Entregada al jefe de mi marido Parte II
Me voy dejando arrastrar al episódico más morboso de mi vida
Mi marido es seguramente el hombre más inteligente que he conocido, y la inteligencia a veces es peligrosa. Él sabe cómo tiene que excitarme, conseguir que pierda el control, volverme loca, jugar conmigo, manteniéndome ansiosa como una perra detrás de un hueso, consiguiendo sembrar en mi cabecita nuevas fantasías…
Conoce cuáles son mis puntos débiles. Sabe el momento justo en el que tiene que exponer una nueva idea, reiterar con ella. Actuando siempre en el instante preciso y adecuado. Es paciente y casi nunca se adelanta, no tiene prisa, pueden pasar días, semanas, incluso meses…
Sabe manipular mi mente, ensuciar mis ideas cargando mis razonamientos de morbo, consiguiendo hacerme desear ser una auténtica zorra, una verdadera puta a los servicios de sus más bajos instintos. Me encanta como lo hace, volviéndome completamente loca.
Una llamada suya o un mensaje cuando estoy en el trabajo, puede hacer que mis bragas se humedezcan casi al instante, dejándome cachonda durante toda la jornada.
—¿Te acuerdas del día del cumpleaños de Ramón? —me preguntó mi marido justo cuando su mano comenzaba acariciar mi sexo.
—¡Cómo olvidarlo! —Exclamé exagerando un suspiro.
—Cada vez que Ramón me hace algún comentario de ese día, no te imaginas como se me pone la polla
—¿Ah sí? ¿Hablas de tu mujercita en el trabajo con tu jefe? —le interpelé, sintiendo el contacto de sus dedos entrando dentro de mi sexo— ¡Ah…!
—Ahora mismo me parece estar viéndote bailando como el otro día. De repente un hombre se te acerca y os ponéis a hablar. Al poco rato os vais juntos a la barra a tomar una copa. Ramón me mira, extrañado, yo solo sonrío, porque cuando veo cómo te desean se me cae la baba.
—Sigue, por favor ¡Ah…! ¿Qué más te gustaría? No pares de tocarme mientras hablas. —Casi le rogué.
—El hombre te agarra por la cintura, cada vez el coqueteo es más evidente, cada segundo que pasa vuestros cuerpos están más cerca. Ten encanta rozarte, frotarte contra él, eres como una gata en celo. En ese momento ya se intuye claramente que va a suceder algo obsceno entre vosotros, es ya inevitable. Tú nos miras un segundo, con esa de cara de puta que pones cuando estás cachonda, tal como lo estás ahora.
—¡Te casaste con una puta! Sigue por favor. ¡Ah…! —lo interrumpí escuchando el chapoteo que sus dedos hacían entrando y saliendo de mi coño.
—Me casé con la más puta, cariño, —puntualizó mi marido.
—¿Qué más? Sigue hablando —Le pedí ya moviendo mis caderas para sentir con más intensidad sus dedos en mi sexo.
—Ramón me mira como intentando averiguar qué es lo que está pasando. Pero yo no digo nada, solo disfruto del momento que nos estás regalando. Es impresionante verte en ese estado. Yo sé lo que va a pasar, lo leo en esos bonitos y expresivos ojos claros que tienes. Un segundo después tu boca, se pega con la del hombre. Cierras los ojos y comenzáis a besaros con una pasión desenfrenada. Ya no te acuerdas de mí, ni de Ramón, ni de nadie, te dejas llevar.
—¿Te complacería que hiciera eso? ¿Te gustaría qué Don Ramón supiera que eres un puto cornudo, que disfruta entregando a su mujer a otros hombres, para que se la follen? —Pregunté ya casi fuera de mí, al borde de llegar al orgasmo.
—No hay nada que me guste más que serlo. Soy un cornudo y no quiero dejar de serlo nunca. Sabes que adoro tu coño, que me encanta follarte, pero aún disfruto más cuando veo como lo hace otro.
