientras lamía su botoncito de placer a la vez que ella jugaba con mi polla en su boca como una posesa. Para que no olvidara que yo tenía una promesa que cumplir aquella noche empuje con uno de mis dedos su culito, y dio un pequeño respingo. Alivié la sensación del dedo con un lengüetazo que buscó lo más hondo de su agujero oscuro. Intentaba follarme su culo con la lengua, sin que le faltaran caricias en su vagina, donde buscaba rincones de placer.

Sonia empezaba a gritar. Se iba a correr con aquel pollón dentro de ella, no quería perdérmelo, Lucía se debió dar cuenta y me dejó contemplar la escena de placer que Juan y Sonia protagonizaban. Por el gesto, Juan también se estaba corriendo dentro de mi chica, y Lucía se dirigió como una posesa a aquella fuente de lefa intentando, una vez más, que no se desperdiciara ni una gota de la polla de Juan, ni de la que había depositado en el coño de Sonia.

-Qué delicia cabrones, dejadme comeros todo, les decía Lucía como una posesa.

Intentó que no se desperdiciara nada, incluso Sonia se convirtió en cómplice poniéndole el coño a la altura de su boca para entregarle toda la eyaculación de su chico. Lucía tragaba todo el semen, aunque el último sorbo decidió compartirlo con Sonia, que se entregó al juego completamente desinhibida. Volvieron a cerrarse en un beso profundo, dejándonos ver como sus lenguas jugaban en la boca de la otra.

Yo todavía tenía que correrme, y Sonia, con algún resto de lefa en la boca, empezó a comerme la polla como una loca, mientras Lucía volvió a colocar su chocho en mi cara pidiéndome caricias con la lengua. Me la empecé a follar con la lengua todo lo que pude, y no tardó en correrse, tal y como pude comprobar por la cantidad de fluidos con los que me restregaba la cara. Aminoré el ritmo y Sonia decidió cabalgarme. No pude ver qué postura había adquirido, pero la notaba de otra manera, dándome y dándose un placer tremendo... Cuando Lucía se retiró (notaba hasta que le temblaban las piernas) pude comprobar que estaba follándome dándome la espalda, enseñándome su culo. El clímax me esperaba, y Sonia que me conocía muy bien lo sabía. No paró hasta que me escurrió toda la corrida dentro de su coño, que palpitaba loco de placer.

Se despegó de mí y me abrazó mientras su respiración seguía entrecortada. El alcohol y los polvos la dejaron adormilada, mientras Lucía volvía a cargar contra Juan, primero unos lametones a la polla, y cuando ya era un pollón, a sentarse otra vez encima. Aquella era mi oportunidad de cumplir con el deseo de Lucía. Le acerqué mi pene a su boca mientras se follaba a su chico, y cuando recuperó el vigor, me puse detrás de ella. Quise regalarle unos lametones en su culito apretado, y en alguno hasta me encontré la polla de Juan que seguía follándola el coño desesperadamente. Juan comprobó mis intenciones cuando me puse detrás de Lucía, frenó el ritmo y dejó trabajar a la punta de mi polla sobre la entrada del culo de Lucía. Quería rompérselo, pero me dediqué pacientemente a que entrara el glande... después la inundé de mí. Mis huevos chocaban con los de Juan y empezamos a follárnosla al compás. Lucía se dejaba hacer gozando como una salvaje.

Miré a Sonia, se había despertado por los gritos de Lucía, y se estaba masturbando viendo como Juan y yo nos la follábamos de aquella manera.

-Quiero que os corráis los dos, seguid, seguid, gritaba Lucía, mientras nos empapaba de sus fluidos, signo de que ella ya había llegado al climax más de una vez. Juan paró nada más correrse, agotado; Sonia se acariciaba rápidamente el clítoris en círculos con la respiración entrecortada, y yo seguí dando unas cuantas embestidas hasta que descargué toda mi leche dentro de Lucía.

Acabamos rendidos todos. Lucía me dio un beso y me susurró al oído:

-Me has regalado uno de mis deseos secretos, gracias.

-Me has regalado unas vacaciones de ensueño, gracias, le respondí.