Entre tus sabanas

Capitulo 3

—¿Qué? —preguntó con los ojos abiertos por la sorpresa—. ¿Amantes? ¿Qué? —empezó a decir sin darse cuenta, todavía estupefacta a la vez que sus mejillas se coloreaban cada vez por un rojo más intenso. Lorena acarició con suma suavidad la mejilla de Abril.

—Te deseo desde la primera vez que te vi, no puedo esperar más para tenerte.

Abril se alejó más de su contacto. A pesar de lo que había vivido solo unos instantes antes, no estaba preparada para escuchar esas palabras y menos para contestarlas. Por eso tomó la decisión de apartarse para irse de allí.

—¿Por qué siempre huyes de mí? —le preguntó más exaltada de lo que pretendía, cogiéndola del brazo para que volviera a mirarle de frente.

—No lo hago —respondió con el mismo ímpetu intentado liberarse de su agarre, pero sin conseguirlo.

—Ya lo creo, siempre que nos besamos.

—Tú me besas —quiso puntualizar.

—Y después huyes como si tuvieras miedo.

Abril dejó escapar el aire retenido con exasperación.

—¡No tengo miedo!

—Entonces ¿por qué te resistes a hablar de lo que pasa entre nosotras?

—Porque no hay nada de qué hablar —terminó de decir con los ojos encendidos por el creciente enfado. Volvió a intentar zafarse, pero Lorena la atrajo más a ella y el corazón de Abril volvió a latir con desesperación.

—Existe un fuerte deseo entre las dos, no puedes negarlo — dijo, cambiando su timbre alterado de voz por un susurro atrayente—. No lo niegues. - Abril no sabía qué decir. Solo sabía que tenía que alejar su mirada de sus ojos penetrantes de obsidiana. Lorena bajó lentamente la cabeza para terminar de convencerla con el arma que mejor sabía usar. Además, no podía aguantar un instante más sin besarla al tenerla tan cerca.

«No, no podía seguir en esa situación ni dejar que volviera a besarla para que perdiera la cabeza», pensó Abril al borde de la desesperación. Le resultó difícil, pero se apartó y, mientras observaba la expresión de desconcierto de Lorena, se alejó unos pasos más para irse sin mirar atrás. No podía enfrentarlo en ese momento, lo único que quería hacer era alejarse. Lorena seguía mirándola alejarse de ella. La dejaría ir en esa ocasión, pero no iba a detener su empeño de tenerla en su cama. La iba a conseguir. Quería hacerla suya y no pararía hasta conseguirlo.

Abril se apresuró tanto en llegar a su escritorio para recoger sus cosas que no se dio cuenta de que se dejaba el ordenador encendido. Escapó tan deprisa que tampoco se fijó en la figura escondida que había cerca de ella. Karen permaneció de incógnito por una razón, cuando vio que Abril se quedaba más tiempo supuso que iría al despacho de Lorena y, aunque así fue, solo la vio entrar y salir sola. Esperaba tener la oportunidad de sacar alguna fotografía comprometida con su móvil, pero no hubo suerte en esa ocasión.

Lorena Miller era cotizada en las revistas y programas del corazón debido a su gran fortuna y al haber protagonizado algún que otro escándalo relacionado con su orientación sexual y sus antiguas amantes. Estaba claro que esa santurrona estaba colada por Lorena y, por una extraña razón que no llegaba a entender, ese mujer atractiva —de un buen parecido—, atraída por esa simple secretaria. Pero encontraría la forma de sacar dinero de ello, se lo merecía después de trabajar durante años en esa empresa y sin subida de sueldo. Ya encontraría otras oportunidades.

Durante todo el día, Emma había permanecido con la cabeza en otra parte. Las fechas de las pruebas para la selectividad se acercaban con rapidez y con ello su ansiedad por hablar con su hermana para decirle que no quería hacerlas, que no le apetecía ir a la universidad. A la hora de comer, Valeria  la golpeó las costillas con su codo, pero solo se dio cuenta cuando empezó a dolerle.

—¡Tía! —se quejó Emma.

—Pero ¡¿qué te está pasando?!—exclamó Valeria , recogiendo la bandeja de la comida. No podía evitar levantar la voz cuando Felipe, uno de los chicos más buenos del instituto, estaba sonriendo a Emma y ella ni siquiera se daba cuenta.

—¿Eh? —preguntó, despistada, mientras seguía a Valeria  por inercia.

—Últimamente estás muy despistada —comentó, frunciendo el ceño, sentándose en una silla—. Y no hablo solo de hoy.

—Lo sé —contestó con pesadez, sentándose también.

—¿Todavía no has hablado con tu hermana sobre la escuela de moda? —adivinaba Valeria  mientras cogía una patata frita de su plato. Emma lo negó con la cabeza, apartando la bandeja. Se le había quitado el apetito.

—Cada vez que lo intento es como hablar con una pared. Emma bajó su cabeza para tapar su rostro con sus manos.

—Vuelve a intentarlo.

—Es fácil decirlo — contestó Emma, alzando la cabeza unos pocos centímetros, los suficientes para poder mirar a su amiga sin barreras. —Por intentarlo que no quede —siguió diciendo, encogiéndose de hombros

—. Así te quitas ese problema de encima y podemos concentrarnos en salir con Felipe y Diego—terminó de comentar, alegre.

