Entre tus sabanas

Capitulo 4

No debía tenerle miedo al cambio ni a nada nuevo. Eso era lo que quería. Estaban en medio de una gran ciudad y no era fácil encontrar un lugar que ofreciera privacidad. Así que Lorena tuvo la repentina decisión de dirigirse hacia la rampa de un parking que divisó cerca. No pudo ver hacia dónde accedía. Creyó ver el cartel de un centro comercial y, en ese lugar, lo que se dice intimidad precisamente no iba a encontrarla. Sin embargo, sí sabía que esos parkings disponen de varios pisos y que los últimos suelen estar bastante vacíos, sobre todo los días de entre semana. Eso quiso aprovecharlo.

—¿Ese es tu plan? — inquirió Abril sin saber cómo tomarlo exactamente —. ¿Llevarme a un lugar oscuro para meterme mano como si tuviéramos quince años? -La idea le parecía alocada, pero también de lo más excitante. Deseaba a Lorena, eso estaba claro, pero también quería vivir esa experiencia por ella misma, por permitirse vivir una parte de lo que se había perdido, tanto cuando era más joven como descubrir lo que puede llegar a sentir una mujer. Lorena recorrió las distintas rampas hasta llegar a la última planta del parking y siguió hasta la parte más alejada para asegurarse que tendrían un rato completamente a solas y, a poder ser, sin interrupciones. Se sorprendió por ese estallido de espontaneidad, pero no pudo remediarlo. Giró la cabeza para echarle una mirada profunda y deliberada antes de responderle:

—No podía esperar más para tocarte. -Abril bajó la cabeza para disimular la calidez que se extendía sobre sus mejillas, aunque tampoco hacía demasiada falta por la poca claridad que la rodeaba.

Lorena se dio cuenta de la verdad de sus palabras. Junto a ella siempre se sentía como una adolescente. Dejaba de lado a la mujer seria que era al no ser capaz de controlase. Lorena se acercó con lentitud. No quería apresurar los acontecimientos, ya que notaba el nerviosismo que ella desprendía. Sabía que Abril no estaba acostumbrada a esas situaciones. Lo percibió fácilmente cuando la besó y se percató de su poca experiencia. Abril volvió a morderse el labio inferior. No se esperaba que al final de la jornada iba a hallarse allí, en esa situación, y se sorprendió por encontrarse emocionada por averiguar qué ocurriría a continuación. Se recostó en el asiento, sin saber qué más hacer. Lorena le dedicó una mirada intensa junto a una sonrisa juguetona. Su incomodidad parecía desplazarse para llegar a estar tan ansiosa como ella. Dejó que su mano se posara y acariciara con suavidad la piel desnuda de su brazo. Le encantaba ese tacto. La respiración de Abril se agitó anhelante, y solo por ese simple roce, a la espera de qué haría Lorena a continuación. El primer impulso de ella fue levantar la mano hacia el moño estirado que Abril acostumbraba a llevar. Quería ver su precioso cabello de color castaño claro libre, como el día anterior, suelto para que pudiera acariciarlo. Su melena descendió como una cascada, enmascarando todavía más las hermosas facciones de Abril. Contenta con su acción, Lorena procedió a girar su cuerpo para acercarse más a Abril, que parecía estar tan ansiosa de su cercanía como ella.