—¿Te gusta más dejar que otro hombre disfrute de este conejito? ¡Joder…! ¡Me voy a correr! —Anuncié entrecortadamente.
—Sí, ahora mismo le cedería tu coño a cualquiera que quisiera follárselo.
—¿Sabe Don Ramón que follabas con la puta de su hija? —Pregunté de repente, cambiando de tema, sabiendo que me estaba internando en terrenos pantanosos.
A veces había intentado sacarle a Enrique detalles de su relación con Olga, sentía una insana curiosidad por conocer algo más sobre la relación que había tenido mi marido con ella. Enrique conocía todos mis secretos, yo era como un libro abierto que le había ido narrando cada una de las infidelidades, que había cometido durante años, cuando estaba casada con mi primer marido.
Le encantaba conocer todos los entresijos, todos los detalles, cuanto más escabrosos mejor.
Sin embargo, la vida anterior de Enrique era todo un enigma para mí. Su primer matrimonio, según él, había sido la cosa más aburrida del mundo. Su esposa era de esas personas carentes de morbo, y cuando le preguntaba por su relación con Olga, me daba pequeñas pinceladas que yo tenía que ir interpretando como si fuera un jeroglífico. Había notado que ese tema lo ponía nervioso, y cuanto más lo notaba ponerse así, más crecían mis ganas de conocer todos los detalles,
—No solo era conocedor, además aplaudía esa relación —me respondió.
—¿Aprobaba la infidelidad que ella cometía con su yerno? —Volví a la carga intentando conocer algún detalle más, aprovechando que ese día Enrique estaba muy excitado, y parecía estar un poco más abierto.
—Así es. Él mismo fue el que hizo todo lo posible para que me follara a su hija —dijo pausadamente.
—¿Y Olga lo sabía? ¿Ella conocía que su padre te animaba para que te la follaras? —pregunté cada vez más intrigada.
—Sí —respondió rotunda y escuetamente.
Entonces Enrique sacó sus dedos de mi vagina, bajó su cabeza hasta mi sexo, me abrió los muslos con rudeza, acercando su boca.
—¡Ah…! —suspiré al sentir el contacto de su lengua contra mi clítoris.
Sabía que ese día ya no me contaría nada más de su extraña y apasionada relación con Olga. Conocía a mi marido, por lo tanto, pese a morirme de ganas por conocer más detalles, deje el tema. Entonces cerré los ojos y comencé a disfrutar de las caricias de su experta lengua.
—Olivia ¿Quién te está comiendo el coño ahora? —Me preguntó mi marido desde ahí abajo.
—Iván —le respondí de forma directa—. Ya sabes que ese crío me vuelve loca, —añadí.
No tardé prácticamente nada en correrme. Casi al instante pude nota como los músculos de mi cuerpo se ponían rígidos, mis piernas comenzaron a temblar y mi boca a gemir.
—¡Sí…! ¡Iván me corro! ¡Cómo me gusta! ¡Iván…! ¡Ah! —Grité escandalosamente sintiendo la llegada de un intenso orgasmo.
Iván era un chico con el que llevaba acostándome desde hacía un par de meses. Tiene dieciocho años, y es una de esas líneas rojas que siempre había pensado que nunca iba a traspasar. No solo por su edad, en este caso lo peor es que es el mejor amigo de mi hijo.
Con Iván he descubierto nuevas sensaciones. Nunca pensé que un chico tan joven pudiera satisfacerme de esa forma. Nuestras sesiones de sexo pueden durar horas, luego caemos agotados, y exhaustos. Me encanta sentir su abrazo, rodeando mi cuerpo cuando me duermo a su lado. Creo que se está enamorando demasiado de mí, es lo malo y lo bueno de algunos jóvenes, viven todo como demasiada intensidad. Tal vez, por ese motivo, me vea pronto obligada a tener que poner fin a nuestra relación.