—¿Salir con Felipe? — preguntó, sintiendo que sus mejillas empezaban a sonrojarse—. Si ni siquiera sabe que existo — comentó, abatida de nuevo.

—Ah, ¿no? —inquirió su amiga con una sonrisa—. Para no saber ni que existes, se ha pasado todo el día mirándote y sonriéndote.

—Ah, ¿sí? —preguntó en un susurro, empezando a mirar a su alrededor con la esperanza de poder ver su sonrisa dedicada a ella, pero su alegría pronto se desinfló cuando lo visualizó hablando con Melissa, una de las animadoras que siempre iba detrás de Felipe como un perrito faldero. Valeria  también se dio cuenta y se apresuró a animarla.

—Solo habla con ella para ser simpático.

—Ya, claro.- Melissa era guapísima y ese uniforme de animadora aumentaba más su atractivo. Melissa se dio cuenta de la mirada de Emma en ese momento y, con una sonrisa maliciosa, se acercó a Felipe para acariciar los músculos de su brazo. Emma no pudo ver cómo Felipe la apartaba, ya que había girado la cabeza demasiado aprisa.

—Melissa solo lo hace porque no soporta que tú le gustes —dijo Valeria  para intentar ayudar. Emma asintió sin añadir nada más. No quería seguir hablando del tema.

Horas después, Emma se encontraba dando un mordisco a un trozo de pizza boloñesa que acababa de pedir, pero cada mordisco lo hacía sin ganas y con la mirada perdida. No quería pensar más en Felipe, aunque se hubiera sentido celosa al verlo con Melissa, quarterback y animadora, era la norma de cada instituto. Con eso ya no podía hacer nada, pero había algo más en lo que sí podía hacer algo.

Abril estaba casi obsesionada en que ella tuviera la educación que su hermana mayor, pues se privó por tener que cuidar de ella y siempre que intentaba sacar el tema, Abril lo desviaba sin querer escuchar nada más. Estaba sentada en la pequeña mesa de la cocina cuando escuchó que se abría la puerta principal y cuando vio a su hermana a continuación.

—Emma, te dije nada de pizza —le recordó, dando dos pasos y encontrándose en la cocina.

—Ah, sí, cierto —le confirmó con la boca todavía llena. Abril apartó la pizza que estaba encima de la mesa para ponerla en la otra punta de la cocina mientras fue a la nevera para sacar un poco de tomate y lechuga y preparar así algo un poco más sano.

—Puedes comer un poco si lo acompañas con esto —dijo, refiriéndose a lo que estaba preparando.

—Vale, vale.

Pero Abril giró la cabeza para sonreírle mientras cogía un trozo de la pizza que tentaba a la vista. Emma la acompañó con su sonrisa.

—¿Cómo te ha ido el día? —le preguntó Emma—. Cuando te vio Ximena, ¿se quedó alucinada? Abril agradeció estar de espaldas para que no pudiera ver el sonrojo que le empezaba a aparecer por las mejillas y que amenazaba con inundar todo su rostro, por el recuerdo de todo lo que había ocurrido con Lorena.

—Sí, funcionó.

—Qué bien —dijo Emma más animada—. Cuenta, cuenta — terminó de decir, dejando su trozo de pizza encima de la mesa.

—No hay mucho que contar —explicó con la voz apagada por el recuerdo de esa incómoda conversación.

—Algo habrá —insistió, mirándola con fijación, aunque Abril no dejó de mirar con atención los tomates que estaba cortando para que no viera su sonrojo—. Vamos, no me dejes así. -Abril sonrió, levemente, y accedió.

—Me llamó para ir a su despacho.- Apenas terminó de decir la última palabra de su frase cuando Emma ya dijo enseguida:

—¿Y?- Abril no pudo evitar reír más por esa prisa por saciar su curiosidad.

—Primero quería explicarme lo que pasó, entiendo que para convencerme de que no era lo que parecía o por cualquier tontería de esas —supuso, encogiéndose de hombros—. Pero le corté a tiempo diciéndole que solo me importaba la relación profesional que nos atañe y que lo demás lo dejáramos atrás, que no importaba.

—Bien —exclamó, levantando la mano en señal de victoria. Se sentía contenta por su hermana por haberse enfrentado a esa situación, aunque hubiera pasado por cosas peores, esos pequeños logros tenían que celebrarse igualmente. Abril giró la cabeza para mirarla y para que viera su conformidad a esa expresión con una sonrisa más amplia en su semblante. —¿Y Lorena? Con solo la mención de su nombre, a Abril le flaqueó todo el cuerpo y se le cayó el cuchillo encima del plato provocando un pequeño estruendo.

—¿Qué? —preguntó sin saber qué responder, apartando su mirada culpable y con un nuevo sonrojo sobre su piel de porcelana.

—Lorena —insistió Emma. Abril se quedó sin saber qué contestar. Por una parte, no quería mentirle. Había estado basando la relación con su hermana con una premisa de que había confianza y sinceridad entre las dos. No obstante, había otra parte que le decía que no lo hiciera, que debía dar ejemplo con su comportamiento…un ejemplo que ese día no debería compartir. Quería contarlo, pero no podía.

