Entrega pública

Un día cualquiera en la redacción de una revista

Entrega pública.

Me llenaba de orgullo estar a su lado. Ni la brisa algo fría de los ventanales abiertos, y ni las miradas de otros curiosos podían estropear ese momento. Conciente de mi casi desnudez con el ridículo atuendo en la amplia y fria oficina de mi dueña, esperaba de pie a su lado con la unica fucion de decorar la habitación.  No era mas que su juguete el cual excibía ante sus compañeras de trabajo.

Nuestra relación era publica en la dirección de la revista. Mi dueña así lo quizo y desde entoces vivo y duermo en sus almacenes y oficinas a merced de las empleadas femeninas. Todas sus periodistas, administrativas y resto de trabajadoras eran testigo de mi relación con Laura Pascual.

La revista Mujer Matriarca trataba sobre la dominación femenina. Los contenidos femenistas y mi imagen en seciones de fotos mostraba mi miserable vida al resto del mundo. Yo era el esclavo masculino de la señora Pascual el cual desterrado de su casa, pasé los ultimos años en su empresa sirviendo y posando para la revista. Ya no había secreto y desde que pasé a ser parte de su empresa, el número de ventas creció por triplicado.

Los dias mas relajado los pasaba de pié a su lado mientras ella revisaba documentos desde su escritorio. El collar exajerado de volantes que sobrepasaba mis hombros y se alzaban como un abanico redondo no me dejaba ver mas abajo de mi nariz.  Yo me mantenía firme con los brazos bien pegados a mi costado y las piernas bien juntas. En cada muñeca llevaba unas muñequeras de plata y mis tobillos unas tobilleras del mismo material apretado. A pesar de la firmeza, hacía mis caderas hacia delante ofreciendo mi sexo en obligada erección para ella. No era difícil ya que la base de mi pene y testículos estaba rodeado del aro de plata que comprimia la sangre en mi sexo. Y ya no solo eso, era mi obligación estar siempre en erección. Por lo que siempre estaba en alerta de tomar con todos mis sentidos posibles cualquier estímulo.

Si el abanico de mi cuello no me dejaba ver, agudizada mi olfato para respirar su perfume afrutado. Escuchaba su mormullo cuando leía, o su respiración profunda cuando más relajada la sentía. También era cociente de que mis bolas en sus dedos le quitaba algo de extres, y esperaba con impaciencia cada caricia divina de sus dedos cálidos. Sabía que en cualquier momento llegaría una caricia y mi erección palpitada era pura diversión para su secretaria Manda que trabajaba cerca de nosotros cómodamente en otro escritorio. No estaba seguro del todo, pero lo adivinaba. Aunque tampoco podía verla la sentía cómplice de mi humillación. Podía oír su voz atendiendo continuamente el teléfono con su acento ecuatoriano.

No fue fácil, pero con el tiempo aprendí a reconocerme públicamente como lo que soy. Laura me había instruido duro en esta relación en la que por mi amor por ella acepté. Desde entoces mi sexualidad ya no es un secreto para nadie. Mi atuendo humillante variaba a diario según la necesidad de mi ama. Variaba según  las seciones de fotos con María Gracia, como mi uso como juguete o mueble en su oficina. A veces limpiaba o hacía tareas de servir cafés a las damas de la redacción.  Otras veces mi lengua daba brillo a los lindos y delicados calzados de mi dueña. Y otras como ese día no era más que un mueble para colgar su chaqueta  ami erección. Bueno, en realidad eso pasó el día anterior y le fallé. Por ello aún tenía las nalgas marcadas de su fusta de castigo. Después  de ese día ya no colgaría  más su delicada chaqueta. Un accidente de mi orgasmo manchó las solapas del cuello cuando demoró sus caricias en mis nalgas. Así de simple fue mi eyaculación frustrada y el castigo inolvidable desde entonces. Por lo tanto ya que no tenía la tela suave en mi glande  hinchado, por lo podría ser visible cualquier fuga debido a las pastillas que me daba con frecuencia para aumentar mi excitación.

Era el momento de concentrar mi excitación a un nivel medio sin perder nunca la erección. Y es que su mano volvió a mis bolas como era de esperar. Sin ningún movimiento por mi parte jadeaba en silencio sabiendo que son momentos espontáneos que utiliza mi dueña para recordarme mi lugar. Las breves caricias no duraban más de diez segundos. Luego volvía a su trabajo ocupando esa gloriosa mano en teclear en su portátil.

