Entregado a la locura de Lucía

No tenía ni idea de lo que me esperaba aquella noche con Lucía. Ni planeándolo podía salir mejor. Nos quedamos solos en el bar y nos entregamos mutuamente mientras nuestras parejas dormían sus borracheras.

Aquel día decidimos ir a la playa bastante pronto. Había que aprovechar el sol del norte, donde escasea a pesar de la época estival. Las vacaciones en pareja estaban yendo bien, mucho descanso y bastante ocio.

Fuimos a la zona en la que solemos colocarnos y mientras Sonia se estiraba como un lagarto, yo miraba a la gente que nos rodeaba. Me pareció reconocer a una solitaria chica rubia a unos metros de nosotros. Por el tono del pelo, el cuerpo macizo y los abultados pechos debía ser Lucía, la camarera del Potemkin, el bar que solíamos frecuentar desde hacía varios años, cuando elegimos aquel destino vacacional, donde igual tomábamos un bocata que nos bebíamos  varias copas. Se movió un poco y confirmé que era ella. Siempre me gustó esta mujer, aunque nunca se lo había reconocido a Sonia. Es guapa, ojos azules y mirada limpia, siempre risueña y se había aprendido nuestros gustos. Decidí esperar para bañarme por si ella se daba un chapuzón, aunque el mar estaba algo revuelto. Supuse que no tardaría en recogerse, porque el local abría a última hora de la mañana.

La espera se hacía eterna, incluso en algún momento confié que iba a dejar sus pechos al aire cuando se ajustaba el top del biquini, pero no fue así. Intercambié alguna palabra con Sonia sin mayor contenido hasta que se dejó atrapar por el sueño, y cuando casi había desesperado, vi a Lucía buscar algo en su bolsa de la playa, miró la hora, y supuse que el tiempo se le había echado encima, porque se levantó y se dirigió ágil hacia las olas.

Era el momento, me levanté y me acerqué hasta la orilla donde la veía dudar si meterse o no.

-Hola Lucía, ¿no te atreves a meterte?, pregunté mientras me acercaba por detrás.

-Anda, no te había visto. He querido descansar un poco antes de meterme en el bar. Juan me ha dado la mañana libre.

Juan era su novio o su marido. Siempre estaba trabajando, y hacían una extraña pareja. La pude mirar de cerca, y cerciorarme de que la belleza de esta joven asturiana era tan real como muchas veces me había imaginado. Sus pezones apuntaban pequeños pero firmes hacia mí, quizás porque el agua estaba francamente fría.

Compartimos una breve conversación sobre el bar, y aprovechó para invitarnos a la fiesta aniversario que se celebraría por la noche.

El mar se volvía bravo por momentos, pero a los dos nos apetecía el remojón. Nos decidimos a entrar en el agua de lleno, con tal suerte que llegó una ola bastante impresionante, dándonos una voltereta que a mí, al menos, me desconcertó. Al volver a rencontrarme vi que a Lucía se le había escapado un pecho del biquini. En sólo unos instantes se lo colocó de nuevo, pero pude observar su gran aureola rosada, y el pequeño pezón que minutos antes me amenazaba desafiante.

-Vaya espectáculo, dijo como con ganas de romper la vergüenza.

-Bien bonito, respondí sin saber siquiera qué estaba diciendo.

Comentamos y reímos con la anécdota, y mientras nos recogíamos, reiteró la invitación y nos despedimos.

-Anda, ¿no es esa Lucía?, me preguntó Sonia mientras me acercaba a mi toalla.

-Sí, hemos coincidido en al orilla -mentí- y nos ha invitado a una fiesta aniversario que celebran hoy en el bar. Seguí relatando atropelladamente sin darle importancia: ¿Sabes? Ha venido una ola que nos ha dado una voltereta y a Lucía se le ha salido una teta del biquini.

Sin dar respiro a la anécdota le pregunté a Sonia: ¿Alguna vez has hecho top less?

-No, ni lo haré.

Zanjó el tema y se tumbó de nuevo.

...........................

Llegamos al Potemkin esta vez después de cenar, estaba animado, bastante lleno, y me sorprendió que Lucía nos hubiera reservado una pequeña mesa para nosotros. Nos recibió encantadora, como siempre.

-Bienvenidos, ¿lo de siempre?