—No la he visto —mintió.

—¿De verdad? —preguntó, frunciendo el ceño. Su intención era insistir, pero Abril se adelantó cambiando bruscamente de tema.

—¿Y las clases? — preguntó, dejando de cortar el tomate para añadirlo a la lechuga y empezar a aliñarla. El humor de Emma también cambió con brusquedad.

—Ah, bien, bien.

—¿Y las clases para estudiar selectividad? -La pregunta quedó suspendida en el aire mientras Emma meditaba su respuesta. Creyó que debía de reunir las fuerzas necesarias para abrir la brecha de nuevo de ese tema delicado entre las dos.

—Hablando de eso… — empezó sin saber qué decir a continuación. Había pensado en palabras más exactas que decir, pero cuando tuviera la oportunidad. En ese momento se encontró con la mente totalmente en blanco, así que no tuvo más remedio que improvisar sobre la marcha.

—¿Sí? —preguntó Abril, girándose mientras estaba sosteniendo un trapo entre las manos.

—No creo que sea necesario hacer esas clases —dijo, mirando atenta la reacción de su hermana.

—¿Cómo que no?— preguntó con un tono de voz un poco más elevado—. Lo necesitas para entrar en la universidad.

—Precisamente —siguió, bajando la mirada y mordiéndose la parte interior de su mejilla debido al nerviosismo. Abril dejó el trapo sobre la encimera y procedió a cruzar los brazos sobre el pecho mientras la miraba con una expresión de disgusto, a la espera de que continuara hablando y, con suerte, que mejorara la conversación. Un pensamiento en vano, ya que no fue así. —He estado pensando en otras opciones que no sean una carrera universitaria…

—No —dijo de forma tajante sin dejarla acabar.

—Pero ni me has dejado terminar.

—Porque no hay más de qué hablar.

—Pero…

—¡Emma, basta! — exclamó, autoritaria—. Tienes la oportunidad de ir a la universidad y vas a aprovecharla.

—Pero no es lo que quiero —insistió. Abril la miró atentamente antes de decir de forma contundente:

—Eres una niña, no sabes lo que quieres. Y ya estaba, la discusión había terminado. Abril se giró para coger el plato de la ensalada para dejarlo encima de la mesa.

—No tengo hambre — comentó Emma en voz baja, yéndose lo más deprisa posible. Poco después, se escuchó cerrar la puerta de su habitación con brusquedad. Abril dejó escapar un suspiro de cansancio. Su hermana había insinuado no ir a la universidad en más de una ocasión, pero Emma no comprendía que esa insistencia por que tuviera estudios superiores era por su bien. La vida ya estaba bastante difícil para cualquiera y cuando más ases tuviera bajo la manga tendría más oportunidades. Lo hacía por ella, aunque Emma no lo pensara así. A continuación, Abril ya se encontraba delante de la puerta de la habitación de su hermana, llamando con suavidad antes de entrar. Aunque no recibió respuesta, abrió unos centímetros para verla y la encontró estirada en su cama dándole la espalda en medio de la oscuridad de su cuarto.

—Vamos, no te enfades — le dijo mientras se sentaba al borde de la cama y le acariciaba suavemente el brazo. Emma mostró un poco de resistencia, apartándose un poco de su contacto, pero sin alejarse del todo. —Solo quiero que tengas todas las oportunidades a tu alcance, esas que yo no tuve.

—Ya, por mi culpa.

—Oye —dijo con energía, haciendo que Emma se girara para que se mirasen de frente—. No digas eso, estoy orgullosa de mi decisión —lo expresó con franqueza en los ojos y se aseguró de que Emma también lo percibiera —. Puede que haya perdido algunas opciones referentes a mi futuro, pero he conseguido mucho más — paró unos instantes para a continuación sonreírle y hacerle ver que era sincera—. No puedo vivir sin ti.

Esas palabras conmovieron a Emma que dejó entrever una pequeña sonrisa en su todavía un poco enfadado semblante. No obstante, entendía su postura. Había renunciado a mucho por ella, aunque no se lo hubiera dicho, pero no hacía falta que lo hubiera hecho para darse cuenta.

—¿De acuerdo? —preguntó Abril a la espera de que su postura de que no lamentaba su decisión estuviera clara.

—Vale —respondió, creyendo de verdad en sus palabras y, por respeto a ella, dejando la conversación de no querer ir a la universidad para otro momento.

—Vale —repitió, haciéndole cosquillas. Era algo infantil, pero adoraba a su hermana y no pudo resistirse.

—No, para —exigió, protegiéndose entre risas—. Ya no soy una niña.

—De acuerdo —dijo, retirándose con una sonrisa bien grande en su rostro

—. Y termina de cenar, has pedido una pizza grande y no me la voy a terminar yo sola. Emma asintió, aunque antes de levantarse de la cama, le vino un pensamiento de repente y tuvo la necesidad de expresarlo en voz alta.

—¿Crees que, si papá hubiera estado con nosotras, estaríamos mejor? Abril perdió su buen humor de inmediato. Escuchar la palabra «papá» en los labios de Emma le sentaba como una bofetada.

—Estoy segura de que, si estuviera aquí, estaríamos peor.