Enrique muy a su pesar nunca me ha visto follar con el muchacho, exceptuando en una corta grabación que hice con mi teléfono móvil. Ambos hemos pensado que es mejor que Iván no sepa nunca que mi marido consiente. Creemos que, de esta forma, el día que yo quiera romper la relación con el chico, todo será más fácil. «Creo que mi marido está comenzando a sospechar», comenzaré diciendo ese día.
Después de correrme me quedé quieta y relajada, cerrando los ojos intentando dormir unos minutos. El orgasmo siempre me deja exhausta durante un corto periodo de tiempo. Mi marido seguía manteniendo su cabeza ahí abajo, apoyada entre mis muslos, como queriendo permanecer bajo el olor del coño de su ardiente hembra. Pude notar sus rítmicos movimientos.
«Se está masturbando», dije para mis adentros.
«¿En qué estará pensando?». No quise preguntarle, en esos momentos me daba igual.
Recuerdo que comencé a pensar en Olga, en Don Ramón. En todo lo que Enrique me había contado ese día, y que uniendo todo eso a otros detalles que ya conocía de antes, me permitían poco a poco ir hilando cosas.
Creo que esos fueron los últimos pensamientos que tuve, justo antes de quedarme plácidamente dormida.
Pero mi marido ya iba maquinando su próxima jugada. Para Enrique el sexo es solo eso, simplemente un juego en el que intenta siempre anticiparse, moviendo las fichas con meditados movimientos.
Los viernes solíamos salir a tomar unas cervezas por el barrio. Yo salgo siempre antes de trabajar que él, y normalmente, cuando mi marido llega a casa, yo ya estoy preparada. Pero aquel día vino un poco antes que de costumbre.
—¡Vamos! —Exclamó apremiándome para que me diera prisa—. Está Ramón abajo esperando, le he invitado a tomar algo con nosotros —anunció.
—¿Don Ramón? —Pregunté nerviosa y extrañada al mismo tiempo. No lo había vuelto a ver desde unas semanas antes. Precisamente la noche de mi huida en taxi, situación que me hacía sentirme tremendamente avergonzada.
—Sí —afirmó Enrique—. Me preguntó si podía venir a tomar algo con nosotros, y no he podido negarme.
Iba a protestar, pero preferí por una vez quedarme callada. En las situaciones ordinarias y cotidianas nunca me muestro precisamente sumisa. Pero no quería comenzar el fin de semana enfadada.
Mi marido y yo siempre esperamos el fin de semana con bastante impaciencia. Entre semana, nos gusta disfrutar de la vida normal de cualquier matrimonio: trabajo, compras, gimnasio, hacer la casa, cuidar de los niños…
Pero el fin de semana o las vacaciones son nuestros mejores momentos. Ahí es cuando nos dejamos llevar, desmelenándonos y viviendo todo con verdadera intensidad.
Cuando llegamos a la calle, vi el coche de Don Ramón aparcado frente a los contenedores. Él nos vio, haciéndonos una seña con la mano para que nos apresuráramos.
Mi marido hizo la intención de cederme el asiento delantero junto a Don Ramón, pero yo insistí en sentarme atrás. Quería evitar estar cerca de él, y conocía las intenciones de Enrique.
—Buenas tardes, Olivia. Estás guapísima, —me dijo nada más subir al coche,
—Gracias —acerté a contestarle.
Pensando, que tal vez, sabiendo que nos acompañaría esa tarde, me debería de haber vestido de una forma más discreta. Quizás con unos pantalones y una ancha sudadera, en vez de llevar una minifalda con una ajustada camisa, en la que además se dibujaban la marca de mis pezones.
La tarde fue cayendo con absoluta tranquilidad, sin ningún tipo de comentario fuera de lugar. Don Ramón se empeñó en invitarnos a cenar, pero yo me negué, alegando que me apetecía más ir a comer unos pinchos con unas cervezas.
Cuando nos quisimos dar cuenta, la noche fue avanzando, y de las cervezas pasamos a los Gin tonic.