—Solo vamos a tontear un poco —explicó, más para convencerse a sí misma que a ella —. Nuestro primer encuentro sexual no será en un coche —dijo, aunque le costase pronunciar esas palabras. Todavía no había dispuesto para tenerla tan cerca y antes de besarla siquiera, ya sabía que le resultaría muy difícil detenerse. La deseaba demasiado. Abril hubiera tenido el momento perfecto para expresar que quería esa relación que comentaba con ella, pero no hizo falta, con sus acciones y su comunicación no verbal ya lo había dejado claro. Sobre todo, cuando Lorena habló de ese primer encuentro sexual y ella no dijo nada para expresar que no lo deseaba. Lorena dejó de pensar y pasó a la acción. Le gustaba empezar con un simple roce suave y deliberado para avivar la pasión. Funcionó como de costumbre. Cuando se separó unos escasos centímetros, ya vio que Abril alzó los suyos anhelantes, dejando escapar un gemido de desilusión por no haberla besado. Pero su frustración no tardó en desaparecer cuando Lorena cubrió con gusto sus labios sobre los suyos, en un hábil y apasionado movimiento que hizo brotar un nuevo gemido desde la garganta de Abril. Pero, en esta ocasión, de puro placer. Abril alzó la mano para notar de nuevo esos mechones largos y sedosos entre sus dedos y así acercarla más a ella. Todo lo que estaba sintiendo era una experiencia maravillosa y quería sentirla por completo. Se sentía solo cautiva de los besos de Lorena. Estaba tan sumida en explorar todas las emociones que nacían en su cuerpo que no supo cómo ocurrió, pero de repente se encontró con el cuerpo más estirado y con el peso de Lorena puesto delicadamente encima del suyo. Una presión que no le pesaba y que le encantaba sentir y gimió gustosa en los labios de ella. Lorena dejó de besarla con la intención de saborear su suave piel. Empezó por emplear una suave tortura en el lóbulo de su oreja, dejando suaves besos por su mejilla en el camino. Primero utilizando los labios para acariciarlo suavemente para, después, rozándolo suavemente con los dientes. Abril la abrazó más fuerte de forma instintiva, para sentirse apoyada después de todas las sensaciones que se apretaban con intensidad dentro de su cuerpo. Pero el recorrido de Lorena no se quedó allí. Su intención era saborear y descubrir el cuerpo de Abril. Su boca bajó hasta su cuello, recorriéndolo suavemente con su lengua de terciopelo y su mano viajando desde la cadera, para pasar por su vientre, hasta llegar finalmente a la plenitud de uno de sus pechos. Abril dejó escapar un suspiro de placer mientras se arqueaba a la espera de más. A Lorena le encantó esa respuesta. «Con solo tocarla, se derrite», pensó. Mientras, en sus ojos brillaba un matiz de prepotencia. Todavía brillaban más con el pensamiento de cómo respondería esa pasión cuando tuviera sus largas piernas rodeando su cintura. Solo con pensarlo, su hinchado clítoris palpitó con más fuerza. Los botones de la camisa gris clara de Abril se fueron desabrochando gracias a los dedos habilidosos de Lorena, que pronto pudo deleitarse con la suavidad de la piel de Abril sin evitar emitir un gruñido de placer. Nunca había tocado una piel tan suave y delicada. Su mano viajó por esa piel ya sin ningún impedimento de por medio para ser tocada y procedió a dirigirse hacia uno de los tirantes del sujetador de ella con la clara intención de bajarlo con lentitud. Solo al sentir su caliente aliento sobre su piel ya la estaba llevando a la locura. No podía imaginar lo que sucedería cuando la acariciara con más intimidad. Por suerte, no tardó en averiguarlo. La mano de Lorena se movió de forma experta en su pecho descubierto, acariciando y estimulando el rosado y erecto pezón con el pulgar antes de introducírselo en la boca y saborearlo con intensidad. No fue un gemido lo que salió de los labios de Abril sino un grito, un grito lleno de placer y que inundó el interior del coche. Se aferró a sus hombros duros y delicados a la vez que con su cintura hacía pequeños movimientos que denotaban su satisfacción. Lorena volvió a reclamar sus labios con hambre. Su lengua penetró por completo la calidez de la muchacha que la recibía gustosa. Bajó más su cuerpo para que Abril notara el calor que emanaba de su intimidad, aunque fuera por encima del pantalón. Abril abrió más las piernas de forma instintiva para sentirla con más intimidad y fue entonces cuando ella empezó a dar pequeños y suaves movimientos como si estuvieran haciendo el amor. Abril sentía una presión cada vez más fuerte en su parte más íntima de su cuerpo. Ya no acariciaba los hombros de la culpable de que sintiera todas esas sensaciones. Ahora le hincaba sus uñas y, aunque fuera encima de la ropa, Lorena lo sentía al mismo tiempo que también era consciente de que estaba perdiendo el control y eso no podía ser. No debía suceder así. Debía recuperar el férreo dominio de sí misma que parecía desaparecer con Abril, pero no, no iba a permitirlo. Recuperar su control era más importante que satisfacer su placer. Se detuvo en sus movimientos y lentamente procedió a separarse de ella, apartando la mirada de su cuerpo para intentar tranquilizarse, regresando a su asiento. Abril se quedó sin saber qué había ocurrido. Estaba en medio de una bruma llena de pasión, con el calor del deseo recorriéndola por cada centímetro de su piel y, de repente, la sobrecogió un frío arrollador. Abrió los ojos. Frunció el entrecejo y giró ligeramente la cabeza para mirar a Lorena, que estaba mirando de frente, pero apretando el volante con fuerza.