Abril volvía a removerse inquieta sobre la cama, pero en esa ocasión por un motivo diferente al de la noche anterior. Su padre. No le gustaba que Emma lo mencionara, ni siquiera que pensara en ese desgraciado. Ya bastante daño les hizo en el momento que las dejó desamparadas cuando más lo necesitaban que, además, tuviera que atormentar los pensamientos de su hermana. Pensar en ese hombre solo le confirmaba lo que ya sabía, que todos los hombres que había conocido hasta el momento eran hombres que solo sabían mentir y pensar en sí mismos, nada más. Empezando por su padre. Las abandonó cuando la situación se complicó, cuando a su madre le diagnosticaron el cáncer de huesos, pero antes no era precisamente un modelo que seguir ni ningún momento entrañable para recordarlo. Apenas se dejaba caer por casa. Prefería la compañía de los parroquianos del bar que frecuentaba más que su propia casa. Abril recuerda especialmente que todavía aparecía menos por casa cuando su madre empezó a debilitarse muy deprisa, quedando muy delgada y con sus fuerzas cada vez agotándose más. Cuando fueron al hospital tuvieron que hacerle una transfusión de sangre: Al principio dijeron que era una anemia severa hasta que las pruebas, que querían tenerlas para corroborar el diagnóstico primero, lo confirmaron. Fue el momento en que su vida cambió para siempre. Apenas estuvo con ellas en el hospital. El día en el que le dieron el alta no había ninguna señal de él. Ella y Emma se preocuparon por ello, pero Mery actuó de una forma muy distinta. Parecía como si lo supiera de antemano, que no iba a aparecer y, en cuanto traspasaron la puerta de casa con intención de que Abril iba a gritarle furiosa por dejarlas solas, descubrieron que no había nada de él, ni de nada que fuera suyo en ese apartamento. «Lo ocurrido, ocurrido está», decía siempre Mery cuando la situación escapaba a su control. Era lo único en lo que podía aferrarse. Unas lágrimas se deslizaron por su lado, unas lágrimas de tristeza por todo lo que tuvo que aguantar su pobre madre. Lo mucho que tuvo que sufrir y todo lo que tuvo que soportar. Esos recuerdos reafirmaban de nuevo lo que estaba pensando. No había habido ningún hombre en su vida en el que pudiera confiar. Su padre y las dejó en la estacada sin mirar atrás y no ha vuelto a saber de él y ¡ni ganas! También estaba su primer novio, Michael, que conoció en el instituto y fue con quien compartió su primer beso, su primer magreo en el asiento de detrás de un coche en medio de la noche y a quien entregó su virginidad. La primera y única vez que hizo el amor. Se entregó aunque no estaba enamorada, pues sabía que le gustaban las mujeres. Pero estar con una mujer no era correcto, así que prefirió fingir.  Fue solo un acto sexual y no pudo sentir nada de satisfacción. No reaccionó, mientras él temblaba, sudoroso, encima de su cuerpo. No sintió nada. Abril pensó que en ese aspecto de su vida se podría decir que todavía era virgen. Y cuando le contó a Michael lo que pasaba a su madre, desapareció tan rápido como su padre y de nuevo se encontró sola. Pero, visto desde la distancia, en aquellos momentos se podría excusar. Al fin y al cabo, Michael era un crío de dieciséis años, pero eso no ayudó a pensar en que los hombres no pensaban más que en sí mismos. Esa era una de las razones por las que le costaba tanto confiar en los hombres.

Creyó que al estar con una mujer su suerte podría cambiar, y que podía entregarse a Ximena… mala decisión, de nuevo. Y después estaba Lorena, ¿cómo catalogarla? Por el contrario que Michael y Ximena, ella ha ido de frente y ha dicho que solo quiere una relación pasional entre los das. No había intentado engañarla con una relación que no existía ni iba a existir. También debía reconocer que les unía un deseo ferviente que compartían, uno que no había experimentado con anterioridad, ni con Michael, y eso que estaban de por medio las hormonas adolescentes.