—¿Hoy no bailas? —me preguntó Don Ramón.
Yo me quedé callada, estaba inventando una excusa, decirle que estaba cansada. Pero antes de que pudiera expresarme mi marido se adelantó.
—¡Venga! Es verdad, anímate y báilanos algo. Sabes que nos vuelve locos ver cómo te mueves. —Comentó Enrique usando el plural.
Ver a mi marido así, tan osado y decidido, me animó a jugar un poco. Era viernes noche, y quizás era hora de que comenzara la diversión.
—¿De verdad queréis ver como bailo? —pregunté con una pícara sonrisa, observándolos a ambos.
Ellos se miraron y respondieron afirmativamente moviendo la cabeza, sin ocultar una sonrisa de triunfo en sus labios. Quizás me tenían donde querían, o tal vez eso pensaban ellos.
—Vale. Pero quedaros aquí —dije marchándome, contoneando mis caderas hacia la pequeña pista de baile.
Nada más ponerme bailar miré en dirección donde estaba mi marido. Enrique no dejó de sonreírme ensimismado. Era consciente que, para él, yo era la mujer más sexy del mundo. Me encantaba excitarlo, saber que para mi marido no había otra mujer como yo.
Habíamos visitado en más de una ocasión, algún club liberal, yo misma lo animé a realizar algún intercambio de pareja, pensando, que sería bueno para su ego. A veces tengo miedo que ser un cornudo consentidor, pueda ir limando cierta parte de su autoestima. Es un juego en el que ve, como consiguen excitarme otros hombres, como consiguen en ocasiones hacerme incluso mear de gusto. Empleamos palabras fuertes, a veces adjetivos vejatorios e injuriosos, que a él le encanta escuchar de mi boca, o de la del hombre que me está follando en ese momento.
En alguna ocasión pude verlo con otras mujeres. Nunca sentí celos, pues yo notaba que a pesar de estar en ese momento follando con otra mujer, no dejaba de observarme. Enrique no lograba abstraerse de lo que yo estaba haciendo a su lado, no quería perderse ni un solo detalle, de verme con otro hombre. Incluso ellas, a veces notaban de alguna manera su falta de entusiasmo.
Llegamos a un punto en el que no volvimos realizar intercambios. Nuestros juegos se limitaron a que yo estuviera con chicos, a veces sola, otras en cambio en su presencia. Le encantaba ver mis juegos de seducción y provocación. Otras veces, no llegaba a mantener sexo directo con otros hombres, simplemente nos conformábamos con mis artes exhibicionistas.
Pero aquella noche, mientras Enrique y Don Ramón miraban como bailaba, no tuve que esperar demasiado. Enseguida un hombre se acercó a bailar a mi lado, me dijo algo que no llegué a entender debido al alto volumen de la música. Tampoco hice que lo repitiera, pues físicamente no despertó ningún tipo de interés en mí.
Entonces es cuando vi a un hombre a pie de pista, estaba quieto mirándome, me desnudaba descaradamente con los ojos. Yo le sonreí, pero el permanecía impertérrito con el cubata en la mano. Seguí contoneándome, sabía de sobra que, si quería ligar con él, no tendría que molestarme en hacer nada más. El pez había picado.
El chico que había permanecido bailando a mi lado, se dio cuenta de que no tenía nada que hacer conmigo, y poco a poco se fue retirando, volviendo con la cabeza agachada junto al resto de sus amigos.
—¿Quieres tomar algo? —Me preguntó acercándose el chico, al que acaba de sonreír unos segundos antes.
Hice con que no le había escuchado, para hacérselo repetir otra vez.
—Digo ¿Qué si te apetece tomar una copa? —Volvió a repetir.
En ese momento hice un gesto afirmativo con la cabeza, y lo acompañé hasta la barra que estaba justo frente a mi marido y a Don Ramón. No miré hacia ellos, en ese momento solo tenía ojos para el chico que acaba de seducir.