—¿Por qué…? —empezó a decir con voz ronca. Carraspeó antes de continuar: —¿Por qué te paras? –Lorena notó la desilusión en el tono de su voz e infló su ego, aunque eso no fue suficiente para calmar la el dolor de su entrepierna.

—Porque si hubiéramos seguido, no habría podido detenerme —confesó con un matiz de enfado.

—¿Y qué? —preguntó, lamentando haber declarado la necesidad por desear la consumación de lo que estaban haciendo.

Rápidamente se puso bien la ropa y se sentó, pasando sus manos por su pelo para que no tuviera un aspecto alborotado y, también, por tener algo que hacer para no mirar a Lorena que había desviado la mirada hacia ella.

—Te llevaré a casa —dijo para romper el silencio incómodo que se había formado, a la vez que arrancaba el motor.

—De acuerdo —comentó con un poco de frialdad. Hacerla conocer la satisfacción que podía recorrerla con solo tocarla era algo que no se esperaba y que respondió con demasiada efusividad, para que después se lo arrancara de mala manera. Y, lo peor, es que se sentía avergonzada de su reacción. Durante el camino de regreso permanecieron en silencio. Un silencio lleno de incomodidad. Lorena sabía que no podía quedar así, si no lo remediaba de alguna forma, podía arrepentirse de su decisión y alejarse de ella por herir su orgullo. Al parecer había acertado, ya que cuando paró el coche, Abril abrió la puerta del coche sin ni siquiera mirarla con la intención de irse con rapidez.

—Espera —dijo, apoyando su mano en el brazo de Abril. Ella se giró, pero permaneció en silencio, a la espera de lo que tuviera que decir. —Te deseo. Esa no es la razón por la que me he detenido.- Abril se quedó intrigada, pero no dijo nada al respecto. —Te mereces algo más que un polvo rápido en un coche. Quería que fuera más especial para ti.- Esas palabras provocaron el efecto que Lorena había esperado, ya que el rostro de Abril se dulcificó. —Nos veremos mañana — dijo Lorena con una voz profunda que amagaba mucho más de lo que parecía.

Abril se dio cuenta, pero no dijo nada más. Solo asintió a modo de despedida. No obstante, al tenerle aún cogido el brazo con la mano lo impidió, tirando suavemente hacia ella para que pudiera sentir sus labios una vez más antes de despedirse.

Abril apoyó la espalda en la puerta principal de su casa que terminaba de cerrar, escondiendo su rostro enrojecido entre las manos, no por vergüenza sino por los maravillosos momentos tan intensos que acababa de vivir. Todavía sentía el corazón acelerado y el recuerdo demasiado vivo de los labios de Lorena sobre su piel. Y, entonces, otro pensamiento trastornó sus recuerdos como si un rayo la hubiera impactado. Emma. No podía verla así, se daría cuenta rápidamente de que le pasaba algo y no tendría coraje para contarle la verdad. Era su hermana mayor, su figura de autoridad y una persona en quién fijarse y tomar ejemplo hasta llegar a ser una adulta. Alguien a quien no respetaría tanto si supiera que terminaba de manosearse dentro de un coche. ¿Qué clase de ejemplo era ese? Por un momento, sintió una punzada en la boca de su estómago, arrepintiéndose de su decisión. No obstante, otra parte de su cuerpo no dejó que olvidara lo ocurrido. Los latidos de su corazón seguían estando alterados, con el mismo ritmo que cuando estaba en los brazos de Lorena, sintiéndose como una mujer por primera vez en su vida. ¿Era egoísta aceptar la propuesta de Lorena? Solo pensaba en ella al aceptarlo, pero no creía que tampoco fuera una idea tan alocada al admitirlo. Tenía veinticuatro años y ya tenía derecho a sentirse como tal.

