Entregada a mi vocación

Se despierta mi ardiente deseo de ser religiosa.

Agosto 18, 1998

Mi vida no es muy diferente a la de las demás personas. Tengo padre, madre y hermanos que me aman y me apoyan. Desafortunadamente a pesar de tenerlo todo, no podía estar en paz, mi existencia necesitaba una razón de ser. Estaba harta de lo mismo: salir con chicos que te querían follar en la primera cita, banalidades de las chicas de mi edad y esas tonterías de estereotipos que hay en la maligna televisión. En ese preciso momento descubrí mi vocación, lo que realmente quería hacer el resto de mi vida. El diario que comienzo hoy hablará de todo lo que no puedo decir o pensar, una monja como yo debe de estar centrada en Dios pero desde hace unos meses en delante, los pensamientos carnales me invaden demasiado. Supongo que me siento tentada por el mismísimo satanás. No puedo confesar a nadie lo que pienso, sería mi fin en este lugar.

Para empezar te diré quién soy. Querido diario, espero mis secretos sean guardados en cada una de tus páginas. Mi nombre es Cistina, tengo 22 años, soy la más joven de mi familia la cual tiene una buena posición económica por lo que esperaban que me casara con un tipo de mi nivel. Ya te imaginaras lo que dijeron cuando me recluí en este lugar de paz. Mi descripción física casi la he olvidado, pues todo el tiempo estoy cubierta por mi hábito color café que a decir verdad, hacen juego perfecto con mis hermosos ojos, de pestañas largas y rizadas.

Me considero una persona muy linda. Mi piel blanca, labios rosados y carnoso que brillan por si solos, a pesar de no usar ni una gota de maquillaje. Mis cejas pobladas y perfectamente alineadas me dan un aire de ternura y calidez, tal como me gusta sentirme y verme.

-Serás un desperdicio de mujer si te encierras en ese lugar- recuerdo que me dijo mi último novio el día que terminamos nuestra relación.

¿Qué esperaba el que hiciera? Si todo el tiempo había intentado obligarme a follar con él, a pesar de yo muchas veces le dije que no. Al convencerme de mi vocación, yo había decidido permanecer virgen, pura, como debemos de ser las religiosas, pero no solo es pureza de cuerpo, sino también de mente y es aquí donde empieza el problema.

Hoy, en la mañana como siempre, acudí al baño del convento a darme mi ducha mañanera como es costumbre de la congregación. Me levanté 20 minutos más tarde de lo que debía así que salí corriendo al baño. Entré rápidamente y sin tocar la puerta, por lo que me llevé una gran sorpresa: una de mis compañeras, la hermana María estaba aún duchándose, ella es la superiora del área donde está mi habitación. Puedo decir que era perfectamente hermosa, su piel blanca llena de espuma, con el agua corriendo por cada espacio de su piel; sus brazos masajeaban su larga cabellera que por primera vez pude apreciar sin su hábito, por lo mismo del jabón, no podía abrir los ojos. Tallaba sus piernas, su abdomen y sus perfectos senos, redondos y carnosos, de pezones obscuros y firmes.

Pasé un momento observándole, no podía quitarle la vista de encima a su enorme culo, el cual me imaginé con una tanguita y jeans ajustados, eso me excitaba más que ni verla desnuda. Pero su espalda estaba llena de marcas, como cortadas, que por su piel blanca se notaban mucho más. De repente,  tomó la toalla para secar su cara, justo en ese momento salí corriendo a mi celda. Mi remordimiento es tanto que me he pasado toda la tarde flagelándome, no probé bocado alguno, no sé cuántos rosarios he rezado, buscando el perdón de Dios, creo que debo confesarme con el sacerdote pero me siento muy culpable de lo que vi y de lo que imaginé, fantaseando con ella.

Lo mejor será que me valla a dormir. Mi cuerpo se siente débil de haber ayunado todo el día. Mi pecado es grande y ruego al señor que me perdone, nunca fue mi intención verla.

Agosto 19, 1998

¡Oh diario! Mi vida se torna complicada, mi cuerpo y mente sufren por mis pecados. Soy la persona más sucia que hay sobre este planeta. Los pensamientos que me embargan son de lujuria y desenfreno. Hoy decidí levantarme primero que las demás para darme mi ducha, pero fue lo contrario: había 4 de mis compañeras compartiendo el baño. Estaban desnudas, cada quien en lo suyo. No sé por qué tuve que ver eso. Pareciere como si ellas no me vieran.

