Entrega
La visto de mí. Y me viste de su presencia.
Entrega
Sin temblor de más
Me abrazo a tus ausencias
Que asisten y me asisten
Con mi rostro de vos
Benedetti
La contemplo hermosa en mi mente, mi corazón no deja de latirla. Combinación fatal de nostalgia. Lugares comunes del romanticismo, lugares comunes cuando escribo porque escribo para ella y son mis lugares al fin, en donde la encuentro. Adonde la acaricio desde esta distancia absurda.
Su risa me quema y hoy al no escucharla me lastima. Me duele. Me paraliza. Me silencia.
Arqueo mis cejas ante la inminente llegada de las lágrimas. Me sumerjo en un llanto que trato de ahogar, y las siento caer. Maldigo una y otra vez a la nada, a todo.
Otro día más, abro mis ojos y la claridad me termina de despertar. Suspiro. Rutina falaz. Mortal silencio que embriaga de abismos. De agria soledad desvelada.
Me despego del alma y salgo. Despedazada, rota, marcho con pasos lentos y mirada vacía hacia aquél parque como siempre y me siento en un banco a fumar un cigarrillo. Ella habita mi recuerdo. Mi cuerpo. Unge mi rostro, baña mi sexo, y como si supiera que en ella pienso la veo pasar. Sí. Como cada día. Camina mirando al frente con una semisonrisa en sus labios, sus pasos seguros, sus cabellos recogidos, sus manos acariciando su frente, lentamente, como queriendo despejar algo de sus adentros. No me ve. Ya no me ve más. Eso creo. Eso veo. Me pregunto en qué pensará, que sentirá, cómo serán sus días, quién la abrazará. Ya no se nada de ella, ya no puedo escuchar su voz. Su silencio. Su palabra. Su rutina. Su suavidad. Sus gracias.
Mi vista no deja de acompañarla todo el trayecto desde su aparición hasta que su silueta se pierde entre las oficinas de aquél viejo edificio. Mis ojos comienzan a ensombrecerse y decido que es hora de partir. El cigarrillo se consume sin darme cuenta. Con un suspiro me levanto, el mismo suspiro de la mañana, esta vez con cierto odio contenido.
Me dirijo, autómata, a la parada del colectivo, aspirando profundamente el frío aire de invierno, cerrando los ojos y perdiéndome un instante buscando un poco de paz o de algo que se le parezca.
De pronto empiezo a temblar. Siento una persona parada a mi lado. Me convulsiono. Me desorbito y mis ojos se salen de su cauce. Es ella. Nada digo. Nada dice. Sólo mira al frente, con esa adorable semisonrisa. Pasan segundos eternos y el colectivo por fin llega, ella sube también. No solo sube sino que se sienta a mi lado. Miro por la ventanilla, hacia el otro lado. No sé que decir. Mi mente está en blanco o del color que sólo ella me regala.
- ¿Te puedo invitar a tomar algo? –pregunta de manera segura, sorpresiva y rápidamente, volviendo su rostro al mío, buscando mi mirada, clavándome los ojos.
Miro los suyos, me entierro en ellos, con mezcla de dolor y pasión. De pregunta y respuesta. De felicidad y nerviosismo disimulados. Cuánto extrañaba esa mirada. La sostengo y me encuentro envuelta en un lugar muy cercano al paraíso. ¿Cuánto tiempo esperaste esa pregunta salir de sus labios? ¿Cuántas veces la imaginaste decirla? ¿Por qué tardaste tanto mi vida? Mis ojos se humedecen y posa su mano en mi pierna, frotándola suavemente haciéndome sentir una multiplicidad de sensaciones indescriptibles.
- Te propongo… que… vayamos a mi casa… podríamos hablar… tranquilas –contesto entrecortadamente pensando que en ese momento lo que menos quería era hablar
- Si, claro –dice sonriendo ampliamente –me encantaría
En el camino mi pecho se mueve compulsivamente. Es mi acelerado corazón, son mis ansias. Un silencio con voz impaciente de deseo nos envuelve. Tanto fuego siento en mí… que lo sienta también, que ella lo sienta también, que me sienta así, también… Observo la noche aparecer por la ventanilla y miro su mano que sigue en mi pierna, palpitándome, entonces con impaciencia apoyo la mía sobre la suya y la apreto con fuerza. Suspiro casi quejándome. Y miro hacia la ventanilla nuevamente. Su mano aprieta más mi pierna y mi cordura se pierde con la tarde. Cierro los ojos y las lágrimas comienzan a caer solas. No las llamé. No es el momento. Ahogo un gemido. No se si de deseo. No se si de dolor o de ambos sentimientos juntos. Haciéndose fuertes. Convirtiéndose en un sentimiento infernal.