Lorena se encontraba más alterada de lo que quería reconocer. Abril provocaba que sus sentidos llegaran a un límite que nunca antes había experimentado, volviéndose loca con solo imaginar cómo se expandirían cuando hundiera su carne dentro de su calidez. Sacudió la cabeza con fuerza para alejar esos pensamientos, yendo directo a darse una ducha bien fría para que pronto disminuyera el palpitar en su clitoris. Con el cuerpo todavía mojado atendió a su nuevo iPhone, que no paraba de emitir pequeños tonos de sonidos, y suspiró con aire de cansancio al descubrir que era Fernanda, de nuevo. «Hola, mi amor, te echo de menos». «Quedemos esta noche para pasar otra velada fabulosa». «¿Dónde estás? ¿Por qué no me contestas?». Esos solo eran los primeros de una larga lista, pues parecía tener una obsesión con ella, que ya empezaba a ponerle nerviosa. Ya le había hablado para decirle que ya no quería nada con ella y, como lo habían acordado en un principio, la relación podía eliminarse cuando uno de ellos así lo decidiera. Finalmente, entendió que lo mejor era apagar el dichoso trasto para que dejara de molestarla y, poco después, optó por estirarse en la cama, aunque no estuviera cansada. Sería una buena forma para relajarse, pero pronto descubrió que, por mucho que lo intentara, su cuerpo se mantenía tenso, expectante, deseoso de algo que no podía satisfacer en ese momento. Sería inútil alcanzar una satisfacción hasta que Abril estuviera bajo sus sábanas.

A Lorena le costó bastante conciliar el sueño. Sin embargo, no tardó mucho en levantarse de forma violenta. En un momento se encontró sentado en la cama sin darse cuenta, con todo su cuerpo perlado de sudor y mirando en todas direcciones para asegurarse de que no se encontraba de nuevo en medio de aquel infierno. Apartó la sábana con la rabia contenida que todavía le recorría de arriba abajo y de la que no conseguía deshacerse por mucho que el tiempo pasara. Se sentó al borde de la cama para apoyar los pies en el frío suelo para que le ayudara a estabilizarla y los codos sobre sus piernas resbaladizas para esconder su rostro entre sus manos. Todo eso para conseguir la ansiada tranquilidad que al parecer no le llegaba nunca. Cada noche, y sin descanso, le seguía persiguiendo su pasado. Atormentándola. Tenía a su disposición miles de recuerdos, en formas distintas, para escoger. Pensó con amargura y recordó que en su cabeza habitaban todavía las imágenes nítidas de uno de los peores momentos que tuvo que vivir a su corta edad, con solo once años. Recordaba a los desgraciados que se adentraban en esas zonas donde había gente durmiendo en la calle para meterse con ellos. Primero llegaban con insultos, luego se atrevían a dar un paso más y pasar al daño físico. Simplemente porque podían y nada ni nadie se lo impedían, a nadie le importaba. Así que ¿por qué no? Era la forma de divertirse de esos desgraciados y justamente cuando fueron hacia ella, cuando le insultaron y le dieron golpes, fue lo que le satisfizo. No recordó haberse sentido tan asustada que cuando vio el reflejo de la luz de la luna en una navaja que sostenía uno en una de sus manos. A partir de ese momento, sus recuerdos se tiñeron de rojo, la misma que escapó violentamente de su cuerpo dejándola tirada en la calle como si no fuera un ser humano, como si su derecho de vivir no importara…como si no fuera nada… Lorena puso su mano encima de la cicatriz que le rodeaba sus costillas, en su lado izquierdo, la señal de que tuvo a la muerte demasiada cerca. Apretó los puños con furia, levantándose y yendo hacia el primer trozo de pared que encontró para darle un buen puñetazo con la intención de que esa rabia que fluía en su sangre, hirviendo de mala manera, pudiera calmarse. Pero no sirvió de nada. La claridad había llegado de nuevo, dejando la noche atrás. Aparte de una mano dolorida, su rabia interior había disminuido, pero esa mañana más que en otras ocasiones porque la idea de volver a ver a Abril le inspiraba esa paz que su maltrecho espíritu tanto necesitaba. Eso le daba más fuerzas para enfrentarse un día más en una vida que no era la suya, pero debía aguantar por dos poderosas razones: la primera, y más importante, por el bienestar de su madre y, la otra, para destruir a esas personas que le obligaron a adoptar su apellido y ser parte de esa familia solo porque el inútil de su padre biológico no pudo tener más hijos, una gran ironía del destino. Le destruyeron la vida a ella y a su madre por haber traído al mundo una bastarda con sangre de Miller mezclada con el de una sirvienta, consiguiendo el odio por parte de su abuela y de su padre y, por alguna extraña razón, no pudo tener descendencia por mucho que lo intentara. Sin embargo, esa vida fingida pronto llegaría a su fin. Su plan iba a concluir muy pronto y entonces podría dejar toda la amargura que llevaba soportando atrás. Pero descubrió que el camino dejó de ser tan amargo desde que unos ojos claros, tan llenos de inocencia y de alegría, impactaban con los suyos.