Era bastante guapo, alto, moreno, con algo de barba. En ese momento sentí cierto agobio de que estuviera allí Don Ramón, pues era consciente de que ese día mis juegos no podrían llegar demasiado lejos. Estaba cachonda y me apetecía dejarme follarme por el guapo acompañante que acaba de conocer. Sin embargo, todo quedaría en un simple despliegue de coqueteo por mi parte, exhibida como una calienta pollas a los ojos del jefe de mi marido.
Después de presentarnos, me comentó que trabajaba como comercial, y que no era de allí, que solamente estaba de paso. Su conversación no era nada del otro mundo. Me molesta la gente que un viernes por la noche, se dedica de alguna forma a hablar de su trabajo.
Le faltaba esa chispa que enseguida se les agota a muchos hombres cuando intentan seducir a una mujer, No sé por qué, pero a los dos minutos de conversar se quedan sin palabras. Es como si solo supieran iniciar el coqueteo, pero no fueran capaces de progresar.
—¿En qué trabajas? —Me preguntó, como intentando sacar la conversación adelante.
—Soy ama de casa —Mentí para zanjar el tema.
«Vas a tener que intentar esforzarte un poco más», pensé riéndome de la situación.
Poco a poco el chico fue entendiendo cual era la forma de seducirme, y se fue arrimando un poco más a mí.
—Nada más verte bailando, llamaste toda mi atención, te mueves de una forma muy sensual. En cambio, yo… soy arrítmico, —me confesó el chico
—Pues he leído el otro día en una revista que, según un estudio de la universidad de Columbia, bailamos tal y como nos movemos en la cama, —dije bromeando.
—¿En serio? —preguntó mirándome a los ojos—. Pues tú tienes que ser una maravilla follando. En cambio, a mí, el estudio me deja en un muy mal lugar —respondió siguiéndome la broma.
Un segundo después me tenía agarrada por la cintura, yo lo miraba a los ojos, sonriéndole de forma traviesa. En ese instante su boca se acercó a la mía y comenzamos a besarnos. Por unos segundos me dejé llevar tanto por la humedad de sus sedosos labios, que me olvidé incluso que mi marido y su jefe estarían mirando lo que estaba haciendo.
Noté la mano del chico como bajaba de mi cintura, posándose sobre una de mis nalgas, luego me atrajo hacia él presionándome con su pelvis, pudiendo notar a la altura de mi sexo, el bulto que se dibujaba en su entrepierna.
Me lo hubiera follado allí mismo. Pero nada más separar unos instantes mi boca de la suya, volví a la realidad.
—Voy al baño —le dije sonriendo, alejándome de él.
Nada más salir del váter, había una especie de pasillo que separaba los servicios del Pub, allí me topé de frente con mi marido, que me estaba esperando. Al verme sonrió, y yo sabía de sobra el significado de ese gesto. Estaba contento, satisfecho y orgulloso de que me hubiera besado con ese desconocido delante de Don Ramón.
Se acercó a mí, me dio un pequeño pero enérgico empujón, pegando mi espalda a la pared del largo pasillo. Entonces comenzó a besarme con verdadera pasión, Yo cerré los ojos, notando como su mano se sumergía entre mis muslos hasta rozar con sus hábiles dedos, la tela de mis bragas, justo a la altura de mi coño.
—Te encanta comerte las babas de otros hombres en mi boca, —le comenté mirándolo fijamente.
—¿Qué le vamos a hacer? Me gustas más, cuanto más usada estás—Dijo encogiéndose de hombros, como el que acepta resignadamente lo inevitable.
—¿Estás contento? Tu jefe ya sabe que eres un cornudo y que tu mujer es una puta ¿Es eso lo que querías? ¿Verdad? —Le comenté elevando un poco el tono, sin importarme que alguien pudiera escuchar nuestra soez conversación.
A pesar de la excitación, estaba un poco enfadada con mi marido. Él me había arrastrado a eso, a dejar que Don Ramón conociera, los secretos más recónditos de nuestro matrimonio.