No pude evitarlo y me escondí para ver cómo se aseaban. Sus imágenes no me abandonan ni un solo momento, me siento realmente confundida. Las pruebas que me está poniendo Dios son demasiado fuertes. Yo no soy lesbiana, pero el ver sus cuerpos, y después verlas con sus hábitos, me produce un gran morbo. No sé qué deseos se están despertando en mi alma y cuerpo, no son reacciones que alguien como yo debería de tener. Tú eres el único al que le puedo contar lo que me pasa, estoy realmente perturbada.  Ha llegado mi hora de dormir y lo mejor será que lo haga. Mañana será otro día.

Agosto 20, 1998

Soy una chica tan celosa con sus cosas; no me gusta que nadie se meta conmigo, ni que invadan mi espacio, realmente eso me vuelve loca pero debo aprender a ser más tolerante, o al menos eso me dijo hoy María, cuando nos encontramos en el baño. No había nadie, lo juro por Dios que estaba sola cuando llegué. Rápidamente me duchaba, para no encontrar a nadie más, pero justamente estaba a la mitad cuando sentí una brisa fría que recorrió mi cuerpo: era mi pequeña esponja mojada, la cual recorría mi espalda, acompañada por una suave mano, era la mano de María.

Voltee desconcertada e intenté cubrirme, ella también estaba desnuda aun tocando mis brazos con la esponja de baño. Mi respiración se agitó. No sabía qué hacer y para mi desgracia, me puse a observarla más de cercas. Ella hacía lo mismo. Nos vimos fijamente y me dijo:

-Espero que no te importe que compartamos el baño, ¿o sí? Aquí tienes tu esponja de baño, se te había caído.

-Gra- gra- gracias- fue lo único que pude decir. Estaba tan nerviosa que tartamudee.

Se dirigió a un lado mío y como sin nada comenzó a ducharse. Estaba pasmada por lo que acababa de ver, por lo que me enjuagué y salí del baño lo más rápido que pude.

¿Por qué me pasa esto a mí? Están invadiendo hasta mis sueños con sus imágenes sucias y sacrílegas. Mi espalda arde de tanto flagelo, mi estómago cruje de hambre, pero debo pagar por mis pecados.

Agosto 21, 1998

Mi confesión con el sacerdote de la congregación no ha funcionado. Hace unas horas me armé de valor y le dije lo que mi corazón siente, las tentaciones que lo embargan, lo mal que me siento de haber visto estas cosas. El, es un hombre de edad adulta. Yo diría unos 45 años, joven en su aspecto, alto y maduro. Parece un actor de película. Sus ojos son verdes, piel blanca y cabello oscuro con unas cuantas canas, las cuales le sientan muy bien. Es muy alto y fuerte, su mirada es de tranquilidad, pero en un momento de la confesión, el me vio con cara de ternura, me acarició la frente, las mejillas y la boca, presionando mis labios y apachurrándolos un poco fuerte. Dentro de mí sentía algo extraño, cerré mis ojos para maximizar el momento. Ningún otro hombre me había tratado como él.

-No pasa nada Cristi, somos humanos y por lo tanto también sentimos. No reprimas tus sentimientos, sé feliz, porque Dios quiere que estés en paz con él. Sé que estas entregada a tu vocación y que por lo tanto harás cualquier cosa por complacerle, y estoy seguro que a él le complacería verte feliz-.

Después de decirme esto, terminamos la confesión y me dio un gran abrazo, fuerte y amoroso. Debo confesar que sentí algo más que la hebilla de su pantalón. Me gustó a pesar de todo, me dijo adiós y me dio un beso muy cercas a los labios. Me siento mejor ahora porque dijo que si yo quería, todos los días podría ayudarle en sus actividades, volviéndome su amiga y el mi confidente. Podré dormir en paz hoy. Gracias señor.

Agosto 25, 1998

Llevo ya varios días sin escribir, pero es que la presencia del cura Mario me llena realmente de paz. No tengo tiempo ni para pensar en otra cosa que no sea él. Su compañía, su plática, su manera de verme y tocarme me llevan a otro lugar. Hoy pasó algo extraño y por eso decidí escribirlo: me pidió que me vistiera con ropa normal, para que lo acompañase a realizar unas compras.