Con el tiempo me fui convirtiendo dependiente a sus manos, y aunque cualquiera de las mujeres de la redacción podría tocarme y utilizar me, mi dependencia a mi dueña era incomparable. En la oficina, en la salas comunes o en la cafetería, mi dedicación y mi pensamiento estaba siempre con ella. El solo hecho de no notar su presencia me inquietaba. Pero eso solo ocurría cuando estaba en las seciones de fotos o cuando cerraba el local desde las ocho de la tarde. A partir del cierre yo debía permanecer encerrado en una jaula del almacén sin la posibilidad de volver a su casa como al principio de esta relación. Que para mayor de mis males mis genitales se quedaban guardados en un dispositivo de castidad. Por eso aprovechaba los días laborales de la empresa en disfrutar de mi ama y de esa sensación de humillación  pública que cada vez aceptaba y daba sentido a mi vida. Y los domingos? Ay los domingos!. Vanesa, una asistenta que venía a limpiar se ocupaba de darme de comer. Ese día era mi infierno sin la presencia de mi dueña.

Siempre me preguntaba lo mismo. Por que ya no me llevaba a su casa?. Se quería desprender de mi?. Conversaciones que por accidente escuchaba de mi dueña, me hacía sospechar que preparaba a otro hombre. No estaba muy seguro, pero me moría de celos pensar que entrenaba a otro hombre para traerlo a la posición del cual deberíamos estar. El lugar que con orgullo defiendo. Y es que estaba convencido de que como hombre mi lugar estaba bajo las órdenes de una mujer. Tanto que era natural y mi vergüenza en público  desapareció cambiando al estado de excitación. Vivía para ello y solo reconocía mi existencia para pertenecer a una mujer. A mi amor, mi único amor por mi dueña.

Era la hora del café y desayuno cuando mi dueña se levantó de su asiento. Bajo el aro de mis genitales había una argolla anclada donde no tarda su dedo índice en entrar en el para llevarme con ella. Tirado de la argolla la seguía casi de puntillas sintiendo mis pelotas sobre los nudillos de su mano formando un puño. La sensación de su piel bajo mi escroto era puro éxtasis ante lo que podría parecer ante las miradas de las demás damas de la redacción nada más salir de su oficina. Manda iba tras mía dándome suaves azotes mientras me llamaba cariñosamente bandido. Yo ya me había acostumbrado a ser guiado por mi ama en público. Y las demás administrativas no se les veía sorprendidas al verme.

Cuando llegamos al ascensor dos mujeres más se sumaron a entrar para bajar a la planta baja. Maria Gracia, Manda, Yurena, mi dueña y yo estábamos bajando y yo sólo podía reconocerlas por su pelo y voces. El abanico no me dejaba ver mas, y solo el tacto burlón  en mis nalgas era lo único que despertaba mi atención. Lo cierto es que me costaba reconocer de quien era esos toqueteos. Quizás todas.

Solo cuando el ascensor se abrió en la planta baja,  mi tormento en mis nalgas cesaron. Pronto el tiro de la argolla me devuelve a caminar de puntillas hasta llegar a la cafetería. Era ridículo pero estaba en la gloria exciviendo mi erección hacia arriba con una sexual curva. Todas podrían verme pero a ellas solo si estaban de pie y apenas su frente y cabellos. Laura tiraba de la anilla orgullosa y demostrando su poder riendo las gracias de algunos insultos hacia mi. Yo no era más que un hombre con grado casi al nivel de un animal o un objeto personal de mi ama ante tantos testigos.

Tan pronto llegamos a su mesa habitual, Laura sacó su índice  del anillo para que yo tomará su silla hacia atrás y ella se sentara. Lo mismo hice con su secretaria y otra mujer ya estaba sentada y lo supe porque sentí como tomaba mi pene en una suave caricia. Solo cuando oí su voz supe que era Zuleima, la sobrina de mi dueña. No fue fácil buscar las sillas con ese abanico en mi cuello, pero palpando y con la frecuencia de esos momentos me las arreglé.

Cuando su sobrina soltó mi erección, volví a sentir el dedo de mi ama tirando de la anilla hacia abajo para que me arrodillar a a su lado. La secuencia se volvía a repetir y yo ya de rodillas por fin las podía ver desde sus hombros asta arriba de sus cabezas.

La camarera Patricia no tardó en llegar...

  • Que desean las señorías? . Dijo la camarera casi riendo.