Volvió a acariciarse los labios al recordar los besos hambrientos que se habían dado y, lo que menos había esperado, sentir su mano acariciando su piel y creyendo que su cuerpo le iba casi a estallar por una simple caricia. Se sorprendía cómo su cuerpo reaccionaba cuando estaba con ella. Nunca había sentido algo semejante por nadie y sintió el deseo de seguir explorándolo. Saber qué se estaba perdiendo y quería averiguarlo junto a Lorena. No obstante, sacudió la cabeza para quitarse esa idea, pensando en las palabras de su madre, en si supiera ella lo que estaba pensando, cosa que le volvieron a hacerla caer de esa idea diciendo que no sería decente. Con este último pensamiento, suspiró, cansada, a la vez que se giraba para encontrar una postura más cómoda. Se sentía confusa, muy confusa. Su cabeza quería ir por un camino, pero su cuerpo se empeñaba en ir por otro completamente distinto. Pasaron los minutos y seguía sin tener ni un ápice de sueño, pensando en todo lo compartido con Lorena ese mismo día. Aún sentía el recorrido de un cosquilleo por todo su cuerpo, una sensación que resultaba desconocida para ella, pero que encontraba ser bastante agradable. ¿Si la hacía sentir bien, porqué no era decente? Tenía presente las palabras que le hubiera dicho su madre, pero cada vez las sentía con menos fuerza. Por primera vez, la semilla de la duda se instaló en su interior. No tenía a nadie más para poder explicar lo que le estaba pasando por la cabeza. No tenía tiempo para amigas y con Emma no podía comentarle algo semejante. Solo podía hablarlo consigo misma a la espera de sacar alguna conclusión clara. Cosa difícil, ya que su mente era todo un torbellino de contradicciones en ese momento. No quería confiar en nadie, eso lo tenía claro. Pero ¿por qué no dejarse llevar por su cuerpo si su cabeza estaba bien prevenida y no quería llegar a nada más con nadie? ¿Por qué estaba mal que se dejara llevar por el deseo? Su madre se casó y ¿qué consiguió con ello? La llevó a quedarse sola con una enfermedad y con dos hijas. ¿Qué tenía de malo dejarse llevar? Simplemente por el placer de hacerlo, sin sentimientos por medio. Con una relación afectiva detrás, solo había conseguido terminar con el corazón destrozado como en el caso de Michael y sintiéndose como una verdadera estúpida por creer en alguien como ocurrió con Ximena. Había abandonado por mucho tiempo lo que ella quería. Tuvo que convertirse en la «madre» de Emma con diecinueve años, al fallecer su madre, pero nunca se ha arrepentido de ello. Pero una parte de ella, su juventud, la había apartado a un lado porque debió ser una persona adulta demasiado deprisa y nunca había repercutido en la otra parte que se había perdido, solo en esos días y gracias a Lorena. Parecía que había tomado una decisión sin darse cuenta. Era hora de retomar el tiempo perdido.

Lorena todavía tenía presente el dulce sabor de Abril y el recuerdo de cómo temblaba de deseo entre sus brazos, llevándola casi al límite. Pero pronto sacudió la cabeza para volver a la realidad, le hacía perder la cabeza y eso no podía permitirlo. El recuerdo de Abril le seguía en todo momento, incluso cuando recibió otra llamada de Fernanda, deseosa de volver para quedar con ella, tuvo que declinarla. Por irónico que resultara, no tuvo interés por quedar con ella, aunque su cuerpo exigía un desahogo de la forma más inmediata posible, pero no podía quedar con Fernanda ni con nadie, ya que sabía que su cuerpo solo encontraría la satisfacción que reclamaba cuando estuviera dentro de Abril. Ya le ocurrió la otra noche con Fernanda, su deseo se fue abajo. Sabía que no conseguiría nada bueno con su empeño por poseerla. No se trataba de cualquier otra mujer que enseguida cae rendida a sus pies. Abril no, ella no era así. No podía permanecer perdida mucho más tiempo. De no querer nada con ella, tendría que arrancársela de sus pensamientos de una vez por todas. Sería más fácil olvidarla si consiguiera que estuviera bajo sus sábanas, una vez que la hubiera probado de esa forma estaba segura que se olvidaría mucho más rápido de ella. Sin embargo, ese momento, la tenía más presente por querer probarla y tener tantos obstáculos por el medio, por no haber conseguido su objetivo con la misma facilidad que lo ha conseguido con las demás. Una vez suya, ya podría dejarla atrás sin problemas. Pero no podía dejar que las cosas siguieran de esa forma. Era hora de zanjarlo de una buena vez. Poco a poco, sus ansias fueron convirtiéndose en enfado por ella mismo, por haber sido débil e intransigente con Abril. Estaba harta de esperar. Iba a tomar el control para dejar claro que no pretendía jugar más con ella, ya era suficiente. Iba a zanjarlo en ese mismo instante. Dejó los papeles que tenía en la mano sobre la mesa para presionar el botón al lado de su teléfono.

—¿Señorita Adams? — preguntó, llamando a su secretaria.

—Sí, señorita Miller.

—Dígale a Abril Dannese que la quiero ver en mi despacho enseguida.

No esperó a la respuesta de su secretaria personal. Poco después, Abril colgó el auricular por el que la secretaria de Lorena le había dicho que requería de su presencia en ese instante. Se quedó momentáneamente paralizada. No esperaba que Lorena quisiera hablar con ella tan pronto. Sentía sus manos sudorosas y su corazón empezó a latir con más fuerza. Sabía que tendría que enfrentarse a ese momento durante el día de hoy, pero también esperaba tener más tiempo para prepararse para ello. No había tenido el tiempo suficiente para pensar en todo lo que quería decir y cómo quería decirlo. Se recompuso y se pasó las palmas de sus manos sobre su falda. En esa ocasión volvía a ser una falda de su anticuado armario. Usar su ropa de siempre le hacía sentir más segura, aunque pareciera una tontería, pero necesitaba cualquier atisbo de seguridad. Se sentía más nerviosa que cuando era una niña y era el primer día de colegio. Se levantó para recorrer el camino corto entre un despacho y otro que a Abril le pareció una eternidad. Y lo peor de todo, es que ya había tomado una decisión al respecto, una que le pareció férrea desde un principio, pero que a la luz del sol y después de haberla hecho reposar, las primeras dudas empezaron a emerger. Tenía ganas de gritar con desesperación. Su vida estaba perfectamente planeada y sin ninguna alteración antes de que Lorena la trastocara. La sencillez con la que se había sentido cómoda los últimos años amenazaba con desaparecer y eso no le gustaba. Paró delante de la puerta del despacho con la respiración agitada y el corazón acelerado. No sabía el motivo central de su nerviosismo, si era por Lorena o por ella misma, pero no tardaría en averiguarlo. Sin embargo, a pesar del torbellino que sentía por dentro, levantó la barbilla y respiró profundamente antes de llamar a la puerta.