Abril sintió la mirada penetrante en su espalda en cuanto dejaba sus cosas encima del escritorio sin todavía sentarse en la silla. Giró la cabeza por instinto y descubrió que Lorena estaba mirándola, apoyada en el marco de su despacho mientras mantenía una conversación con el señor Williams y asintiendo de forma distraída. Dejó de hacer caso al hombre con el que hablaba para mirarla a ella. Con ese pensamiento, Abril dirigió su mirada a Lorena, sonriente y sincera, con lo que pareció relajar la expresión seria que tenía en ese momento. Por un instante, le pareció que en la comisura de sus labios iban a levantarse para devolverle la sonrisa, pero finalmente no fue así.

—Sonriendo al jefe, ¿eh? -Escuchó la voz aguda de Karen a sus espaldas, apagando de un manotazo su buen humor. Cerró los ojos, al parecer cansados. Karen se fijaba en cada mínimo detalle de todos los que se encontraban en la oficina. ¿Tanto le importaba la vida de los demás?

—¿No tienes nada mejor qué hacer? —le espetó, girándose hacia ella con una expresión poco amable.

—Tranquila —comentó con las manos en alto y con un tono burlón. Después continuó: —Ahora que a Ximena ya no le interesas, intentas escalar más alto.

Abril optó por no hacerle caso. Se sentó para encender el ordenador. Sin embargo, no pudo evitar mirar, de una forma más disimulada esta vez, hacia donde se encontraba Lorena. Henry había ido hacía ella para comentar unos detalles de última hora, pero en cuanto divisó la llegada de Abril, dejó de escucharle. La veía tan hermosa que retuvo el aliento. Llevaba el pelo suelto, recordándole de forma instantánea la suavidad de sus mechones castaños entre sus dedos. No pudo evitar bajar los ojos para mirarle los tentadores labios de los que había disfrutado sin cansarse de ellos. Lo que le sorprendía más de ella era que siempre exhibía una sonrisa sincera, por lo que resultaba que su rostro era todavía más atractivo, e igualmente su mirada, llena de calidez y de promesas de un mundo sin descubrir. Se dieron cuenta de que la observaba y le devolvió la mirada, ensanchando más su sonrisa solo con verla. No se percató de que casi le devolvió la sonrisa, pero imperó la sensatez y retomó su compostura a tiempo. Entonces una punzada de remordimiento la atravesó sacudiéndolo de mala manera, descubriendo una revelación que le abatió por completo al darse cuenta de que Abril era demasiada buena para ella. Que no se la merecía. Abril no era una para acostarse con ella y olvidarla después.