—Dame tus bragas, —me pidió de un modo que sonó demasiado autoritario.
Yo me quedé extrañada, Enrique no es un hombre demasiado fetichista.
—Son para él ¿Verdad? ¿Te las ha pedido él? —Le pregunté mirándolo a los ojos.
—Sí. ¡Dámelas! —Volvió a repetir, casi exigiéndomelas.
—¿Y qué me das tú a cambio de mis bragas? —Pregunté de forma altanera y brava, retándolo.
—Lo que quieras. Te daré lo que me pidas ¿Qué quieres a cambio de tus bragas? —Me interpeló con tono ansioso.
—Quiero pasar todo un fin de semana con Iván, —dije lazándole un órdago.
Él se quedó callado, permaneciendo en silencio durante unos largos segundos, como sopesando el envite que yo acababa de lanzarle. Incluso, llegué a pensar que se negaría, sintiéndome en el fondo complacida, porque no aceptara el reto. Pero poco a poco en sus labios se dibujó esa sarcástica sonrisa que tanto me enamoró de él.
—Bien, por mí de acuerdo. Ahora bájatelas y dámelas —reiteró apremiándome— Luego, podrás ser la puta del chico ese, durante todo un fin de semana, —añadió en tono humillante.
Entonces puse una mueca improvisando una sonrisa. Miré hacia los lados, en ambos baños había cola, pero me dio igual. Sin dejar de mirar a Enrique a los ojos, metí mis manos bajo mi falda, y sin levantarla, agarrándola por el elástico de la goma de la cintura, tiré de ellas hacia abajo. Sacándomelas por un pie, y luego por el otro. Una vez que las tuve en la mano, tiré de mi falda hacia abajo como colocándomela y le entregué el diminuto tanga. Estaba caliente y húmedo.
—Toma, haz con ellas lo que quieras. Puedes dáselas al viejo. Dile que la puta de tu mujer te las ha dado para él. Pero recuerda que, si se las das, no pasaremos juntos el fin de semana próximo. Haré otros planes, me marcharé con Iván, puede que te diga hasta donde iremos, —dije marchándome de allí, sin disimular mi enojo.
Entonces me acerqué a la barra, el chico me estaba esperando ansioso.
—¡Joder qué cola había en los baños! —Exclamé al acercarme. Cogí mi copa y le di un largo trago, intentando que el alcohol templara mis nervios.
Entonces miré hacia la posición donde estaba Enrique. Vi como mi marido sacaba mi tanga de su bolsillo y se lo entregaba a su jefe.
Don Ramón miró hasta donde yo estaba con cara de triunfo sonriendo. En ese momento sentí asco por la escena que estaba presenciando. Vi como extendía mi tanga y lo miraba, luego lo dobló con sumo cuidado, guardándolo en uno de los bolsillos de su chaqueta.
Estaba decidido, el próximo fin de semana me iría con Iván. No sabía dónde, pero ya se me ocurriría algo. Hasta entonces nunca había pasado un fin de semana con un hombre alejada de mi marido, era otro de nuestros pactos. Pero él lo había querido, había intentado lanzarle un órdago, y él había aceptado el envite.
—Perdón ¿Cómo me dijiste que te llamabas? —pregunté al chico mirándolo a los ojos.
—Damián, me llamo Damián, —respondió pacientemente.
—¿Vamos a otro sitio? Creo que aquí hay demasiada gente.
No se lo tuve que repetir. El chico me agarró una mano y me sacó de allí, pasando casi al lado de mi marido y de Don Ramón, a los que ni siquiera miré.
Un par de horas después, me encontraba en el coche de Damián, aparcado en un descampado.
Sentí sus manos desabrochándome la camisa, mirando atento como mis pechos asomaban para fuera, cogiéndolos como si quisiera asegurarse que podía tocarlos. Entonces noté esos labios, que llevaba media noche besando, como comenzaron a sorber mis duros y turgentes pezones.