Yo no quería pero él es todo para mí, por lo que accedí. Después de este tiempo al verme, recordé que soy hermosa también físicamente. Mi cuerpo es delgado, de anchas caderas y senos pequeños. Para muchos, quizás esto no sea hermosa pero a mí me encantaba como me veía. Mi cabellera está mucho más larga. Su color obscuro parece haberse incrementado.

Mi maquillaje, mis jeans ajustados y mi blusa levemente escotada me hacían sentir bien. El padre me dijo que me veía preciosa. El tampoco usaba hábito y salimos de la congregación en su automóvil.

Llegamos a una tienda de autoservicio, realizábamos compras de víveres para la congregación, cuando se me acercó un tipo bastante desagradable, que intentaba charlar conmigo, diciéndome que yo era muy bonita. No podía quitármelo de encima, por más que me escondía el continuaba detrás de mi preguntándome mi nombre y que si quería salir con él.

-Ella no puede salir contigo porque es mi novia- Esto lo dijo el cura Mario, mientras me tomaba de la cintura.

Me acercó a su pecho, tocó mis mejillas y me besó frente al sujeto que me molestaba. Cerré mis ojos y sin quererlo también lo abracé. Con sus enormes brazos rodeaba mi cintura, acariciaba mi espalda y yo a él. Nuestros labios se unían en uno. De un de repente, introdujo su lengua en mi boca y acarició la mía al tiempo que posó sus manos en mis glúteos, masajeándolos y apretándolos. Nos besamos con intensidad frente a los que pudieron habernos visto. Juro que el tiempo pareció haberse detenido.

Me soltó suavemente, se dio la vuelta y siguió comprando cosas. Me quedé a la mitad del pasillo perpleja. No creía lo que acababa de pasarme. De regreso al convento, me dijo que lo que había hecho era para defenderme de ese tipo. Que él era nuestro pastor y debía velar por nuestro bienestar. Han sido demasiadas emociones, creo que mejor iré a dormir.

Agosto 25, 1998

Me han descubierto. He cedido al pecado. He vuelto a escribir esta noche a causa de lo que me acaba de suceder, apenas tengo fuerzas para escribir pero por más que quise quitar esa imagen de mi mente, no me fue posible. Al cerrar mis ojos vino el recuerdo de ese beso, su lengua, su cuerpo, su pene que pude tocar en ese abrazo, sus caricias, las demás chicas desnudas, todo me invadía. El calor era demasiado, me despojé de mis hábitos quedando en pura ropa interior y sin pensarlo más, metí mi mano en mi trusa y acaricié mi entre pierna.

Nadie, ningún religioso en su sano juicio debería hacer esto. Liberaría mi cuerpo y mañana como sin nada lo confesaría. Fueron minutos rápidos. A causa de lo que había visto días pasados, el beso con mi pastor 25 años mayor que yo, era demasiado. No podía creer que me encontrara tan mojada, en cuanto pasé mis dedos por mi inexplorado clítoris emití un leve gemido. Me gustaba mucho la sensación que sentía, comencé a darme en círculos y a poco a poco meterme los dedos. Estaba entregada al placer. Tenía ya más de 6 meses sin tocarme, por lo que mi excitación estaba al máximo y cada caricia se convertía en origen de múltiples y alocadas sensaciones.

Sin importarme, arranqué mi ropa, pellizcaba mis pezones muy fuertemente, una y otra vez, arqueaba mi espalda, abría mis piernas, gemía sin control. Por un momento olvidé en el lugar que estaba, lo que yo era, es el más terrible de los pecados. Pero no me importó, por el contrario, me daba mucho morbo lo que hacía y eso me excitaba más. Estaba gimiendo como loca, clavaba mis manos en las sabanas, nunca me había hecho una paja tan más deliciosa. Imaginaba que entraba el cura a mi cuarto y me follaba con bestialidad, poniendo mis piernas en sus hombros, chupando mi dulce y comiéndose la miel que emanaba de él. Quería hundir su cabeza en mi coño, para que lo limpiara, realmente estaba pensando un montón de guarradas.

Mi vagina escurría sus jugos y mis dedos dentro cuando se abrió la puerta de mi celda. Era María, la supervisora dando el recorrido nocturno. Había escuchado mis gemidos y sin autorización había entrado. Rápidamente me levanté, cubriéndome con lo primero que encontré. Mi excitación se había bajado hasta el piso. Sin más ni más, me jaló del pelo, me puso frente a la ventana y con su látigo flageló mi espalda.