Lorena no podía prometerle una relación seria y no pensaba engañarla. Le había mencionado sus intenciones, pero no quería ni por un momento que se hiciera ilusiones para aplastárselas después.

—¿Qué opina? —preguntó finalmente Williams, sacándole de sus pensamientos.

—¿Eh? —escapó de sus labios sin darse cuenta. No había escuchado nada de lo que le había estado explicando el pobre hombre.

—La propuesta de inversión, señorita —dijo, frunciendo el ceño.

—Sí. Por supuesto — expuso con una expresión más seria e intentando prestarle más atención. No obstante, la idea de que debía apartarse de Abril por su bien seguía latente en su interior. Por mucho que le costara, debía alejarse de ella. Abril no obtuvo ninguna señal de Lorena en todo el día, aparte de unas miradas furtivas. Deseaba volver a verla, tenerla cerca. Reconocía que quería volver a fundirse entre sus brazos. Pero no la llamó ni le indicó de ninguna forma que se encontraran en su despacho o en cualquier otro lugar, como había hecho el día anterior. Sin embargo, después la esperó fuera del edificio para verla. Ese recuerdo le provocó otra sonrisa. No sabía qué le pasaba, pero ese día no paraba de tener una sonrisa tonta implantada en su rostro. Así que esperó a que la jornada pasara, la cual le pareció eterna, aguardando a que Lorena saliera de su despacho, pues se había refugiado allí durante todo el día. A lo mejor tenía mucho trabajo y no estaba para que le molestase, pero tendría que soportarla cuando terminara el día.

—¿No te vas? — preguntaron a su espalda. Cómo no, Karen. Siempre Karen. Ya era hora de despedirse y no tenía motivos para alegar que tenía trabajo extra.

—Sí —contestó sin girarse. Terminó de poner los últimos números en el programa del ordenador, hizo una copia de seguridad como siempre, por si acaso, y procedió a cerrarlo todo con la mayor rapidez posible para que su adorable compañera no tuviera que molestarla otra vez. Al recoger su bolso y darse la vuelta, se dio cuenta de que Karen la esperaba al lado de su escritorio. No se fiaba de que se fuera y así se aseguraba. ¿Por qué le importaba tanto lo que hacía o dejaba de hacer? En cuanto pasó por su lado empezó a caminar ella también y así recorrieron en silencio el corto camino hacia el ascensor.

—¿Algún plan para fin de semana?

—No —respondió un momento antes de que el timbre del ascensor sonara delante de ellas y que las puertas metálicas se abrieran.

—Pero algún pensamiento habrá —comentó, yendo tras ella hacia el interior del ascensor.

—La verdad es que no — volvió a decir. Tanto si lo tuviera como si no, no tenía por qué decírselo. No se fiaba de ella.

—¿De verdad? —preguntó con ese matiz burlón que tanto la caracterizaba. Optó de nuevo por mantenerse callada, pero ya empezaba a fastidiarla su comportamiento. A lo mejor debería decirle un par de cosas bien dichas, pero en ese momento estaba ocupada en otros planes más importantes. En cuanto las puertas metálicas volvieron a abrirse, Abril se precipitó hacia delante para alejarse de Karen.