Asentimos, mientras Lucía preguntaba a Sonia:

-¿Te ha contado lo que me pasó esta mañana? ¡Qué bochorno!

Menos mal que se lo he contado, pensé.

Llevábamos un rato en el local, disfrutando del grupo pop que versionaba temas de siempre, viendo los juegos de un mago, charlando de lo nuestro, y me levanté para ir al baño. Aproveché para lavarme las manos que estaban pegajosas de alguna de las bebidas, y mientras me lavaba entró alguien más. No me fijé, pero era Lucía. Pensé por un momento que me había metido en el de las chicas, pero ella sin darme tiempo a pensar más me llevó hacia uno de los retretes, cerró la puerta y sonriente se llevó las manos a la espalda, se desabrochó el sujetador y se levantó todo de golpe dejándome ver sus pechos con detenimiento.

-No sé si esta mañana te dio tiempo a verlo con tanto detalle...

No podía hablar, ligeramente los acaricié simultáneamente desde abajo hacia los pezones. Eran realmente pequeños pero respondían rápido a las caricias. Me lancé y sin pensar lo que hacía di un chupetón a cada uno. ¡Qué tetas tan bellas! Duras, firmes, grandes y naturales.

-Tengo que volver, -me dijo mientras volvía a ocultar sus senos, cerraba el sujetador y me soltaba un pico-. Intenta quedarte hasta el final, yo me encargo de Juan, me dijo mientras salía hacia el bar.

-¿Te apetece, no?, me preguntó justo antes de abrir la puerta al verme que no reaccionaba.

-Sí, claro, respondí sin pensar.

Desconcertado regresé, y vi a Sonia tomando un chupito. Me crucé con Lucía, y me susurró: "Quizás también pueda encargarme de Sonia". Creí entender la estrategia de emborrachar a nuestras respectivas parejas, sobre todo, cuando en las cinco o seis veces que vino noté que los chupitos que me daba a mí eran simplemente refresco.

Entramos en la madrugada y mi bella Sonia me pidió que nos fuéramos a casa. Era la oportunidad de cumplir con mi parte.

-Sonia, estamos pasándolo fenomenal. ¿No aguantas?

Sabía que su respuesta iba a ser negativa, y acordamos que la acompañaba hasta casa, y yo regresaría otro rato a la fiesta. A mi vuelta al Potemkin, se había vaciado considerablemente, sólo veía a los muy habituales, y a Juan sentado en una silla con un pedal de impresión mientras escuchaba a Lucía que pedía a unos amigos que le llevaran hasta casa, que ella cerraría. Empecé a conversar con alguno de estos habituales hasta que quedamos en el local Lucía, Juan, una pareja, amigos suyos, que se habían comprometido a llevar al tajado hasta casa hacía casi una hora y yo. Cuando decidieron llevarse a Juan, me ofrecí a ayudar a Lucía a recoger. Por fin se cerraron las puertas del bar, se bajaron las opacas cortinas, se apagaron unas cuantas luces y Lucía cambió la música a algo más tranquilo todavía.

-Aquí hay poco que recoger, mañana a primera hora vienen a limpiar. Mientras decía eso, volvió a quitarse la camiseta, el sujetador y descubrir el secreto que había compartido fugazmente en la playa, y más pausadamente, aunque rápido también, en el baño. Se quedó sólo con un pantalón vaquero. Me volvía loco verla así.

Lucía llevaba toda la iniciativa, y yo la dejaba hacer. Puso una silla en un lugar estratégico, y me sentó mientras me desnudaba lentamente, acompañando con caricias y besos por todo el cuerpo. Se puso de rodillas entre mis piernas y comenzó a acariciar mi pene por encima del calzoncillo, dándose cuenta de que tenía ya un grosor considerable. Me dejó completamente desnudo, y cuando el aparato se sintió liberado, botó rápido golpeando la linda cara de Lucía. No se lo pensó dos veces, y comenzó a tragarse mi polla mientras yo me dejaba llevar por las caricias de placer.

Me estaba haciendo una mamada impresionante, y como si quisiera que pasáramos a otra fase, me cogió de la mano y desnudo por el bar me llevó cruzando la cocina hasta una despensa.

-¿Quieres ver una cosa?