Sus golpes ardían demasiado, yo solo lloraba y sentía como mi piel se cortaba con cada azote que me daba. Me lo merecía por ser tan pecadora, por haber hecho lo que hice y haber pensado lo que pensé.

-Mañana te llevaré con Mario, él te pondrá un castigo ejemplar. Dijo esto mientras me dejaba tirada, bañada en llanto y dolor. Tengo miedo de lo que valla a decir. Pero quería estar en paz y feliz tanto conmigo como con Dios.

Septiembre 12, 1998

He perdido la noción del tiempo. Han pasado semanas desde la última vez que escribí ahora contaré lo que me ocurrió. Al día siguiente de que me descubrieron, María fue por mí a mí celda y me llevó a la habitación de Mario. Yo estaba llorando sin control. Mi pecado era mucho, me invadía la pena y la vergüenza. Él se encontraba rezando, frente a su altar. María me tomaba fuertemente del brazo, lastimándome pero era más el dolor de mi alma.

Mario terminó su oración, se puso frente a nosotros y me veía fijamente. María me empujó frente a él y yo caí de rodillas a sus pies. Seguía llorando. Como si fuera una clase de Dios o ser que debiera venerar, comencé a besar sus zapatos. No sabía cómo aligerar mi carga de conciencia pero mi sorpresa fue mayúscula:

-No quiero que beses mis zapatos, quiero que los lamas. Pasa tu lengua sobre ello- dijo esto mientras los acercaba a mi cara.

Me quedé completamente asombrada, no sabía si hacerlo o no, pero en eso sentí el mango del látigo de María, que me empujaba hacia el piso. Como pude y sin dejar de llorar, pasé mi lengua por todo su zapato, inclusive por la suela. Sabía a tierra y a no sé qué más. Mi humillación no sería suficiente para ser perdonada por lo que hice.

Me detuve, y secando mis lágrimas, voltee hacia arriba para ver su rostro pero me encontré con él, sin su hábito y acariciando su pene. Estaba masturbándose frente a mí. Mis ojos se abrieron por el asombro de ver a mi pastor haciendo eso, no podía creer que él hiciera tan bajo acto de lujuria, que a su vez me hizo sentir bien, ya que si él, que era la máxima autoridad se pajeaba, por qué yo no podría hacerlo. De cierto modo mi pecado era menor que el de él.

-Para poder ser perdonada, deberás cumplir con lo que yo te diga- dijo viéndome fijamente.

María me jaló del pelo y me puso exactamente frente a su verga. Era enorme, no muy larga pero si gruesa, empujándome hacia ella, me indicaba que la chupara. Obviamente no era correcto pero no era que yo quisiera, sino que tenía que hacerlo.

Abrí la boca y con fuerza, el me la insertó de golpe. Sentí que se me iba hasta la garganta por lo que por un momento creí asfixiarme.

-No te muevas y abre bien la boca- dijo.

Obedecí. De rodillas me quedé, sin moverme, abriendo lo más que podía la boca mientras él hacia movientes pélvicos como si me estuviera follando literalmente la boca. Lo hacía cada vez más rápido. María se encontraba en el baño de la habitación de Mario. El continuaba, pero con cada envestida me era más difícil mantenerme inmóvil. Estaba tan excitado que la última que me dio golpeó mi garganta, provocándome horcajadas y derribándome al suelo.

Se detuvo, me levantó del brazo y me llevó al baño donde estaba María. Había un enorme espejo frente al lavamanos del baño. Rápidamente Mario me despojó de los hábitos, dejándome sólo en bragas. María me golpeaba de vez en cuando con su fuete, lastimando más mi espalda. Ya estábamos todos desnudos, cuando Mario me puso frente al espejo.

-Obsérvate, eres muy linda Cristi, y lo mejor es que eres de esta congregación, de MI congregación. ¿Creíste que lo que habías visto era por casualidad? Obvio no princesa, todas las chicas que están aquí ya han sido probadas por mi verga, algunas a la fuerza, otras con consentimiento pero pase lo pase deben ser mías antes que nadie.

-Las marcas en mi espalda- dijo María- las hice también al igual que tú, tratando de librarme de mis pensamientos sucios, de lo que las chicas me mostraban, de lo que no quería saber, hasta que una noche, nuestro pastor entró a mi habitación y me dio la cogida de mi vida. Le entregué mi virginidad haciendo con esto el compromiso de estar aquí siempre.