—Hasta mañana —dijo con atropello para que no volviera a hacerla preguntas ni ningún otro comentario. Karen no respondió. De inmediato pulsó otro botón en el ascensor, el que la llevaba al parking del edificio. Abril volteó la cabeza para asegurarse que veía desaparecer a Karen para aminorar la marcha y, entonces sin importarle que alguien de la oficina la viera, se fue hacia el ascensor de al lado, por si acaso, para volver y encontrarse con Lorena. ¡La Abril de hace una semana ni se hubiera imaginado haciendo algo como aquello! Estaba rompiendo las reglas que se había infringido durante mucho tiempo y se sentía traviesa por ello. Le gustaba. Le proporcionaba un sentimiento de liberación con el que quería seguir experimentando. Las puertas del ascensor volvieron a abrirse a ese piso que tanto conocía. Desde esa posición podía divisar el despacho de Lorena, con su nombre y apellido marcado en una placa dorada al lado de su puerta. Se sentía nerviosa. Sabía que si traspasaba esa puerta iba a pasar algo más. No podía saberlo con certeza, pero sí que sería dar un paso más, uno desconocido, pero deseoso de conocer. Se dirigió hasta la puerta estirando y encogiendo los dedos durante el trayecto para controlar un poco su estado nervioso. Deseaba cruzar la puerta, pero eso no quería decir que también le costara enfrentarse a esa situación.

—Adelante —escuchó tras dos segundos después de haber llamado a la puerta con sus nudillos. —¡Abril! —susurró al verla entrar, sintiendo una súbita alegría en su interior para, a renglón seguido, encontrarse molesto por notarse de esa forma con solo verla—. ¿Qué haces aquí?

—¿Te molesto? —preguntó con la decisión reflejada en sus ojos, algo que intrigó a Lorena, ya no encajaba con su habitual sonrojo a la menor ocasión.

—No —dijo sin pensar. Era de las pocas veces en que Abril se sentía como una mujer.

Quería explorar esa nueva etapa que tanto deseaba, salir al exterior y que la había mantenido cautiva durante demasiado tiempo. Y empezó por acercarse lentamente a Lorena. Esta pudo notar el cambio en Abril. Aquel aire inocente iba desapareciendo a cada paso que daba hacia ella, sustituyéndolo por otro que no tardó en identificar y el que le provocó que se le escapara un gruñido expectante por ver qué tenía pensado hacer a continuación. Abril quería demostrarle y también demostrarse a sí misma que también podía ser traviesa, como la propia Lorena le había enseñado. Seguía acercándose a la silla donde Lorena estaba sentada. Era emocionante y no quería que se detuviera. Lorena se mantenía inmóvil, expectante por ver el brillo juguetón en la claridad de los ojos de Abril y se olvidó de todo, menos de la dulce y tortuosa espera de su próximo movimiento. Abril detuvo sus pasos cuando rozó los pies de la silla, descendiendo lentamente su cuerpo dándole una completa visión de las curvas a la mujer que tenía a pocos centímetros de su cuerpo. Lorena se recreó con una mirada lasciva, deteniéndose deliberadamente en sus torneadas caderas y en las curvas seductoras y deliciosas de sus pechos. Abril se sintió desnuda, pero también poderosa. Estaba provocando que una mujer fuerte y con experiencia quedara prácticamente sin aliento con solo acercarse. Apoyó sus manos en el respaldo de la silla para acercar sus labios a la línea dura que Lorena tenía en los suyos, pero que pronto empezaron a abrirse debido a su cercanía. Alzó la cabeza con la intención de capturar los labios rosados y voluminosos que tanto le tentaban, pero Abril se alejó en el último momento, solo unos centímetros, pero lo suficiente para que sintiera la frustración de no estar besándola.

—No me has dicho nada en todo el día —susurró Abril. No era que estaba desesperada para volver a verla, aunque le había echado de menos, pero le gustó la idea para tener una excusa para que le rogara un poco.

Con esas palabras, los pensamientos que Lorena habían cargado durante todo el día, volvieron para golpearle de nuevo. Cerró los ojos con pesadez. No quería hacerlo, pero era lo correcto. Antes de que Abril pudiera decir u hacer algo más, Lorena la cogió por los brazos alejándole de ella mientras se levantaba. Abril le miró con una mueca extraña sin entender el motivo de esa repentina reacción.

—No debes acercarte a mí.

—¿Qué? —preguntó, realmente desconcertada.

—No puedo darte lo que quieres. -Tuvo la impresión de que el dolor tiñó sus palabras, pero Abril no le prestó atención, ya que volvió a preguntar todavía desconcertada:

—¿Qué?-La expresión de Abril empezó a cambiar dejando atrás ese brillo especial para dar paso a un enfado que iba cogiendo forma.