—¿Quería verme, señorita Miller? —preguntó al proceder al interior sin esperar a ser invitada para que pasase.

—Así es —dijo, bajando la pantalla de su portátil para apoyar su espalda al respaldo para detenerse a mirarla con detenimiento. Su mirada la acarició de arriba abajo e hizo caso omiso a la incomodidad que ese acto produjo en la muchacha. Antes se había alterado precisamente por culpa de la joven que tenía delante. Sin embargo, se esforzó por mostrar una actitud más indiferente que le definía delante de Abril, para que no pudiera cogerle con la guardia baja.

—¿Y bien? —preguntó, perdiendo la paciencia. No quería reaccionar así, pero en ese momento no podía remediarlo. La había llevado a su terreno de improvisto para darse cuenta de que su decisión, que creía conclusa, no lo estaba del todo. Lorena lo volvía a hacer, volvía a alterar todo su esquema. Ese pequeño estallido de enfado le hizo gracia a Lorena. Era curioso, pero con Abril había reído más en el poco tiempo que la conocía que en muchos años en toda su vida.

—¿Por qué me ha hecho venir, señorita Miller? —preguntó con impaciencia, poniendo el énfasis en no haberle llamado por su nombre de pila.

—Creo que puedes llamarme por mi nombre — comentó sin dejar de sonreír, levantándose de la silla para ir hacia ella—. Dado que nos hemos conocido bastante bien —añadió con picardía.

El perlado rostro de Abril se fue tiñendo por el sonrojo al pensar en los momentos a los que Lorena se refería, y provocó que no pudiera aguantar más viendo sus ojos oscuros y profundos y giró la cabeza, poniéndole cada vez más nerviosa debido a su cercanía.

—No en horas de trabajo, no sería profesional —dijo, volviendo a mirarla con firmeza.

—¿Siempre eres tan correcta? —preguntó, levantando una de sus cejas oscuras y parándose a escasos centímetros de ella.

—Es lo que me enseñó mi madre.

La mandíbula de Lorena se endureció durante un instante, antes de hacerlo desaparecer para volver a esa expresión neutra que solía llevar, dejando atrás también esa sonrisa que Abril le había provocado.

—Creo que es mejor dejar de lado esta conversación sin sentido.

—¿Y para qué has querido que viniera?

—¿Ya no me llamas de usted?

Abril no se dio cuenta y le afloró una pequeña sonrisa, relajándola un poco. Lorena no pudo evitar la tentación de levantar la mano para acariciar de nuevo su piel suave que con un simple roce conseguía que todas sus terminaciones nerviosas reaccionaran en un anhelo que necesitaba satisfacer. La preocupación apareció en los ojos de Abril, mirando fugazmente la puerta del despacho, escuchando al mismo tiempo toda la actividad al otro lado de la puerta, pero esa preocupación se desvaneció por completo al sentir el dulce roce de su aliento contra su mejilla.

Fuera de ese despacho y no demasiado lejos de ellos, Ximena salió del suyo para entregar unos documentos a Abril, pero se sorprendió al encontrar la silla vacía, antes de que pudiera formularle la pregunta que llevaba en su cabeza.

—Se encuentra en el despacho de la señorita Miller — saltó Karen, enseguida.

—¿Y qué hace allí? -Karen se encogió de hombros, contenta de haber aportado esa información y a la espera de ver qué podría ocurrir después. Ximena giró la cabeza hacia el despacho de Lorena, tocándose las cejas. No entendía qué estaba pasando y se dirigió allí para averiguarlo.

—¿Has pensado en nuestra conversación de anoche? — preguntó Lorena rozando sus labios muy levemente con los de Abril, sin llegar a besarla. Abril suspiró, anhelante, a la vez que asentía. —¿Y has tomado una decisión? - Sabía que estaba ansiosa por obtener esa respuesta, pero no lo supo hasta pasados unos segundos.

Abril asintió de nuevo, con un movimiento todavía más lento. Sentía su corazón bombear tan fuerte que sus latidos resonaban en sus oídos. Deseaba decirle que sí, que aceptaba el tipo de relación que le ofrecía, de dejar estallar esa pasión que les estaba consumiendo, pero descubrió que no le salía articulación alguna de sus labios por culpa de su cercanía y de su anhelo para que la volviera a besar.

—Abril…. —susurró, apunto de sellar sus labios contra los de ella.