Encendió el monitor de un ordenador, tocó un par de veces con el ratón, y de repente me vi sentado en la silla en medio del bar recibiendo la mamada de Lucía. Me cortó el rolló y pensé que era una estrategia para someterme a algún chantaje.

-Es una broma, no te preocupes.

Al verme tan preocupado y que se me había pasado el calentón, delante de mí destruyó el vídeo.

-¿No querrás que mañana lo vea Juanito?, siguió bromeando mientras acababa de eliminar el archivo.

De detrás de una estantería sacó un colchón, lo tiramos en el suelo, se me acercó y me susurró:

-Ahora vamos a olvidarnos de la broma y vamos a dedicarnos a nosotros, ¿vale? Me ha encantado ese pene gordito en mi boca... creo que más abajo podrá hacer maravillas, ¿no?

Volvió a generar ese clima de dulzura que ella sabía transmitir, y nos abrazamos mientras nos estirábamos en el colchón. Quería ya verla desnuda, y le desabroche el pantalón, mientras ella me ayudaba a quitárselo. Me sorprendió verla sin bragas, y me lo debió notar porque me dijo:

-Confiaba en que en algún momento de la noche me hubieras metido mano, y quería ayudarte... pero ya he visto que estabas demasiado tenso.

No supe que responder, y decidí seguir con las caricias. Por fin tenía delante de mí a Lucía completamente desnuda, con un coño totalmente depilado, carnoso y como pude comprobar enseguida, delicioso. Desde esos voluptuosos pechos hasta su ombligo deslice mi lengua, y cuando por fin llegué a su rajita, entregada abrió completamente sus piernas a los juegos de mi lengua sobre su clítoris. Notaba como rápidamente de lo más profundo de su cuerpo brotaban fluidos deliciosos que volvían a poner mi aparato a tono. Trataba de absorber su botoncito y con la yema de los dedos jugaba a entrar dentro de su deslizante coñito. Se movía invitándome a ello, levantándolo ligeramente, y facilitándome que fuera mi lengua la que buscara su placer dentro de ella. No había límites y decidí llevar mi lengua hasta su culo. Vibraba de placer y yo estaba totalmente dispuesto a llevarle mi polla hasta el fondo de su cuerpo. Se giró levemente y seguí regalándole unos cuantos lametazos que iban desde su botón hasta su agujero oscuro, y regresaba.

Gritaba y me pedía más, mi falo era todo lo que podía darle. Me tumbé sobre ella, y lentamente se lo metí todo lo que pude hasta comenzar con unas fuertes sacudidas mientras me abrazaba con sus piernas pidiéndome más. Con mis dientes pellizcaba levemente sus botones y los lamía como loco. Se quedó por un momento sin habla ni respiración y supe que se estaba corriendo como una salvaje, y aunque me lo pedía, yo no paré... continué mis embestidas hasta que levanté mi cabeza, lancé un breve gemido en un gesto de que el clímax se aproximaba y rauda me sacó de su chocho para buscarme con la boca, donde descargué toda mi leche.

-No te quedes ni una gota, me decía mientras se tragaba toda la eyaculación.

Caí rendido y me limpió la polla con su lengua dejándolo como si jamás hubiera ocupado coño alguno.

Nos abrazamos y compartimos el placer por el polvazo mientras recuperábamos el aliento, y cuando pudimos nos levantamos, recogimos el colchón, la ropa y acompañé a Lucía hasta su casa. En el portal, como dos jóvenes adolescentes nos besamos y nos magreamos otra vez. Metí mi mano por su imponente culo y le acaricié el ano mientras me susurraba:

-Me encantaría que metieras por ahí esa cosa gordita que me has enseñado esta noche mientras Juan me folla por delante, ¿te gustaría?

Volvió a dejarme descuadrado, y respondí igual que cuando se metió en el baño:

-Sí, claro.

-Pues lo tendremos que organizar, pero con Sonia. Ahora voy a masturbarme en el sofá mientras pienso en el delicioso polvo que me has echado.

Me volvió a dar un pico, un apretón a mi paquete y desapareció escaleras arriba.

Al llegar a casa, me desnudé en el salón, me estiré en el sofá y me comencé a tocar pensando en el polvo e imaginando a Lucía tocándose.

Me dormí dando vueltas a la propuesta, mientras acariciaba lentamente a Sonia que soñaba placenteramente sin imaginarse lo que podría llegar a ocurrirnos.