—¡Ah…! —No pude evitar gemir.
Al mismo tiempo saqué su pene bajándole la bragueta. Una polla oscura apareció ante mis ojos. En ese momento comencé a masturbarla, no era ni demasiado larga, ni gruesa, pero me tiré a por ella como si de un preciado manjar se tratara. El chico me agarró por la nuca, intentando que me la metiera toda dentro, cosa que hice sin demasiada dificultad.
No se la chupé demasiado tiempo, estaba tan cachonda, que no pude dilatar más el momento. Poniéndome a horcajadas sobre Damián, agarré su polla rozando su glande contra la entrada de mi húmedo sexo.
—¡Ah…! ¡Sí…! —resoplé de gusto al notar como se iba insertando dentro de mi coño.
Entonces comencé a cabalgar sobre él. Galopaba sobre el muchacho con verdadero desenfreno, con una inusitada y sorprendente furia.
Creo que el enfado que sentía por mi marido, por haberme obligado de alguna manera, a mostrarme como una verdadera zorra delante de su jefe, hacían que follara con ese furor y vehemencia al muchacho.
Sabía que Enrique estaría muy preocupado a esas horas por mí. Yo había apagado el móvil. Enrique no había vuelto a saber nada de mí desde que abandoné el pub delante de sus mismas narices. Estaba segura de que estaría buscándome, sin soltar el teléfono de la mano, esperando ese mensaje que le dijera que todo estaba bien.
Pero estaba tan molesta con él, que necesitaba imaginármelo así. Preocupado y arrepentido; Intranquilo, inquieto, casi alarmado.
—¡Me corro! —dije casi chillando, poniendo más rabia que deseo.
Damián no paró de comerme las tetas mientras mis jadeos se convirtieron en gemidos, para dar paso, segundos más tarde, a lanzar verdaderos bramidos de hembra en celo.
Cuando por fin recuperé la calma, me salí de él, entonces comencé a chupársela otra vez.
—¡Joder Olivia! ¡Qué bien la chupas! ¡Me corro! —Me anunció.
Entonces yo abrí la boca y comencé a masturbarlo, notando toda su corrida sobre mi lengua y mi cara. Me vuelve loca cuando hago correr una polla de esa forma, con fuerza y de forma tan copiosa.
—Llévame a casa, —casi le supliqué, cuando ambos recuperamos la calma.
Como siempre me pasaba, el chico intentó que le diera mi número de teléfono. Pero como invariablemente hago, me negué. A veces se ponen tan pesados que, por no perder más tiempo, simulo meter su número en la agenda, asegurándoles que ya los llamaré o les enviaré un mensaje, o incluso he llegado a dar números falsos.
Media hora después me estaba dando una ducha en casa. Enrique no estaba, aún no había llegado, no pude evitar sentir cierta sensación de satisfacción, pensando que debería de estar muy preocupado.
Me duché con calma, luego me puse el albornoz y por fin encendí el teléfono, sentada en la cama. En ese momento comprendí la sensación de angustia que debía haber pasado mi marido, Más de una docena de llamadas perdidas, y un montón más de mensajes.
Su pesadumbre e intranquilidad, era más que razonable. Me había visto salir con un desconocido del pub, y no había vuelto a saber de mí durante horas. Por primera vez me arrepentí de haberlo tenido tanto rato así.
Entonces le escribí por fin un mensaje.
Olivia – 6:32
Ya estoy en casa
Enrique – 6:32
Menos mal…
Estaba angustiado
Estás bien?
Olivia – 6:33
Sí
Por favor, ven
Enrique – 6:33
Ok
Ahora te veo
Esa noche no hubo reproches ni por mi parte, ni por la de mi marido. Cuando él llegó a casa, casi estaba amaneciendo. Entonces se metió en la cama y me dio ese cálido abrazo que yo tanto necesitaba. Ni siquiera me preguntó, si había follado con el chico. Jamás quiso saberlo.
Continuará
Deva Nandiny