Llegamos. Dos cuadras nos separan de mi casa. En el trayecto comienza a hablar de su trabajo. Suelta sus cabellos. Yo la observo. La escucho. La desnudo con los ojos. Me electrizo. Me perturbo. Abro la puerta y entramos. Hago café.
- Sentáte –digo con voz ¿temblorosa?
- No te hagas drama
¿Por qué no hablamos? Sigue parada y mi calma desaparece de forma misteriosa, velozmente. Me quedo frente a ella y nos miramos segundos, minutos y más minutos, y más…
Ahhh, ahí si que se habla, se dice lo que se guarda, se comunica lo que se siente, se transmiten todos y cada uno de los sentimientos y deseos esperando por salir. Apretujados por ver la luz y surgir de esa profunda oscuridad que los envolvía.
Mi cuerpo es un latido.
Nuestras respiraciones van en aumento, miro su boca, desesperada, y ella se acerca despacio, me acaricia suavemente la mejilla. Cierro mis ojos y suelto un “Mi amor” casi suplicante. Estoy agitada. Estamos a escasos centímetros. Ay como te siento mi vida y como si me escuchara, rompe ese muro invisible y toma mi rostro y yo el suyo y nos enfrascamos en un beso demencial. Gemimos con tan solo un beso de desahogo, de nostalgia, de mi amor te amo, de porqué no sucedió antes, de dónde estabas, de quiero ser tu abrigo, tu hoy y tu mañana, tu ruego ¿Dónde estaba antes el frío? ¿Había frío? Sí, había tanto frío…
- Te deseo –murmura bajito y entonces me libero, me dejo llevar y la conduzco a mi habitación de la mano.
¿Hablar? La sed y la necesidad hablan por sí solas. ¿Que más se puede decir? ¿Cuánto más sentir? Mis manos bailan en sus cabellos y la atraigo más a mí. La quiero más cerca. Muy cerca. Nos separamos un instante para respirar. Nos miramos y el brillo de nuestros ojos nos vuelve a conectar, hermoso instinto. Unimos nuestras frentes, respiramos el aire de la otra. Respiración cada vez más pausada, cada vez más agitada al moverse nuestros cuerpos a un ritmo embriagador, a un compás perfecto. Muérete que no te darás cuenta. Muérete cuando sientas su último gemido salir de su boca. Muérete ante la queja que emana de su cuerpo. Muérete ante el alivio que esperas hace tanto tiempo… ahí revivirás.
Acostadas frente a frente, repasamos con los dedos nuestros cuerpos impregnados y sudados de deseo, de la calmada ansiedad. La visto de mí. Y me viste de su presencia. De su desnudez. Me viste de ella y me encanta.
Unimos nuestras humedades tantas veces. Qué hora era, qué día era. Qué pasó con los recuerdos, si ahora los tengo frente a mis ojos. Que fue de la nostalgia, al contagiar nuestras risas del alivio sentido cada vez más. Qué sucedió con la nada misma. Con el tiempo que ya hizo su daño. Su crueldad adormecedora. Que ya tuvo su hora.
Todo está ahora entre nosotras. Todo éramos nosotras. Todo lo somos.
Al observarla, dormida, hermosa, y acariciarla, más allá de su sexo, las lágrimas brotan, se disponen al calor real de la presencia. Necesitan derramarse desde este amor. Temblar su alma con la mía. Humedecerla. Por eso se esparcen, sin soledad.
Si es un sueño, dejáme soñarlo, si es una expresión de deseo, dejáme expresarlo, si es realidad dejáme contarla. Si es una canción, cantála susurrante en mi oído. Se conmoverá tanto como yo y en la eternidad sólo oirá tu dulce voz que además de mantener vivo este deseo, este delirio, hará a mi paz ser sólo tuya.