—No sería bueno para ti. No quiero hacerte daño.

—¿Ahora me vienes con ese cuento? —exclamó, intentando quitarse el agarre de Lorena, pero ella la cogió con más fuerza. Le costaba concentrase en el discurso que tenía preparado. Sentía la suave y delicada piel de Abril a través de su fina camisa, del mismo tono de su tez. Con solo eso ya estaba perdiendo el hilo de sus pensamientos.

—No es una excusa — contestó, sintiendo su enfado y contagiándolo a Lorena también. Nunca había actuado de esa forma tan honrada y la primera vez que lo hacía se encontraba de lleno con una reacción que no esperaba para nada —Lo hago por ti.

—¿Así que ahora eres noble? —preguntó, bufando con enfado antes de continuar—. Un cambio muy brusco por la reputación que has ido acumulando en este edificio. Has dejado a muchas llorando por los rincones por haberlas abandonado de mala manera.

—Cállate —dijo, sacudiéndola de pronto. Había dejado bien claras sus reglas y sus intenciones desde un principio y todas accedieron gustosas, prometiendo que no tendrían la intención de retenerle pasado un periodo de tiempo que ella viera aceptable pasar a otra relación pasional. Lorena era así y nunca engañó a nadie. Y encima siempre quedaba como la  mala porque a la mayoría de ellas se les había girado el cerebro y se quedaban sorprendidas cuando les decía que no quería seguir con ellas, llorando muchas veces por todos los rincones para hacerle sentir peor.

—¿Es que deseas a cualquiera de aquí que lleve falda y a mí no? —preguntó, desafiante—. Porque creo que soy la única que no ha pasado por tu cama. -Estaba enfadada con ella. Bastante en realidad. Se encontraba de lo más tranquila en su círculo cerrado en el que antes estaba inmersa. No era lo ideal, pero al menos era un espacio seguro en el que sabía que no correría riesgos. Así estuvo bien hasta que Lorena apareció y le mostró un mundo completamente nuevo al que se había negado todo ese tiempo. Apenas había probado esa nueva etapa que deseaba explorar y ahora, ¿esperaba dejarla con la miel en los labios de un momento para otro y como si nada? ¡Qué se creía!

—¡¿Que no te deseo?! — exclamó con la voz rota por la desesperación y el enfado. Y fue, entonces, cuando Lorena tiró de ella para pegar sus labios con los de Abril en un beso muy diferente a los que las dos habían compartido esos últimos días. No era delicado, era hambriento, rudo. Rodeando su musculoso brazo por su espalda para presionarla contra ella, para que sintiera sus pechos y sus pezones duros, dedicada a que sintiera todo ese deseo que le quemaba por dentro y que no tuviera duda de su deseo por ella. Abril sintió su todo su cuerpo pegada a ella y un gemido de placer escapó de sus labios, pero su gemido quedó atrapado en medio del hambriento beso al que Lorena la estaba sometiendo. Al principio se resistió, puso las manos en su pecho para frenarla y hacer fuerza contra ella y así alejarse, pero Lorena no se lo permitió. A cada acto que hacía para alejarse, más profundamente introducía su lengua en su interior. Abril iba cediendo poco a poco a una nueva ola de sensaciones que inundaba su cuerpo, dejándola sin equilibrio. Se activaban de nuevo todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo y volvía a sentir que estaba más viva que nunca. De repente sintió que en lugar de sangre era fuego lo que viajaba por sus venas. Sus manos dejaron de apartarla para empezar a acariciar sus pechos por encima de la ropa para después agarrarla con fuerza y atraerla más hacia a ella —aunque ya no existía distancia alguna entre ellas— y devolverle ese beso con el mismo ardor que ella exigía.

Lorena dejó escapar un gruñido de puro placer cuando sintió con frenesí la lengua de Abril acariciando la suya. No podía aguantar más, la deseaba tanto que su cuerpo iba a explotar si no la hacía suya en ese mismo instante.

...............

De verdad espero que les este gustando :D