-Tú eres la única que me falta Cristi y sé que después de probar no te querrás ir. Bienvenida a mi congregación sexual oculta bajo un fin religioso. Yo aquí soy quien las guiará por el camino del placer y la lujuria. Me encantan las vírgenes y tú eres la siguiente en dejar de serlo.

Se colocó detrás de mí, podía vernos frente al espejo. Mi cuerpo desnudo, sus manos acariciando mis pezones, era mucho más alto que yo, sentía su verga contra mi culito, nuevamente acariciaba mi cara, mis mejillas, yo a él no lo veía, solo su reflejo.

De repente, sentí que algo rozaba mis piernas, eran unas manos. María se encontraba justo debajo del lavamanos, sentada, acariciándome. En cuestión de segundos sentí como me bajaba las bragas empapadas y después rompiéndolas, cerré los ojos cuando noté su respiración cercas a mi cuerpo, en seguida, pude sentir que su lengua lamía mis labios vaginales, poco a poco abriéndose paso. Con una mano lo separó y se fue directamente hacia mi clítoris, chupándome de una manera deliciosa.

Abrí mis ojos, me encantaba, veía el reflejo de Mario abrazándome y yo entrando en placer. No bastó mucho tiempo a que yo me encontrara gimiendo, María me hizo venir una y otra vez, metiendo su mano en mi vagina, introduciendo sus dedos, mis piernas se sentían débiles de tanto, el me daba un masaje en mis hombros, estaba tan relajada, cuando me empujó contra el espejo. Mi abdomen chocaba exactamente contra el lavamanos donde María aún se encontraba debajo mamándome el coño. Para no sentir el impacto tan fuerte contra el espejo, apoyé mis manos sobre mi propio reflejo, Mario me colocó la verga en mi entradita y lentamente me la fue metiendo haciéndome gemir de dolor y placer.

-Ahhhh- di un leve grito, pues a pesar de mi excitación, yo seguía siendo virgen, puedo asegurar que sentí que algo se me rompió por dentro. Oficialmente, él me había hecho mujer.

Ya una vez dentro, lentamente se empezó a mover, dentro y fuera, sacando y metiendo, a la vez que María me hacía correr una vez más. Me encantaba mi reflejo, con mi cabello en la cara, sudando y gimiendo, mis senos moviéndose al ritmo de las cogidas de Mario, y el también, su cara de excitación. Perdí la cuenta de cuantas veces me hizo venir María con su lengua y Mario con su verga.

Cuando sintió que se iba a correr, me tomó de la cintura, me dio la vuelta y me sentó sobre el lavamanos, abrió mis piernas y me mamó la vagina, sin detenerme, hundí su cabeza en ella, tal como lo había deseado mientras María pellizcaba mis pezones. Estaba chorreándome y entre mis jugos había pequeños hilos de sangre, producto de mi recién perdida virginidad, eso al parecer le excitó más por lo que se detuvo, abrió mis piernas, las colocó sobre sus hombros como había soñado y me folló pero más profundo.

Oleadas de calor recorrían mi cuerpo, estaba extasiada. María y yo nos besábamos desenfrenadamente, mis jugos me gustaban como sabían en la boca de mi supervisora. Nuestras lenguas se unían en una, me lamía el cuello, pellizcaba mis pezones y de vez en cuando yo mamaba sus senos también. Mario me sujetó de las caderas y con movimientos frenéticos se corrió en mí, llenándome de su leche caliente. Aun después de haberse venido, yo quería más pero el solo se limitó a salir del baño, dándome un beso en la frente, se dio la vuelta sin decirme nada más. Me quedé en el baño con ella y nos dimos una ducha juntas, curando nuestras heridas, besándonos y tocándonos en momentos.

Desde ese momento me he convertido fielmente en una más de la congregación. Mi pastor y mis hermanas son lo único que me importa en la vida. Cada que queremos hacemos orgías y el pastor nos satisface a todas. Yo me esfuerzo cada día por ser la mejor, para que me elija en sus “desayunos”, que me disfrute, no importa lo que tenga que hacer. Lo que me hace enojar es que hay una nueva religiosa, pero no importa, soy capaz de quitarle lo virgen antes que él lo haga. Todo, todo lo haré y le demostraré que estoy realmente ENTREGADA A MI VOCACIÓN.

Con dedicación especial para "señor", un hombre que sigue mis relatos. Si desean hacerme un comentario objetivo son bienvenidos. Mi skype lo encuentran en mis relatos anteriores, gracias :).