Sin embargo, el ruido de pasos de una persona acercándose a su despacho a rápidas zancadas le hizo salir de ese estado, alejándose a tiempo cuando se abrió la puerta con brusquedad. Lorena había aprendido muchas cosas cuando tuvo que vivir en la calle. Donde el peligro acecha en cada esquina, se aprende a estar atenta a su alrededor en cualquier situación. Cuando Ximena apareció con brusquedad, Lorena actuó con suma tranquilidad, pero Abril se sintió como tirada al vacío. Estaba esperando compartir un nuevo beso con ella y, de repente, la apartó de su lado. Intentaba recomponerse mientras no sabía a quién dirigir el malestar por todo lo que estaba ocurriendo.

—¿Se te ofrece algo? — preguntó Lorena, mostrando de nuevo su actitud de siempre y hasta parecía que con un pequeño toque de humor. «¿Le parecía gracioso?», pensó Abril sin hacerle tanta gracia la situación. Ximena no era idiota, sabía muy bien lo que había estado a punto de suceder si no llega a entrar, pero su mirada todavía iba de uno al otro sin llegar a creerlo. —¿Y bien? —insistió al ver que Ximena no parecía reaccionar.

—Venía a recuperar a mi secretaria —dijo, recomponiendo la compostura y manteniendo la espalda muy recta.

A nadie del despacho le pasó inadvertido el énfasis en el «mi», como si reclamase algo que consideraba suyo.

—No es de tu propiedad — le respondió Lorena, intentando mantener la tranquilidad que tanto le caracterizaba, pero mostrando una voz más fría, afilada como un cuchillo, sin poder evitarlo. Abril giró la cabeza hacia Lorena, mostrando una expresión de disgusto porque nuevamente salió en su defensa. Y Lorena se quedó mirándola, pensando en cómo le gustaba esa fuerza, que denotaba pasión. Una pasión que podía aprovecharse muy bien en la cama. «Por supuesto», pensó Lorena al darse cuenta de cómo le miraba. Abril no quería ser ninguna doncella en apuros a la que se necesita rescatar. Abril estaba harta de la descarga de tensión  y, sin decir nada, se escabulló por el lado de Ximena evitando tocarla para salir de allí. Ximena no tardó en seguir sus pasos, pero se detuvo de repente al recordar que no se encontraba sola.

—¿Le importaría pasar a mi despacho?

—No puedo, tengo mucho que hacer —soltó con el enfado mezclado en sus palabras y darle la espalda mientras se dirigía a su escritorio. Ximena se quedó sin saber qué decir. Abril nunca le había hablado de esa forma y se apartó para no montar un nuevo escándalo delante de todos. Por su parte, Abril tampoco se creía que hubiera saltado de esa forma a su jefe, no era típico en ella. Abril volvió a sentarse en su escritorio e intentó distraerse con el trabajo pendiente. No obstante, eso no ocurrió. La duda le había hecho retirarse un poco, pensando que se había precipitado, pero ese pensamiento se le quedó atrás por la interrupción de Ximena que provocó que recordara la efímera relación que tuvo con ella y, al mismo tiempo, el trato de todo lo que la había rodeado en ese momento y durante toda su vida. Quería dejar todo eso atrás. Dejar de ser la persona a la que se le puede mangonear, abandonar, a la que no les importa tratar bien. No quería ser más esa persona, quería cambiarlo.

Y luego estaba Lorena. Reconoció que, solo al verla, el cuerpo de Abril reaccionó de inmediato. Había estado despierta durante toda la noche. Tenía demasiado en qué pensar y qué decidir. Sin embargo, no se sentía cansada, ni siquiera le importó que una preocupación le hubiera llevado tanto esfuerzo para llegar a esa conclusión, que finalmente estaba allí para que la tomara sin temor. Por extraño que pareciera no se sentía nerviosa ni alterada. En cuanto tomó su decisión, sintió un gran alivio, como si su cuerpo hubiera esperado hasta que su mente diera al final con la clave para que todo tuviera mucho más sentido. No percibía esa presión que sentía desde el primer momento y ya no le preocupaba nada más. Se sentía libre y esa sensación era de lo más agradable. Le iba a decir que sí a Lorena. Quería iniciar una relación con ella basada únicamente en el deseo. Pero no se lo iba a decir en ese momento. Prefería esperar a que avanzara el día. Había decidido tomar una relación solo basada en el sexo. Aunque sentía libertad por esa decisión, era un tema en el que nunca se había encontrado y no sabía cómo iba a decírselo. Le daba vergüenza solo de pensarlo, pero estaba decidida a hacerlo. Había estado demasiado tiempo apartada de todo, había renunciado a su vida para pensar en la vida de otros. Quería explorar. Deseaba probar algo nuevo. Quería sentir. Se había olvidado de ella durante tanto tiempo que casi ni recordaba qué era sentir, o al menos así era hasta que Lorena se lo recordó. Por eso quería hacerlo con ella. Solo con ella.