  • Mixto y café y para mi cerdo su cuenco. Dijo como todos los días mi dueña.

Las demás pidieron también y la camarera se fue a por más pedidos en otras mesas antes de ir a la barra.

Sabía que mi humillación se iba a repetir,  solo que esa vez lo esperaba con impaciencia. Ya no me importaba cuanto más humillante podría ser, solo pensaba en una sola cosa... su mano, sus dedos.

Patricia llegó con la bandeja y los repartió a cada una los desayunos y los cafés tal como los habían pedido. Laura cogió mi taza vacía y me la dio a coger con mi mano izquierda. Entonces automáticamente me tomé la nuca con mi mano derecha y la taza con la otra mano bajo mi sexo. Así estuve  todo el rato que duró el desayuno entre charlas y risas.

Pasado varios minutos después de que tan sólo quedaba migas en sus platos, Lorena bajó su mano izquierda y tomó mi pene desde casi la punta con tan sólo su índice y pulgar. Aquella vez no hizo falta ninguna corrección y sin mover un solo músculo esperé a su orden. Realmente me ignoraban y la conversación eran de planes y bromas ajena a mi estado. La acción que se avecinaba era la de todos los días a esa hora. No sólo su sobrina y secretaria sabía de lo que venía después, también la mayoría de las mujeres que se encontraba en la cafetería conocían de antemano lo iba a suceder. Hasta que por fin mi dueña pronunció las palabras que tanto deseaba...

  • Sirvete!!!

Mis caderas comenzaron a moverse de atrás  hacia delante para que mi pene sujeto entre sus dedos comenzará a follar en el aire. Ella no necesitaba mover su mano y su brazo descansaba en caída pero firme. Era yo quien tomaba una paja con sus delicados dedos mientras ella retornaba a la conversación inicial antes de su orden.

Ya ni la sobrina prestaba atención a mis desesperados movimientos, y tan solo algunas mujeres desde otras mesas miraban curiosas mi humillante comportamiento. Puede que algunas risas pero lo que para mi era un momento sagrado y de alta excitación, para Manda y Zuleima era una rutina.

No tenía mucho tiempo, y si quería comer de sus migas tenía que botar pronto mi semen dentro de mi taza.

El sudor y lágrimas bajaban hasta el abanico del collar. Mi silencio en gemidos mudos y mis ojos desorbitados era todo un espectáculo para algunas. Poseído por un solo propósito que no era más que mi libertad de descargar toda la excitación de la mañana en mi taza como premio por ser fiel a mi programa y educación.

Los goterones de semen espeso cayeron a mi taza en menos de un minuto. No podía dejarme llevar por la decadencia tras una eyaculación. Luché y luché por mantenerme erguido sobre mis rodillas y no mostrar ninguna derrota. Los disparos de semen fueron bien atajado com mi taza bien sujeta. Las caderas aminoraron la marcha hasta terminar con las últimas gotas. Parecía que me iba a quedar inconsiente pero pude guardar mi postura y quedarme quieto una vez que subí mi taza para mostrar a mi ama que había terminado. Entonces fue cuando mi ama soltó mi pene y ocupó sus manos en reunir las migas sobre mi taza.

Zuleima cogió una botella de agua que le sobraba y vertió en mi taza lo que quedaba. Entonces Laura me quitó el collar de abanico y me dio permiso a desayunar me la taza con mi semen, migas y algo de agua.

Tuve que dar las gracias y metí mi lengua en su interior hasta dejar la taza limpia.

  • Buen chico!. Dijo mi ama.

Luego dejé la taza en la mesa y mi dueña volvió a ponerme mi collar.

  • Arriba!

A su orden nos levantamos todos. Y el índice de mi ama se introdujo en el anillo de mi aro genital. Una vez más mis bolas sobre sus nudillos, y el tiro me devuelve al humillante andar de puntillas.

Poco a poco devolvía mi erección centrándome al máximo para ello. Mi pene nunca podría estar flácido en público y esa vez conseguí mi dureza nada más entrar al ascensor.

Subíamos esa vez solos una desconocida  Manda, mi ama y yo. No tardé en volver a sentir la palma de una mano en mis nalgas. Me suponía que era Manda hasta el silencio se rompió con la voz de la desconocida.

  • Usted debe ser Laura Pascual?

  • Si, y usted?. Respondió con sorpresa.

  • Permita que me presente... Soy Samanta Villar del canal cuatro.

Continiará....