«Seguramente quería disimular», pensó Abril al ver que la jornada tocaba a su fin y Lorena no volvió a reclamar su atención, incluso le vio irse hacía unos minutos sin ni siquiera mirar en su dirección. No le hizo gracia precisamente, pero decidió no darle demasiada importancia. Al día siguiente podría hablar con ella y terminar la conversación pendiente. Fue lo que decidió mientras cerraba el ordenador y recogía sus cosas. Intentaba apartarlo de sus pensamientos, pero no podía evitarlo. Una parte de ella quería saber porqué no le había dicho nada en todo el día, aunque quedaría extraño que la volviera a llamar a su despacho por segunda vez cuando no trabajaba en su departamento y lo último que necesitaría era levantar sospechas en una relación que todavía no habían acordado. Salió del edificio y bajó hacia la derecha con su habitual paso rápido. Tenía el tiempo justo antes de que pasara el próximo autobús y, si lo perdía, tendría que esperar unos veinte minutos hasta que viniera el siguiente. Por ese motivo y por estar absorta dentro de sus pensamientos, no prestó demasiada atención a un silbido, el típico silbido que hace un hombre cuando ve a una mujer hermosa para hacérselo saber de una forma poco elegante. Sin embargo, unos pasos más adelante, sintió una voz suave y conocida a escasos centímetros de su oreja.

—Eso era para ti, preciosa —le susurró Lorena, provocando un respingo en Abril.

—Oye —saltó, dándose la vuelta y poniéndose la mano sobre su alterado corazón—, no puedes ir asustando a la gente así —terminó de decir con una sonrisa divertida a juego con la que cruzaba el rostro de Lorena.

—No, solo a ti —añadió, cambiando su sonrisa traviesa por otra llena de picardía. Con lo que consiguió que en las mejillas de Abril apareciera de nuevo un toque de rubor. Lorena sonrió al verla, se sonrojaba con facilidad y eso le encantaba.

—Te llevo en coche —le comentó Lorena.

—Oh, no hace falta. Estoy cerca de la parada de autobús. Abril no quería ser una molestia.

—No me cuesta nada. -Lorena pasó un brazo por la espalda de Abril para guiarla suavemente hacia donde se encontraba su coche aparcado. —Así podremos hablar con más tranquilidad —dijo en un tono de voz lleno de intenciones.

—De acuerdo —comentó, aumentando su sonrojo.

Lorena la acercó a su coche. Se trataba de un lujoso Porsche plateado. Al verlo, Abril estuvo a punto de dejar escapar un «vaya», pero por suerte pudo reprimirlo a tiempo. No quería aparecer como una chica que se impresiona fácilmente. Pero, madre mía, solo con echar un vistazo al coche ya sabía que valía más que su casa. Le había impactado tanto que incluso tenía miedo de tocarlo. Por suerte, Lorena se le adelantó, abriéndole la puerta.

—Gracias —comentó, accediendo al interior y sintiendo el roce del asiento de piel en la piel de sus brazos. No quería reconocerlo en voz alta porque, al fin y al cabo, era una tontería. Sin embargo, era la primera vez que presenciaba esa muestra de caballerosidad y se había emocionado al descubrirlo en primera persona. «Un acto tan sencillo, pero tan nuevo, y los que me quedan por explorar», pensó de repente, sintiendo los latidos acelerados de su corazón. Rápidamente, sacudió la cabeza para quitarse el último pensamiento de la cabeza mientras Lorena daba la vuelta por detrás del coche acercándose a la puerta del conductor. No quería que viera su sonrojo. Le salían con bastante frecuencia y por cualquier cosa. Lorena mantuvo una ligera sonrisa todo el tiempo en su rostro, por tener a Abril al fin cerca y prácticamente a su merced. Con ese pensamiento arrogante, arrancó el coche. Durante el trayecto, Abril tuvo la mente en blanco, no fue capaz de hablar de nada. No sabía qué podía decir. Tampoco quería soltar cualquier tontería, por lo que mantuvo la boca cerrada, aunque se sintió como una estúpida por ese comportamiento. ¿Qué le pasaba? Cuando estaba cerca de Lorena podía sentirse irritada por cualquier tontería o por el temor de que creyera que era estúpida. Debía centrarse, ¡maldita sea! Y entonces se fijó que iba conduciendo por la ciudad sin que le hubiera dado su dirección.

—¿Sabes dónde vivo?

—Así es.

Abril giró la cabeza hacia ella, frunciendo el ceño por la incertidumbre.

—¿Cómo? —preguntó al ver que se quedó callada de nuevo para dejarla intrigada. Su sonrisa dejó de estar estática para ensancharse un poco más.

—Soy la dueña de la empresa, Abril —comentó sin mirarla—. Eso me da acceso a cierta información de mis empleados. Abril abrió levemente la boca, en actitud incrédula.

—Eso podría considerarse acoso —comentó, intentado parecer seria, pero no pudo evitar que su voz sonara jocosa.

—Qué puedo decir — comentó. Apartó la vista un momento para agregar a continuación con una expresión divertida: —Soy un poco traviesa.

—Creo que te has quedado corta con esa afirmación —expuso, dejándose llevar por la situación, sin pensarlo antes. Lorena dejó escapar una carcajada. Hacía tiempo que no se sentía tan libre para reír de esa forma durante tanto rato.

—Si piensas así, tendré que demostrártelo.

Abril no tuvo tiempo de preguntarle a qué se refería, ya que lo entendió cuando cambió de rumbo. Se mordió el labio, un poco nerviosa, por lo que acababa de pasar por su cabeza. Un pensamiento fugaz que le anunciaba que no estaba preparada para que todo fuera tan deprisa, pero se apresuró a rechazarlo. Ese era el paso para la nueva faceta de su vida que tanto quería afrontar…